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febrero 28, 2005

Pero, ¿qué es eso del grial y de dónde sale?

La novela de Dan Brown El código Da Vinci ha vuelto a darle alas a los esoteristas más diversos para que pontifiquen tremendamente sobre la leyenda del grial o, como les gusta decir a ellos, el "Santo Grial".

Si usted es de los que han perdido su tiempo leyendo a personajes como Enrique de Vicente, sabrá perfectamente que el grial es la copa que usó Jesucristo en la última cena... o que es una copa en la que José de Arimatea recogió la sangre de Jesucristo durante la crucifixión... o que es las dos cosas, da igual, lo importante es que la tal reliquia tiene potentísimos poderes mágicos y el que la encuentre va que arrea camino de dominar el mundo.

Eso dicen los ocultistas, pues.

Lástima, verdaderamente, que a los evangelistas bíblicos se les haya pasado anotar el detalle ése de José de Arimatea, recogiendo la sangre de Jesucristo en una copa, escena sin duda hollywoodesca y sabrosa.

También les gusta añadir a algunos que la misteriosona palabra "grial" es una especie de contracción absurda de "sangue royale", que en francés moderno es "sangre real". Esto puede tener que ver con la copa que contuvo la sangre de Cristo o con la línea "de sangre" de los hijos y nietos de Cristo hasta nuestros días, en los que, según algún ínclito tarado de la televisión, viene resultando que Francisco Franco era descendiente directo del nazareno (las cosas que tiene que oír uno cuando ve televisión misteriológica).

Y, eso sí todos, gozan sugiriendo que al parecer los Templarios, o más bien los Pobres Caballeros del Templo de Jerusalén, una de tantas órdenes monástico-militares surgidas en tiempos de las cruzadas, encontraron el grial y lo traían de allá para acá. Otros, que evidentemente se dejan impresionar por la parafernalia nazi y que son capaces de creer que un dictador sanguinario es descendiente de Jesucristo, llegan a decir que las SS nazis también encontraron el grial y por ahí lo dejaron guardadito.

Lo que se les olvida decir es que si tal fue el caso la magia del grial vale para puras vergüenzas, porque ni a los templarios ni a los SS nazis les fue nada bien con tal tesoro.

Los templarios, a partir de su fundación como "pobres caballeros" en 1096, en la primera cruzada, pasaron a convertirse en poco tiempo en una organización que disponía de enorme riqueza y el favor del Papa. Tal riqueza y poder provocaron envidias crecientes, hasta que en 1307 el rey Felipe IV de Francia arrestó a todos, les aplicó horrendas torturas y los hizo confesar todo tipo de atrocidades heréticas. Felipe IV no se andaba con chiquitas, considerando que acusó también de horrendas herejías al Papa Bonifacio VIII. El caso es que después del arresto masivo de templarios en Francia, El Papa Clemente V, que al principio defendió a los templarios, se vio convencido por las confesiones y procedió a eliminar la orden entre 1308 y 1311. La riqueza de los templarios se la dividieron encantadas de la vida otras órdenes monástico-militares como los Hospitalarios y hasta allí quedó la cosa hasta que los ocultistas empezaron a tejer fantasías sobre el tema ya bien entrado el siglo XIX.

De los SS ni hablamos. Creer que tal tropa de salvajes comandados por un orate como Himmler estaban bajo la protección de la magia hematológica de Jesucristo es verdaderamente idiota y sólo habla de la vena fascista de no pocos esoteristas y grialólogos.

¿Y el grial?


Bueno, el grial en sí es un invento de un escritor de bestsellers.

No, no de Dan Brown, claro, sino de Chrétien de Troyes, un brillante francés del siglo XII, contador de historias de caballería que en gran medida puso las bases de las leyendas arturianas. Es autor de cuatro libros completos, entre ellos El caballero del león y El caballero de la carreta. En estos romances en verso, pone en el papel las historias de caballeros como Yvain (Gawain) o Lancelot (Lanzarote) que luego tendrían protagonismo en la leyenda arturiana. Hacia el final de su vida, alrededor de 1175, escribe Le Roman de Perceval ou le Conte du Graal (El romance de Perceval o el cuento del grial). La obra quedó inconclusa pues Chrétien falleció cuando llevaba 9000 líneas y cuatro autores trataron de terminarla (la edición de la Biblioteca Medieval Siruela El Cuento del grial de Chrétien de Troyes y sus Continuaciones incluye las cuatro, y es buenísimo). Por supuesto, el libro de Chrétien fue el que usó Wolfram von Eschenbach años después para componer su Parzival.

La historia de Chrétien tiene su origen, al parecer, en el relato celta de Peredur, el hijo de Evrawc. Las similitudes entre las historias son notables, pero no nos vamos a meter en los detalles de la historia, que es la de un joven que decide hacerse caballero y vive aventuras varias, sino solamente en el capítulo donde Chrétien inventa el grial.

En una de sus correrías, Perceval llega a la corte del Rey Pescador. Mientras cena, ve que pasa un paje con una lanza blanca con una gota de sangre que baja de la punta hasta la mano del paje, y luego dos pajes con dos candelabros de al menos diez brazos cada uno y, por supuesto (copio de la edición de Siruela arriba indicada):

Una doncella, hermosa, gentil y bien ataviada, que venía con los pajes, sostenía entre las dos manos un grial. Cuando allí hubo entrado con el grial que llevaba, se hizo una claridad tan grande, que las candelas perdieron su brillo, como les ocurre a las estrellas cuando sale el sol, o la luna. Después de ésta vino otra que llevaba un plato de plata. El grial, que iba delante, era de fino oro puro, en el grial había piedras preciosas de diferentes clases, de las más ricas y de las más caras que haya en mar y tierra; las del grial, sin duda superaban a todas las demás piedras.

Punto. Finis. Nada más.

El grial pasa un par de veces más ante Perceval sin que Chrétien considere oportuno darnos más datos sobre él, sobre todo porque el verdadero problema (lo que le traerá toda suerte de contratiempos al joven e ingenuo caballero en las páginas subsiguientes) no es el grial en sí, sino el no haber preguntado a quién se sirve con el grial. No sabe (ni tiene por qué saber, por cierto) que debe preguntar a quién se servía con el grial, y lógicamente no pregunta para no parecer zafio e ingenuo, lo cual resulta una involuntaria metida de pata monumental.

¿Existía una escena parecida en la historia de Peredur? Sí, pero en ella no hay grial. Durante la cena pasan dos jóvenes con una lanza gigantesca con tres regatos de sangre que caen de la punta al suelo, y luego dos doncellas con una gran bandeja entre ellas, en la cual había la cabeza de un hombre, rodeada de gran profusión de sangre. Si bien esto podría ser reminiscente de la historia de Juan Bautista y Salomé, no tiene nada que ver con el grial de Chrétien. El grial que usa Von Eschenbach, por su parte, es una piedra que alimenta.

O sea, que el inventor del grial como tal es Chrétien de Troyes. Y la descripción sinceramente no parece la de una copa, porque suena raro que la doncella la lleve con las dos manos, además de que en una copa no caben tantas piedras preciosas ni se ven con tanta claridad como para justificar el asombro de Perceval. Lo que hace que la mayoría de los estudiosos serios consideren que el "graal" de Chrétien es un "gradale" romano, una bandeja grande (y lo de la "sangue royale" viene quedando en el reino de la etimología ficción a contentillo del buhonero de misterios).

Ni copa ni cosa parecida, pues.

Al menos hasta que apareció Robert de Boron.

Paréntesis medieval


No es fácil imaginar la visión religiosa de la cristiandad del medioevo. La religión lo era todo, todo el tiempo, todo el día, todos los días, en todos los actos públicos y privados. Este hecho, esta presencia religiosa que todo lo impregna, se daba en un ambiente de superstición sin límites. ¿Qué tanto fanatismo se necesita para organizar una cruzada con entre 15 mil y 30 mil niños, todos menores de 12 años, para recuperar Jerusalén?

El medievo era el paraíso de los charlatanes, un lugar donde cualquiera de los "investigadores" que hoy pululan en los medios habrían florecido como hongos después de la lluvia, porque los productos más exitosos del medievo eran, precisamente, las reliquias, es decir, objetos o trozos de personas que, por su estrecha asociación con algún personaje de la cristiandad, se consideraban plenos de poderes mágicos, capaces de obrar milagros.

Las reliquias que rodaban por la Europa medieval eran verdaderamente un desafío a la capacidad de creer en lo que sea. En distintos templos, y llegadas por los caminos más raros, frecuentemente de la mano de algún antecesor de los paranormalólogos del siglo XXI, se podían contemplar unas gotas de leche de la virgen María, dientes de Cristo, pelo de Cristo, sangre de Cristo, astillas de la cruz (tantas, según algunos historiadores, que daban para fabricar varias cruces), trozos de los pañales de Cristo... ¡uf! Los monjes de Charrox incluso exhibían orgullosísimos el prepucio de Cristo. Lo más interesante es que la iglesia de Joannes Lateranensis en Roma también tenía el prepucio de Cristo. Y en el siglo XI había al menos tres cabezas de Juan Bautista rodando por ahí.

(Esto me recuerda una historia que no viene al caso, pero va: es sabido que la tumba del revolucionario mexicano Pancho Villa fue profanada y su cabeza robada, sin que haya aparecido a la fecha, aunque se sospecha que el profanador fue el coronel Francisco Durazo. El caso es que hubo vivos que vendieron varias veces la cabeza de Pancho Villa. Se cuenta que una vez uno de estos santos patrones de los investigadores de lo paranormal fue a ofrecerle la cabeza de Villa a un personaje político, y éste le respondió muy ofendido: "¡Qué me va a vender usted la cabeza de Villa, si yo la tengo, la compré el año pasado". A lo cual, el timador respondió usando esa agilidad mental que distingue al verdadero embustero: "Sï, jefe, pero ésta es de cuando Villa era niño".)

Vuelvo al medievo dejándole un saludo a mi general Villa.

Obviamente, la acumulación de reliquias por sí misma no servía para nada. Pero la posesión de una reliquia "interesante" por parte de un templo o monasterio, especialmente una reliquia que "hiciera milagros", era ante todo (y como hasta hoy) un negociazo. La llegada de fieles prestos a dar limosna hacían que una iglesia sin reliquia estuviera condenada a medrar en la pobreza mientras veía cómo sus vecinos se hacían ricos y famosos con una falange de San Judas Tadeo, una pluma del ala izquierda del arcángel Gabriel o la cabeza de Santa Anna, máxime si por las buenas o por las malas habían convencido a un par de aldeanos para que dijeran que la reliquia les había curado una pústula o cosa similar.

No por nada, en ese siglo XI las capillas privadas del Papa en Roma tenían el cordón umbilical y, ya dijimos, el prepucio de Cristo, un trozo de la cruz, las cabezas de San Pedro y San Pablo, el Arca de la alianza, las Tablas de Moisés, el cayado de Aarón, una urna de oro llena de maná, la túnica de la Virgen, varios elementos del fondo de armario de Juan Bautista, las cinco hogazas y los dos peces que multiplicó Cristo para alimentar a cinco mil el día del Sermón de la Montaña y la mesa usada en la última cena.

Ahora, entiéndase que no habiendo médicos, ni una comprensión siquiera de las dimensiones del tiempo que separaba a la gente del siglo XI de los tiempos bíblicos, no habiendo derecho a dudar o preguntar (so pena de ser considerado hereje, muy mala cosa, como descubrieron los Templarios), no habiendo libre debate, comunicaciones ni nada que no fuera sobarse el lomo de sol a sol y a misa los domingos, el ciudadano común y corriente (o, para ser precisos, el siervo feudal común y corriente) no tenía de otra que ponerse en las manos de los monjes y sus reliquias.

Y, por cierto... ¿no es curioso que, precisamente, los esotéricos de hoy sigan vendiéndonos el cuento de dos reliquias medievales que gozan de tanta credibilidad como las tres cabezas de Juan Bautista, a saber, la Sábana de Turín y el grial?

En ese mundo de misterios y temor, la diferencia entre lo real y lo imaginario tampoco era tan clara.

Robert de Boron


En la última década del siglo XII o la primera del XIII, Robert de Boron escribió el romance Joseph d'Arimathie, otra historia imaginaria de caballerías basada en el Perceval de Chrétien (ya hablamos aquí de cómo los mercachifles de lo esotérico confunden la fantasía con la realidad, precisamente al hablar del libro de Dan Brown y los que se subiern al tren para cobrar).

La aportación de Boron a la narración de Perceval fue, precisamente, imaginar que el grial era la copa de la última cena, llevada por José de Arimatea de Tierra Santa a Gran Bretaña. Era otra vuelta de tuerca como la que había dado Von Eschenbach, en el proceso de apropiarse de la historia de Perceval.

Hasta ese punto de la historia, mil y tantos años después del inicio de la era cristiana, no existía ni un solo dato, ni una sola referencia histórica, ni una prueba siquiera de que el grial fuera otra cosa que una metáfora que se convirtió en mito para insertarse en el mundo mágico de la edad media. Todo lo cual es extraordinariamente interesante, pero en modo alguno es testimonio de hechos reales. Psicología, sociología, historia de la literatura, visión del mundo de una época y una región del mundo, todo eso es el grial.

Las ganas de hacer real el cuento vinieron mucho después... y de todos modos no cuentan con ningún dato, ni una sola referencia histórica, ni una prueba de la existencia real del grial.

Lo que ciertamente no es es algo como lo que se describe en el siguiente trozo de oratez: ... el Grial fue el recipiente utilizado por Cristo durante la Última Cena, tallado, tal como lo refiere la tradición griálica, sobre una esmeralda que se desprendió de la corona que portaba Lucifer sobre la frente y que se desprendió en el momento de su caída a los Infiernos, al ser derrotado por el arcángel Miguel. Resulta significativo que antes de su caída, según la Kabala, Lucifer era el ángel de Kether, la corona, la primera de la séfiras, cuyo nombre hebreo sería Ha-Kathriel y su valor numérico 666.

Vaya, mayor colección de majaderías en tan breve espacio sólo puede encontrarse en las páginas de publicaciones como Más allá (de la razón) de donde extrajimos este parrafillo.

Otro ejemplo de los caminos de la tontería de alto octanaje lo encontramos en la siguiente consideración de Ángel Almazán de Gracia, uno de tantos que ordeñan el grial: Es uno de los grandes símbolos centrales de la Tradición Primordial, de ahí que esté presente en muchísimas tradiciones secundarias y religiones. Ya en los Vedas, que son los textos más antiguos que se conservan de los pueblos indoeuropeos, aparece como "bebida de la inmortalidad" que sirve para trascender el estado humano y aproximarse al de los dioses.

Note el lector cómo ahora no sólo existe una "Tradición Primordial" (de la que al parecer sólo tiene noticias este personaje), sino que va y encuentra al grial del medievo cristiano en los Vedas de la India, pero ya no como piedra, plato de oro o copa hecha de la esmeralda de la corona de Lucifer (es que hay que rejoderse), sino ¡como bebida!

Y con el grial pasa como con la Atlántida: cada autor tiene una teoría distinta de las de los demás autores (si se pusieran de acuerdo, el negocio se les iba pal carajo), cada quién interpreta al grial como le viene en gana, cada quién lo asocia con lo que se le dé la gana siguiendo el método del delirio motivado por las ganas de notoriedad y platita. Todo es cosa de escribir cualquier sarta de pendejadas, que si el grial es linterna, brocha de pintar casas, fuego o antibiótico, o ligarlo a fuerzas con los mayas, los incas, los atlantes, Lemuria, la sabiduría tibetana, las flores de Bach o las psicofonías... y decir que está en tal o cual monasterio, castillo, capilla, cueva, caverna, tumba o tumbadora en el Reino Unido, Francia, Alemania, España, Italia o Burundi. Total, da igual mientas se pueda escribir el infaltable libro...

Y dará igual mientras usted no se entere, claro, de que el grial es una creación literaria. Y buena, por cierto. Y de que vale la pena mil veces leerse antes a Chrétien de Troyes que a cualquier ocultista vivillo que se ocupa de vender, a estas alturas del siglo XXI, frasquitos conteniendo un genuino suspiro del Espíritu Santo.