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agosto 01, 2004

Druideando

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La exaltación de la cultura celta está muy bien.

No podría yo decir otra cosa considerando que mi rubicundo abuelo Fernando, nacido en Palacio de Ardisana, simpático pueblecito de Llanes, Asturias, algo debe haber tenido de celta.

Lo de la gaita está fantástico. La gaita me gusta un montón, especialmente la de un solo bordón o roncón, como la asturiana (las escocesas, de tres roncones, como que no acaban de ganarse el aprecio de mi tímpano). Y los experimentos modernos con la gaita, como los de Hevia y su gaita electrónica o el rock celta, me resultan sumamente agradables.

En general, la recuperación de lo mejor de todas las culturas originarias me parece siempre enriquecedora. Cuando una cultura o una lengua desaparecen, todos los humanos perdemos. Exalto el valor de las danzas aztecas, la música andina, el didjeridoo aborigen australiano, las artesanías de Moravia, los poemas sufís, la cocina tailandesa... todo eso que nos demuestra que somos multiculturales, que todos tenemos varias raíces, que la humanidad es un tapiz multicolor y que el racismo, la discriminación cultural y las persecuciones étnicas son una soberana imbecilidad propia de fanáticos descerebrados, y que por tanto deben combatirse con información y enseñanza de la tolerancia.

Parafraseando la "Meditación XVII" de John Donne: ninguna cultura es una isla, y la muerte de cualquiera de ellas me disminuye.

Pero cuando llega alguien y me dice que es "druida de nacimiento" sí me veo obligado a frenar en seco y decir, de manera comedida y meditada: "No seas payaso".

A tenor de la recuperación de muchas tradiciones valiosas en todo el mundo gracias a la naciente conciencia de nuestra multiculturalidad (que tanto jode a los ultranacionalistas y racistas varios), se han multiplicado como los hongos después de la lluvia los muchachos vivarachos que aseguran ser médicos brujos, sacerdotes de religiones antiquísimas de las que no se sabe nada, depositarios de "conocimientos milenarios" y otras burradas de alto octanaje.

Pero el que todas las culturas sean importantes y contengan cosas valiosas para todos, una herencia común, no significa en modo alguno que absolutamente todas las expresiones de esas culturas merezcan ser celebradas en trance y aplaudidas como si fuéramos focas amaestradas.

El pasado nos lega sabiduría, sí, pero también pendejadas mil, barbajanadas sin fin, crueldad, ignorancia, miedos tontos y creencias que hoy sabemos que son falsas.

El lamentable lugar de la mujer en prácticamente todas las sociedades, la esclavitud, el derecho babilónico del ojo por ojo, los juicios por ordalía, la suciedad y la enfermedad, la elevada mortalidad infantil, la persecución de herejes o infieles, los cinturones de castidad, las guerras religiosas, las órdenes nobiliarias, la intolerancia organizada, la ignorancia supina, la persecución del conocimiento, los odios tribales y muchas otras barbaridades colosales son también parte de muchas culturas y no suena razonable que en aras de ser "tradicionales" y "folclóricos" debamos recuperarlas y ponerlas en práctica para sentir que estamos a tono con Gaia o que somos bien progres en el sentido más inadecuado de la palabra (es decir, regres).

Todas las culturas, al evolucionar, dejan atrás algunos de sus aspectos positivos junto con los negativos, y por tanto es necesario usar el criterio, la inteligencia y una visión de avanzada para seleccionar qué se debe recuperar (o impedir que desaparezca) y qué sólo se debe recordar como un error de los tiempos y cuyo lugar es el basurero de la historia.

Pero ahí sí que la jodimos, porque hablar de criterio, inteligencia y visión de avanzada cuando se trata con coprolitos parlantes es como hablar de la sensibilidad poética de los caracoles de panteón.

Y entonces aparecen megatontos que dicen "soy druida", que hacen "rituales druídicos", que celebran "bodas druídicas" y que, peroporsupuesto, han inventado "iglesias druídicas", mismas que se dedican a pelearse entre sí a ver quién es más druida que el otro.

La realidad es que de los druidas verdaderos, los sacerdotes celtas, se sabe bien poco. Plinio el Viejo los menciona, abundando en su relación con los robles; Julio César, en su relación de la masacre de la cultura celta, nos da la descripción más amplia y conocida de los druidas, que junto con la de Plinio y la de otros escritores que se basan en obras desaparecidas, no va mucho más allá de lo que nos cuentan Uderzo y Goscinny en Las aventuras de Astérix el galo: hombres sabios con túnicas blancas cortando con hoces de oro muérdago de los sagrados robles, que eran sacerdotes y jueces, que eran respetados, que fungían de maestros y no tenían que pelear en las guerras ni pagar impuestos.

(De hecho, si nos fijamos un poco, muchos "druidas" actuales caricaturizan la caricatura de los genios franceses del cómic. Son Panorámix sin su gracia. Y sin sus poderes. Más parecidos a Asuracentúrix, también conocido como Seguroatercérix, pensaríamos, pero con peor voz.)

Los galos no dejaron historia escrita y los romanos, con su característica simpatía continental, se dedicaron a justificar las matanzas de Cayo Julio César argumentando que los celtas hacían atroces sacrificios humanos (argumento usado también para justificar la eliminación de Cartago y el fervor popular en las guerras púnicas, por cierto).

Confiar en que el enemigo de un pueblo nos dé una descripción serena, objetiva y desinteresada de las características de tal pueblo es disponer de candidez en cantidades genuinamente navegables (y ser candidato a que nos despeluque cualquier timador). Pero eso es lo que tenemos, pues, así que se nos perdonará si somos un tanto escépticos con la versión del César. Después de él, Augusto, Tiberio y Claudio se ocuparon de acabar con los druidas y todo lo céltico en el proceso de romanización de la Europa "bárbara", al que pronto siguió el proceso de cristianización.

(Por tanto, tampoco son muy de fiar los escritores del siglo VI de nuestra era y posteriores, que tratan de describir a los druidas desaparecidos siglos atrás.)

Lo demás es fantasía sin control de sujetos a los que les gusta que los llamen "archidruidas" y zarandajas por el estilo.

Estos neochapuceros del druidismo inventado aseguran que tienen "poderes" asombrosos que les vienen de muy antiguo sin ocuparse ni tantito de explicar de dónde los sacaron.

Lástima que los poderes de todos los druidas combinados no consiguieron evitar que Julio César los arrasara, los matara al mayoreo, conquistara Europa y, sobre la sangre de los celtas, construyera su autoexaltación pitorreándose de la de por sí frágil república romana.

(Esto no lo diga cerca de un neodruidoide, que pueden tratar de cortarle la nariz como si fuera un muérdago.)

Esa mascarada pastoril aburguesada que son los "druidas" del siglo XXI se repite también en los desfiguros de muchos otros "neopaganos", como la psicodisléptica religión "wicca" inventada por el británico Gerald Gardner entre 1949 y 1954 (asegurando, claro, que tenía conocimiento de una tradición oral milenaria, aunque, para sorpresa del personal, el misterio de cómo obtuvo ese conocimiento se lo llevó a la tumba) dando al mundo un batidillo entre el rosacrucianismo, la magia del gran showman Aleister Crowley y misticismo a medio cocinar de varias fuentes que trataban la "brujería" como si fuera una religión y no una práctica).

Por supuesto, todas estas religiones que impostoramente aseveran ser "herederas" de una u otra antigua creencia no hacen sino tratar de darle ropajes atractivos y respetables a sus muy modernas convicciones más o menos fanaticonas. Los neopaganos creen, como buenos verdes ultras posmodernos, que hay que "vivir en consonancia con la naturaleza" (lo cual está muy bien, siempre y cuando puedan ir en su todoterreno hasta los campos sagrados donde hacen sus desfiguros druídicos, o siempre que al tener un cálculo renal puedan correr al hospital a que los atiendan en lugar de hacerse una poción). Y entonces suponen que si los druidas adoraban al roble porque en él crecía una planta que no tocaba la tierra (el mentado muérdago) y tal cosa les parecía mágicamente maravillosa... entonces seguramente eran ecologistas modelo 2004.

Creer tal cosa es cometer uno de los más grandes pecados en el estudio de la historia y de la antropología: la proyección de nuestras propias creencias, ideas, suposiciones, conocimientos y forma de ser sobre el objeto de nuestro estudio.

Esto es una falla metodológica que han identificado claramente los verdaderos estudiosos, pero para un charlatán con tan poco seso como para poner sus propios meados en un vaso y bebérselos, es un modo de vida y una acción de profunda mala fe.

Lo cual no es nada raro cuando tratamos con imbéciles capaces de creerse una novela (como El código Da Vinci, por decir algo) y luego salir corriendo a perpetrar copiando de aquí y de allá un "diccionario esotérico" para que la gente "entienda" los "misterios revelados" de la novela, como ha hecho cierto escupemicrófonos de infame memoria.

Lo único que nos queda es desearle a los adefesios de "lo tradicional" que se vean desprovistos de agua corriente, electricidad, gafas, seguridad social, gas, televisión, Internet, radio, ropa de fábrica y otras horrendas supuraciones del mundo moderno y que se retiren a una cueva a comer bayas y a abrazar robles, con lo cual nos harán el enorme favor de dejar de estar jodiendo con cuentos sobre un pasado que nunca existió más que en sus villanas neuronas.