abril 14, 2011

Procesión atea y tolerancia

La Comunidad Autónoma de Madrid, gobernada por Esperanza Aguirre, y el Municipio de Madrid, gobernado por Alberto Ruiz-Gallardón, han decidido prohibir la libre manifestación de las ideas de un grupo de personas la venidera Semana Santa. No se trata sólo de represión política, porque el tema sobre el que estas personas deseaban manifestar libremente su opinión e ideas era de índole religiosa. Es decir, la expresión de una visión religiosa no coincidente con la de la religión oficial es objeto de represión, intolerancia y odio.

Habría que aclarar que los nuevos reyes católicos, doña Esperanza y don Alberto, no están esta vez (sin que se establezca ningún precedente, claro) expulsando a judíos y musulmanes como hicieron sus ancestros igualmente celosos en la defensa de los privilegios del clero vaticano. Su prohibición se ha dirigido a unas personas que afirman que no creen en ninguna deidad o ente preternatural, dios o ídolo de otro tipo.

Los ateos querían hacer una procesión, una manifestación de sus ideas, como lo hacen quienes realizan procesiones. Seguramente afirmaban su rechazo a las creencias religiosas que en estas fechas desbordan todos los límites de la vida espiritual para imponerse en el calendario civil, pero difícilmente es creíble que fueran a impugnar a los creyentes en lo particular.

Esperanza Aguirre es firme garante de la libertad de expresión en la comunidad que gobierna, pero para que la libertad no se convierta en libertinaje, sólo se la garantiza a los más salvajes e irracionales militantes de la ultraderecha española, a la que cobija tanto en la emisora oficial TeleMadrid, algo así como el sueño húmedo de Goebbels, como en los medios concedidos a la propia iglesia católica (Popular Televisión), al grupo del destacado extremista Federico Jiménez Losantos (Libertad Digital), al diario extremista El Mundo (Veo7) y al grupo Intereconomía que encabeza Julio Ariza. Un hermoso ramillete de propaganda ultra, homofobia, ginofobia, odios reconcomiados a la transición por parte de franquistas con el hígado entre las muelas, desprecio total por los hechos, los datos y la realidad en aras de la imposición de una visión ideológica única autoritaria y manipuladora donde suelen pasearse Esperanza Aguirre y los miembros de su gobierno con una sonrisa de oreja a oreja.

Eso está bien.

Los ateos diciendo "somos ateos", en cambio, es inaceptable.

Las declaraciones de los implicados en este acto de represión religionista son rescatables.

Para el vicealcalde de Madrid, Manuel Cobo, "el día y en el lugar en el que se pide se está haciendo para provocar a una parte muy importante, la mayoritaria, de la población". Es decir, los derechos de la mayoría se imponen sobre los de la minoría, como bien señalaba Adolfo Hitler.

La propia Esperanza Aguirre ha ejercitado la telepatía para establecer sin lugar a dudas que el acto en cuestión no sería "un acto lúdico o festivo, sino una ofensa", fundamentando así su prohibición.

Pero lo más revelador fue la declaración de Alberto Ruiz-Gallardón, su gobierno "no va a autorizar en ningún caso ninguna burla dirigida a la fe y las convicciones de los ciudadanos, ya sean católicos o de cualquier otra confesión", ya que Madrid "es una ciudad abierta, tolerante e integradora".

Los cófrades ultras de Esperanza Aguirre, tanto en los medios como en grupos del tipo Hazte Oír, no se han quedado atrás. De hecho, van por delante, no limitándose a los hechos, sino generando toda una fantasía de propaganda y pánico que presenta a los ateos como incendiarios de iglesias y sujetos dispuestos a cometer todos los atropellos imaginables. Propaganda que ciertamente no se ocupa en recoger lo que puedan decir, declarar u opinar los organizadores de la procesión atea, ni mucho menos en debatir sus ideas, sino en generar propaganda de odio y manipulación dirigida, no podía ser de otro modo, contra los ateos como personas individuales.

Quizá es oportuno volver a señalar qué es la tolerancia, ahora utilizada falazmente precisamente para reprimir al distinto, conculcar sus derechos y privarle de la esencia misma de la ciudadanía.

Actualización: Yamato me hace notar que, si bien el escándalo lo armaron la presidenta Aguirre, el alcalde Gallardón, las huestes del PP y los ultracatólicos de Hazte Oír, quien tomó la decisión de prohibir la procesión atea fue precisamente la delegación del gobierno en Madrid, del gobierno del PSOE, pues, que por lo visto (pese a que en principio había aprobado la manifestación) ha optado en este caso por doblar las manos ante la furia ultra.

Tolerancia

La tolerancia es la garantía del derecho que tiene cualquier persona de creer en lo que se le dé la gana, e incluso de expresarlo abiertamente mientras no promueva el delito o la violencia. La tolerancia implica la no persecución, ataque, disminución de derechos o agresión a otra persona por sus creencias. La tolerancia significa que se debaten las ideas pero no se condena a las personas por ellas. Por extravagantes que sean tales ideas, religiosa o políticamente.

En un extremo, usted puede creer que las mujeres son inferiores, y decirlo sin importarle si tal afirmación puede ofender a alguien. Es su derecho. Lo que no es su derecho es, basándose en su creencia, darle un salario inferior a sus empleadas por el solo hecho de no ser hombres, y ciertamente no es su derecho esperar que nadie impugne, comente, critique, cuestione y hasta haga burla de su creencia. Tolerar sus creencias es afirmar su derecho a tenerlas en la cabeza y expresarlas verbalmente o por escrito. Pero nada más.

Nada más.

Usted puede creer cualquier tontería. Tiene derecho. Y tiene derecho a expresarla en libertad sin verse limitado porque alguien pudiera sentirse ofendido ante ella, e incluso puede burlarse o criticar a quienes tienen creencias distintas. Pero a cambio de ello, resulta que los demás, esos demás inevitables, tienen derecho a opinar abierta y libremente que su creencia es una tontería, tienen también derecho a analizar su creebcia con las armas de la razón o, incluso, hacer burla y mofa de sus creencias. Y usted tiene la obligación de tolerar a tales personas y su derecho a hacer lo mismo que usted hace, sin disminuir ni atacar sus derechos y libertades simplemente porque le parece desagradable lo que creen.

Cuando se le niega un derecho a un musulmán, judío, católico o ateo por el solo hecho de serlo es cuando se está siendo intolerante. Reconocerle en la legislación o en la práctica derechos distintos a mujeres y hombres, a homosexuales y heterosexuales, a blancos y negros, a musulmanes y judíos, a creyentes y no creyentes, a socialistas y a conservadores, es intolerancia. Opinar distinto no lo es.

Nadie debe ver coartada su libre expresión sólo porque la utilice para expresar ideas incómodas. Nadie debe ser privado de vivienda, educación, sanidad, servicios públicos o derechos electorales con base únicamente en sus opiniones. Esa tolerancia es el gran logro del pensamiento ilustrado (ese mismo pensamiento ilustrado que odian profundamente los grupos ultraderechistas representados por Esperanza Aguirre), y es uno de los momentos culminantes de la civilización.

El problema es que precisamente los intolerantes intentan cotidianamente utilizar de modo falaz el concepto de "tolerancia" como escudo contra el pensamiento libre. Confunden el derecho que tenemos todos de creer cualquier cosa en un extraño "derecho" que en su opinión tendría la creencia en sí de no ser impugnada, discutida, analizada, debatida o cuestionada. Irracionalmente (o insidiosamente) consideran que una idea, por el solo hecho de ser creída fervorosamente por alguien, debe quedar a salvo de toda forma de análisis crítico, sátira, desacuerdo o comentario desfavorable. De este modo, lo que pretenden es precisamente negar a otros el derecho de cuestionar las creencias, empleando la tolerancia como herramienta para promover la intolerancia.

Así, muchos grupos interesados en la defensa irracional de sus creencias exigen que los demás seres humanos aprobemos, aceptemos o al menos no critiquemos actos que van en contra de las libertades, la ley, los derechos humanos o la dignidad esencial simplemente por la coartada de que los ha inspirado una creencia religiosa (o política, para el caso), sea la lapidación de mujeres presuntamente adúlteras, la negación de la humanidad de los homosexuales y su persecución, la pederastia, la justificación del asesinato del enemigo, de la violación de sus mujeres y la destrucción de sus bienes; las señales de infamia como la letra escarlata, el triángulo rosa o la estrella de David amarilla, pese a que se trata precisamente de actos que privan a alguien injustamente de sus derechos, de su vida, de su humanidad, de su libertad y de su integridad.

(Actualización: A las 20:00 nos enteramos que el grupo ultracatólico "Hazte Oír" ha emprendido acciones contra los convocantes de la procesión/manifestación atea que no se va a realizar por genocidio. Sí, ha leído usted bien, genocidio.)

Tolerancia no es silencio, no es complicidad, no es sumisión y, ciertamente, no es pretexto para dejar de pensar ni para reprimir al disidente. Y "no sentirse ofendido" no es un derecho humano esencial, considerando los millones de cosas que los seres humanos pueden considerar --y consideran-- ofensivo, e incluso el hecho de que sean muchos los que se sienten ofendidos (ateos, católicos, hombres, mujeres, cualquier colectivo) no implica que el motivo de su ofensa deba ser prohibido o reprimido. Lazs autoridades están para garantizar los derechos de todos o dejan de ser legítimas.

Volvemos, como siempre, a la frase lapidaria de Rosa Luxemburgo, escrita en el contexto de la crítica al autoritarismo leninista en la naciente Unión Soviética, pero aplicable a muchos aspectos más de la vida en sociedad: "La libertad es siempre y exclusivamente la libertad de aquél que piensa diferente".

Esa libertad ha sido puesta en cuestión en Madrid.

Cosa que, por otra parte, no debería sorprender a nadie.