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marzo 17, 2005

El cementerio de las patrañas

"No moriré del todo, amiga mía", decía el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera en su poema Non omnis moriar, expresando así su esperanza de que su poesía lo sobreviviera un poco. Y sí, algunos de sus poemas, como Para entonces se han mantenido como ejemplos dignos del movimiento romántico tardío en la literatura mexicana, dándole así la razón al escritor.

Lo mismo podría decir líricamente, "no moriré del todo", cualquier tontería, invención, fingimiento u ocurrencia del mundo de la superchería organizada.

Una vez aceptada por los embusteros profesionales alguna proposición, por descabellada que sea, e integrada en su desorganizada visión mágia del mundo, nunca la abandonarán. No importa que se demuestre más allá de toda duda que se trata de un cuento. Pensemos en el "Triángulo de las Bermudas", en las afirmaciones peyoteras de Von Däniken, en el "vídeo lunar" de Benítez, en el cuento del "fantasma" de la película Tres hombres y un bebé, en Uri Geller, en Ingo Swann (bueno, Ingo está un tanto desaparecido desde 2002, parece que ahora le va mejor como pintor que como prodigio de la "visión remota"), e incluso en la "Cara de Marte", ilusión óptica debida a la baja resolución de las cámaras de las Viking que ya se ha demostrado claramente que era un simple juego de sombras en la superficie marciana, lo cual no ha obstado para que algunos insignes imbéciles que se venden como "marsfaciólogos" siguen defendiendo como algo "real", como un "legado" de alguna "civilización marciana" que sólo existe en sus delirios y em sus ganas de sentirse importantes.

Pero la vida media de las distintas "ideas mágicas" es en realidad muy variable. Algunas, por ejemplo la adivinación "leyendo" las entrañas de animales sacrificados, son ya sumamente infrecuentes, sobre todo en el mundo occidental, pese al gran cartel del que disfrutaron durante siglos. Otras formas de adivinación, como la cromiomancia, que es la adivinación del futuro quitando las telas de una cebolla, o la unicomancia, que acude a la contemplación de las uñas como ventana al porvenir, no parecen tener mucho cartel en el mundo charlatanesco del siglo XXI... pero, en cualquier momento, como verdaderos no-muertos al estilo de las tradiciones que recogió Bram Stoker en Drácula, pueden empujar la tapa de su ataúd, levantarse y volver a caminar entre los vivos, desplumando ingenuos de la mano de algún esperpento esotérico. En cambio, otras supersticiones igualmente bastas y groseras, como la astrología o el zahorismo, siguen más o menos sobreviviendo al mismo nivel y, claro, desplumando ingenuos.

De entre todas las formas de paranormalidad propuestas en los últimos años, hay algunas que me llaman la atención especialmente, porque, luego de nacer y refulgir de manera intensísima en los años 70 y 80, se han marchitado a tal grado que hoy apenas son parte menor del amplísimo mundo del delirio: distintas variedades de curalotodos, ungüentos milagrosos, bálsamos de Fierabrás y otras falsas panaceas entre las que destacan el agua de Tlacote y la corteza de tepezcohuite, las "pulseras biomagnéticas antiartritis" y el "biorritmo".

De "milagro singular" a "uno del montón"


El "agua de Tlacote" es un cuento del presunto ingeniero Jesús Chain (o Chahin) Simón. Este personaje apareció en el mundo de la farsa curanderil mexicana por allá de la década de 1970 (si no me falla la memoria), acompañado de su hermano, ofertando un curalotodo llamado "Chaina" que vendía por correo a precio de oro y que, como se pudo determinar, no servía más que para hacerle una transfusión de dinero a las cuentas de los hermanitos.

Años después, en 1991 o 92, Jesús Chain se materializó en el estado de Querétaro como orgulloso dueño de un ranchito que, oh, casualidad, tenía un pozo de agua milagrosa, noticia que se empezó a difundir intensamente pero con muchísimo cuidado, hay que decirlo. En el proceso mercadotécnico, y con la experiencia de su anterior curalotodo, Chain evitó meticulosamente cualquier posible acusación de fraude. Es decir, no vendía el agua, sino las "consultas" que daban unos presuntos médicos y enfermeras que tenía contratados, y algunos otros productos; el agua era "gratis" si uno esperaba en fila tres o cuatro días en condiciones de terrible insalubridad, con un límite, si mal no recuerdo, de tres litros por cráneo. Pero todo lo demás que vendía engordó debidamente su cuenta bancaria, sin que el agua famosa sirviera para otra cosa que para quitar la sed.

El "agua de Tlacote" (nombre del rancho, claro) ejemplifica de manera muy clara una especie de ciclo por el que pasan todos los curalotodos, panaceas o preparados milagrosos.

Primero, se anuncian con bombo y platillo ante el mundo crédulo como maravillas que demostrablemente curan los más atroces padecimientos (la chaína era anticancerígena, supuestamente, mientras que el agua de Tlacote se publicitaba en sus inicios como cura contra el SIDA), entre los cuales siempre se encuentran afecciones crónicas y progresivas que imponen una tremenda carga psicológica entre quienes las padecen, como la diabetes y la artritis.

Los rumores se disparan, apoyados con entusiasmo por algunos cabecitas huecas que recorren el mundo buscando una nueva tontería irracional en la cual creer. Que si Magic Johnson vino a tomar el agua por su VIH, que si vino gente de la presidencia de la república (no hubiera sido nada raro, ya que el por entonces presidente ilegítimo de México, Carlos Salinas, tenía hasta bruja particular), que si los científicos están confundidísimos (Chaín decía con todo descaro que el agua de Tlacote "pesaba memos que el H2O" y la iban a estudiar los científicos durante "billones de años") y extravagancias desvergonzadas por el estilo...

Viene una época dorada de la sustancia maravillosa. Los medios de comunicación se dan por enterados y, con esa falta de espíritu crítico que a diario exhiben en todos los idiomas existentes, le dan difusión al asunto, privilegian lo sensacionalista por encima de lo razonable, entrevistan a convencidos e incluyen la pócima en los chistes malos con los que salpican la televisión basura. Si se manejan bien los contactos, hay atención internacional y entusiastas a control remoto. El dinero fluye a raudales, el "inventor" o "descubridor" es invitado a recorrer el mundo repitiendo sus patrañas para cobrar más, sonriendo rozagante ante las cámaras de TV, dictando conferencias huecas y autocomplacientes, y cobrando con infinita dulzura.

Al cabo de un tiempo, hay personas que denuncian que han sido engatusadas y que el preparado en cuestión no les cura ni un uñero. Hay algún muerto. Los médicos, que ya sabían del asunto, son finalmente entrevistados por medios que sufren un súbito acto de contrición y explican que eso es un cuento absurdo y que hay gente perjudicada. Los entusiastas moderan las afirmaciones originales: el mejunje milagroso se convierte en "un auxiliar en el tratamiento de..." y se citan casos de gente que dice que el tratamiento "le ayudó" y que "se sintió mejor".

Al cabo del ciclo, el milagro que todo lo sanaba, que daba resultados que, según el comerciante, tenían "asombrados a famosísimos médicos" queda simplemente en "una de las herramientas al alcance de la terapéutica alternativa". Todos los que participan del chanchullo, cobrones o creyentes, se ponen de acuerdo para olvidarse de que originalmente se suponía que curaba el cáncer, el SIDA, la diabetes, la artritis y el dolor de amores. Y todos se ponen a buscar el siguiente milagrazo qué vender mientras la "terapéutica alternativa" sigue sin poder curar nada de ninguna relevancia.

En México, este ciclo lo siguió de manera precisa otro supuesto descubrimiento que no fue sino el abordaje de un biopirata. Se trata de la corteza del árbol de tepezcohuite (Mimosa tenuiflora), el "árbol de la piel" usado por los mayas chiapanecos para tratar quemaduras leves y otras lesiones superficiales de la piel.

Básicamente, el Dr. León Roque patentó en 1986 la forma de uso tradicional maya del tepezcohuite (corteza tostada y molida en polvo) y se puso a venderlo como milagro contra las quemaduras, con la inmensa tontería de que el polvo de tepezcohuite era algo así como la piel artificial que se obtiene mediante cultivo de tejidos.

El tepezcohuite o tepescohuite es un árbol cuya corteza es rica en taninos, y los taninos se conocen desde hace mucho como coadyuvantes en la cicatrización, aunque tienen efectos secundarios que nunca tuvo en cuenta Roque León, sin contar con que la corteza es rica en alcaloides, que también causan resultados no siempre deseables. Como fuera, la idea de que el tepezcohuite ayuda a las quemaduras tiene bases científicas, aunque dista mucho de ser un milagro.

Por cierto, en la tragedia de San Juanico, cuando una gasera estalló en el poblado de San Juan Ixhuatepec, en México, en 1984, muchos médicos desesperados por la gran cantidad de pacientes quemados echaron mano del tepezcohuite, sólo para descubrir que no era tan útil como otros medicamentos y que causaba problemas imprevistos al usarse para tratar quemaduras graves, de modo que falló en la verdadera y trágica prueba de fuego (y así lo relataron, sin que hicieran mucho caso los medios, los médicos de la Cruz Roja y de los hospitales del Instituto Mexicano del Seguro Social).

Pero lo de las quemaduras fue sólo el principio. En pocos meses, la fábrica de chifladuras de Roque León ofrecía al público champús de tepezcohuite para la calvicie, chicle de tepezcohuite para las caries, cremas rejuvenecedoras de tepezcohuite, jabón limpiador de tepezcohuite y cualquier cantidad de loqueras que evidentemente no tienen nada que ver con las verdaderas propiedades del tepezcohuite pero que engordaron con emoción las cuentas bancarias del biocorsario.

Por supuesto, ante las críticas, con esa delicada capacidad de los charlatanes de hacerse las víctimas, Roque León aullaba como gato al que le pisan la cola, afirmando que lo discriminaban "porque era mexicano", que lo perseguían "las farmacéuticas transnacionales", que era víctima de una "conjura de la medicina oficial" y las gansadas habituales. Por supuesto que en medio de tantos sollozos y desgarramientos de vestiduras, el embustero nunca respondía a las críticas puntuales que se le hacían.

Hoy, por supuesto, las afirmaciones sobre "milagros" curativos en el caso de las quemaduras ya no se hacen, pero el tepezcohuite aparece por todos lados en la farmacopea naturista y en los mejunjes New Age que suelen incluir otras verduras consideradas magicoides, como la sávila y el áloe vera.

De nuevo, se pasa de "milagro singular" a "uno del montón".

Misterios del biomagnetismo


No vamos a repetir lo que ya escribimos en la entrada Los imanes mágicos (no, usted no es un clavo) sobre los mitos de la "magnetoterapia", no. Aquí de lo que se trata es de la original y única "pulsera biomagnética".

¿Se acuerdan? Una pulsera en forma de óvalo trunco con dos bolitas, pirindolos, chimisturrias o chimostretas en los extremos, así, pues, en versión de luxe.

Al principio era de cobre y se suponía que curaba la artritis como por arte de magia. Luego se convirtió en "biomagnética" y allí empezaron los problemas.

La versión original de este timo se la disputan al menos dos descarados de altos vuelos. Según la versión de Manuel L. Polo, el estremecedor descubrimiento lo consiguió precisamente Manuel L. Polo, quiropráctico afincado en la isla de Mallorca, en el año de 1973. Por su parte, Omar Garate Gamboa, personaje populista de la radio chilena, asegura que el verdadero inventor de la acojonante pulsera biomagnética o "pulsera de los once poderes" es sin duda alguna Omar Garate Gamboa.

De ser una cura milagrosa para la artritis, la pulsera en cuestión pasó a ser fuente de "buenas vibraciones" (lo que no quiere decir nada) e incluso se aparecieron vivillos como los del Hipnólogos asociados que le venden (de verdad, no me lo estoy inventando) un cassette llamado "Reprograme su pulsera biomagnética".

Ya olvidado lo de la artritis, la pulserología se vino a hacer un maridaje con la "magnetoterapia" sin que nunca nadie nos pudiera explicar qué tiznaos era eso del "biomagnetismo", que no pasa de ser una fumada. Hoy es, claro, "parte de la terapéutica".

¿El guaguancó es un biorritmo?


Los biorritmos fueron un verdadero delirio en los años 70 que hoy están integrados en la parafernalia general del ocultismo tarambana.

Empecemos por la teoría: se supone, según algunas observaciones no sistemáticas de Hermann Swoboda (profesor de psicología, 1873-1963)y Wilhelm Fliess (médico y numerólogo, 1859-1928) que hay dos ciclos inalterables en la vida desde el momento del nacimiento, uno "femenino" de 28 días (que luego se llamó "emocional") y otro "masculino" de 23 días (que se transmutó en "físico"). En la década de 1920, Alfred Telscher (ingeniero), agregó uno más, el "intelectual", uno intelectual de 33 días. Se supone que en la mitad de cada uno de estos ciclos tenemos "alta energía" la mitad de los días y "baja energía" la otra mitad.

Y el "se supone" no es por molestar, sino porque no hay registros precisos de las observaciones en cuestión, realizadas siempre en poblaciones demasiado pequeñas y con mediciones altamente subjetivas. Los "ocho arcones de documentación" que Swoboda juraba tener fueron, decía él, robados por los rusos en la ocupación de Viena a fines de la Segunda Guerra Mundial.

Entonces, todo lo que pasa en la vida está regido simplemente por esos tres ciclos. Con eso se entiende todo. El paraíso del seudointelectual, pues, como anota James Randi. Ni siquiera se puede alterar tal ciclo, aunque todos los ciclos vitales que conocemos (como el de la menstruación, el de vigilia-sueño, el de hambre-saciedad, el de sed-hidratación, etc.), están sujetos a numerosísimas interacciones e influencias que los pueden alterar gravemente. La peculiaridad que tendrían los biorritmos, de ser ciertos, sería uno de los más asombrosos descubrimientos de la biología y la psicología.

Los biorrírmicos decidieron tomar cada ciclo y partirlo en dos, se supone que la mitad es de "descarga de energía" o "positivo" y la otra de "regeneración de energía" o "negativo", y hay amenazantes "días críticos" que son siempre que alguno de los ciclos pasa por el imaginario punto cero entre lo positivo y lo negativo. Si dos ciclos pasan al mismo tiempo por ese punto, es muy crítico y si pasan los tres, échese a temblar. (No, tampoco explican qué misteriosas "energías" se descargan y regeneran.)

¿Cómo lo saben? Pues nada, que no lo saben. Es una ocurrencia, un constructo hipotético que nadie demostró nunca... porque no era necesario demostrarlo para venderlo.

Y además genera unas gráficas con un aspecto científico que tira de espaldas, como la siguiente, los supuestos biorritmos del cantante Bono de U2 para el 16 de marzo de 2005.



(Usé a Bono como pretexto para recordar a todos que pueden colaborar con los proyectos de este personaje para perforar pozos en África, tarea mucho más valiosa que cualquiera en la que se empeñen los embusteros.)

Los biorrítmicos aseguran que, por ejemplo, la mayoría de los accidentes y malos momentos ocurren en los "días críticos".

Bueno, sí. Los días críticos, dobles críticos y triples críticos forman el 20% de todos los días de un período determinado. Pero además estos angelitos consideraban como relevantes también los días "medio críticos" (el anterior y el posterior a un día crítico). Así, viene resultando que más del 60% de los días de la vida son "críticos". O sea, que la mayoría de los accidentes ocurren en el 60% de los días. Pues sí. Con o sin biorritmos.

Con base en esta teoría llena de agujeros y basada en nada, en los años 60 y 70 hubo una verdadera locura biorritmera. Llegó a haber hasta calculadoras de mano (de las enormes de allá de fines de los 70, con pantalla de diodos) que calculaban el biorritmo, los infaltables libros llenaron los estantes de las librerías, los "expertos" cobraron consultas, los "estudiosos" se broncearon bajo las luces de los estudios de televisión, los refriteadores escribieron los consabidos artículos sensacionalistas en las revistas esotéricas.

Por supuesto, varias personas pusieron a prueba las afirmaciones de los mercaderes del biorritmo, y en todos los casos se demostró que no había ninguna evidencia que siquiera sugiriera que esta hipótesis tenía visos de corresponderse con la realidad. Pero la locura siguió. No importaba que el Dr. Franz Hallberg de la Universidad de Minnesota, el profesor Colon Pittendrigh de la Universidad de Stanford o Robert Bailey, de los laboratorios Bell de Piscataway, Nueva Jersey, estudiaran las afirmaciones y determinaran que no se correspondían con los hechos.

Cuando James Randi escribió su libro Flim-Flam! (Fraudes pararnormales, Tikal Ediciones, Girona) en 1982, el asunto de los biorritmos tenía todavía una presencia tal que mereció que se le dedicara todo un capítulo a su desmontaje (he acudido aquí a los datos de Randi, precisamente). Sin embargo, ahora el biorritmo no es nada que predomine por encima de otras explicaciones simplonas como la astrología o los ajustes de los chakras.

Donde uno muere, otros se levantarán


Los embustes no se destruyen, sólo se transforman.

Ésta podría llamarse la Cuarta Ley de la Tontodinámica.

Para una persona normal, si se ha demostrado que algo no funciona, no es necesario darle mil vueltas. Si no funciona, no funciona. Punto. Siguiente.

Pero las cosas no se hacen así en el mundo del embuste y el pensamiento desordenado y revuelto. Siempre es posible hacer la machincuepa del "donde dije digo digo Diego".

Y eso cuando no se multiplican los milagros.

Uno de mis acercamientos más aterradores con la capacidad de autoengaño (que es mucho más potente que la capacidad de engañar a otros) fue precisamente en 1988, cuando se dieron a conocer los estudios de datación de carbono 14 que confirmaban lo que ya se sabía según los registros históricos y la versión de la propia iglesia católica de la época: la "sábana santa" de Turín era un lienzo confeccionado y pintado en el siglo XI o XII como falsa reliquia (en una época de reliquias a tutiplén, como mencionamos en la entrada anterior sobre el grial).

Antes de que algunos ignorantazos de la física atómica como Javier Sierra argumentaran verdaderas tonterías como que los incendios cerca de los cuales estuvo el lienzo "alteró" los resultados (esto es una estupidez, el fuego no altera en lo más mínimo la proporción del isótopo carbono 14 respecto del carbono 12, que por algo las fogatas prehistóricas se datan también con Carbono 14 y sistemas similares de descomposición de isótopos), un autotitulado "sindonólogo" mexicano reaccionó con la velocidad del rayo y decretó que, a la luz de ese descubrimiento, la sábana santa no era un milagro, sino tres.

¿Su hipótesis, la idea con la que dio conferencias y escribió artículos e hizo radio y todo eso que hacen los charlatanes? Pues que la sábana santa era una especie de "pensamientografía retrocognitiva" o alguna oratez similar. Dicho de otro modo, decía que la imagen de la sábana sí es la de Jesucristo muerto en su sepulcro, pero fue obtenida psíquicamente con un viaje astral-temporal por parte de algún iluminado, que trasladó la imagen de Cristo desde el pasado para plasmarla con energías psíquicas en la sábana en cuestión.

Habrá pretextos sin charlatanes. Pero no hay charlatán sin pretextos.

O, como dicen en mi pueblo, que son muy mal hablados, "se inventaron los pretextos, se acabaron los pendejos".

Es por eso que el cementerio de las patrañas está tan despoblado, finalmente.