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Como parte de la celebración de la Semana Negra de Gijón (si no ha ido, no debe perdérsela el año que viene), un grupo de escritores visitó el Museo del Jurásico de Asturias, joyita arquitectónica y museográfica sobre la cual puede usted averiguar aquí y aquí, y que da una visión de conjunto de la era de los dinosaurios aprovechando los yacimientos de fósiles que han estado apareciendo en Asturias.
Lo que más me gustó es que tienen un fósil "para tocar", es decir, expresamente puesto allí para que uno haga precisamente lo que suelen prohibir los museos que creen que se aprende sólo con la vista y el oído, y que las texturas nos las tenemos que imaginar.
Todos tallamos alegremente el fósil en cuestión. Igual este bloggero que el poeta mexicano Juan Bañuelos o la autora española de ciencia ficción Elia Barceló, como parte de la visita que nos llevó desde los primeros dinosaurios hasta los emplumados predecesores de las aves de hoy. Visita interesante, ilustrativa y que nos hizo pensar en la enorme, colosal, riquísima cantidad de datos y hechos a los que tienen que cerrar los ojos algunos para mantenerse en la terca de su peculiar interpretación de su religión, interpretación que, hay que señalarlo, no comparten la gran mayoría de los creyentes en la Biblia como libro sagrado (judíos, cristianos y musulmanes).
Hay dos formas de aproximarse a intentar explicar la realidad. La primera es ver todo cuanto ocurre relacionado con el fenómeno que nos interesa, obtener todos los datos relevantes del caso y luego ordenarlos de modo que se diseñe una hipótesis capaz de explicar todos los datos, hechos y acontecimientos que hemos recopilado. Esto es lo que hace la ciencia y lo que en la mayoría de los casos hacemos todos nosotros al enfrentar los desafíos del mundo que nos rodea (como diría cualquier documental farragoso de la 2 o del canal de Historia). La sistematización de esos datos permite exponerlos con claridad, valor didáctico e interés en libros como los de Richard Dawkins o en museos como éste, cariñosamente llamado el "Muja".
La otra forma de enfrentar la realidad es enamorarse de una explicación más o menos extravagante (naves extraterrestres, telepatía, loqueseaterapia, revelación místico-religiosa con algún dios malcriado y vengativo) y luego aterrizar con ella sobre los datos, seleccionando amorosamente los que refuerzan nuestra explicación y barriendo debajo de la alfombra cualquiera que no se ajuste a lo que se nos da la gana creer irracionalmente. Así es como funcionan los crédulos en las más diversas áreas del charlatanaje.
Y en el charlatanaje de pedorrera mental destacan los talibanes bíblicos ultrafundamentalistas, especie de fanáticos babeantes que aseguran que cada palabra de la Biblia es verdad absoluta y literal, y que, por tanto, toda la realidad debe interpretarse de acuerdo a lo que se dice en dicho libro sagrado, en particular su primera parte, el Génesis.
(Si usted les narra cómo ha sido cambiada y adaptada una y otra vez la Biblia al paso de los siglos, les puede provocar un aneurisma.)
Para no ser llamados orates, salvajes, ignorantazos de altos vuelos, deformadores de la realidad o simples torquemadillas sin brújula, estos personajes gustan de llamarse "creacionistas". Su principal afirmación es que el mundo fue creado hace apenas seis mil años por su deidad particular, y única y exclusivamente para darle albergue al ser humano, cumbre de la creación de su peculiar dios mitológico.
(Claro que al ver a Hitler, Franco, Pinochet, Jeffrey Dahmer, George W. Bush, Idi Amín y otros especímenes de similar ralea, eso de la "cumbre de la creación" no sale muy bien parado.)
Para sustentar su opinión, los creacionistas nos regalan afirmaciones descabelladas sin ningún dato al canto, como que el hombre convivió con los dinosaurios, que la Tierra no puede tener 4.500 millones de años ni el universo puede tener 15.000 millones de años y que la extinción de los dinosaurios se debió al diluvio (dicho de otro modo, Noé decidió no hacerle caso a su dios y no se le dio la gana meter en su arca parejas de basilosaurios, apatosaurios, velociraptors, hadrosaurios, diplodocos, ceratopsios y las demás variedades que forman los miles y miles de especies de dinosaurios).
El brillante físico Wolfgang Pauli dijo de las teorías tan desprovistas de comprensión y tan mal definidas que "ni siquiera están equivocadas". La frase se aplica perfectamente a mitociencias como la patraña creacionista, que desprecia tantísimos aspectos del conocimiento humano y es tan extravagante e irracional que asombra a quienes se asoman a ella. Tratar de demostrar que está simplemente "equivocada" es como tratar de convencer a un paranoico de que nadie lo persigue o darle un curso de teoría de las probabilidades a un ludópata.
La única base del creacionismo es el fundamentalismo protestante. Las distintas iglesias protestantes son continuas productoras de talibanes cristianos, y vaya usted a saber por qué los católicos de otros países se apuntan a todas esas loqueras.
Si quiere usted ver una crítica a fondo de las más destacadas barbaridades que sueltan los creacionistas (mismos que en Estados Unidos luchan a diario para impedir que la evolución se enseñe en las escuelas), dése una vuelta por el Institute for Biological Research que tiene una página en español bastante completa, o, si lee en inglés, pásese por la revista Scientific American que da 15 respuestas a las tonterías creacionistas, o bien tómese un rato para leerse lo que dice sobre el creacionismo la Página racionalista.
O sea, como eso ya está hecho y bien hecho, no nos vamos a poner aquí hacer la crítica del creacionismo dato por dato y afirmación por afirmación. A cambio, nos concentramos, como siempre en lo obvio, en el error de fondo, en la más clamorosa estupidez. Y en este caso, lo obvio y la más clamorosa estupidez es que los huesos de los dinosaurios que nos encontramos son fósiles, es decir, son huesos mineralizados hasta convertirse en piedra, mientras que todos los restos que tenemos de hace seis mil años (según las ocurrencias de George Mc Ready Price, geólogo novato y fanático religioso adventista que fundó el creacionismo moderno según lo relata El loco, loco origen adventista del creacionismo moderno) son óseos, porque no han tenido tiempo de fosilizarse.
No hay fósiles de Neandertales de hace 30 mil años, tampoco, por no decir más recientes. La ciencia explica y demuestra que en tan breve tiempo no se pueden mineralizar los restos, lo cual dice a gritos que si hay restos mineralizados o hubo magia o pasaron millones de años.
Un fósil de un animal moderno como el hombre, o un hueso orgánico de un animal antiguo como el gigantosaurio serían un argumento sólido para los creacionistas. Pero para su desgracia, el tiempo ("el tiempo, el implacable, el que pasó", que cantaba la Sonora Ponceña) es el único que puede hacer fósiles y destruir los huesos. El proceso de fosilización en sí basta y sobra para dejar en ridículo a los creacionistas y su idea de que el Universo se inauguró hace apenas 6 mil años.
Pero tras el velo alucinante del creacionismo se oculta un bicho mucho más peligroso, como siempre ocurre con los fundamentalistas. Para estos peligrosos fanáticos, si la historia del Génesis no es literalmente cierta, entonces muchas de sus creencias adicionales, generalmente las más llenas de odio, podrían no ser literalmente ciertas, lo que podría implicar que su deidad no les da permiso para odiar lo que odian.
¿Qué odian?
Como buenos fanáticos religiosos, están profundamente obsesionados por el sexo, y por ello consideran (y así se puede leer en sus pasquines) que aceptar el hecho de la evolución "justifica" horrores como los condones, la homosexualidad, la promiscuidad, el disfrute del meneo y el meneo del disfrute.
Y ellos, hermanos míos, están en este mundo precisamente para evitar que a cualquiera de nosotros se nos ocurra disfrutar del viejo metesaca. El sexo debe ser odioso, repelente, doloroso (de preferencia), desagradable, monstruoso y satánico. ¿Por qué? Porque creen que eso dice la Biblia, cosa que, por cierto, puede rebatir cualquiera que se haya leído la Biblia, en particular el Antiguo Testamento, plagado de historias sabrosas de encornamientos, calenturas, amores apasionados y otras maravillas. Pero todo fanático tiene su lado masoquista.
(Paréntesis necesario: cuando se llega al sabrosísimo Cantar de los cantares de Salomón, éstos mismos predicadores dejan de creer en el literalismo fundamentalista y pasan a suponer que los febriles versos del sabio rey hebreo son "metáforas", "parábolas" o "versos simbólicos", es decir, lo mismo que no aceptan que pudiera el Génesis.)
Pero hay más: el fundamentalismo es amigo del racismo, de la esclavitud y de la violencia, de la "guerra santa", de la tortura y de la brutalidad, porque, como dijo Blas Pascal, "Los hombres nunca hacen el mal tan totalmente y tan alegremente como cuando lo hacen a partir de convicciones religiosas".
Porque odian muchas cosas: al socialismo, a los ateos, a los judíos, a las mujeres, a los musulmanes, a los budistas, a los movimientos por la justicia social, a los pacifistas, a los científicos, a los racionalistas... odian, como todo buen obseso radical, a la gran mayoría de los seres humanos.
Detrás de los escritos de los "creacionistas" (todos ellos pastores, abogados, ministros, nunca biólogos moleculares, paleontólogos o geólogos) solemos encontrar la necesidad no sólo de que su creencia sea cierta, sino el sueño de que su iglesia (conducida por ellos, faltaba más) controle el mundo, las escuelas, las camas y las almas de todos, muy especialmente de los que se atreven a no creerles.
Pero, muy a su pesar, la evolución no es una "teoría" en el sentido que el lenguaje común le da a la palabra, sino una teoría científica, es decir, una descripción de los hechos conocidos, como la teoría de la gravedad de Newton (que describe un hecho real: las cosas se caen), la teoría de la relatividad de Einstein (que describe hechos reales a nivel macrocósmico) o la teoría de la circulación de la sangre de Harvey (que describe el hecho de que la sangre circula).
La evolución es un hecho, y hay teorías diversas que buscan describir cada vez más precisamente cómo ocurre este hecho, pero ninguna de ellas propone que el hecho que estudian no exista, como no hay una "teoría" "antigravitacionista" que diga que la gravedad no existe. Las teorías neodarwinistas se diferencian, por ejemplo, en que algunas plantean que la evolución es un proceso continuo mientras que otras consideran que las poblaciones animales se pueden mantener relativamente estables durante bastante tiempo y experimentar los grandes cambios evolutivos en períodos más bien breves.
A los creacionistas no les interesa saber cómo se crean las especies, cómo han evolucionado los seres vivos ni cómo empezó la vida, lo que les interesa es colaborar en el establecimiento de teocracias del nuevo milenio que nos devuelvan a los viejos, buenos tiempos de Tomás de Torquemada.
Y para conseguir esto abusan de la ignorancia de la gente, inventándole afirmaciones a los geólogos, biólogos, bioquímicos, zoólogos, físicos, químicos, embriólogos y otros científicos a los que, si pudieran, quemaban vivos.
Ese detallito es el que le quita lo cómico a las memeces, burradas y barbaridades que diseminan estos tipejos. En el fondo, son peligrosos, como la mayoría de los charlatanes.