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agosto 22, 2004

Tarotimos y tarotaradeces

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(Corregido y aumentado el 22 de agosto a las 23:59)

Si acude usted a cualquier croupier de la desvergüenza ocupado en "echarle las cartas del Tarot" a sus víctimas y pregunta sobre el origen del jueguito de naipes en cuestión, lo más seguro es que le sacudan un cuento según el cual tal baraja procede del antiguo Egipto (pobre Egipto, cuánta raja le sacan éstos), y quizá susurren que la creó "el propio dios Toth" (cosa que nos obligaría a creer además que Isis, Osiris, Anubis y demás dioses egipcios no eran mitos, sino verdaderas deidades con existencia lo bastante corpórea para pintar barajas; si usted puede creer eso, quizá le interese comprar un puente que tenemos estorbando en la bahía de San Francisco).

Toda esa historia no es sino un collar de pamplinas primorosamente ensartadas en un hilo de fantasía desatada.

Los más descarados serán capaces de decirle que "las figuras" del Tarot, o al menos la de los llamados "arcanos mayores" están grabadas en un pasillo de la Gran Pirámide de Keops, lo cual es, simple y llanamente, una mentira del tamaño de la Esfinge. (A ver cómo le iban a hacer los egipcios para inventar la carta de "La Papisa", elemento claramente medieval).

La realidad es que las cartas de jugar, de adivinar o de hacer tonto al conciudadano no se inventaron en el Antiguo Egipto ni en el antiguo nada, sino que fueron creadas a petición de Huey Song (o Xuanzong), emperador chino de la dinastía Tang que en el siglo IX (medievo pleno) pidió que se inventara algo para entretener a su bien abastecido harén de esposas, queridas, concubinas, amantes, amigas con derecho a roce y desconocidas obtenidas quién sabe cómo. Alguno de los lambiscones que generalmente se encuentran por docenas en los palacios reales pintó unas tarjetitas de papel (invento chino, por cierto) y con ellas inventó un jueguito para que pasaran el rato las compañeras de cama del emperador.

Las cartas fueron a dar a Italia, como tantos otros inventos chinos, por medio de comerciantes como Marco Polo. Ya en 1227 se habla de que a los niños italianos se les instruye en las virtudes cristianas por medio de unos naipes llamados "carticellas". A la gente le da por inventar juegos con las tales cartas y a apostar en ellos, lo que atrae las furias de la iglesia católica y le da su carácter medio prohibido a tales trozos oblongos de cartulina. Las cartas llegan a los pueblos árabes, quienes nos devuelven el nombre "nayb", del que procede "naipe".

Y durante todos esos cientos o miles de años, ni un carajo sobre el "tarot" ni sobre adivinaciones ni adivinanzas.

Es hasta principios del siglo XV (en 1415 o 1430 o por ahí) que Filippo María Visconti, duque de Milán, manda a hacer un juego de cartas que se conserva hasta hoy y al que se llama "tarot italiano", aunque algunas de sus cartas sean distintas a las que se usan hoy (lo cual nos da la medida del "respeto" por la antigüedad que tienen los engañabobos, que cambian las cartas como les viene en gana y luego cuentan historias del antiguo Egipto). No hay nada que indique que el mazo de cartas de Filippo se haya usado para echarle la suerte a nadie, por cierto. Las referencias místicas del tarot comienzan en 1546 a cargo de Guillaume Postel.

O sea, que el Tarot es un invento bastante moderno si lo comparamos con otras "técnicas de adivinación" o "mancias" inventadas en el pasado, como las que implican interpretar el vuelo de los pájaros, las vísceras de animales sacrificados, los huesos, el I Ching y demás.

Por supuesto, si uno pregunta por el significado de la palabra "tarot" el tallanaipes de la adivinación pondrá los ojitos en blanco y dirá que significa "libro de Toth" en antiguo egipcio (idioma del que no sabe nada, claro), o que tiene que ver con tora, rota o ator, es decir, el tetragrámmaton o nombre de dios (que en realidad son las letras hebreas YHVH, de donde sale Yahvé, como todo mundo puede ver son igualitas a "ator"); o que se relaciona con la Torah judía y por tanto con la cábala, o nos ofenderá con alguna otra tontería igualmente imaginaria.

La realidad es que "tarots" era como se llamaba a los "triunfos" en francés y el juego de cartas y parlanchinería llamado "tarots" era popular en Italia en el siglo XV. Fin del misterio. El nombrecito viene del francés y de un juego de azar, nada de idioma egipcio, hebreo, dioses antiguos ni delirios cabalísticos.

El "tarot" actual en sus enemil variantes (ahora cada charlatanazo produce el suyo propio para venderlo en kioscos junto con manuales de uso que no sirven para nada) procede del de Marsella, que tiene la pavorosa antigüedad de quinientos años, más o menos. Consta de 78 cartas, 22 de las cuales son los "arcanos mayores" (suena impresionante) y tienen los conocidos dibujitos del diablo, la muerte, los enamorados, la rueda de la fortuna, etc, mientras que las 56 restantes ("arcanos menores") se parecen mucho a la baraja española, divididas en 4 palos pero con 14 cartas cada uno. Se numeran del 1 al 10 (como las de pókar) con cuatro figuras: rey, reina, caballo y sota.

Los exprimidores de congéneres suelen limitarse a los 22 "arcanos mayores" y con ellos pueden producir verdaderos milagros, como provocarle miedos irracionales a personas de aspecto normal, hacer que personas razonables actúen como bobos o producir dinero de la nada, mismo que se embolsan con gran regocijo.

La pregunta, claro, es si las cartas éstas o cualesquiera otras (incluidas las del Memorama) pueden "predecir" el futuro o "responder" a preguntas. La respuesta es no. Simplemente y sin más. Como todos los demás métodos adivinatorios, el tarot se basa en generalizaciones, en la lectura en frío que ya disecamos aquí, en respuestas buenas para cualquier circunstancia y en un descaro verdaderamente asombroso por parte del tarotimador.

Para el ritual, se supone que hay que barajar el tarot y luego el incauto lo debe cortar y luego se van sacando las cartas, disponiéndolas boca abajo en distintas formas, como la "cruz céltica", el "calendario", el "trisquel" o la "sencilla". Una vez puesto el solitario en su sitio, se van destapando las cartas una por una en un orden determinado y se supone que la relación entre el significado original de la carta y su posición respecto a las demás nos va diciendo si conviene o no dedicarnos a la pastelería fina o al regenteo de burdeles, si la sabrosa Jennifer se ha prendado de nosotros o si es mejor pedir el aumento de sueldo en viernes o en martes.

En todo ese proceso, ni el aprendiz de brujo ni su damnificado se preguntan (mucho menos se responden) cómo es que las cartas no sólo conocen el futuro, sino que reconocen que usted es usted y no alguien más, y saben que están respondiendo a una pregunta y no a otra.

Pero la prueba de fuego de cualquier tarotorpe es preguntarle algo concreto que esté fuera de su conocimiento. Porque lo más llamativo de esta forma de adivinación (y de todas las formas de adivinación, para el caso) es que ni las cartas del tarot ni la bola de cristal ni las hojas del té ni las runas ni los posos del café ni el zodiaco van más allá de los conocimientos precisos y medibles del adivino en particular.

Por ejemplo, si usted le pregunta a un tarotonto quién va a ganar el partido de fútbol que se celebrará el domingo en el Estadio Mayapán de México entre las Avispas de Zumpango y los Albigranas de Tingüindín, la respuesta variará mucho dependiendo de lo que sepa el tarotimador en cuestión.

Si no es mexicano, probablemente haga mucha parafernalia para salirle con una vaguedad como "las tendencias cósmicas parecen favorecer a las Avispas, pero deberán tener mucho cuidado para evitar que los Albigranas aprovechen su influencia afortunada". (¿Verdad que parece una respuesta sin responder nada?)

Si el tarotarado es mexicano, le dirá que no sea payaso, que no existen ni esos equipos de fútbol ni el tal estadio, información que todo el esoterismo del universo no puede transmitirle al tarotrucador de otro país.

Igualmente, pocos taroteros (si no es que ninguno) podrán responderle si fue Bob Bakker o Jack Horner el que afirmó que las aves actuales proceden de los dinosaurios. Esa respuesta, tan sencilla que la encuentra en cualquier lado (fue Bakker) está más allá del tarot porque está más allá del conocimiento del supuesto esotérico "superior iniciado en los misterios cabalísticos de los templarios y los rituales egipcios" (mamada que no significa nada, por cierto).

Porque si el tarot sirviera de verdad para ver el futuro y aprender respuestas a las grandes preguntas, los científicos estarían echando las cartas alegremente en lugar de quemarse las pestañas en sus laboratorios para encontrar la cura del catarro común, mientras que los tarotriviales seguramente se dedicarían a algo más honrado, sobre todo porque se enseñaría el tarot en las escuelas como fuente de sabiduría y ellos resultarían obsoletos.

Y pese a que este mundo es de locos, todavía no llega a tanto, para desgracia de los tarotarugos.

(Por cierto, Lola, en su blog Uno por uno, uno; uno por uno, dos; uno por uno... hace otras consideraciones entretenidas sobre el tarot esta semana.)