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Como parte de la celebración de la Semana Negra de Gijón (si no ha ido, no debe perdérsela el año que viene), un grupo de escritores visitó el Museo del Jurásico de Asturias, joyita arquitectónica y museográfica sobre la cual puede usted averiguar aquí y aquí, y que da una visión de conjunto de la era de los dinosaurios aprovechando los yacimientos de fósiles que han estado apareciendo en Asturias.
Lo que más me gustó es que tienen un fósil "para tocar", es decir, expresamente puesto allí para que uno haga precisamente lo que suelen prohibir los museos que creen que se aprende sólo con la vista y el oído, y que las texturas nos las tenemos que imaginar.
Todos tallamos alegremente el fósil en cuestión. Igual este bloggero que el poeta mexicano Juan Bañuelos o la autora española de ciencia ficción Elia Barceló, como parte de la visita que nos llevó desde los primeros dinosaurios hasta los emplumados predecesores de las aves de hoy. Visita interesante, ilustrativa y que nos hizo pensar en la enorme, colosal, riquísima cantidad de datos y hechos a los que tienen que cerrar los ojos algunos para mantenerse en la terca de su peculiar interpretación de su religión, interpretación que, hay que señalarlo, no comparten la gran mayoría de los creyentes en la Biblia como libro sagrado (judíos, cristianos y musulmanes).
Hay dos formas de aproximarse a intentar explicar la realidad. La primera es ver todo cuanto ocurre relacionado con el fenómeno que nos interesa, obtener todos los datos relevantes del caso y luego ordenarlos de modo que se diseñe una hipótesis capaz de explicar todos los datos, hechos y acontecimientos que hemos recopilado. Esto es lo que hace la ciencia y lo que en la mayoría de los casos hacemos todos nosotros al enfrentar los desafíos del mundo que nos rodea (como diría cualquier documental farragoso de la 2 o del canal de Historia). La sistematización de esos datos permite exponerlos con claridad, valor didáctico e interés en libros como los de Richard Dawkins o en museos como éste, cariñosamente llamado el "Muja".
La otra forma de enfrentar la realidad es enamorarse de una explicación más o menos extravagante (naves extraterrestres, telepatía, loqueseaterapia, revelación místico-religiosa con algún dios malcriado y vengativo) y luego aterrizar con ella sobre los datos, seleccionando amorosamente los que refuerzan nuestra explicación y barriendo debajo de la alfombra cualquiera que no se ajuste a lo que se nos da la gana creer irracionalmente. Así es como funcionan los crédulos en las más diversas áreas del charlatanaje.
Y en el charlatanaje de pedorrera mental destacan los talibanes bíblicos ultrafundamentalistas, especie de fanáticos babeantes que aseguran que cada palabra de la Biblia es verdad absoluta y literal, y que, por tanto, toda la realidad debe interpretarse de acuerdo a lo que se dice en dicho libro sagrado, en particular su primera parte, el Génesis.
(Si usted les narra cómo ha sido cambiada y adaptada una y otra vez la Biblia al paso de los siglos, les puede provocar un aneurisma.)
Para no ser llamados orates, salvajes, ignorantazos de altos vuelos, deformadores de la realidad o simples torquemadillas sin brújula, estos personajes gustan de llamarse "creacionistas". Su principal afirmación es que el mundo fue creado hace apenas seis mil años por su deidad particular, y única y exclusivamente para darle albergue al ser humano, cumbre de la creación de su peculiar dios mitológico.
(Claro que al ver a Hitler, Franco, Pinochet, Jeffrey Dahmer, George W. Bush, Idi Amín y otros especímenes de similar ralea, eso de la "cumbre de la creación" no sale muy bien parado.)
Para sustentar su opinión, los creacionistas nos regalan afirmaciones descabelladas sin ningún dato al canto, como que el hombre convivió con los dinosaurios, que la Tierra no puede tener 4.500 millones de años ni el universo puede tener 15.000 millones de años y que la extinción de los dinosaurios se debió al diluvio (dicho de otro modo, Noé decidió no hacerle caso a su dios y no se le dio la gana meter en su arca parejas de basilosaurios, apatosaurios, velociraptors, hadrosaurios, diplodocos, ceratopsios y las demás variedades que forman los miles y miles de especies de dinosaurios).
El brillante físico Wolfgang Pauli dijo de las teorías tan desprovistas de comprensión y tan mal definidas que "ni siquiera están equivocadas". La frase se aplica perfectamente a mitociencias como la patraña creacionista, que desprecia tantísimos aspectos del conocimiento humano y es tan extravagante e irracional que asombra a quienes se asoman a ella. Tratar de demostrar que está simplemente "equivocada" es como tratar de convencer a un paranoico de que nadie lo persigue o darle un curso de teoría de las probabilidades a un ludópata.
La única base del creacionismo es el fundamentalismo protestante. Las distintas iglesias protestantes son continuas productoras de talibanes cristianos, y vaya usted a saber por qué los católicos de otros países se apuntan a todas esas loqueras.
Si quiere usted ver una crítica a fondo de las más destacadas barbaridades que sueltan los creacionistas (mismos que en Estados Unidos luchan a diario para impedir que la evolución se enseñe en las escuelas), dése una vuelta por el Institute for Biological Research que tiene una página en español bastante completa, o, si lee en inglés, pásese por la revista Scientific American que da 15 respuestas a las tonterías creacionistas, o bien tómese un rato para leerse lo que dice sobre el creacionismo la Página racionalista.
O sea, como eso ya está hecho y bien hecho, no nos vamos a poner aquí hacer la crítica del creacionismo dato por dato y afirmación por afirmación. A cambio, nos concentramos, como siempre en lo obvio, en el error de fondo, en la más clamorosa estupidez. Y en este caso, lo obvio y la más clamorosa estupidez es que los huesos de los dinosaurios que nos encontramos son fósiles, es decir, son huesos mineralizados hasta convertirse en piedra, mientras que todos los restos que tenemos de hace seis mil años (según las ocurrencias de George Mc Ready Price, geólogo novato y fanático religioso adventista que fundó el creacionismo moderno según lo relata El loco, loco origen adventista del creacionismo moderno) son óseos, porque no han tenido tiempo de fosilizarse.
No hay fósiles de Neandertales de hace 30 mil años, tampoco, por no decir más recientes. La ciencia explica y demuestra que en tan breve tiempo no se pueden mineralizar los restos, lo cual dice a gritos que si hay restos mineralizados o hubo magia o pasaron millones de años.
Un fósil de un animal moderno como el hombre, o un hueso orgánico de un animal antiguo como el gigantosaurio serían un argumento sólido para los creacionistas. Pero para su desgracia, el tiempo ("el tiempo, el implacable, el que pasó", que cantaba la Sonora Ponceña) es el único que puede hacer fósiles y destruir los huesos. El proceso de fosilización en sí basta y sobra para dejar en ridículo a los creacionistas y su idea de que el Universo se inauguró hace apenas 6 mil años.
Pero tras el velo alucinante del creacionismo se oculta un bicho mucho más peligroso, como siempre ocurre con los fundamentalistas. Para estos peligrosos fanáticos, si la historia del Génesis no es literalmente cierta, entonces muchas de sus creencias adicionales, generalmente las más llenas de odio, podrían no ser literalmente ciertas, lo que podría implicar que su deidad no les da permiso para odiar lo que odian.
¿Qué odian?
Como buenos fanáticos religiosos, están profundamente obsesionados por el sexo, y por ello consideran (y así se puede leer en sus pasquines) que aceptar el hecho de la evolución "justifica" horrores como los condones, la homosexualidad, la promiscuidad, el disfrute del meneo y el meneo del disfrute.
Y ellos, hermanos míos, están en este mundo precisamente para evitar que a cualquiera de nosotros se nos ocurra disfrutar del viejo metesaca. El sexo debe ser odioso, repelente, doloroso (de preferencia), desagradable, monstruoso y satánico. ¿Por qué? Porque creen que eso dice la Biblia, cosa que, por cierto, puede rebatir cualquiera que se haya leído la Biblia, en particular el Antiguo Testamento, plagado de historias sabrosas de encornamientos, calenturas, amores apasionados y otras maravillas. Pero todo fanático tiene su lado masoquista.
(Paréntesis necesario: cuando se llega al sabrosísimo Cantar de los cantares de Salomón, éstos mismos predicadores dejan de creer en el literalismo fundamentalista y pasan a suponer que los febriles versos del sabio rey hebreo son "metáforas", "parábolas" o "versos simbólicos", es decir, lo mismo que no aceptan que pudiera el Génesis.)
Pero hay más: el fundamentalismo es amigo del racismo, de la esclavitud y de la violencia, de la "guerra santa", de la tortura y de la brutalidad, porque, como dijo Blas Pascal, "Los hombres nunca hacen el mal tan totalmente y tan alegremente como cuando lo hacen a partir de convicciones religiosas".
Porque odian muchas cosas: al socialismo, a los ateos, a los judíos, a las mujeres, a los musulmanes, a los budistas, a los movimientos por la justicia social, a los pacifistas, a los científicos, a los racionalistas... odian, como todo buen obseso radical, a la gran mayoría de los seres humanos.
Detrás de los escritos de los "creacionistas" (todos ellos pastores, abogados, ministros, nunca biólogos moleculares, paleontólogos o geólogos) solemos encontrar la necesidad no sólo de que su creencia sea cierta, sino el sueño de que su iglesia (conducida por ellos, faltaba más) controle el mundo, las escuelas, las camas y las almas de todos, muy especialmente de los que se atreven a no creerles.
Pero, muy a su pesar, la evolución no es una "teoría" en el sentido que el lenguaje común le da a la palabra, sino una teoría científica, es decir, una descripción de los hechos conocidos, como la teoría de la gravedad de Newton (que describe un hecho real: las cosas se caen), la teoría de la relatividad de Einstein (que describe hechos reales a nivel macrocósmico) o la teoría de la circulación de la sangre de Harvey (que describe el hecho de que la sangre circula).
La evolución es un hecho, y hay teorías diversas que buscan describir cada vez más precisamente cómo ocurre este hecho, pero ninguna de ellas propone que el hecho que estudian no exista, como no hay una "teoría" "antigravitacionista" que diga que la gravedad no existe. Las teorías neodarwinistas se diferencian, por ejemplo, en que algunas plantean que la evolución es un proceso continuo mientras que otras consideran que las poblaciones animales se pueden mantener relativamente estables durante bastante tiempo y experimentar los grandes cambios evolutivos en períodos más bien breves.
A los creacionistas no les interesa saber cómo se crean las especies, cómo han evolucionado los seres vivos ni cómo empezó la vida, lo que les interesa es colaborar en el establecimiento de teocracias del nuevo milenio que nos devuelvan a los viejos, buenos tiempos de Tomás de Torquemada.
Y para conseguir esto abusan de la ignorancia de la gente, inventándole afirmaciones a los geólogos, biólogos, bioquímicos, zoólogos, físicos, químicos, embriólogos y otros científicos a los que, si pudieran, quemaban vivos.
Ese detallito es el que le quita lo cómico a las memeces, burradas y barbaridades que diseminan estos tipejos. En el fondo, son peligrosos, como la mayoría de los charlatanes.
julio 27, 2004
julio 21, 2004
Memorias con un pillastre
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A ver, estuvimos medio desaparecidos porque como parte del delirante pluriempleo que padezco (en el que me veo obligado a ver cómo hago para combinar lo que tengo que hacer para vivir con lo que me da la gana hacer, como este blog) ocupé del 9 al 18 de julio en ser parte de la organización y realización de la Semana Negra de Gijón, magnífico festival multicultural-literario-lúdico-gastronómico-erótico-mágico-alcohólico-político-musical que fue el responsable de que visitara España por vez primera hace 12 años.
Alguna de las experiencias de esta XVII Semana Negra dan para una entrada en este blog que ya estamos perpetrando.
Pero, entretanto, se nos había pasado (lamentable olvido) invitar a las guapas lectoras y a los horrorosos lectores que nos visitan a que pasen por el barrio de El escéptico digital en su número 10 (joer, vaya si se me había pasado, es de hace como dos meses) y conozcan las confesiones de este bloggero sobre sus relaciones con el singular mocoso Jaime Maussán, cómo conoció a este especimen, desde cuándo lo pone en ridículo en los medios mexicanos, cómo ha coleccionado las mentiras que exuda la sola presencia de esta vergüenza del periodismo serio y otras historias que se remontan a hace aproximadamente un montón de años.
Así que, en lo que yo acabo las ochocientas cosas que tengo que hacer y que no hice porque la Semana Negra me gusta un montón y más me gusta ver cómo la ultraderecha local echa espuma por la boca ante el éxito de tan peculiar fiestecilla, pase usted por la URL indicada y refocílese en las memorias que me han dejado mis encuentros con tan singular rascahuele.
Regreso en un momento, pues.
A ver, estuvimos medio desaparecidos porque como parte del delirante pluriempleo que padezco (en el que me veo obligado a ver cómo hago para combinar lo que tengo que hacer para vivir con lo que me da la gana hacer, como este blog) ocupé del 9 al 18 de julio en ser parte de la organización y realización de la Semana Negra de Gijón, magnífico festival multicultural-literario-lúdico-gastronómico-erótico-mágico-alcohólico-político-musical que fue el responsable de que visitara España por vez primera hace 12 años.
Alguna de las experiencias de esta XVII Semana Negra dan para una entrada en este blog que ya estamos perpetrando.
Pero, entretanto, se nos había pasado (lamentable olvido) invitar a las guapas lectoras y a los horrorosos lectores que nos visitan a que pasen por el barrio de El escéptico digital en su número 10 (joer, vaya si se me había pasado, es de hace como dos meses) y conozcan las confesiones de este bloggero sobre sus relaciones con el singular mocoso Jaime Maussán, cómo conoció a este especimen, desde cuándo lo pone en ridículo en los medios mexicanos, cómo ha coleccionado las mentiras que exuda la sola presencia de esta vergüenza del periodismo serio y otras historias que se remontan a hace aproximadamente un montón de años.
Así que, en lo que yo acabo las ochocientas cosas que tengo que hacer y que no hice porque la Semana Negra me gusta un montón y más me gusta ver cómo la ultraderecha local echa espuma por la boca ante el éxito de tan peculiar fiestecilla, pase usted por la URL indicada y refocílese en las memorias que me han dejado mis encuentros con tan singular rascahuele.
Regreso en un momento, pues.
julio 05, 2004
¿Tu teléfono te está dejando impotente?
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El mito de que las radiaciones electromagnéticas de los teléfonos celulares (o móviles) son más peligrosas que besar de lengüita a una víbora de cascabel adquiere fuerza entre diversas sociedades. Las comunidades de vecinos (incluida la mía) se alborotan como hooligans de fútbol cada vez que vislumbran en lontananza una "amenazante" antena de telefonía móvil. En la televisión, personas que gozan de una profunda y amplia ignorancia sobre el tema, hacen chistes diciendo que llevar el celular en el bolsillo lo deja a uno impotente, y no faltan las dulces viejecitas que, al ver que uno saca un móvil para llamar a la tía Emerenciana, hacen con la manita derecha el símbolo que antaño sus abuelas usaban para protegerse del mal de ojo.
Los terribles daños que supuestamente producen ciertas radiaciones electromagnéticas, en particular las que se emplean en la telefonía móvil tienen, sin que la gente lo sepa, las mismas firmes bases que tiene la creencia en el mal de ojo.
No que eso les importe a los mediopollitos que exhibiendo su falta de ocupación, emplean su excesivo tiempo libre en escribir boberías sin fin para asustar a la gente con cosas que no son ciertas mientras que, al mismo tiempo, cumplen la políticamente trascendente función de distraer a la gente para que no se asuste de cosas que sí son ciertas.
Veamos cómo funcionan quienes difunden esta idea.
Un sitio llamado El vigilante de seguridad (que por desgracia parece pertenecer a Comisiones Obreras, organización que no debería implicarse en la difusión de mentiras), dice lo siguiente:
Los malos efectos que producen estas radiaciones electromagnéticas en las personas están siendo objeto de investigación, y de momento no hay un acuerdo. Para algunos científicos no hay motivos de preocupación. Pero otros opinan que existen riesgos y peligros.
¿Se nota la trapacería de la redacción? Primero, se dan como un hecho comprobado "los malos efectos" y luego se dice que no hay acuerdo sobre ellos, es decir, se sugiere mendazmente que hay "malos efectos" y que algunos científicos (probablemente bastante hijos de puta o cuando menos pagados por los malvados del planeta) dicen que pese a esos "malos efectos", en realidad "no hay motivos de preocupación", cuando lo que realmente ocurre es que, estudiando los efectos posibles, la mayoría de los estudios dicen que no hay efectos negativos pero hay algunos que dicen que quizá si pudiera haberlos. Nadie está investigando los "malos efectos" porque no se ha probado que existan.
En pocas palabras, se pinta de entrada como miserables a las personas que no coinciden con la vacua alarma social encendida y atizada por soplapitos como el autor de la página.
En realidad, lo que hay son científicos (generalmente adscritos ideológicamente a algún grupo de naturistas) que dicen que hay "malos efectos" que no pueden probar, y otros científicos que han hecho investigaciones serias que indican que en la práctica, tal como lo prevé la teoría, tales radiaciones no tienen los atroces efectos que se proclaman.
Al final de su vago articulillo, el sitio insiste:
El problema de las ondas afecta a las personas que viven, duermen, juegan o trabajan horas, días, meses y años, cerca, muy cerca de esas antenas. No es nada bueno crear alarma social, pero tampoco es bueno esconder información.
Pero, tropa de macacos, ¿cuál información y cuál "problema" de las ondas? porque el sitio en cuestión no menciona un solo estudio que diga que hay "un problema", "malos efectos" ni cosa parecida. Se trata, claro, de que el lector no se dé cuenta para luego asestarle este monumento a la miseria moral:
Estas radiaciones podrían producir cambios en el ADN, cambios en la actividad eléctrica del cerebro, en la presión sanguínea, descenso de los niveles de melatonina y otras hormonas, depresiones, irritabilidad, dolores de cabeza, insomnio, fatiga, afectación del sistema inmunitario, enfermedades neurológicas y otras.
Todas las enfermedades que "podrían" producir estas misteriosas y malévolas "radiaciones" (la palabra radiación es clave, ya que debido a la radioactividad suena mucho más peligrosa que "onda") están resaltadas en color solferino jodemelarretina.
Tales "radiaciones" también "podrían" producir ascensos en el empleo, más vigor pulmonar, aumento de probabilidades de ganarse la lotería, alejamiento de las suegras o el crecimiento del pito y las tetas. Digo, de poder, "podrían". La lista, pues, no es informativa, sino asustativa.
Vaya con la seriedad.
Pero, ¿qué carajos es una onda electromagnética?
Una onda (o radiación) electromagnética es una forma de energía. De hecho, es una de las cuatro únicas formas de energía que hay en el universo. Las otras tres son la gravedad y dos energías que actúan sólo a nivel atómico: la fuerza nuclear fuerte y la fuerza nuclear débil.
Para decirlo sencillamente: en nuestro mundo observable, toda energía que no es gravedad es electromagnética.
¿La luz? Energía electromagnética. ¿Los rayos ultravioleta? Energía electromagnética. ¿Las microondas de los hornos? Energía electromagnética. ¿Las ondas de radio? Energía electromagnética. ¿Y las de la televisión? También. ¿Y la atracción de los imanes? Energía electromagnética. ¿Los rayos X? Energía electromagnética. ¿La onda corta de los radioaficionados? Energía electromagnética. ¿La electricidad que mueve a la tecnología? Pues también.
Es decir, todas esas cosas son "radiaciones".
En términos menos coloquiales, la energía electromagnética es la radiación que consta de ondas de energía asociadas con los campos eléctricos y magnéticos resultado de la aceleración de una carga eléctrica.
El "electromagnetismo" no es dañino de por sí, sin importar que tenga siete sílabas. Sin "electromagnetismo" no podríamos hacer nada, porque no existiríamos.
Ahora, toda la energía del universo macroscópico, aparte de la gravedad, es electromagnética, lo cual quiere decir que toda la energía se puede medir (con lo que se exhibe la mentira de los que hablan de "energías" vitales para vender remedios mamones).
La energía electromagnética tiene una determinada longitud de onda y una frecuencia. Las frecuencias de la energía electromagnética se pueden mostrar como un espectro, desde la menor a la mayor.
Véase una representación del espectro electromagnético picando aquí.
Si vemos este espectro, veremos que las energías de baja frecuencia no tienen efectos negativos, son la radio, las microondas, los rayos infrarrojos (calor), la luz visible, los rayos ultravioleta (ésos ya empiezan a causar problemas, pues pueden colaborar en la producción de cáncer), los rayos X (muy benéficos, pero no debe haber uan exposición prolongada a ellos) y los rayos gamma, o rayos cósmicos, que son bastante peligrosos.
Nótese que la frecuencia de los teléfonos móviles o celulares está entre las ondas de radio y las de microondas.
Nótese también que para evitar que cada antena (y cada teléfono móvil) usen una energía demasiado intensa, el radio de acción de cada antena es limitado, de modo que al llamar usted a su primo Epifanio su teléfono sólo transmite hasta la antena más cercana, misma que se conecta con la siguiente y ésta con la siguiente hasta llegar a la central de la que sale "en busca" del teléfono de Epifanio. Por eso en algunos países a la telefonía móvil se le llama "celular", porque cada antena es una célula que sólo se comunica con las adyacentes (véanse los diagramas aquí, aunque la página está en japonés, los dibujitos son clarísimos.
¿No le dijeron eso cuando se reunió con los que le están recomendando un abogado para demandar al vecino por poner una antena? No es raro. La idea que sugieren sin decir estos lameplatos es que cada antena tiene una enorme potencia para transmitir lejos, lejos, lejos, los mensajitos SMS de los adolescentes.
¿Cómo hacen daño las energías electromagnéticas de alta frecuencia?
Llegados a frecuencias por encima de la luz visible, de la región ultravioleta hacia arriba, la energía de las ondas electromagnéticas es tanta que puede provocar que se rompan enlaces químicos en el núcleo de nuestras células produciendo cadenas mutantes de ADN que, a su vez, pueden convertir en cancerosa una célula, provocando un tumor.
Pero por debajo de la luz visible no, es así de simple. No es opinión de los médicos o científicos, es un hecho físicoquímico establecido: se necesita una determinada frecuencia de energía para arrancar un electrón de un átomo, punto, y por debajo de esa frecuencia, sin importar la intensidad de la radiación, eso no ocurre. Por debajo, en el área de las microondas, éstas pueden calentar un tejido (por eso hay hornos de microondas) pero no destruir sus enlaces atómicos. Igual que se necesita una fuerza determinada para romper un muro (en cuyo caso, supongamos que algún meapilas sin cerebro decidiera que habría que prohibir la ropa de algodón porque el algodón "podría" romper las paredes de ladrillo).
Hace muchos, muchos años, que los seres humanos están expuestos a muchas de estas formas de energía. Hasta hoy, no se ha detectado que los trabajadores de las emisoras de radio y televisión caigan muertos como moscas, mucho menos la gente que vive cerca de estas emisoras. En cambio y por contraste, está más que probado que los tejidos expuestos a rayos gamma sí pueden desarrollar cáncer.
Cuando no había satélites, las ondas de televisión (que no rebotan en la atmósfera) se tenían que enviar más allá del horizonte mediante repetidoras de microondas. Tampoco hay informes de que la gente que vive cerca de tales repetidoras (todavía las hay) se convierta en monstruos de película.
Y, por supuesto, más allá del cáncer, la sugerencia de que otra enorme cantidad de enfermedades son "causadas" por la radiación electromagnética de la telefonía móvil no pasa de ser una ocurrencia sin bases serias.
¿Y cuánta plata puedo sacar por esto?
El mito de la malevolencia de las "radiaciones" de los teléfonos móviles nace, fundamentalmente, de la afición estadounidense a demandar al congénere como forma de ganarse la vida. El primero de ellos, en 1999, fue un viudo que, al ver el cadáver de su señora esposa, antes de pensar en cuánto la iba a echar de menos, pensó en cuánto podía comercializarla. Y como la buena señora murió de un cáncer cerebral que estaba en la zona de detrás de la oreja y en esa oreja se ponía el móvil, el viudo en cuestión ejerció de buitre rápidamente, demandó a la empresa de teléfonos móviles sacándose de la manga la idea de que el teléfono causó el tumor y salió prontamente en televisión (cobrando) en el amarillista y siempre disparejo programa de entrevistas de Larry King.
Y allí empezó la cobrada el cabroneo, la cobranza y el encabrone. Muchos buenos ciudadanos determinaron sagazmente que podían llenarse las alforjas con lo mismo y procedieron a demandar a todas las empresas de móviles de los Estados Unidos. Los medios de comunicación, siempre dispuestos al escándalo para vender unos ejemplares más o unas planas de publicidad adicionales, se hicieron eco. Los europeos leyeron estas tonterías y se asustaron y empezaron a reclamar "control" sin enterarse primero de si había o no algún "problema" qué "controlar". Y los mismos medios estadounidenses (incluido Larry King) se olvidaron oportunamente de informar que todos estos personajes perdieron sus demandas porque no tenían bases para ellas.
Hoy se habla irresponsablemente de una gran cantidad de enfermedades, síntomas o afecciones "causados" por las antenas de telefonía móvil. ¿Las pruebas que ofrecen? Que cerca de la casa de la persona enferma hay una antena de telefonía móvil. Por supuesto, esto no indica que haya una relación causal, sino que es una forma de la falacia post hoc, ergo propter hoc, madre de todas las supersticiones (véase el punto 13 de nuestra Guía para detectar a los pillastres y sus patrañas.
Los estudios
Pero, ¿hay estudios que dicen que las frecuencias electromagnéticas suponen un peligro? Sí, los hay. Uno famoso es el de Robert P. Liburdy, del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley en los Estados Unidos. Este estudio es ampliamente citado por quienes alborotan a la gente aprovechándose de su ignorancia.
Lo que no dicen es que, según informa C-Health News, el tal Robert P. Lidbury falseó los datos del estudio con mala fe, tanto así que fue obligado a renunciar. El científico chapucero había descartado los datos que no apoyaban su creencia, igual que lo hacen los astrólogos, los charlatanes médicos en general y los tarados que olvidan que fallan el 89% de sus "predicciones".
Una investigación a cargo de otros científicos demostró que Robertico falsificó y alteró los datos, suponemos que porque recibía dineros estatales para sus investigaciones y temía que le cerraran el grifo si no obtenía algo "espectacular".
Más de 20 estudios hechos desde que se publicó la mentira de Liburdy en 1992 han indicado que no hay indicaciones de que haya una relación causal entre las frecuencias electromagnéticas estudiadas por Liburdy (las de los cables de alta tensión) y ninguna enfermedad.
De todos modos, los gobiernos y la comunidad europea han dictado algunas precauciones razonables para calmar la ira popular atizada sobre todo por sitios charlatanescos.
Sitios como la revista Discovery DSalud, que promueve patrañas como el "fosfenismo" del doctor Lefebure o, de manera absolutamente contradictoria, el "casco alfa", gorro mágico que "genera campos magnéticos pulsantes sin conexión a red y estimula los centros nerviosos del cerebro de forma no invasiva e inocuo mediante baja frecuencia 8 Hz y 50 pT". Lo curioso acá es que las torres de alta tensión tienen más o menos la misma frecuencia. Claro, ésas no les dan negocio a estos mamarrachos.
Peligros reales, posibles, probables e imaginarios
Dicho todo esto, las hojas que se reparten en las comunidades de vecinos generalmente hacen gran alharaca sobre el hecho de que no está probado que las antenas de telefonía móvil sean seguras, ante lo que habría que preguntar: ¿qué clase de pruebas estarían dispuestos a aceptar los lidercillos de este movimiento neopastoril?
Porque, digamos, no está probado que el uso de zapatos sea seguro, ni está probado que el teléfono alámbrico mismo sea seguro, ni mucho menos está probado que la luz eléctrica sea segura.
Pero nadie parece preocuparse por eso. Les basta que la mayoría de estudios realizados con rectitud científica y la experiencia acumulada demuestren que los zapatos, el teléfono y la luz eléctrica no causan ningún daño demostrable conocido, mientras que sus beneficios son ciertamente medibles y demostrables.
¿Por qué no aplican la misma lógica que usan para organizar marchas y piquetes contra las antenas de telefonía móvil para hacer pliegos petitorios contra las bombillas de 60 vatios o los botines de fútbol?
Son docenas los estudios que se han hecho para determinar si estas radiaciones electromagnéticas de microondas causan efectos perjudiciales en la salud. Hasta ahora, ningún estudio es concluyente, lo cual no deja de ser raro si los estudios, por ejemplo, de los daños a la salud de las emisiones de los automóviles son totalmente concluyentes: una persona expuesta a emisiones de motores a explosión sufrirá daños en la salud. Sin duda alguna.
Pero el peligro real de los motores a explosión no parece preocupar mucho a los liderzuelos de esta "lucha popular" que algo tiene de cacería de brujas (de hecho, no deja uno de sentir que al difundir información está "defendiendo" a los proveedores de telefonía móvil, que son unas sanguijuelas que venden carísimo un servicio que les sale muy barato, pero el punto acá no es la cuestión sociopolítica, que corresponde a otro debate, sino la cuestión científica y el escándalo social artificialmente producido esperando presionar a jueces que no reconocerían al espectro electromagnético ni aunque los saludara en la calle).
Muchos peligros reales que son parte de nuestra vida quedan ocultos bajo la marea mediática y los charlatanes profesionales del miedo. No es seguro, y es perjudicial, comer comida basura; es perjudicial vivir en ciudades con automóviles que usan gasolina; es perjudicial trabajar en determinadas posiciones y condiciones (como verse obligado a estar de pie 8 horas, vía corta para las várices); es perjudicial votar por los partidos de ultraderecha, es perjudicial la telebasura... ¿por qué son tan selectivos quienes movilizan a la gente respecto de un peligro potencial que según los estudios es bastante improbable?
Esto no es decir que el peligro sea imposible, pero ateniéndonos a los estudios realizados, parecería que, de existir, sería pequeño y escaso. El peligro de electrocución es igualmente pequeño, y aunque cada año un determinado número de congéneres se fríen eficazmente al cambiar un enchufe sin cortar la electricidad, no se le ve como algo tan grave como para pedir que se prohíba la electricidad.
Y como el peligro es remotamente posible y muy poco probable, es razonable y defendible que se impongan reglamentos y límites a la capacidad de emisión de las antenas y los teléfonos móviles en función de los estudios que sí tenemos. Y tales precauciones tampoco deben hacer que se detengan estudios que podrían probar algún peligro real que debe prevenirse. Pero el peligro, las precauciones y los estudios no indican, hasta este momento, en modo alguno, que sea razonable el amarillismo, la alarma social y el escándalo vacuo que unos pocos irresponsables hacen alrededor del tema.
Si algún estudio sólido y contrastado probara lo contrario, lo razonable sería cambiar de opinión, como hoy parece razonable el oponerse a esta tarea de infundir miedo en la población.
El otro día hubo junta de vecinos en mi comunidad para protestar por una antena que pusieron en el edificio de enfrente. Se interrumpió cuatro veces cuando sonaron los móviles de algunos de los preocupados asistentes.
El mito de que las radiaciones electromagnéticas de los teléfonos celulares (o móviles) son más peligrosas que besar de lengüita a una víbora de cascabel adquiere fuerza entre diversas sociedades. Las comunidades de vecinos (incluida la mía) se alborotan como hooligans de fútbol cada vez que vislumbran en lontananza una "amenazante" antena de telefonía móvil. En la televisión, personas que gozan de una profunda y amplia ignorancia sobre el tema, hacen chistes diciendo que llevar el celular en el bolsillo lo deja a uno impotente, y no faltan las dulces viejecitas que, al ver que uno saca un móvil para llamar a la tía Emerenciana, hacen con la manita derecha el símbolo que antaño sus abuelas usaban para protegerse del mal de ojo.
Los terribles daños que supuestamente producen ciertas radiaciones electromagnéticas, en particular las que se emplean en la telefonía móvil tienen, sin que la gente lo sepa, las mismas firmes bases que tiene la creencia en el mal de ojo.
No que eso les importe a los mediopollitos que exhibiendo su falta de ocupación, emplean su excesivo tiempo libre en escribir boberías sin fin para asustar a la gente con cosas que no son ciertas mientras que, al mismo tiempo, cumplen la políticamente trascendente función de distraer a la gente para que no se asuste de cosas que sí son ciertas.
Veamos cómo funcionan quienes difunden esta idea.
Un sitio llamado El vigilante de seguridad (que por desgracia parece pertenecer a Comisiones Obreras, organización que no debería implicarse en la difusión de mentiras), dice lo siguiente:
Los malos efectos que producen estas radiaciones electromagnéticas en las personas están siendo objeto de investigación, y de momento no hay un acuerdo. Para algunos científicos no hay motivos de preocupación. Pero otros opinan que existen riesgos y peligros.
¿Se nota la trapacería de la redacción? Primero, se dan como un hecho comprobado "los malos efectos" y luego se dice que no hay acuerdo sobre ellos, es decir, se sugiere mendazmente que hay "malos efectos" y que algunos científicos (probablemente bastante hijos de puta o cuando menos pagados por los malvados del planeta) dicen que pese a esos "malos efectos", en realidad "no hay motivos de preocupación", cuando lo que realmente ocurre es que, estudiando los efectos posibles, la mayoría de los estudios dicen que no hay efectos negativos pero hay algunos que dicen que quizá si pudiera haberlos. Nadie está investigando los "malos efectos" porque no se ha probado que existan.
En pocas palabras, se pinta de entrada como miserables a las personas que no coinciden con la vacua alarma social encendida y atizada por soplapitos como el autor de la página.
En realidad, lo que hay son científicos (generalmente adscritos ideológicamente a algún grupo de naturistas) que dicen que hay "malos efectos" que no pueden probar, y otros científicos que han hecho investigaciones serias que indican que en la práctica, tal como lo prevé la teoría, tales radiaciones no tienen los atroces efectos que se proclaman.
Al final de su vago articulillo, el sitio insiste:
El problema de las ondas afecta a las personas que viven, duermen, juegan o trabajan horas, días, meses y años, cerca, muy cerca de esas antenas. No es nada bueno crear alarma social, pero tampoco es bueno esconder información.
Pero, tropa de macacos, ¿cuál información y cuál "problema" de las ondas? porque el sitio en cuestión no menciona un solo estudio que diga que hay "un problema", "malos efectos" ni cosa parecida. Se trata, claro, de que el lector no se dé cuenta para luego asestarle este monumento a la miseria moral:
Estas radiaciones podrían producir cambios en el ADN, cambios en la actividad eléctrica del cerebro, en la presión sanguínea, descenso de los niveles de melatonina y otras hormonas, depresiones, irritabilidad, dolores de cabeza, insomnio, fatiga, afectación del sistema inmunitario, enfermedades neurológicas y otras.
Todas las enfermedades que "podrían" producir estas misteriosas y malévolas "radiaciones" (la palabra radiación es clave, ya que debido a la radioactividad suena mucho más peligrosa que "onda") están resaltadas en color solferino jodemelarretina.
Tales "radiaciones" también "podrían" producir ascensos en el empleo, más vigor pulmonar, aumento de probabilidades de ganarse la lotería, alejamiento de las suegras o el crecimiento del pito y las tetas. Digo, de poder, "podrían". La lista, pues, no es informativa, sino asustativa.
Vaya con la seriedad.
Pero, ¿qué carajos es una onda electromagnética?
Una onda (o radiación) electromagnética es una forma de energía. De hecho, es una de las cuatro únicas formas de energía que hay en el universo. Las otras tres son la gravedad y dos energías que actúan sólo a nivel atómico: la fuerza nuclear fuerte y la fuerza nuclear débil.
Para decirlo sencillamente: en nuestro mundo observable, toda energía que no es gravedad es electromagnética.
¿La luz? Energía electromagnética. ¿Los rayos ultravioleta? Energía electromagnética. ¿Las microondas de los hornos? Energía electromagnética. ¿Las ondas de radio? Energía electromagnética. ¿Y las de la televisión? También. ¿Y la atracción de los imanes? Energía electromagnética. ¿Los rayos X? Energía electromagnética. ¿La onda corta de los radioaficionados? Energía electromagnética. ¿La electricidad que mueve a la tecnología? Pues también.
Es decir, todas esas cosas son "radiaciones".
En términos menos coloquiales, la energía electromagnética es la radiación que consta de ondas de energía asociadas con los campos eléctricos y magnéticos resultado de la aceleración de una carga eléctrica.
El "electromagnetismo" no es dañino de por sí, sin importar que tenga siete sílabas. Sin "electromagnetismo" no podríamos hacer nada, porque no existiríamos.
Ahora, toda la energía del universo macroscópico, aparte de la gravedad, es electromagnética, lo cual quiere decir que toda la energía se puede medir (con lo que se exhibe la mentira de los que hablan de "energías" vitales para vender remedios mamones).
La energía electromagnética tiene una determinada longitud de onda y una frecuencia. Las frecuencias de la energía electromagnética se pueden mostrar como un espectro, desde la menor a la mayor.
Véase una representación del espectro electromagnético picando aquí.
Si vemos este espectro, veremos que las energías de baja frecuencia no tienen efectos negativos, son la radio, las microondas, los rayos infrarrojos (calor), la luz visible, los rayos ultravioleta (ésos ya empiezan a causar problemas, pues pueden colaborar en la producción de cáncer), los rayos X (muy benéficos, pero no debe haber uan exposición prolongada a ellos) y los rayos gamma, o rayos cósmicos, que son bastante peligrosos.
Nótese que la frecuencia de los teléfonos móviles o celulares está entre las ondas de radio y las de microondas.
Nótese también que para evitar que cada antena (y cada teléfono móvil) usen una energía demasiado intensa, el radio de acción de cada antena es limitado, de modo que al llamar usted a su primo Epifanio su teléfono sólo transmite hasta la antena más cercana, misma que se conecta con la siguiente y ésta con la siguiente hasta llegar a la central de la que sale "en busca" del teléfono de Epifanio. Por eso en algunos países a la telefonía móvil se le llama "celular", porque cada antena es una célula que sólo se comunica con las adyacentes (véanse los diagramas aquí, aunque la página está en japonés, los dibujitos son clarísimos.
¿No le dijeron eso cuando se reunió con los que le están recomendando un abogado para demandar al vecino por poner una antena? No es raro. La idea que sugieren sin decir estos lameplatos es que cada antena tiene una enorme potencia para transmitir lejos, lejos, lejos, los mensajitos SMS de los adolescentes.
¿Cómo hacen daño las energías electromagnéticas de alta frecuencia?
Llegados a frecuencias por encima de la luz visible, de la región ultravioleta hacia arriba, la energía de las ondas electromagnéticas es tanta que puede provocar que se rompan enlaces químicos en el núcleo de nuestras células produciendo cadenas mutantes de ADN que, a su vez, pueden convertir en cancerosa una célula, provocando un tumor.
Pero por debajo de la luz visible no, es así de simple. No es opinión de los médicos o científicos, es un hecho físicoquímico establecido: se necesita una determinada frecuencia de energía para arrancar un electrón de un átomo, punto, y por debajo de esa frecuencia, sin importar la intensidad de la radiación, eso no ocurre. Por debajo, en el área de las microondas, éstas pueden calentar un tejido (por eso hay hornos de microondas) pero no destruir sus enlaces atómicos. Igual que se necesita una fuerza determinada para romper un muro (en cuyo caso, supongamos que algún meapilas sin cerebro decidiera que habría que prohibir la ropa de algodón porque el algodón "podría" romper las paredes de ladrillo).
Hace muchos, muchos años, que los seres humanos están expuestos a muchas de estas formas de energía. Hasta hoy, no se ha detectado que los trabajadores de las emisoras de radio y televisión caigan muertos como moscas, mucho menos la gente que vive cerca de estas emisoras. En cambio y por contraste, está más que probado que los tejidos expuestos a rayos gamma sí pueden desarrollar cáncer.
Cuando no había satélites, las ondas de televisión (que no rebotan en la atmósfera) se tenían que enviar más allá del horizonte mediante repetidoras de microondas. Tampoco hay informes de que la gente que vive cerca de tales repetidoras (todavía las hay) se convierta en monstruos de película.
Y, por supuesto, más allá del cáncer, la sugerencia de que otra enorme cantidad de enfermedades son "causadas" por la radiación electromagnética de la telefonía móvil no pasa de ser una ocurrencia sin bases serias.
¿Y cuánta plata puedo sacar por esto?
El mito de la malevolencia de las "radiaciones" de los teléfonos móviles nace, fundamentalmente, de la afición estadounidense a demandar al congénere como forma de ganarse la vida. El primero de ellos, en 1999, fue un viudo que, al ver el cadáver de su señora esposa, antes de pensar en cuánto la iba a echar de menos, pensó en cuánto podía comercializarla. Y como la buena señora murió de un cáncer cerebral que estaba en la zona de detrás de la oreja y en esa oreja se ponía el móvil, el viudo en cuestión ejerció de buitre rápidamente, demandó a la empresa de teléfonos móviles sacándose de la manga la idea de que el teléfono causó el tumor y salió prontamente en televisión (cobrando) en el amarillista y siempre disparejo programa de entrevistas de Larry King.
Y allí empezó la cobrada el cabroneo, la cobranza y el encabrone. Muchos buenos ciudadanos determinaron sagazmente que podían llenarse las alforjas con lo mismo y procedieron a demandar a todas las empresas de móviles de los Estados Unidos. Los medios de comunicación, siempre dispuestos al escándalo para vender unos ejemplares más o unas planas de publicidad adicionales, se hicieron eco. Los europeos leyeron estas tonterías y se asustaron y empezaron a reclamar "control" sin enterarse primero de si había o no algún "problema" qué "controlar". Y los mismos medios estadounidenses (incluido Larry King) se olvidaron oportunamente de informar que todos estos personajes perdieron sus demandas porque no tenían bases para ellas.
Hoy se habla irresponsablemente de una gran cantidad de enfermedades, síntomas o afecciones "causados" por las antenas de telefonía móvil. ¿Las pruebas que ofrecen? Que cerca de la casa de la persona enferma hay una antena de telefonía móvil. Por supuesto, esto no indica que haya una relación causal, sino que es una forma de la falacia post hoc, ergo propter hoc, madre de todas las supersticiones (véase el punto 13 de nuestra Guía para detectar a los pillastres y sus patrañas.
Los estudios
Pero, ¿hay estudios que dicen que las frecuencias electromagnéticas suponen un peligro? Sí, los hay. Uno famoso es el de Robert P. Liburdy, del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley en los Estados Unidos. Este estudio es ampliamente citado por quienes alborotan a la gente aprovechándose de su ignorancia.
Lo que no dicen es que, según informa C-Health News, el tal Robert P. Lidbury falseó los datos del estudio con mala fe, tanto así que fue obligado a renunciar. El científico chapucero había descartado los datos que no apoyaban su creencia, igual que lo hacen los astrólogos, los charlatanes médicos en general y los tarados que olvidan que fallan el 89% de sus "predicciones".
Una investigación a cargo de otros científicos demostró que Robertico falsificó y alteró los datos, suponemos que porque recibía dineros estatales para sus investigaciones y temía que le cerraran el grifo si no obtenía algo "espectacular".
Más de 20 estudios hechos desde que se publicó la mentira de Liburdy en 1992 han indicado que no hay indicaciones de que haya una relación causal entre las frecuencias electromagnéticas estudiadas por Liburdy (las de los cables de alta tensión) y ninguna enfermedad.
De todos modos, los gobiernos y la comunidad europea han dictado algunas precauciones razonables para calmar la ira popular atizada sobre todo por sitios charlatanescos.
Sitios como la revista Discovery DSalud, que promueve patrañas como el "fosfenismo" del doctor Lefebure o, de manera absolutamente contradictoria, el "casco alfa", gorro mágico que "genera campos magnéticos pulsantes sin conexión a red y estimula los centros nerviosos del cerebro de forma no invasiva e inocuo mediante baja frecuencia 8 Hz y 50 pT". Lo curioso acá es que las torres de alta tensión tienen más o menos la misma frecuencia. Claro, ésas no les dan negocio a estos mamarrachos.
Peligros reales, posibles, probables e imaginarios
Dicho todo esto, las hojas que se reparten en las comunidades de vecinos generalmente hacen gran alharaca sobre el hecho de que no está probado que las antenas de telefonía móvil sean seguras, ante lo que habría que preguntar: ¿qué clase de pruebas estarían dispuestos a aceptar los lidercillos de este movimiento neopastoril?
Porque, digamos, no está probado que el uso de zapatos sea seguro, ni está probado que el teléfono alámbrico mismo sea seguro, ni mucho menos está probado que la luz eléctrica sea segura.
Pero nadie parece preocuparse por eso. Les basta que la mayoría de estudios realizados con rectitud científica y la experiencia acumulada demuestren que los zapatos, el teléfono y la luz eléctrica no causan ningún daño demostrable conocido, mientras que sus beneficios son ciertamente medibles y demostrables.
¿Por qué no aplican la misma lógica que usan para organizar marchas y piquetes contra las antenas de telefonía móvil para hacer pliegos petitorios contra las bombillas de 60 vatios o los botines de fútbol?
Son docenas los estudios que se han hecho para determinar si estas radiaciones electromagnéticas de microondas causan efectos perjudiciales en la salud. Hasta ahora, ningún estudio es concluyente, lo cual no deja de ser raro si los estudios, por ejemplo, de los daños a la salud de las emisiones de los automóviles son totalmente concluyentes: una persona expuesta a emisiones de motores a explosión sufrirá daños en la salud. Sin duda alguna.
Pero el peligro real de los motores a explosión no parece preocupar mucho a los liderzuelos de esta "lucha popular" que algo tiene de cacería de brujas (de hecho, no deja uno de sentir que al difundir información está "defendiendo" a los proveedores de telefonía móvil, que son unas sanguijuelas que venden carísimo un servicio que les sale muy barato, pero el punto acá no es la cuestión sociopolítica, que corresponde a otro debate, sino la cuestión científica y el escándalo social artificialmente producido esperando presionar a jueces que no reconocerían al espectro electromagnético ni aunque los saludara en la calle).
Muchos peligros reales que son parte de nuestra vida quedan ocultos bajo la marea mediática y los charlatanes profesionales del miedo. No es seguro, y es perjudicial, comer comida basura; es perjudicial vivir en ciudades con automóviles que usan gasolina; es perjudicial trabajar en determinadas posiciones y condiciones (como verse obligado a estar de pie 8 horas, vía corta para las várices); es perjudicial votar por los partidos de ultraderecha, es perjudicial la telebasura... ¿por qué son tan selectivos quienes movilizan a la gente respecto de un peligro potencial que según los estudios es bastante improbable?
Esto no es decir que el peligro sea imposible, pero ateniéndonos a los estudios realizados, parecería que, de existir, sería pequeño y escaso. El peligro de electrocución es igualmente pequeño, y aunque cada año un determinado número de congéneres se fríen eficazmente al cambiar un enchufe sin cortar la electricidad, no se le ve como algo tan grave como para pedir que se prohíba la electricidad.
Y como el peligro es remotamente posible y muy poco probable, es razonable y defendible que se impongan reglamentos y límites a la capacidad de emisión de las antenas y los teléfonos móviles en función de los estudios que sí tenemos. Y tales precauciones tampoco deben hacer que se detengan estudios que podrían probar algún peligro real que debe prevenirse. Pero el peligro, las precauciones y los estudios no indican, hasta este momento, en modo alguno, que sea razonable el amarillismo, la alarma social y el escándalo vacuo que unos pocos irresponsables hacen alrededor del tema.
Si algún estudio sólido y contrastado probara lo contrario, lo razonable sería cambiar de opinión, como hoy parece razonable el oponerse a esta tarea de infundir miedo en la población.
El otro día hubo junta de vecinos en mi comunidad para protestar por una antena que pusieron en el edificio de enfrente. Se interrumpió cuatro veces cuando sonaron los móviles de algunos de los preocupados asistentes.
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