mayo 10, 2005

De medicamentos y pócimas

(Nota: El trabajo, un congreso de fotos, preparar una exposición, colaborar en la producción de una fotonovela y otras actividades absolutamente inaplazables y altamente absorbente, de las que ya hablaremos en su oportunidad, han hecho mella en las actualizaciones del blog, pero no en las visitas, ya que abril fue el mes de más visitas con casi 12 mil. Trataremos de enmendarnos, en lo posible.)

(Nota 2: Los comentarios a este blog deberán ser enviados, temporalmente, a la dirección nahual55@gmail.com.)


Al escuchar a los curanderos, médicos brujos y demás fauna despotricar contra la medicina con bases científicas (a la que llaman "medicina oficial" como si se tratara de un balón para el campeonato mundial de fútbol), es claro que pretenden ocultar el proceso que sigue un medicamento para llegar al mercado.

Como traductor, un buen pedazo de las últimas semanas lo he dedicado a la traducción al español del protocolo para un estudio clínico de un determinado medicamento del que, obviamente, no puedo decir mucho, salvo que se está haciendo con varios cientos de pacientes en todo el mundo y que sirve potencialmente para salvar vidas en un grupo de pacientes muy reducido que sufren, simultáneamente, dos afecciones bastante serias. El estudio durará varios años.

Un "estudio clínico" es algo que ocurre después de mucho tiempo de experimentos de laboratorio, principalmente con animales y en ocasiones con voluntarios selectos, que permiten determinar en principio si el medicamento sirve para algo y qué efectos secundarios tiene.

Con base en los datos reunidos después de años de trabajo, se presenta una solicitud a las autoridades correspondientes para que autoricen un ensayo clínico. Esto implica involucrar a gran cantidad de médicos y hospitales que realizarán el ensayo, empezando por reclutar a una muestra estadísticamente representativa de personas que padezcan la afección a la que va destinado el medicamento.

Si usted nunca los ha visto, los formularios de "consentimiento informado" que firman los pacientes que participan en ensayos clínicos son documentos que describen, al máximo detalle, lo que se pretende conseguir y lo que puede pasar, los efectos benéficos del fármaco que se está probando y hasta los más infrecuentes y más nimios efectos secundarios que se han podido observar. El paciente puede hablar en cualquier momento con los médicos que realizan el estudio, con representantes del laboratorio y con las autoridades, además de que, por supuesto, puede retirarse del estudio en el momento en que le dé la gana y sin dar ningún motivo.

Los médicos reciben indicaciones precisas sobre cómo deben manejar a los pacientes, sobre cómo actuar ante cualquier reacción adversa y, sobre todo, tienen la total libertad de suspender el ensayo en cualquier momento si consideran que es lo mejor para un paciente. La supervisión del ensayo corre a cargo no del laboratorio que pretende hacer negocio, sino de auditores médicos independientes, estadísticos sin conflicto de intereses y autoridades.

Los pacientes se dividen al azar en al menos dos grupos, uno que recibirá el fármaco que se está estudiando y otro que recibirá un placebo o sustancia sin efectos. Aquí entra en juego el famoso procedimiento de "doble ciego", que quiere decir que ni el paciente ni el médico saben si el paciente está recibiendo una sustancia activa o un placebo. El médico o el hospital identifican a sus pacientes por números y reciben cajas identificadas con los números de los pacientes, sin saber cuáles cajas tienen una u otra sustancia.

Por supuesto, se puede "eliminar el ciego" si el paciente tiene un problema grave de salud que pudiera relacionarse con el fármaco en estudio, para poder atenderlo adecuadamente.

Durante estos años se hacen estudios de laboratorio, análisis clínicos, tomas de presión arterial, electrocardiogramas (todo esto sin costo para los pacientes) y demás análisis para ver qué efectos tiene o no el medicamento en cuestión.

Cada dato, cada peculiaridad, cada elemento relevante se consigna de forma documental y es analizado por personas que no tienen relación ni con los médicos ni con los pacientes. Los resultados generales se analizan con las mejores herramientas estadísticas, con dobles comprobaciones.

El esfuerzo es enorme, el gasto es serio, se tiene el máximo cuidado con los datos, con los pacientes, con los médicos. Todo para eliminar cualquier posibilidad de que los resultados obtenidos del ensayo estén contaminados o sean poco confiables por una u otra causa.

En muchos casos, se decide no llevar el fármaco al mercado porque sus efectos son pocos o sus riesgos resultan demasiado elevados. En otros, los estudios revelan que la relación beneficio-riesgo del fármaco es tal que amerita incluirse en el arsenal médico para alguna afección. Pero no sin que paneles de expertos independientes revisen los resultados y analicen cada detalle.

Por ejemplo, pueden preguntar: ¿qué diferencias tienen los efectos de este medicamento en las mujeres de Europa del Norte y en los hombres de ascendencia nigeriana?, ¿es igual de seguro para jóvenes y para adultos mayores?, ¿aumenta o no el riesgo de usarlo si el paciente además tiene un problema cardiaco?

Si el estudio no puede responder a ésas y a muchísimas otras preguntas, es posible que sea necesario repetirlo.

Los laboratorios actúan así no porque sean buenas personas, sino porque una metida de pata les puede costar verdaderas millonadas en demandas. Baste recordar el caso de la talidomida (actualmente uno de los fármacos prometedores en la lucha contra el SIDA) que no se estudió adecuadamente en mujeres embarazadas. Cuando salió al mercado y fue consumido por mujeres embarazadas, provocó terribles deformaciones en los hijos de estas mujeres (principalmente miembros faltantes o tremendamente subdesarrollados). El laboratorio en cuestión sigue pagándole pensiones a muchos afectados por la talidomida.

Con todo ese cuidado, con todas esas salvaguardas médicas, bioquímicas, clínicas y estadísticas, llega a ocurrir que algún medicamento resutla tener efectos que no se midieron o no se detectaron, por error en el protocolo experimental o por cualquier otra causa. A veces estos efectos son buenos, a veces son malos. Si son malos, salen en los periódicos.

Compárese eso con la forma en que los curanderos y médicos brujos lanzan al mercado sus ocurrencias: encuentran algo que según algunas personas sirve "para algo" (ese algo puede ser "la diabetes", "las quemaduras", "el cáncer", "la constipación" o cualquier otra afección definida de manera imprecisa y precientífica), lo registran a su nombre como pócima y lo venden en tiendas naturistas o en sus consultorios y otros morideros de ingenuos.

¿Funciona? ¿Para quién? ¿Bajo qué condiciones? ¿Se puede usar si se tienen otras afecciones? ¿Reacciona o no con tales o cuales hormonas, enzimas, neurotransmisores, proteínas, células, tejidos?

Ni puta idea.

Así de fácil.

¿Que la raíz de chaparrolina es "buenísima para la diabetes"? Pues no pregunte usted si es para la diabetes de tipo 1 o de tipo 2, porque allí ya se encuentra de frente con la colosal ignorancia de estos tipejos. ¿Es buena para la diabetes aunque el paciente tenga una disfunción renal y tendencia a acumular potasio? Pues no lo saben, ni les importa. "La diabetes", en el mundo desordenado de los curanderos, es una sola cosa, y se atiende así nomás. Las palabras "creatinina" o "lipidiasis" los dejan con cara de más pendejos que de costumbre.

Pero, ¿cuáles son los efectos secundarios de la raíz de chaparrolina?

Tampoco lo saben.

Lo que suelen decir es que, como es "natural", no tiene efectos secundarios. Cualquier pócima naturista que uno busque en Internet trae aparejada la afirmación de que "no tiene efectos secundarios".

¿Cómo lo saben? No lo saben ¿Qué estudios han hecho? Ninguno. ¿Cómo pueden asegurar tal cosa? Con el descaro propio del timador.

No hay nada que uno consuma que no tenga efectos secundarios en mayor o menor medida, y dependiendo de una multitud de factores que los practicantes de las pseudomedicinas ignoran del todo y omiten aprovechando que la mayoría de sus víctimas también ignoran. Todas las sustancias, incluso las "puras" tienen más de un efecto en el cuerpo humano. Esto, hábilmente, lo ocultan. "Es bueno para el hígado", dicen y estiran la manita para cobrar.

Cualquier cosa "natural" puede tener gravísimos efectos secundarios para algunas personas, dadas las condiciones adecuadas y dependiendo de su propia fisiología y bioquímica. Y lo "natural" no siempre es "bueno" por definición, aunque así nos lo vendan. La muy natural Amanita muscaria es el clásico hongo o seta venenoso, e igualmente "naturales" son el veneno de víbora de cascabel y la hiedra venenosa. Y "naturalísimo" es el polen responsable de alergias que pueden ser de naturaleza francamente alarmante.

Así que lo "natural" no es "bueno" ni viceversa.

¿Por qué confiar más entonces en lo que dice un ignorante de tomo y lomo, que de anatomía no sabe más que de fisiología, al que la química le es ajena y la biología celular le resulta algo que no puede ni pronunciar?

Ciertamente, los laboratorios en ocasiones, violentan la ética para obtener dinero. Es entonces, cuando los laboratorios se comportan como lo hacen los curanderos, que se les debe someter alguna a todas las acciones legales que correspondan. Igual que a los curanderos que, en base a ocurrencias y tradiciones no demostradas en lo más mínimo, sin supervisión, sin la obligación de hacer estudios de ningún tipo, sin tener que preocuparse por nada que no sean sus delirios y sus deseos de llenarse el bolsillo, ponen sus productos al alcance de cualquier persona en pseudofarmacias "naturistas".

Y yo regreso al trabajo.