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mayo 02, 2004

Cuentos chinos II: ignorancia tradicional, ignorancia alternativa

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Cada tantos años, occidente "descubre" oriente y abre la bocota admirado, confundiendo lo "distinto" con lo "mejor".

Hacia fines del siglo XIX, por ejemplo, una señora sabia en asuntos de dinero, Madame Helena Petrovna Blavatsky, luego de haber trabajado en un circo y como asistente de una médium fraudulenta en "sesiones espiritistas" chapuceras, tuvo la genial idea de inventar que la "sabiduría de oriente" (en particular del Tibet) resumía todo el conocimiento mundial y todas las religiones del planeta y percibió, con extrasensorial claridad, que eso, bien comercializado, podía ser un negocio fantástico. Con esa convicción, declaró que había sido "elegida" para llevar a occidente las maravillas de la sabiduría de oriente a tantos dolarucos la botella. Inteligente, doña Helena se fue directamente a Estados Unidos, país siempre dispuesto a consumir cualquier pavada y pagar por ella con dólares de verdad.

El resto es historia: Helenita fundó la Sociedad Teosófica en Nueva York en 1875, embaucó cantidades prodigiosas de pazguatos, amasó una saludable fortuna y vivió en la opulencia hasta que pasó "al otro lado del velo" en 1891. La manchita en todo el tema ocurrió cuando doña Helena se fue a fundar una sucursal de su empresita en la India, a ver si podía embaucar a los hindús con sus propios cuentos, pero tuvo que salir del país luego de que la acusaron de hacer trampa en las "materializaciones" que eran parte de su repertorio de ilusionista.

La herencia de Madame Blavatsky para los impostores que la siguieron fueron sus fantasías sobre el "cuerpo astral" y su estúpida convicción de que la hipnosis era una disciplina ocultista (tontería que siguen ordeñando numerosos farsantes).

EL yoga llegó a Estados Unidos por esos años, para morir y renacer varias veces, la más reciente en la última década,

En las décadas de 1950-60, hizo su fortunita un fascineroso que firmaba libros delirantes con el seudónimo de Lobsang Rampa, apelativo mamarrachesco que, juraba, era el nombre que tenía en el Tibet antes de transmogrificarse en estupenda metempsicosis al cuerpo del insignificante fontanero irlandés que ocupaba, un tal Cyril Henry Hoskins, que nunca fue a los Himalayas y que, según los budistas, no sabía un carajo partido por la mitad de budismo tibetano.

Por supuesto, las almas crédulas que se sintieron arrebatadas por las ficciones vertidas en libros como El tercer ojo y El cordón de plata no están para dejar que los budistas tibetanos les vengan a joder el invento, y se tragan completita la rueda de molino con la que les ha hecho comulgar un irlandés vivaracho.

China ha sido redescubierta una y otra vez por occidente desde el primer viaje de Marco Polo.

La más reciente oleada de supercherías chinas vino de la mano de un personaje tan inteligente y confiable como Richard M. Nixon, Tricky Dick. Cuando decidió hacer su acercamiento a China, hizo que el tirano de aquél entonces, el salvaje, ignorante pero listísimo Mao Zedong (que por entonces llamábamos Mao Tse Tung) pusiera en marcha a todo su equipo de propaganda para asombrar al yanqui con las maravillas del comunismo chino.

Antes de relatar las triquiñuelas con las que embaucaron a Ricardito Triquiñuelas, hay que entender la esquizofrenia que marcó la relación entre el Camarada Mao y las tradiciones chinas. Apenas termnada la revolución china, decidió que su especial marca de comunismo estaba refundando la historia desde cero, y que todo lo viejo y anterior era repelente, desagradable, ignorante y "burgués". Esta filosofía gubernamental se mantuvo hasta la masacre organizada llamada, no sin sorna, la "Revolución Cultural", en la cual hordas de fanáticos, en su mayoría jóvenes y que en su miserable vida habían visto a un burgués de verdad como los que votan al PP en España y al PAN en México, procedieron a destruir la riqueza cultural china y a apalear a sus científicos y artistas, poniéndolos a hacer labores campesinas para "reeducarlos" pues eran, se supone, "decadentes y burgueses". Esto representó un salto hacia atrás para China del cual tardaría mucho en reponerse.

Pero antes de la visita de Nixon, Mao, que era un salvaje ignorante (y que nunca se lavaba los dientes, según su médico personal) pero muy listo, se dio cuenta de que no había logrado derogar las tradiciones chinas y que, para remate, su inepto manejo de la economía, que en 1959-1961 mató a millones de hambre, dejaba en el desamparo médico y consecuentemente encabronados a grandes sectores de su populoso país, razón por la cual, con la elegancia propia del sincero chaquetero, maromero y acomodaticio, decretó que la antigüedad china era, de repente, un legado cultural valiosísimo que había que rescatar, preservar y honrar estruendosamente.

En este entorno, la "medicina" tradicional china volvió por sus fueros, no porque sirviera para un carajo, sino porque era la opción ante la incapacidad del maoísmo de dotar de médicos a mil millones de habitantes. En otras palabras, se le permitió a la gente hacerse tonta con remedios inútiles para que se murieran sin protestar más que lo justo.

Y entonces, Richard Nixon, el señor Watergate en persona, decide visitar China. Y la enorme máquina de propaganda china (máquima eficientísima, como era indispensable para mantener el control sobre mil millones de súbditos del camarada) se puso en marcha. Una de las brillantes ideas fue promover la antigua superstición de la acupuntura como "anestesia", para lo cual se anelgesió químicamente a una serie de pacientes (según lo relata el médico personal de Mao, Li Zhisui, que por supuesto era médico de verdad, ¿a poco creía alguien que el Gran Hombre chino se iba a curar con agujitas y tés?) se les pusieron agujas y se les hicieron operaciones asombrosas mientras Nixon dejaba escapar babas de metro cuarenta de largo.

No pasaron días antes de que los estadounidenses se interesaran por aprender acupuntura y usarla no para anestesiar nada, sino para curarlo todo cobrando montones de dólares. Porque la acupuntura, como todas las disciplinas de curanderismo silvestre, asegura que puede curarlotodo, absolutamente todo, sin excepciones y con mínima incomodidad para el paciente.

(Uno de los rasgos distintivos de la magia es la afirmación de que se puede obtener algo a cambio de nada, o algo grande a cambio de muy poco. Las leyes que funcionan en el universo, en particular las de la termodinámica dicen, si las desnudamos de fórmulas, que no se puede sacar de un sistema más energía de la que se depositó previamente en él. Por eso son imposibles las máquinas de movimiento perpetuo, aunque de cuando en cuando aparezcan desvergonzados en la televisión jurando que han conseguido esta quimera. En el caso de la medicina, por decir algo, la magia promete cura total sin problemas, cuando la medicina seria y con bases científicas apenas puede ofrecer tratamientos que pueden ser largos, incómodos, molestos, con posibles secuelas indeseables y que no van a funcionar con un 100% de seguridad.)

Éste es el cuento de la medicina tradicional china.

Parafraseando al Skeptic's Dictionary: la medicina "tradicional" china no se basa en conocimientos de fisiología, bioquímica, nutrición, anatomía ni los métodos que sabemos que efectivamente curan enfermedades; tampoco sabe, ni le importa un pepino saber, de química celular, circulación sanguínea, funciones nerviosas, hormonas, enzimas, cromosomas, genes, endorfinas y demás cosas con nombres raros. Los "meridianos" por los que "corre" el "chi" (véase en este blog Cuentos chinos I) no se relacionan ni con el sistema nervioso ni con el aparato linfático ni el circulatorio, ni mucho menos con los órganos.

Lo más interesante es que en China, actualmente, se publican 46 revistas médicas profesionales a cargo de la Asociación Médica China... y por supuesto que en ninguna de ellas se trata ni la acupuntura ni la herbolaria tradicional china, porque esas patrañas son para consumo de memos, y los médicos chinos lo saben.

Porque, y éste es el quid del asunto, la "maravillosa medicina tradicional china" consiguió, en sus miles de años, que cientos de millones de personas murieran, jóvenes y en medio de atroces sufrimientos, a causa de enfermedades que hoy, en la medicina con bases científicas, son curables, tratables o incluso prevenibles.

En 1949, un año después del triunfo de la revolución china, la tasa de mortalidad era de 40 por mil, pese a todos los hongos, los tés y las agujitas mágicas. En los últimos años se ha reinstalado la inteligencia en China y esto se ha traducido en un mayor acceso de la gente a la medicina de verdad, la que no puede asegurar nada, pero nos da probabilidades infinitamente mejores. Hoy, esa cifra de 40 por mil se ha reducido a 6.7 por mil, coincidiendo exactamente con la difusión de medicina real entre la población china. La mortalidad infantil se ha bajado hasta 25/1000 (para comparar, las tasas actuales son: EE.UU.-6.8, Japón-3.3, México-23.7, España-4.5, India-59.6 y Mozambique-199). La expectativa de vida en 1948 era de 36 años, hoy es de más de 71.

Eso es lo que ha logrado la medicina con bases científicas en China. Evidentemente, ha conseguido lo que miles de años de supersticiones ignorantes y de aproximaciones empíricas no consiguieron resolver. China ha pasado de la medicina tradicional o alternativa a la medicina de verdad, con resultados demostrables.

Y es en este punto donde algunos ingenuos decididos a pasmarse con cualquier cuento, deciden que quizá su mejor apuesta para vivir vidas más largas, más sanas y más felices es... abandonar la medicina de verdad para pasarse a la medicina tradicional china.

Mayor imbecilidad es difícil encontrar.

Cada quién tiene derecho a optar por la medicina tradicional o alternativa, por rendirse como un australopiteco a las creencias más idiotas y abrazar la ignorancia tradicional o alternativa.

Lo que debería ser considerado un delito es que esas mismas personas lleven a sus hijos a que subnormales con diplomitas que no valen el papel en el que están impresos les claven agujitas o les receten tés de yerbajos con polvos serenados. Eso viola el esencial derecho de todo ser humano a una correcta atención a la salud. Y también violan esos derechos fundamentales los distintos centros de "medicina tradicional china" que se dejan cobrar hasta 132 euros por una "hidroterapia del colon" que no es sino una simple lavativa (inútil), y 90 euros por "consulta" (para que quede claro que le sale más barato un médico de verdad) anunciando curas que no pueden proporcionar en modo alguno.

Publicidad engañosa, violación de derechos fundamentales, cuentos chinos que ni los chinos se creen y una constelación de miserables buitres del dolor humano. Bonita colección para que las judicaturas le echen una ojeada, si los dejan las querellas que se ponen los famosos, famosillos, famosuelos y famosejos que nos plagan.