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junio 19, 2007

Los caras de Bélmez: más que un berrinche

Un recorrido por el libro Los caras de Bélmez de Javier Cavanilles y Francisco Máñez, que se proponía ante todo como una lectura divertida, aparece en realidad como un cuidadoso desmontaje pieza a pieza de un mito conveniente, tarea realizada con acuciosidad, seriedad y una absoluta falta de piedad hacia los nobles sentimientos de avaricia, egotrip y autobombo de los embusteros profesionales, de modo que merece una breve reseña y una invitación a visitar su sitio Web.

Pero antes, vale la pena hacer mención de algunas consecuencias más o menos silenciosas de todo el escándalo Bélmez que culmina con este libro, aseado y entretenido, informativo y sabroso.

En primerísimo lugar, el mundillo de los vendedores de misterios, los grandes empresarios del embuste, ha dado ejemplo de un accionar similar al de otros grupos de interés bien conocidos, como la mafia siciliana, los crips de Los Ángeles y la mara salvatrucha, pues algunos de sus miembros no han encontrado mejor ocupación (pudiéndose dar de martillazos en las muelas, se me ocurre como opción) que hacerle la vida imposible a ciertos "aficionados al misterio" que han reconocido que las caras son un fraudazo y que la SEIP era una organización menos clara que un bote de brea. Se castiga a quienes sus creencias en fantasmitas, poderes mágicos y extraterrestres no los convierte en deshonestos ni negociantes.

Así, cierto investigador a quien por otro lado hemos puesto en este blog como jaula de perico, y con buenas razones, exempleado de un millonario del ocultismo, ha recibido hasta amenazas de muerte a altas horas de la noche en el teléfono de su casa. Por su parte, el que fuera dócil perrito faldero de Pedro Amorós, Manuel Capella, ex "segundo vicepresidente" de la inexistente SEIP, ha sido hostigado al grado de que se ha visto obligado a denunciar a quienes lo están atacando, señalando entre los posibles responsables a su ex socio.

Ojo, Manuelito Capella, "el vengador hipnótico", no me merece ninguna simpatía como falsario "terapeuta" que decía hipnotizar a sus víctimas para sacarles los cuartos, ni como miserable capaz de llegar al robo de la propiedad intelectual para insultar impotente a quienes le oponen argumentos que rebasan su limitadísima capacidad intelectual, ni mucho menos como derechista aznariano y paleofranquista. Pero nada de eso hace aceptable que se le hostigue en lo personal. Como charlatán con diplomas falsos, bien merecería que sus víctimas lo llevaran a los tribunales para que devolviera lo malcobrado, y merece -y mucho- que se lo exhiba como mamarracho del ocultismo convenenciero... pero eso se refiere únicamente a su accionar público, y allí debe mantenerse, máxime si Capella renunció al club de zafaditos de Amorós cuando descubrió que lo de los dineros no se manejaba con aseo, lo que revela que hasta su deshonestidad tiene límite.

Por último, el libro objeto de esta entrada, Los caras de Bélmez se está convirtiendo rápidamente en objeto de un silencio concertado más o menos convenenciero. Vaya, evidentemente los beneficiarios del embuste Bélmez, digamos el "Cuarto Milenio" de la dupla Jiménez-Porter, o revistas como Enigmas, que tanto rentabilizaron el asunto, no van a hacer una reseña del libro ni para cubrirlo de insultos. Pero lo curioso es que, según dicen los autores, parece que "a nadie le interesa que las caras sean un embuste", y por tanto la mayoría de los medios informativos llamémosles "normales" están haciéndole el vacío al volumen, exhibiendo poco entusiasmo y simpatía para promoverlo, por decir algo, con el entusiasmo desaforado con el que el programa "En Antena" de Jaime Cantizano le dio minutos y minutos al espectáculo audiovisual de discotheque parapsicótica de los pedritos (Amorós y Fernández), incluido el show de láser y la desvergüenza necesaria para sumir en el pánico a una reportera ingenua en esto de lidiar con personajes de tal calaña. Hasta ahora, con la salvedad del programa de la primera de TVE sobre los infames caretos belmecianos, los presentadores de radio y televisión y los entrevistadores de diarios parecen renuentes a aceptar que muera ya, de una vez, el cuento de las caras de Bélmez y dejar que ocupen su lugar junto al Preste Juan, las Siete Ciudades de Oro de Cibola y otros mitos. La ética periodística va mal, ya lo decíamos.

A la reseña.

Los caras de Bélmez, una referencia que faltaba


En la "investigación de misterios", los buhoneros profesionales del perpetuo asombro, llevan una ventaja enorme sobre quienes buscan promover el simple pensamiento crítico y cuestionador ante las afirmaciones más extravagantes. El vendedor de arcanos tiene, por lo general, el apoyo de potentes factores económicos: editoriales, revistas, programas de radio y televisión, anunciantes ambiciosos y otros beneficiarios de la credulidad. Cuenta además con la plena certeza de que le esperan interesantes beneficios cuando la "investigación" sea publicada en la revista, en el medio electrónico o en el infaltable libro. Y el misteriólogo profesional sabe que puede decir cualquier cantidad de mentiras, ya que sus medios de comunicación no suelen exigirle que se ajuste a código deontológico alguno (como no sea el de que "dos euros son mejores que uno"), y todo cuento, falsificación, embuste, estafa, fraude, mistificación y engaño se vale, sabiendo que a veces desenmascararlos demanda tiempo, dedicación y, muchas veces, recursos que no están al alcance de quienes sólo cuentan con las armas de la razón y la honestidad.

Igualmente, el profesional de la venta de arcanos al menudeo llega a cualquier "labor de investigación" con la verdad ya aprendida, al menos la "verdad" que le importa: "aquí hay un misterio, y es muy misterioso, y debe seguir siéndolo para sacarle plata". En esos términos, el "himbestigador" no sólo se guarda mucho de investigar con tanta intensidad que el misterio deje de serlo, sino que además ocupa gran parte de su tiempo, espacio en medios y esfuerzos en la labor de denigrar, ofender y atacar a quienes osan afirmar que no hay misterio o tengan la desfachatez de demostrar que no lo hay. Los profesionales del asombro de saldo pueden así emitir numerosas hipótesis contradictorias, ocultar información, retorcer los hechos, alterar la verdad, fingir demencia oportunamente y hacer todo lo que sirva a la perpetuación del misterio y, por tanto, del negocio. Lo que hacen en el proceso, ejemplificado de modo excelente en el libro que nos ocupa, es inventar un misterio y sostenerlo contra viento y marea en una exhibición que oscila entre lo cómico, lo patético y lo indignante, como lo van demostrando Cavanilles y Máñez con documentación vastísima y reuniendo elementos que durante más de ters décadas han estado dispersos. Revelan así, por ejemplo, la forma en que los "expertos en Bélmez" no tienen empacho en afirmar, para conseguir asombros y ventas, que algo ocurrió años antes o después de que realmente ocurriera, o la forma en que cambian la redacción de informes, entrevistas e incluso artículos publicados para llevar agua a su molino da mucho qué pensar sobre la forma en que estos personajes confeccionan sus mitos.

En este caso ejemplar, Cavanilles y Máñez (quienes, por otra parte, difícilmente podrían considerarse "escépticos" en el sentido que dan a la palabra los miembros de "Soplapitos Sin Fronteras") se han empeñado en una labor de investigación y documentación exhaustivas, en la que todos y cada uno de los embustes menores que rodean a la munífica ubre de Bélmez van cayendo para regocijo y asombro del lector. Así, quien lleve décadas oyendo hablar del "Señor Profesor Don Germán de Argumosa" vendrán a enterarse fehacientemente que Germán no es profesor de nada, sino un espiritista del montón que cuenta más cuentos que Walt Disney. Quienes llevan otros tantos años escuchando que el "gran Hans Bender" estudió y certificó el caso de las "Caras de Bélmez®" como "el fenómeno paranormal más importante de todos los tiempos" podrá constatar que Bender era otro espiritista, torpe como personaje de dibujos animados, que metía la pata sin cesar, se tragaba todos los fraudes, nunca investigó en Bélmez y que para remate nunca dijo la frase que repiten los cobrones de siempre.

El lector igualmente podrá disfrutar (y mucho) con el relato de cómo un grupo de profesionales de lo enigmático enviados por una revista necesitada de ventas inventaron hace pocos años un supuesto y horrendo complot franquista contra Bélmez, de las gordas y numerosas mentiras contadas al efecto (con mención especial a cómo una vergüenza del periodismo cuenta la misma historia de distintas maneras según le convenga y falsifica pruebas que es un contento), y de las abundantísimas contradicciones que demuestran que la "Operación Tridente" que repiten hasta la saciedad los Bélmez Boys and Girls sólo existió en las por lo demás vacantes cabecitas de los empleadetes de la revista.

Personaje a personaje, caso a caso, día a día, Cavanilles y Máñez hacen en Los caras de Bélmez la crónica de cómo colaboran distintos grupos y personas con acuerdos más o menos tácitos y todos tratando de arrimar al ascua su sardina: particulares sin escrúpulos, autoridades políticas de un pueblo con una economía deprimida, vecinos con ganas de que el negocio siga o de verle la cara (de Bélmez) a los personajes de ciudad que llegan con aire de matasiete, maestros de la picardía, encargados de medios sin sentido crítico, periodistas del misterio sin ética, negociantes varios, etc.

El libro ofrece en el proceso una perspectiva histórica que contextualiza el affaire Bélmez con casos relevantes en la historia de los embustes seudoparanormales, como el de las Hermanas Fox, máximas superstars del espiritismo, la tabla Ouija® y las parademandas turulatas de delirantes del ocultismo como Uri Geller y Octavio Aceves, preámbulo a las tontas amenazas que Pedro Amorós hizo contra quien esto escribe y que desembocaron en la más que tonta demanda del propio Amorós contra Javier Cavanilles y el diario El Mundo, que ha sumido en el más absoluto ridículo a Amorós, a sus defensores, a la SEIP (o como se llame esta semana el cónclave de cabecitas huecas de Amorós), al paraabogado Bruno Cardeñosa que hizo lo imposible por quedar como un tonto a lo largo de toda la demanda que perdió su amigo Pedro, y a otros casi tan bobos como los anterioers.

Ojalá (no lo creo, pero tengo ganas de decirlo) este libro fuera el anuncio del surgimiento del "escéptico profesional" al que tanto pánico le tienen los vendedores de misterios, ésos que aúllan enloquecidos cuando algún incrédulo cobra por alguna actividad de comunicación honesta de información real, mientras ellos se embolsan montones de euros, a veces incluso anónimamente, por vender las más diversas bajezas, inmoralidades, mentiras, camelos y embustes, pero tratando siempre de ajustarse al PIJE: "Principio Íker Jiménez sobre la Estafa" que a la letra dice: "Cuando el que paga está satisfecho...no es estafado". Es decir, lo que tenem es que el "escéptico" (que no es sino un investigador de misterios sin ánimo de creerse cualquier bobada ni interés en venderla) desvele el misterio y demuestre que la satisfacción del que paga es espuria, porque en tal caso la estafa se hace evidente.

Mientras llega el día en que de escuelas, universidades y responsables de educación a todos los niveles de la administración apoyen los esfuerzos por educar al público y defender su derecho a saber, tenemos a Los caras de Bélmez como un muy buen ejemplo de cómo dar al traste con las descabelladas propuestas de los misteriólogos profesionales, y divertirse en el proceso. Un tratamiento que merecen muchos camelos más del mundo del ocultismo profesional en horario de máxima audiencia.

Y una consideración posterior. Los autores relatan la amenaza que me lanzó Amorós y sus consecuencias para concluir: "Sin las bravuconadas de Amorós y su pulso con Schwarz, los autores de este libro jamás se hubieran conocido y la mentira de Bélmez gozaría de excelente salud". Creo que es un exceso, considero que Pedro Amorós es el arquitecto de su propio desatino, y que habría resbalado en sus embustes con o sin sus delirios contra mí, haciendo inevitable que se reunieran Cavanilles y Máñez para dar cuenta final de este delirio del folclor ocultista... pero quizá sea oportuno que Pedro Amorós le ofrezca disculpas a quienes allá por agosto de 2004 le advirtieron que estaba metiendo la pata tratando de atemorizar a gente honrada con babosadas como su cerril amenaza contra mí. Sabemos quiénes son, y que tenían razón. Y como decía mi asombrosamente inteligente abuela Sofía, más rápido cae un hablador...