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noviembre 09, 2007

Las conspiraciones de los tontos

Actualización el 13 de octubre a las 13:25: El demente al que aludo al principio de esta entrada alucina que lo mencioné por nombre (todo a su tiempo), cree que esta entrada es sobre él (pobre) y ha respondido hoy con apenas 9 mensajes a esta hora (desde la misma IP de siempre) sin dar ningún argumento en favor de su menjunje milagroso, pero eso sí, con el inevitable: "ten cuidado con lo que escribes" y aullando: "... me temo que más que dejar tu país, debieron echarte por parásito inútil". ¿Por qué será que los fanáticos siempre caen en la amenaza más o menos velada y en los ataques más bobos y fachas? Lo patético es que luego van de progres de sábado por la noche para vergüenza de los genuinos luchadores por la justicia social. Por supuesto, el mamarracho me acusa delirantemente de ser favorable al PP (bueno, no de "ser favorable" sino de "limpiarle el culo" que es más poético y difícilmente más falso) y a la extrema derecha (ni risa merece tal sandez miserable), a las multinacionales (jojó, lo que es ser tonto), de ser un "mercenario periodistilla" (sea lo que sea eso, ¿será porque cobro como periodista?) y de lo que se tercie, total da igual, junto con el inevitable intento de insulto de patio escolar, sugiriendo que el adversario es homosexual pasivo, lo que debe ser horrendo, supongo y cosas así de altos vuelos dialécticos: "Y tu puta compasión, lo de 'pobres víctimas' que dices al final, métetela por tu esfinter por muy dado de si que esté el pobre". Como para que miles de enfermos le encarguen la curación de su afección, rendidos de admiración, ¿o no? Sólo él puede compadecerse por las víctimas de cáncer, pero no de las víctimas de pócimas no probadas. El personajillo amenaza con difamarme también en un "blog colectivo" que tiene con un grupo de valientes que escriben ocultando su nombre. Nada hace más valientes que el anonimato, ya sabe usted. Seguiremos informando.

Mientras preparo una entrada sobre las seudomedicinas, un pequeño demente evangelizador de una pócima milagrosa llamada "Bio-Bac" me ha sometido a un increíble bombardeo de correo electrónico (70 mensajes del 26 de octubre al 8 de noviembre, más lo que se acumule después) encabronadísimo porque no quiero creerle que el Bio-Bac funciona nadamás porque me lo dice por sus egregios y (según él) altísimos dídimos. Yo empecé preguntándole si tenía pruebas sobre la eficacia terapéutica del Bio-Bac y cuál era el principio activo de tan asombroso menjunje, con lo cual me he enterado de varias cosas, principalmente de que el tal evangelizador es un tonto en Cinemascope, Technicolor y sonido Dolby THX en varios temas que aborda desde la ignorancia arrogante, el ideologismo ígnaro y la bobería de esa izquierda after hours que cree que hace la revolución antisistema porque compra el café en una tienda de comercio justo. Pero de las pruebas de la eficacia terapéutica de este enésimo potaje milagroso anticáncer, nada, y menos aún de qué contiene, que es más secreto que el color de los calzoncillos de Putin.

Bueno, el caso es que el argumentario de este pajarraco, aprendido y copiado ad litteram de fuentes tan fiables como la revista Discovery Dsalud y los beneficiarios económicos de la venta del brebaje incluye grandes dosis de conspiranoia imperiofarmacéuticocapitalistamalamalísima de la variedad más baratona y maniquea.

Antes de que la Sinneuronen Philarmoniker empiece a arrancarse las pestañas gritando que yo creo que las farmacéuticas son como la Madre Teresa de Calcuta, quiero aclarar que creo que Teresa (Agnes Gonxha Bojaxhiu) era algo más malvada que las farmacéuticas, pues éstas sólo están movidas por la más descarada, fría e inhumanizada ambición, es decir, que cuando hacen daño es al estilo de la mafia "nada personal", mientras que la infinita crueldad de la Nobelizada amiga de Baby Doc y Enver Hoxha estaba motivada por su deseo de obtener el cielo a costa de cualquier sufrimiento... ajeno, no olvidemos que en sus morideros (no construyó hospital alguno, sólo morideros) no se administraban analgésicos porque "el dolor es grato a Dios", y ella era el instrumento privilegiado de tal deidad.

Las farmacéuticas son negocios, y como tales tienen las desventajas de los negocios. Pero además son enormes negocios multinacionales, lo que las dota además de los defectos de todos los demás negocios multinacionales, sólo que en el caso de las farmacéuticas se les nota más porque trabajan en los terrenos del dolor humano y la enfermedad, los espacios de la desesperación y la esperanza, de la vida y la muerte.

Establecido eso, lo que no es razonable es afirmar que los medicamentos no funcionan, del mismo modo en que hay que ser bastante descerebrado para afirmar que la electricidad no sirve para iluminarnos porque la suministran unos mamarrachos negociantes. Cada cosa en su lugar. Ciertamente es criticable (y una putada) que por mantener las utilidades las farmacéuticas se nieguen a bajar los precios de los antirretrovirales en África. Pero eso no justifica (ni de lejos) que un siniestro sujeto como Matthias Rath se agarre de eso para engañar a la población diciendo que el SIDA se cura con las vitaminas marca Rath y no con medicamentos de verdad.

Y es que tener medicamentos "no aprobados" es el mejor negocio del mundo. Primero que nada, el coste de la investigación y el desarrollo es de cero, porque no hay que hacerlo, simplemente se afirma que "los malos malísimos no nos dejaron" y ya hay quien pica. Segundo, no hay que tener controles de calidad en la producción (cualquier cosa que aparezca en un frasco nuestro vale como "complemento" y ya). Tercero, no hay responsabilidades legales ante los muertos (siempre se hace correr el cuento de que cura que da gusto, pero el fabricante en sí no hace ninguna afirmación que lo pueda poner entre rejas, dejando que el vox populi y la histeria atizada bajo cuerda le hagan las relaciones públicas. Quinto, no hay que respetar los estrictos requisitos para poner un medicamento en el mercado, basta decir que no es un medicamento aunque la gente lo use como tal y a cobrar. Es decir, todo es ganar y nada es gastar, que es mejor negocio que el de las farmacéuticas, que se gastan un pastón en investigación y desarrollo, y aunque tengan abogados más astutos que un papa con cierta frecuencia tienen que pagar otro pastón cuando meten la pata y los demandan sus víctimas. Compárese eso a la lucha de este servidor, por ejemplo, para convencer a una señora que demandara a cierto distinguido "naturista" mexicano sin escrúpulos (un vegetariano "estricto" al que luego uno se encontraba comiendo cosas curiosas cuando no estaba ante las cámaras) que le "trató" una diabetes con batidos de coliflor y tomate hasta que a la señora se le gangrenó una pierna y se le tuvo que amputar. "Ay, señor", me decía toda compungida, "¿cómo cree que voy a ir al juez a decirle que soy tan taruga que me creí las babosadas de este tipo y que por ahorrar en médicos perdí una pata? No, no... mejor lo dejamos allí, total, no voy a recuperar la pierna, ¿verdad?"

Pero por un momento vamos a imaginar que existe el milagro erisipelante y megafuncional que han afirmado tener todos los vendedores de pociones curativas. Pienso en la "chahína", en el agua de Tlacote, en las antitoxinas de Koch, el tratamiento de Hoxsey, el krebiozeno, los antineoplastones, el Entelev (vendido también como CanCell, Cantron y Protocel), la "cura para todos los cánceres de Hulda Clark, el Essica, la "terapia de células frescas", la "dieta Gerson", el Iscador, la terapia metabólica Kelley-González, el "Control del Cáncer de Revici", el cartílago de tiburón, la máquina de Rife y la terapia inmunoaumentativa, por mencionar sólo algunos "milagros contra el cáncer" que nunca lo fueron.

Llamemos a nuestro compuesto "HFH" y supongamos que, secretamente, con los millones que nos dejó la tía Euphrosine Muddleton, de Worcestershire, Inglaterra, hemos descubierto y realizado los estudios de nuestro compuesto y resulta que cura el cáncer que da gusto, sin efectos secundarios, sin ninguna nocividad y para remate con un agradablñe y popular sabor a cereza. O mejor aún, no tenemos ninguna prueba, no hicimos ningún estudio, no sabemos qué contiene exactamente, pero el 80% de las personas que lo toman una semana se curan de cualquier forma de cáncer en cualquier lugar del cuerpo, con la misma eficiencia con la que la penicilina curaba la sífilis.

En el mundo capitalista, las farmacéuticas, que pueden estar de acuerdo en muchas cosas, pero sobre todo en que quieren joder a la competencia y hacerse con las utilidades que hoy tiene su adversario, que de eso va el sistema, se matarían entre sí por obtener mi fórmula, llenarme de dinero y, la que gane, procedería a hacer los estudios adecuados para lograr su comercialización y producirlo en cantidades navegables para aplastar a las demás, hacerse con _todo_ el "mercado" de cancerosos del mundo mundial hoy _y para siempre_ (eso es mucha plata, sobre todo con la garantía de que no les pueden quitar el mercado ya nunca), hacer quebrar a las otras farmacéuticas, humillar a sus directivos y comprarlas a precio de papel higiénico mientras los accionistas se ríen como poseídos.

Así funciona el asunto, nos guste o no (a mí me gusta poco, la verdad). En toda la historia del capitalismo a galope tendido, y más desde el siglo XIX, el éxito se ha basado en joder al de junto con un sistema nuevo, un producto superoriginal, una sustancia más efectiva y una solución mejor. Cuando se ponen de acuerdo las empresas es, sobre todo, para acordar precios injustos (o más injustos), pero no para pactos de no agresión que existen menos en el mundo empresarial que en política. Es muy difícil que yo me crea que todas las farmacéuticas (incluso las que andan rengueando en la parte baja de la tabla de la revista Fortune y necesitan oxígeno para sobrevivir) dejarían pasar sin más la oportunidad de ganar dinero como para parar diez trenes y de paso joder a su competencia, todo en nombre de una "solidaridad conspirativa" que, francamente, jamás ha exhibido el mundo "empresarial", ni ahora, ni cuando los mercaderes venecianos se mandaban envenenar unos a otros por el mercado de la pimienta, que era entonces a la economía lo que hoy es el petróleo y mañana será otra cosa.

Pese a todo eso, venga, vamos, supongamos que hay una conspiración perfecta de todas las farmacéuticas que gastan lo que no está en los libros por conseguir que los médicos receten su marca y no la de su competencia, las farmacéuticas que ofrecen sueldos de superproducción de Hollywood a los mejores bioquímicos y farmacólogos y fisiólogos del mundo entero para evitar que trabajen en la competencia (en lugar de "ponerse todas de acuerdo" para ahorrar en sueldos poniendo topes salariales a sus mejores investigadores, jejé). Juguemos a creer que las empresas voraces que no han tenido empacho, por ejemplo, en desgraciar todo el megamercado de los antiácidos al aprovechar el descubrimiento de que la úlcera es una infección bacteriana en el 90% de los casos (y no se "solidarizaron" cuando salió pro la ventana el meganegocio del Melox o Maalox, del Tagamet y de otros productos que eran superrentables, revise usted los números de venta de tales cosas en los años 70-80) están menos dispuestas a enriquecerse con la cura perfecta contra el cáncer que con los antibióticos que se cargan a la bacteria del píloro, por alguna causa archiesotérica y contraria al capitalismo galopante.

Si suponemos (más allá de la razón) que las farmacéuticas se coluden de tal modo suicida, pensemos entonces que podemos buscar a cualquier otro personaje que tenga eso que hoy llaman "espíritu emprendedor" y antes se llamaba "ambición ciega sin escrúpulos", un empresario voraz que busca en qué invertir unos millones de euros si a cambio gana unos miles de millones, puede ser un constructor (muy de moda en España), un vendedor de ropa, un dueño de aerolínea, cualquiera con ganas de descollar y llenarse los bolsillos... Vaya, que hacemos una subasta pública del HFH bajo las condiciones que se nos dé la gana imponer, y aún así habrá miles o decenas de miles de tipos en todo el mundo dispuestos a hacerse con la fórmula y laminar a todas las farmacéuticas y a sus tías fundando su propia empresa farmacéutica con su apellido en el nombre, claro que sí. Si el producto funciona, claro.

¿Habría ayuda para nosotros, humildes descubridores del HFH? A kilos, a manos llenas, a saciar... Si la efectividad de nuestro producto fuera demostrable y cada estudio la reconfirmara, podríamos elegir a qué gobernante sinceramente de izquierda o ultrapopulista de todo el mundo querríamos acercarnos, que todos nos darían sombra, protección y billetes por una u otra causa más o menos legítima. Podríamos llamar a filas a más de una ONG, y conseguir protección para que no nos maten los farmacéuticos encabronados (si se puede proteger a Salman Rushdie, se nos puede proteger a nosotros). Ahora, si el riesgo percibido fuera muchísimo, la solución simple y sencilla (al estilo del enorme cuento de Theodore Sturgeon "Zapatos marrones") sería hacer pública la fórmula y renunciar a toda propiedad intelectual, como lo hicieron los Curie con sus métodos de purificación de minerales o lo hizo Tim Berners-Lee, ni más ni menos que el inventor de la World Wide Web, la parte de Internet que usted usa ahora (las otras son el FTP, el correo electrónico, etc.) Se le regala al mundo en versión de conocimiento libre Creative Commons y se hace la revolución un día en que uno ande medio aburrido. Simple y sencillo. Y a partir de allí, mantenernos será facilísimo, viviremos como reyes sólo dando conferencias para contar nuestra heroica historia. O, si no, simplemente regalamos el producto durante unos meses y tendremos cientos o miles de personas curadas de cáncer defendiéndonos porque ya están bien (no porque "tienen esperanzas" y "quieren comprar" nuestra mercancía). Miles de médicos nos aclamarán (no cuatro gatos desconocidos), los reporteros del mundo querrán entrevistarnos, seremos portada, seremos más famosos que Einstein o cualquiera otro que haya revolucionado la ciencia...

Pero además faltaría la otra parte de la conspiración. Para que la onda de "el mundo contra mí" funcione más o menos, es indispensable que todos absolutamente todos los científicos, médicos, laboratoristas, biólogos, bioquímicos, farmacólogos, fisiólogos, enfermeras y demás personal sanitario y de las ciencias de la vida de todo el mundo, más los estudiantes de eso en todas las universidades del planeta, todos, sean parte del "muro del silencio" conspirador y malévolo. Ahora, si usted está dispuesto a creer que no hay médicos que honradamente deseen el bienestar de sus pacientes, yo no, porque conozco a muchos científicos que viven de acuerdo con el principio de ser amigos de Platón pero más amigos de la verdad, y que no se doblegan ni ante el poder ni ante el dinero, igual que a médicos que ponen en juego su propia salud, su vida, su bienestar y su integridad para sanar a sus pacientes. No son los miserables que pinta la propaganda curanderista. Simplemente, el mundo no es así, aunque suene "supermegaguay que así fuera, colega", que es más o menos la lógica de los difundidores de patrañas al por mayor.

Y si algunos científicos decentes y apegados a los principios de la ciencia se enteran de que nos quieren reprimir con el HFH, harán los estudios en sus laboratorios, reproducirán los datos, confirmarán las hipótesis, exigirán el reconocimiento y el Nobel para nosotors. Porque si nuestros datos son científicamente válidos y mi método el correcto, no será posible acallarlos. Y no será necesario mandar a intrascendentes con aspiraciones a hacer evangelismo barato, ni ordenar que nuestras víctimas hagan ayunos en una parroquia, que es tema que ya trataremos, porque las dudas se dirimirían científicamente y no en la propaganda politicoide.

En resumen, que si nuestro medicamento de pega "HFH" (siglas de "hacen falta huevos", por cierto) verdaderamente sirve, sería increíble e inviable que fuera reprimido como claman que son los sucesivos vendedores de aceite de víbora, el milagro del mes, la serpiente del verano y la maravilla incomprendida de hoy que mañana será sólo otro embuste más. "Si verdaderamente sirve" son las palabras clave. Si no sirve, si no hay pruebas, si ni siquiera se conoce qué contiene un producto mágico, pues nada de eso pasará, pero nadie serio y respetable será parte del enésimo circo anticáncer de la historia del abuso de la desesperación ajena (a veces con buena intención, sí, pero eso vale de poco). Queda ese recurso patético a los vendedores de humo y a las pobres víctimas que les pagan. Con el tiempo y alguna que otra remisión espontánea, mal diagnóstico o funcionamiento del tratamiento médico de verdad simultáneo a la aplicación del filtro prodigioso, alguna víctima se convertirá en promotora del negocio, y al son de berrinches, gritos, ataques histéricos y babeos por hectólitros, exigirá que le crean que su elixir cura porque lo dice y punto.

A mí, las conspiraciones perfectas que medran en los por lo demás huecos cráneos de los militantes del pensamiento acrítico simplemente me parecen imposibles. Yo me acuerdo de que, en el mundo real, incluso una conspiración armada por Richard Nixon cuando era el personaje más poderoso del mundo occidental y un individuo especialmente malévolo, bruto y siniestro, cayó de la manera más sencilla, porque no se debe olvidar que un secreto lo es entre dos, cuando mucho, que al haber tres la cosa deja de funcionar. Las únicas conspiraciones "perfectas" son las que no existen pero suenan bien o son convenientes, inventadas por guionistas fracasados de la versión local de Beti la fea, pues.

Lo malo es que a ésos les aburre vivir en el mundo real.