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octubre 29, 2004

Homo floresiensis y Homo pazguatensis

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El descubrimiento del Homo floresiensis, un homínido de un metro veinte de estatura que se calcula que vivió hace entre 38 mil y 18 mil años en la isla de Flores, en Indonesia, y que anunció la revista Nature, es sin duda importante por muchas causas.

La principal por cuanto se refiere a nuestro tema es que la existencia de una tercera especie humana (junto con neandertal y nosotros) capaz de hacer herramientas y de tener capacidades cognitivas (si tal fuera el caso, ya bien advirtió Juan Luis Arsuaga que hay que determinar si realmente estos homínidos hicieron las herramientas encontradas, es decir, que hay que ser cautos porque se plantean ahora muchas nuevas preguntas) sería otra patada feroz a las fantasías creacionistas.

Pero con este nuevo descubrimiento también se pone en evidencia a las ideas absurdas sobre la singularidad de nuestra especie, sobre nuestra "preeminencia evolutiva" y, sobre todo, a los comandos de simuladores que fingen "investigar" cosas rarísimas como la "criptozoología" desde la barra de un bar.

Pero momento, ¿no dijo ya un brunujo, en una lista de correos de brujos, que esto es buenísimo para la "criptozoología"?

Es decir, ¿van a convertir este bofetón a sus hipótesis peyoteras en una especie de triunfo para vender más bosta de vaca encuadernada a sus pobres víctimas?

Pero claro.

Los Homo pazguatensis al abordaje


Como siempre, estos desdichados se dedican a denostar a la ciencia hasta que encuentran algún elemento científico que pueden comercializar, y entonces gritan como una tropa de monos aulladores cuando ven un jaguar: "¡Ya ven! ¡LA CIENCIA nos da la razón!"

Curioso, porque cuando la ciencia no les da la razón (en la casi totalidad de los casos), entonces la ciencia es fascista, dogmática, conspiranoica, cerrada, ciega, malévola, inútil, incapaz y todo lo que se les ocurra.

Es decir, que manipulan la ciencia igual que todo: a la sola conveniencia de sus gordos egos y sus más gordas billeteras.

Por ejemplo, sabemos que el Homo floresiensis vivió hasta hace al menos 18 mil años por medio de diversos métodos de datación, desde el carbono 14 (C-14) hasta la resonancia de spin de electrones (ESR), y eso lo aceptan encantados de la vida los mismos chupaflautas que dicen que esos sistemas de datación no son fiables para determinar sin duda alguna que el lienzo de Turín ("Sábana Santa") es una falsificación del siglo XI-XII.

(Campeón en esto de la reinvención de la física atómica para marear congéneres es Javiercito Sierra, que alucina que el incendio al que estuvo expuesto el lienzo de Turín pudo "afectar" la datación con C-14, demostrando que no tiene puta idea de qué hace el fuego y qué hace la datación con C-14. Le dejamos una pista: que lea cómo se datan restos de antiguas fogatas con C-14 para que vea que el fuego no altera la proporción de isótopos de carbono en una muestra. Ah, tontito.)

Fascinante, ¿no?

Pero el hecho real, que ninguno de estos advenedizos con ganas de dinero facilón puede eliminar, es que el hallazgo del Homo floresiensis no lo hicieron los "criptozoológos", los ovnílocos, los brujetes de la radio, los seudoinvestigadores que sustituyen la formación profesional con un chaleco, los productores en masa de libros mamones ni ninguno de su lamentable cónclave de fantasiosos a sueldo, sino científicos de verdad, como Mike Morwood y R. P. Soejono, los encargados del equipo de excavación arqueológica, y Peter Brown, quien hizo el análisis de los restos.

Ningún brujo pedorro de las ondas y las editoriales andaba cerca.

Ahora, evidentemente, un científico honrado, honesto, serio, preparado y no proclive a aterrizar sobre las cuentas bancarias ajenas para hacerlas más ligeritas, se toma estas cosas con calma. Peter Brown recibió los primeros restos de Homo floresiensis en septiembre de 2003. En lugar de hacer lo que los farsantes de la paranormalología e ir corriendo al programa de radio de un amiguete o cómplice para soltar cualquier barbaridad que se le ocurriera, estudió el asunto, hubo más excavaciones, muchos análisis. Sabían que tenían algo importante, pero al mismo tiempo sabían que por lo mismo debían tratarlo con toda la seriedad y estudiarlo a fondo para no dar conclusiones aventuradas, apresuradas ni inventadas. Se tomaron un añito.

Cuando acabaron, no fueron a los "grandes templos de la criptozoología" como serían Más allá de la ciencia, Año Cero o cosas por el estilo. Fueron a una revista como Nature (que nunca publicaría los febriles delirios de los brujazos). Los encargados de la revista pasaron los datos a científicos independientes de los descubridores para que evaluaran si el asunto era serio o se parecía a las caras duras de Bélmez de la Moraleda. Una vez que los otros científicos decidieron que este descubrimiento era sólido, se procedió a la publicación.

¿Cómo es posible que celebren esto los mismos que nunca se han preocupado por hacer las cosas bien y que, para remate, saben perfectamente que nunca les publicarían sus seudoinvestigaciones en Nature, cosa que por otro lado les da exactamente igual ya que lo suyo no es el conocimiento sino la depredación de ingenuos bienintencionados y la obtención de admiradores?

Pues prepárese usted.

Desde el yeti hasta el trasgu


En breve los escuchará usted llegar a la brillante conclusión de que unos esqueletos de hace 18 mil años en Indonesia de alguna manera "prueban" que existen determinados mitos modernos en lugares que no tienen nada que ver con Indonesia.

Los investigadores falsificados del mundo paranormal no han siquiera podido aceptar el descubrimiento de que todas las pruebas del Bigfoot o Sasquatch fueron un invento burlón de Ray Wallace, que les vio la cara de zopencos a los crédulos durante 44 años, de modo que no tendrán problema en utilizar indebidamente el descubrimiento de Homo floresiensis para justificar su creencia no sólo en Bigfoot, sino en el yeti, el chupacabras, el "mono zorrillo" (o "mono mofeta") de la Florida y hasta el "hombre polilla", mito recurrente.

Es obvio, también, que la seudodisciplina de la "criptozoología", como la entienden los Homo pazguatensis, incluye desde animales cuya existencia es altamente probable (como el tilacino o tigre de Tasmania) hasta delirios tan insensatos como el monstruo del Lago Ness, el tal "hombre polilla", el "demonio de Jersey" y las hadas.

Para cualquier persona relativamente normal, claro, el que se probara la supervivencia del tigre de Tasmania no significa que debamos creer en el Yeti o abominable hombre de las nieves, pero las personas relativamente normales no suelen volverse "criptozoólogos".

En este caso, además, los Homo pazguatensis, siendo tontos, no lo son tanto como para no darse cuenta de que el Homo floresiensis era pequeño.

En la fantasía, los duendes son pequeños, los gnomos son pequeños, los pitufos son pequeños y los trasgus asturianos son pequeños, por dar unos cuantos ejemplos.

Y a los vendecriptosidades no les va a importar que los duendes, gnomos, pitufos y trasgus fueran mágicos, o que tuvieran poderes, o que se supone que han vivido en los últimos pocos cientos de años y bastante lejecitos de Indonesia. Ni siquiera que algunos sean azules. Las miles de diferencias entre los mitos y este descubrimiento no serán óbice... se centrarán en que son pequeños y en pocos meses tendremos libros al respecto.

De hecho, a todos los habitantes del reino de las hadas les llaman "La gente pequeña", ¿no? Pues nada, no faltará el que diga que el Homo floresiensis "demuestra" (a saber cómo) que existe "la gente pequeña".

Reinventemos la hadología.

Claro, hay que buscar en la "literatura" seudocientífica a ver cuándo y dónde dicen que en la isla de Flores hay homínidos de un metro de alto capaces de hacer herramientas.

Y veremos que no lo dicen en ningún lado.

Ningún "investigador" de lo paranormal, ningún "criptozoólogo", ningún egregio ejemplo de rusticidad interesada, previó ni pudo haber previsto este descubrimiento de la paleoantropología.

Pero los Homo pazguatensis explotarán al pobre Homo floresiensis, oh hermanitos, vaya si lo explotarán.