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El nuevo oscurantismo que disfrutamos en este planeta encuentra su coartada filosófica en las teorías de la posmodernidad, que parten de supuestos tan patentemente irracionales como que el conocimiento científico es equiparable a cualquier superstición, y que las creencias más primitivas en nada se diferencian de la cirugía de alta tecnología o la física de partículas.
Por supuesto, los filósofos de banqueta que promueven tales tonterías no van, cuando se enferman, al médico brujo más a mano. Nomás les duele algo y la filosofía sale por la ventana mientras llaman, por supuesto, a un médico de verdad.
Sin embargo, las doctrinas antiintelectuales de estos vivarachos encuentran eco entre muchas personas que no tienen acceso a los beneficios de la tecnología y de la modernidad, y que se conforman coin su suerte gracias a esta filosofía impostora que pregona que al fin y al cabo es lo mismo ser precarista en Tlaxcala que Bill Gates.
Los filósofos posmodernistas le dan a los jodidos de la tierra una especie de consuelo barato, y aprovechan para decir tonterías sobre la física, la biología o la neurofisiología sin tener que pasar por la atroz penuria de estudiar y comprender estas disciplinas.
Un resultado de esta forma de pensamiento engañoso y pernicioso es la discusión que se ha dejado escuchar desde distintos puntos del planeta oponiéndose (por las razones incorrectas) a la propuesta de George Bush de hacer un esfuerzo por colonizar Marte.
Lo más curioso es que estas mismas personas no gritan porque el presidente Bush gasta en tener verdaderos arsenales de armas de destrucción masiva, los mayores del planeta, o que gasta en invadir a un país al otro lado del planeta por razones puramente económicas, o que subsidie a campesinos estadounidenses para que no planten sus campos o para que tiren el producto y así eviten que baje el precio. No gritan por el hambre que recorre el mundo, no gritan por los vestidos caros de las primeras damas, pero cuando la discusión pasa por enviar una misión tripulada a Marte, eso sí que lo consideran un desperdicio.
La crisis de la educación a nivel casi mundial se refleja, claramente, en el creciente desconocimiento que tiene la mayoría población acerca de algunos temas que merecerían sin duda su atención, por ejemplo: para qué sirve la ciencia, qué es la investigación pura o aplicada, y por qué es importante incluso desde el punto de vista económico; cuáles son las perversiones del capitalismo cavernario que se ha impuesto en el último cuarto de siglo, qué opciones hay a él, pero, sobre todo, cómo se debe ejercer el pensamiento crítico para enfrentar los peligros de la modorra universal, del desamparo individual y social, de los cuentos que nos cuentan.
Las escuelas escupen a la calle, año con año, millones de ignorantes por cuanto se refiere a la ciencia, millones de personas que no tienen una idea de qué pasa en un laboratorio, millones de personas a las que se les da cero preparación para defenderse de las hordas de sinvergüenzas que se lanzarán sobre ellos, su dinero, sus posesiones, su admiración, su sexualidad y su fe.
Para explicar, por ejemplo, que las computadoras personales no hubieran llegado en 1975 a los consumidores sin los avances de la microminiaturización que se hicieron mediante la investigación con objeto de poner a un hombre en la Luna, se necesita tiempo y una base sólida que las escuelas no suelen aportar.
Igualmente, esa microminiaturización y el uso de materiales novedosos (fibras de carbono, cerámicas térmicas, aleaciones ligeras y ultrarresistentes) son los responsables de que haya prótesis cada vez mejores y marcapasos baratos y de fácil instalación en los pechos de millones de personas, por mencionar algunos pocos aspectos beneficiosos de los programas espaciales.
Contar los beneficios que tuvo la carrera espacial es asunto de largo tiempo. Y más lo es comprender que las divagaciones teóricas más impenetrables con el tiempo siempre se han visto traducidas en investigación aplicada que beneficia a parte de la humanidad (y que, si no beneficia a toda la humanidad, es porque hay culpables que se pueden y deben señalar).
Las escuelas no tienen tiempo para eso.
Se ocupan cada día más, en América Latina, en Europa, en Estados Unidos, de crear trabajadores obedientes que se muevan en los estrechos límites del más craso comercialismo, convirtiendo en única verdad el dicho cínico de "tanto tienes, tanto vales".
Un impulso por enviar una tripulación humana a Marte seguramente se convertiría, a no tan largo plazo, en otra serie de beneficios para muchísimas personas, cosa que no se puede decir de las guerras de rapiña que hoy se emprenden con toda frescura.
De entre las cosas en las que las sociedades no deben ahorrar es, precisamente en la investigación científica. Pero es de las primeras víctimas de la furia privatizadora de los gobiernos entrenados en los Estados Unidos (aunque en ese país, obviamente, sí se sigue promoviendo la investigación, porque da las patentes que son la sangre de la economía del siglo XXI).
¿Cuál sería una buena razón para oponerse al proyecto de Bush? Principalmente que lo plantea como una tarea nacional que tiene por objeto que los Estados Unidos se apropien de Marte. El presidente de los Estados Unidos no sabe, seguramente, que hay una pila de tratados internacionales, firmados por su país, que establecen que ningún país puede reclamar soberanía sobre ningún "cuerpo celeste" existente en todo el universo.
Creemos que saber esto enfriaría el entusiasmo de Bush.
Sin embargo, mucho mejor sería que se levantaran las voces de millones pidiendo esa misión a Marte desarrollada a nivel internacional y pidiendo más investigación científica y menos hambre, menos injusticia y menos atrocidades en las que el hombre desperdicia su esfuerzo, su capacidad y sus recursos.
Cosa que, por otro lado, no le conviene a nadie en el poder. Prefieren seguir sacando de las escuelas gente que aplaudirá y dará dinero a astrólogos, publicistas, psíquicos, médiums, mercadotécnicos, videntes y demás fauna parásita, sin poder siquiera criticar la realidad a su alrededor.
Víctimas contentas... ¿será ésa la primera gran aportación del Siglo XXI a la historia humana?