agosto 10, 2011

Bombas contra la ciencia

La lucha del fanatismo contra el conocimiento, la ciencia, la inteligencia y la racionalidad no se circunscribe a la palabra. Como en el caso de Ted Kazcinsky (el Unabomber), los ecoterroristas europeos y estadounidenses y otros grupos, emplean la violencia asesina. El ejemplo más reciente ha sido el envío de un paquete bomba el 9 de agosto a un profesor de la Escuela de Graduados en Ingeniería y Ciencia del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, que ha herido a su destinatario y al director de la escuela.

En un México convulso por el narcotráfico y la "guerra al narcotráfico" que está perdiendo el espurio presidente Calderón y pagando su derrota con la vida de decenas de miles de civiles inocentes, un paquete bomba parecería un flashback terrible a los tiempos de iluminados como la Facción del Ejército Rojo en Alemania, la ETA más cobarde e irracional u otros grupos de asesinos con coartada política.

Ahora la coartada es la anticiencia, la idea plenamente autoritaria de que el conocimiento se puede suprimir aterrorizando –o matando– a los que lo generan o estudian. Es la conclusión del prohibicionismo que promueven diversos grupos como solución a lo que consideran graves problemas, una forma de represión extrema.

El "Manifiesto" lanzado por el grupo autonombrado "Individualidades Tendiendo a lo Salvaje" como llamamiento de "liberación de la Tierra" (también reproducido aquí) es una colección de delirios que parece beber en las más distintas fuentes, desde la conspiranoia patológica de negociantes del miedo como Rafapal, Daniel Estulín y Manuel Celades (y sus líderes angloparlantes como David Icke o Alex Johnson) hasta los posicionamientos más radicales de los animalistas, los ecologistas extremos, las viejas teorías de la violencia de la izquierda sesentera y el jipismo sanguinario de Charles Manson. Todo mezclado con la absoluta falta de rigor propia de estos enfoques, pero eso sí, cuidadosísimamente adherido a la correción política del lenguaje que gusta a quienes confunden el género gramatical con algo sexual.

No sé si el manifiesto permanecerá en ese sitio mucho tiempo. Por si no, reproduzco algunos fragmentos para la reflexión.

Lxs cientificxs dicen que crean nanotubos de carbono por ejemplo, para hacerle la vida mas cómoda a la humanidad, pero la verdadera razón por la que la mayoría ellxs(f) hacen esto, es porque sienten un fuerte compromiso emocional con la rama en la que se desarrollan, es decir, no lo hacen para que la humanidad viva “mejor” como siempre lo han manifestado, sino por una vaga realización personal y psicológica, así que, con esto, llegamos a una conclusión rápida e irrefutable, la mayoría de lxs cientificxs basan sus investigaciones en sus retorcidas necesidades psicológicas, en sus actividades sustitutorias.
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La creación de nanorobots o nanociborgsestá a la orden del día. No solo para destruir sus enemigxs programando éstos para que cuando estén dentro del cuerpo de algún contrincante humano (o no) se programen y se autodestruyan dentro del cerebro (o en cualquier otro órgano), sino para evitar ataques con armas biológicas, explosivas, químicas, nucleares y radiactivas y también para que el equipamiento militar sea mucho mas ligero y por supuesto, entre otras cosas.
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Las empresas como el estado mexicano de la mano de la inversión extranjera, son las que impulsan a la domesticación de la Naturaleza Humana Salvaje y que empujan a la destrucción de la Naturaleza Salvaje como tal, obedeciendo sumisamente, la enferma idea del progreso de la Civilización.
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Vivimos en la era digital, el sistema siempre ésta en constante dinamismo y no se ha quedado en que todo el mundo se enajene por la televisión o los vicios que contrae la vida civilizada, sino que además, ha compuesto una red computacional gigantesca para la súperproducción diaria de más autómatas que le sirvan ciegamente para mantener el orden predominante.
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El artefacto estaba destinado al coordinador del mencionado arriba, CEDETEC, al Dr. Armando Herrera Corral, pero parece ser que de este atentado hemos afectado a dos tecnonerds de un solo tiro, pues el Director del Doctorado en Ciencias de la Ingenieríay especialista en construcción de robots, Alejandro Aceves López, quedo también herido a causa de la explosión de nuestro paquete-bomba que además, dejo daños materiales dentro de uno de los edificios internos del Tec.
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Si nos catalogan como terroristas, están en lo cierto, pues nuestro objetivo es mutilar e incluso matar a estos cientificxs, investigadorxs, catedraticxs y demás escoria que están reduciendo a la Tierra en mero desperdicio urbanizado.
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La Naturaleza es el bien, la Civilización es el mal...

Solidaridad y cariño con las víctimas de estos hijos del new age, la ignorancia organizada, el odio disfrazado de amor a la naturaleza y el miedo convertido en negocio de unos vivos sin escrúpulos.

agosto 08, 2011

¿Alguna vez tuve creencias religiosas?

Entre otras formas de interacción por Internet, tengo una cuenta de Formspring donde cualquiera puede preguntarme lo que quiera, y donde respondo, por supuesto, lo que yo quiero (puede usted verla y hacer preguntas, si quiere, aquí, aunque no me comprometo a responder todo, obviamente).

Una pregunta que me han hecho hoy me evocó una respuesta tremendamente larga que quiero compartir con quienes no leen mi Formspring.

La pregunta (anónima, por cierto) era: "¿Alguna vez tuviste creencias religiosas?"

Mi respuesta:

Ya lo he relatado: no. Nunca. De niño vivía frente a una iglesia, y teniendo una madre y una familia extendida fervorosísimamente católicas hasta rozar el fanatismo, era obvio que yo quería ser parte de eso. Me cruzaba la calle y me metía al moderno edificio (allí sigue) y veía que la gente hablaba con los muñecos de yeso y madera y parecía que se lo pasaba bien, se mecían, cerraban los ojos, murmuraban plegarias, se arrobaban, salían de confesarse con la convicción de que si en ese momento les caía un meteorito irían directo al cielo, en fin... que habría sido genial creer. Y yo cerraba los ojos y le hablaba a dios y me sentía infantilmente imbécil porque todo el asunto parecía ridículo. Quería creer, pero no podía. ¿Cómo los monigotes de yeso y madera eran tan poderosos y a mi alrededor el mundo era tan tremendamente mejorable? De cuando en cuando, si uno se despertaba temprano, podía ver despegues de cohetes espaciales desde Cabo Cañaveral (si yo tenía 7 años estamos hablando de cápsulas Mercury), y si se quedaba despierto hasta tarde podía ver Twilight Zone, Outer Limits y One Step Beyond (o sea, La dimensión desconocida y Rumbo a lo desconocido y Un paso al más allá). Sonaban más emocionantes que lo que me contaban en la iglesia, y la misa en latín era más aburrida que lamer una sandía.

Mi madre se acercó al Opus Dei, asunto de gente de plata que nosotros no éramos, gracias a una gran amiga suya que además era medio prestanombres de la iglesia (aún estaban vigentes las leyes de Reforma que destruyó Salinas), y allá me ves en las casas del Opus, haciendo excursionismo a Pico de Águila con el Opus, rezando el Angelus y tal, y escuchando por las tardes historias de horror pío destinadas a instaurar en nosotros, sobre todo, el miedo a su dios y sobre todo el miedo a no creer en él. Y a mí me seguía sonando todo a cuento, no le veía lógica. Y afuera había cápsulas Gemini, e historias sobre misterios espaciales y relatos de dinosaurios y Star Trek...

Llegó mi primera comunión de suerte (a los 12 años o así) porque los cuentos de las monjas en el catecismo eran todavía más fantásticos que los de Edgar Allan Poe que yo ya leía y me costaba no hacerles preguntas que, ya lo sabía entonces, me iban a ganar pocos concursos de popularidad. Seguía queriendo creer para sentirme más cerca de mi madre y mi familia, pero siempre una vocecita dentro de mí decía que todas esas historias eran indistinguibles de las de Walt Disney y que mi familia se engañaba cuando depositaba sus esperanzas en esos muñecos yacentes de Ecce Homos sangrantes, exhibidos en cajas de cristal, como esperando que llegara el CSI. Luego estaban los amigos judíos de las escuelas de ricos donde el tesón de mi madre me puso a estudiar, siempre en calidad del pobre del grupo, que tampoco parecían tener una relación muy sana con la realidad por cuanto a la religión, especialmente los más ortodoxos, cuyos padres se construían una choza en sus lujosos jardines para pasar como parias la Pascua y consideraban que había comida impura no por cosas de enfermedad, sino por no ser preparada según un ritual determinado. Todo me sonaba muy raro. Y por allí el token musulmán o protestante, claro.

Pasado por mis primeras vivencias políticas (el 68 de refilón a los 13 años) y debates que exigían razonar, pasando la secundaria con profesores magníficos como Serralde, el abogado indígena que nos daba civismo y nos agitaba con ideas de justicia, Güicho, el de biología que se mataba porque entendiéramos que esto de la vida era un asunto asombroso o el profe Francisco Souza, que nos enseñó tres cursos de física en un año, más la lectura de montones de libros que en mi familia se consideraban una forma de "tirar el dinero", entre ellos La Biblia, a los 16 años corté de plano con una iglesia que no me había convencido nunca. La desazón entre mi familia fue tan terrible que creo que continúa, pero debo reconocer que nunca me sentí parte de ellos, y ellos, recíprocamente, tampoco me vieron nunca con buenos ojos, entre otras cosas, de manera muy relevante, porque nunca me tomé en serio su religión.