Imagen promocional de la serie de Morgan Freeman traducida como "Secretos del universo". |
Claro que sería fantástico que la existencia de alguno de esos fenómenos maravillosos se demostrara de modo claro y sólido. Al menos tan claro y sólido como se ha demostrado, por decir algo, la existencia del ornitorrinco, del electrón o de las lunas de Júpiter. Pero la verdad, por desgracia, es que ninguno de los señores que presentó en el programa dándoles calidad de serios científicos e investigadores, así como ninguno de los brujos, médiums, chamanes, adivinos y videntes conocidos hasta hoy, han aportado pruebas sólidas de la existencia de esos fenómenos, y sus trabajos, por ejemplo el muy traído y llevado Proyecto de la Conciencia Global de Roger D. Nelson, al que el programa da total credibilidad, han sido criticados ya desde hace bastante tiempo (sin que por ello hayan mejorado sus procedimientos, sólo intensificado su publicidad) mediante análisis estadísticos sólidos incluso por creyentes en lo paranormal por tener errores metodológicos que los invalidan.
Lamentablemente, Morgan Freeman y su equipo evaden totalmente la responsabilidad de documentar las críticas a las maravillas que ofrecen. En el mejor estilo de Íker Jiménez o Eduardo Punset, mantiene al espectador al margen de los datos y hechos incómodos para así conseguir emocionarlo, asombrarlo y convencerlo... que parece mucho más importante que informarlo.
Quienes promueven el pensamiento crítico y racional, y en particular quienes se dedican profesionalmente a la ciencia, son con frecuencia acusados, sin bases, de tener prejuicios ante estos supuestos fenómenos. Si realmente se demostrara que existen estos fenómenos, o que existen las hadas, los pitufos o un ratoncito parlante que colecciona dientes y los paga con dinero, de apellido Pérez, sería un descubrimiento que cambiaría la historia radicalmente. Y, contrario a la caricatura interesada de las distintas corrientes anticientíficas (desde los misteriólogos hasta los esotéricos, desde las religiones tradicionales hasta el new age, desde el posmodernismo hasta las pseudomedicinas) los científicos estarían allí, con su curiosidad, sus aparatos, sus preguntas, sus conocimientos y su inquietud... y su vasta experiencia desentrañando lo desconocido, que es su trabajo.
De haber pruebas sólidas, claras, reproducibles y concretas como las que afirman tener los investigadores parapsicológicos hoy en día, por supuesto que habría escepticismo. Los científicos pedirían confirmación (lo que en ciencia se llama replicación), datos, verificaciones estadísticas... analizarían exhaustiva y rigurosísimamente (de eso se trata la ciencia, claro) las pruebas. Y si las pruebas sustentaran lo increíble, lo que harían los científicos, como han hecho siempre desde la revolución científica, es empezar a creer en lo increíble.
¿Qué cosas han sido increíbles en estos casi 500 años? Casi todo lo que hoy aprendemos en la escuela: que hay seres vivos invisibles que nos enferman (y nos curan, y fermentan el vino, la cerveza y la leche, y nos ayudan a digerir la comida y muchas cosas más), que la Tierra gira alrededor del Sol, que los seres vivos han evolucionado mediante un proceso de selección natural, que se puede mandar información a través de ondas invisibles (de radio, por ejemplo), que existieron los dinosaurios, que las estrellas que vemos son soles como el nuestro, que la materia y la energía son intercambiables (E=mC2)... prácticamente todo lo que es el conocimiento fue en el pasado ignorancia y por tanto increíble.
El cambio se debió a que los científicos son especialistas en cambiar de opinión según las pruebas. No se sorprenden por obtener nuevos conocimientos, como creen quienes tienen una idea más o menos caricaturesca de los científicos, al contrario, es la fuente de su felicidad, es su profesión y, en la mayoría de los casos, su pasión.
El caso del ornitorrinco
El ejemplar de ornitorrinco original de John Hunter conservado en la Royal Society. |
Esto ha sido con frecuencia presentado por los vendedores de misterios como prueba de la "cerrazón de la ciencia" o "de los científicos", cuando en realidad es exactamente como deben funcionar. ¿Nos parecería aplaudible que con pruebas insuficientes (un pellejo y un dibujo) creyeran cualquier cosa? Sería como aceptar que nos visitan los extraterrestres por una foto desenfocada y unos círculos en campos de trigo.
"Sirena" creada por taxidermistas orientales. |
Es decir, ante las pruebas, los científicos siempre hacen lo mismo: discutir, debatir, cotejar y, si las pruebas son sólidas, por extrañas que parezcan, aceptarlas como hechos.
Simplemente evidencia
Pensemos en una habilidad de ésas que los investigadores parapsicológicos (que no son exactamente lo mismo que los cazafantasmas de ojos desorbitados y grabadores de psicofonías a los que se conoce como "himbestigadores" no sólo satíricamente, sino para diferenciarlos de los verdaderos investigadores, sean policiacos o científicos) consideran que ya han demostrado: la predicción del futuro.
No me refiero a la predicción en un sentido nostradamusesco, sino a algo extremadamente sencillo: predecir una sucesión de números aleatorios, como por ejemplo, los números en que cae un par de dados.
Esto es algo que los magos hacen sin despeinarse (con alguna excepción de magos con peinados creativos), pero sabemos que lo hacen con truco.
Digamos que un investigador parapsicológico encuentra a una persona que puede predecir el 90% de las veces los números en que caerá un par de dados. Al principio nadie le creería, se pensaría en un truco, se recordaría a Uri Geller y demás fraudes.
Pero supongamos que, a diferencia de Uri Geller y otros embusteros de su calibre, el parapsicólogo (el Doctor Cete, digamos) y su maravilloso sujeto, el señor Miraluego, desafían al mundo y aceptan desafíos para demostrar el fenómeno "donde quiera y cuando quieran" (como Luigi Galvani hacía demostraciones públicas de su increíble afirmación de que la electricidad hacía moverse a los músculos de un animal muerto). Van a la televisión (allí tragan todo, por favor, que tienen a Anne Germain de estrella) y retan a cualquiera a que descubra el truco, o a que imponga los controles que le parezcan convenientes, que traigan sus dados, que no permitan que Cete y Miraluego toquen los dados, que les impongan restricciones a montón... y sin embargo éste último siga acertando el 90% de las tiradas de dados.
De triunfar en estos desafíos, no faltarían científicos interesados en el caso, así fuera sólo para desenmascarar al Doctor Cete y a Miraluego. Y si pese a todas las precauciones, a todas las previsiones, a la supervisión de magos avezados, en condiciones estrictamente controladas (que son las únicas que sirven para hacer ciencia real), en varios laboratorios y con varios investigadores el señor Miraluego siguiera pudiendo predecir en un 90% los números de caída de un par de dados, habría una verdadera revolución mundial.
Para empezar, el Doctor Cete vería en su futuro un premio Nobel y otros muchos reconocimientos, una vida de lujos, aplausos y el más vertiginoso estrellato estilo cantante de rock. Y entraría de inmediato en los libros de historia junto con Miraluego, quien sería exhaustivamente estudiado para tratar de determinar por qué él puede predecir el futuro y los demás no, se buscarían los neurotransmisores y centros en el sistema nervioso que podrían permitir su hazaña. Por supuesto, se harían algunos experimentos relevantísimos, como tirar al mismo tiempo dos juegos de dados, a ver si puede predecir los dos o si elige cuál de los dos puede predecir, entre muchas otras experiencias posibles. Se le sometería a estudios como se somete a los atletas privilegiados para conocer los secretos de su desempeño, pues, para potenciar sus logros pero también para que otras personas puedan aprovechar lo que se descubra... en este caso que pudieran predecir ya no algo tan trivial como la caída de un par de dados, sino el momento de erupción de volcanes o el acontecer de terremotos, salvando millones de vidas y reduciendo el sufrimiento humano como sólo lo han hecho la medicina y el pensamiento ilustrado.
El acontecimiento sería tal que alteraría la historia para siempre... Nada volvería a ser igual, las expectativas humanas se redefinirían, se podría conquistar el miedo. Vamos, que las colosales dimensiones de la visión del futuro (o de la telequinesis, la telepatía, la comunicación con los muertos, la existencia de inteligencias extraterrestres, las energías del chi o de los cristales y muchos otros iconos de lo paranormal, lo místico o lo misterioso) marcarían realmente un antes y un después.
Quienes afirman sonrientes que se ha "demostrado" que existe alguno de estos fenómenos simplemente no se ha detenido a pensar en las implicaciones de su afirmación, en lo que significaría que realmente existieran las maravillas que consideran que apenas dan para un show de televisión de baja estofa.
Y, por supuesto, quienes dicen haber demostrado algo así no suelen someterse al escrutinio de otros investigadores, escépticos o no. Y es que en ciencia el escéptico, el que no cree en los resultados, el que desafía, es el personaje más importante, porque ayuda a descubrir errores, fraudes y malas interpretaciones.
Y no lo hacen porque todas las disciplinas del "misterio" siguen sin demostrar que los fenómenos de los que hablan, que fingen estudiar, por los que cobran en consultas, conferencias, libros o programas de los medios de comunicación, existan siquiera. Ni J.B. Rhine (el más famoso), ni ningún miembro de la Society for Psychical Research durante los 130 años de existencia de la asociación (algunos de ellos científicos ciertamente serios), ni absolutamente nadie ha podido aportar pruebas de esos fenómenos. Algunos han afirmado haber obtenido resultados asombrosos (como el propio Rhine), pero nunca más nadie pudo obtener los mismos resultados. Un poco como el alquimista Albertus Magnus, si dijo haber producido la piedra filosofal para convertir el metal vil en oro... y luego en más de 750 años nadie ha podido reproducir sus resultados, quizá convenga ser escéptico ante su afirmación.
Creer poderosamente en algo no equivale a demostrarlo. Pero podemos estar razonablemente seguros de que si algún día se demuestra efectivamente la existencia de alguno de estos fenómenos, nos enteraremos prácticamente de inmediato. Será el día en que en lugar de que nos cuenten que alguien vio un ratoncito parlante que cambia dientes por dinero, ponga ante los ojos de todo el mundo, con toda honestidad, al ratoncito en cuestión, y éste hable y muestre su colección milenaria de dientes y la cuenta bancaria de la que saca el dinero para pagarlos. Allí, se acabará la discusión y empezará la ciencia.
Sería la Era del Ratoncito Pérez.