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marzo 27, 2004

El castillo de los dementes ociosos 2: concurso de payasadas

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Ante la indiferencia de un público que, en un alarde de inteligencia sumamente interesante, no le encuentra el chiste al programilla de "El castillo de las mentes prodigiosas", los diez caraduras que allí habitan se han empeñado en un concurso por decir babosadas que hagan a alguien suponer que realmente los allí presentes tienen algún poder de algún tipo (además, se entiende, del poder de separar a almas cándidas de su honradamente ganado dinero).

El concurso de estupideces no podía ser más revelador de la baja estofa de los participantes.

Paco Porras, el "charlatán-esperpento" menor, inició las hostilidades diciendo que si no le daba el sol se iba a convertir en vampiro, mayúscula sandez que los otros nueve vividores tragaron sin soltar la carcajada. Como veía que eso le atraía la atención, el tal Porras empezó a decir que el techo se había caído sobre los invitados no debido a que el escayolista o yesero era un chapuzas que no dominaba su oficio, sino porque alguien era "gafe".

El mito primitivo del "gafe" es como el del "mal de ojo" producto de la ignorancia mezclada con el miedo, combinación altamente explosiva. En resumen, la idea es que una persona "atrae la mala suerte" y mediante esa horrible característica perjudica a los que la rodean, con lo que se le aísla socialmente.

Tal bobería podía afectarlo a uno tremendamente en su vida social en otros tiempos, cuando se creía ampliamente en tales supersticiones, se quemaban herejes y se pensaba que la Tierra era el centro del universo.

Sin haberse enterado de que el planeta no es plano y llano, sino esferoidal, el equipo de rancios obsoletos estuvo de acuerdo. El Paco dijo primero (porque es vidente) que el gafe era hombre y no era español, pero más tarde decidió que la impresentable española Josefina Valero, que vive de parasitar la memoria de Diana de Gales, le caía mal y, olvidándose de su tronante predicción previa, la declaró gafe, con lo cual los demás le retiraron el saludo.

Claro que eso no se podía quedar así. Leevon "Kennedy", la asombrosa mujer de plástico, dijo que había sido ella y no ningún gafe el que había tirado el techo. Su potencia psicokinética se vio desatada por la envidia que le tiene "un estafador" al que identifica como el "Conde Luconi". Desde sus ya muchos años de experiencia, la supuesta hija de John F. Kennedy y Marilyn Monroe acusó al tal "Conde Luconi" de no serlo (¡sorpresa generalizada!, ¡ayes de asombro del público!, ¡qué increíble que un chupapitos de tercera que vive de desangrar ingenuos no sea conde!) y aprovechó para acusarlo de ser un argentino dedicado a dar "golpes" (se entiende que delictivos, no de boxeo) en los años 80 en su país natal (país que a sus muchos sufrimientos ahora tiene que agregar el de ser la cuna tanto de la tal Leevon, que según nuestros cálculos se llama Emerenciana y su padre, antes que presidente de los Estados Unidos, debe haber sido parte del malevaje porteño, como ahora del "Conde" Luconi).

Hecha esta parte de la crónica, uno se detiene y relee lo escrito. ¡Cuántas estupideces! ¿Es que en serio hay personas de verdad, de carne y hueso, que parecen normales y que acudan a estos personajes para que les resuelvan "sus problemas" cuando éstos miserables no pueden resolver ni la tabla de multiplicar del 7? ¿Quién, se pregunta uno asombrado, y a causa de qué defecto pavoroso en los sistemas educativos de todo el planeta, puede acercarse sinceramente a un mamarracho como Porras, a una simuladora como la Leevon o a cualquiera de esa colección de adefesios y confiarle su salud, sus cuitas amorosas, sus angustias personales? ¿Qué errores se encuentran en las bases mismas de las sociedades humanas del siglo XXI como para que estos bastos esquilmadores tengan a su disposición suficientes clientes qué desplumar para darse la gran vida pese al avance del conocimiento y de la democracia?

Quizá este desfiguro es un aviso de que debemos prestar atención más cuidadosa a los elementos que conforman nuestros cimientos como civilización...

... o quizá simplemente sea y deba ser motivo de burla y chascarrillo porque tomarse en serio a estos impertinentes es quizá una impertinencia en sí mismo.

Allá se van los diez dementes, allá siguen, discutiendo si los espíritus comen y hablan o no, o si la bruja Lola tiene caído el culo (tema apasionante que pone en su justa dimensión lo prodigioso que es que a lo que dormita en el interior de los cráneos de esta manada de esperpentos se le pueda llamar "mente").

Es la televisión del siglo veintiuno, son los líderes espirituales de cientos de desesperados que no encuentran en los cauces normales de la convivencia el aliento necesario para entender su mundo y vivir de la mejor manera posible.

Porque, y esto es lo más angustioso, esta banda de espantajos saldrá del supuesto castillo para encontrarse con una larga fila de víctimas dispuestas, asombradas porque no sólo éstos hablan de espíritus, poderes, telekinesis, predicciones y mamadas similares, sino que además salieron en la tele, y por tanto son merecedores de admiración, respeto, entrega de billetes y virginidades (o no tanto), confianza absoluta y amor discreto y reverencial.

Eso sí escalofría y mata el buen humor. Sí, son unos perfectos descerebrados, unos descarados sin valores ni redención, pero son sin duda alguna triunfadores según las reglas que se le han impuesto al mundo. Como Bill Gates o George Bush. Quizá habría que invitar a estos dos personajes a completar la docena mágica o trágica de mentecatos perjudiciales del "castillo" de las "mentes" "prodigiosas".