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noviembre 24, 2012

La coartada científica

Existe una forma de revestir cualquier tontería con el aura de la respetabilidad científica. Un truco que utilizan crecientemente los vendedores de "misterios" para conseguir entrar reptando en espacios académicos y en medios de comunicación con más credibilidad que sus revistas marginales

Lo que en el sistema misteriológico de uso
torticero de la ciencia se considera "una
gominola negra".
(Foto © Mauricio-José Schwarz)
Lo que hacen es tomar sus delirios: creencias en que se encuentran ciudades enterradas usando un pendulito, creencias en que los extraterrestres vienen por miles a visitar a los tontos del pueblo, creencias en superpoderes, creencias en que hay personajes que pueden hablar con los muertos y conseguir que éstos les contesten, creencias en que cualquier chorrada imaginable sirve como curación, creencia en docenas de aterradoras conspiraciones...

... y junto ponen a un señor que se dedica a la ciencia legítimamente.

Y ya. Con ese sencillo expediente, los productores de programas "del misterio" que viven de sugerir que existen cosas uyuyuyantes al por mayor, impresionando sobre todo a jóvenes poco informados por el sistema educativo, se anuncian como "divulgadores científicos". Igualmente, algún presentador da la espalda a su pasado cargándole el portafolios a Jiménez del Oso y buscando ovnis que nunca encontró para inventarse la nueva mentira de que su inspiración fue Carl Sagan, y su programa de chorradas sobrenaturales una especie de Cosmos a la navarra.

Los cada vez más decadentes cónclaves y aquelarres de personajes desvinculados de la realidad han encontrado también así una forma de presentarse como si fueran serios. Basta convencer, digamos, a un historiador serio que participe en un congreso relatando sus más recientes investigaciones. Para ello, bien puede omitirse que antes de él hablará un chifladito que dice que encontró la Atlántida paseándose por Huelva con un palito de zahorí y que le seguirá otro para el que las pinturas renacentistas muestran naves intergalácticas, que ya cuando esté allí encerrado, el historiador legítimo no saldrá huyendo porque los académicos suelen ser gente bien educada.

Es el truco que emplea, con gran eficacia, Íker Jiménez desde 2004, cuando recurrió al engaño a fin de reclutar planetarios y museos de la ciencia legítimos para una "alerta ovni". O cuando ha utilizado la fuerza económica y política del grupo Prisa en el que presta sus rentables servicios para obtener que las universidades le presten sus espacios para sus programas. O cuando usa como palanca el hecho de que uno de sus colaboradores trabaja en una universidad para que dicha universidad le haga un homenaje delirante en una "Gran Semana de Íker Jiménez" y olé.

El procedimiento ha sido tan exitoso que el programa Cuarto milenio conducido por Íker Jiménez suele atraer a científicos y divulgadores de la ciencia que muchas veces no tienen idea de qué va el aquelarre nocturno del matrimonio Jiménez-Porter o que no se dan cuenta de que al ir noblemente, sin cobrar, a explicar algún punto de ciencia, están convalidando a los otros empleados de Jiménez, que sí cobran, y que además de rebatirlos en un esquema "de igual a igual" bastante absurdo, durante el resto del programa muestran escuálidas señoras que hablan con fantasmas (habitualmente de niños), negociantes que anuncian que el 21 de diciembre cambiará el mundo y lo dice su revista, cómprela, están buscando al chupacabras y ya una vez le vieron la punta de la cola, aseguran que el SIDA no existe y el cáncer se cura con jugo de limón, o se han metido en un campo de exterminio nazi con falsas pretensiones para hacer psicofonías farsantescas sin ningún respeto a una de las grandes tragedias del siglo XX.

Esquizofrenia ante la ciencia

Los promotores de lo irracional, de supuestos misterios, superpoderes y demás asuntos preternaturales, siempre han tenido una relación conflictiva con la ciencia.

De una parte, les enferma que el método científico y quienes lo utilizan no sólo no hayan convalidado en toda la historia ninguna de sus más delirantes creencias, sino que además dé razones por las cuales algunas de sus afirmaciones resultan altamente implausibles.

Vamos que la ofensa se multiplica cuando además de decir "no hay pruebas de que haya fantasmas", los científicos explican que la existencia de los fantasmas requeriría la violación de muchas de las leyes físicas que rigen nuestro universo, y que han demostrado una y otra vez ser universales y sin excepciones, de modo que para aceptar la existencia de los fantasmas serían necesarias pruebas bastante más contundentes que una foto borrosa y una señora altanera que pone los ojos en blanco.

La combinación de ambas cosas pone de pésimo humor a los vendedores de cuentos.

Pero, de otra parte, añoran la respetabilidad que tiene el conocimiento científico. Quieren ser considerados parte de la comunidad dedicada a la búsqueda honrada del conocimiento, siempre y cuando se les permita vivir en un estado de excepción  donde no se les exija el rigor y los elementos de prueba que se exigen a las disciplinas científicas.

Es como querer estar en un club de ajedrez siempre y cuando nos permitan jugar lanzando violentamente las piezas a la cabeza del adversario en lugar de moverlas según las reglas sobre el tablero. O pedir que nos contrate el Barça como delanteros centros pero con la salvedad de que nosotros sí usamos las manos para manejar el balón y meter goles.

Esa esquizofrenia esotérica tiene una clara expresión en las acciones disonantes de los charlatanes. Dedican muchísimo tiempo a argumentar contra la "ciencia oficial", a denunciar conspiraciones que impiden que se cure el cáncer, se obtenga energía gratuita y se pueda volar sin avión, fustigan, calumnian y difaman a los científicos que hacen la crítica de lo paranormal (y a los divulgadores que dan a conocer lo que dicen tales científicos), rechazan el conocimiento científico y afirman que el pensamiento ilustrado es sospechoso y  malévolo.

Pero cuando alguna investigación científica parece darles la razón mínimamente en alguna de sus creencias, la empapelan por todo Internet y se dedican a asegurar que esa sola investigación es verdad científica absoluta y, como lo dice la ciencia, pues es verdad.

Y si no la hay, entonces afirman que los charlatanes a los que promueven son "científicos", así se trate de ingenieros de minas que se fingen arqueólogos, de licenciados en derecho que dicen haber demostrado que la teoría de la relatividad es falsa o de "médicos" alternativos que estudiaron en una academia por correspondencia de la India.

El truco de poner a una oveja en medio de una manada de lobos y decir que se trata de una manada de ovejas está sin embargo dejando de surtir efecto. Vamos, que la gente se está dando cuenta de que es un truco. El científico perdido en el marasmo de conspiranoicos y charlatanes a sueldo no hace científicos a quienes lo rodean, ni les da a sus afirmaciones la contundencia que tienen las afirmaciones científicas. Rodear de alfombras persas un Airbus no convierte a éstas en alfombras voladoras.

Los menos enterados, sin embargo, siguen siendo no sólo los científicos, sino los burócratas universitarios y científicos, y diversos encargados de asuntos en la administración desde estatal hasta municipal, que se deslumbran cuando alguien dice que va a hacer un "congreso científico" y ponen a su disposición espacios, tiempos y servicios que nos cuestan a todos. Con desesperante lentitud, van dándose cuenta de cómo les cuelan todo tipo de falsedades, y los vendedores de misterios, con su científico simbólico a cuestas, van teniendo que peregrinar de oficina en oficina buscando la respetabilidad que por sí mismos no tienen.

Que, ojo, tienen todo el derecho de hacer cónclaves donde se cuenten historias de fantasmas y se emocionen porque la Atlántida está en un frasquito que tiene un médium en San Petersburgo. Pero que lo paguen con su dinero, al menos.