enero 25, 2010

¡Mozart contra Stravinsky!

De cuando en cuando, los creyentes en diversas propuestas preternaturales, sobrenaturales o improbables se ponen a buscar citas de científicos que, de un modo u otro, coincidan con sus creencias.

Collage de una foto de Igor Stravinsky por
Robert Regassi) y el retrato de Mozart
de Pietro Antonio Lorenzani
(imágenes D.P. vía Wikimedia Commons)
Conseguido eso, suelen escribir un articulillo, entrada de blog o correíto a una lista de colegas creyentes (o bien rebuznar en televisión o radio si cuentan con espacios) donde afirman que el hecho de que tal científico coincidiera con sus creencias significa que a) la ciencia convalida dichas creencias, b) el científico está de su lado en todo lo imaginable, c) es inaceptable criticar científicamente sus creencias, y menos aún tacharlas de pseudocientíficas, no científicas o anticientíficas.

Terminado este repetitivo numerito, se quedan tan orgullosos como un ratón encima de un queso, sonríen satisfechos, alguno de sus colactáneos los felicita y no pasa nada.

El único problema es que ocasionalmente su argumentación cae en manos de gente que no pertenece a su religión, secta, club de sesohuecos con delirios de investigador o clientes rendidos de cuanta basura ponga en el mercado Íker Jiménez. Y quienes quedan expuestos a tal argumentación pueden no darse cuenta de lo profundamente desprovista de neuronas que resulta.

¿Einstein creía o no en dios? Pues la verdad es que tal asunto importa un rábano, o al menos nos debe importar a nosotros tanto como nos importa que el señor calvito de la fila 4 del autobús o la señora de pelo horrorosamente cardado de la fila nueve crean o no en algún dios, y si dicho dios es Yahvé, Alá, Adonai, Tiamat, Chalchiuhtlicue o Brekyirihunuade. Es decir, que el hecho de que Einstein fuera físico teórico y el señor calvito sea jardinero jubilado no dan más ni menos importancia a sus creencias religiosas... o sobre la telepatía, la vida después de la muerte o la existencia de las conspiraciones que venden los vagos de la nación.

En las áreas de la subjetividad, no hay experto que valga. Incluso en el área del arte, el que un experto, o veinticinco, digan que tal pintura, película o sinfonía son magníficas, magistrales, etc. no es motivo para que a nosotros nos guste o no por obligación, a huevo o por cojones la susodicha pintura, película o sinfonía. Un experto en música nos puede explicar, claro que sí, las diferencias entre la monofonía de la alta edad media y la polifonía y homofonía que se desarrollan en la baja edad media, así como las complejidades estructurales que pudieron desarrollar los compositores más avanzados como Guillaume de Machaut (¿no lo han escuchado? a mí me gusta mucho). Como expertos, conocen técnica de música, de composición, de ritmo, de interpretación instrumental, etc. Pero ello no quiere decir que puedan calificar una pieza de "mejor" o "peor" ni que esperen que porque un músico era técnicamente bueno nos deba gustar.

Ciertamente, hay simuladores en esta vida que se agarran de la opinión de algunos expertos (no de todos, en el arte no hay acuerdos ni entre expertos) para pontificar con el dedito al aire sobre la "buena" música y la "mala" música, consiguiendo que el público que los escucha albergue deseos de segarles el dedito.

Ciertamente, también, hay científicos que creen que porque saben de una disciplina científica automáticamente deben ser respetados cuando hablan de tonterías. Por ejemplo, Rupert Sheldrake, gurú del New Age cree que como él es biólogo, su ocurrencia de "los campos mórficos resonantes" es científica y se inscribe dentro de la biología, aunque no la haya desarrollado (ni mucho menos demostrado y explicado) de acuerdo con los métodos de la ciencia.

Per más allá de los simuladores, ¿por qué es irrelevante que Einstein, Hawking o Newton creyeran o no en dios, en la astrología, en la alquimia o en la telepatía?

Albert Einstein, por ejemplo, decía que su compositor favorito era Mozart, aunque algunas de sus piezas favoritas eran de Bach. Por su parte, la pieza favorita de Stephen Hawking es la Sinfonía de los Salmos de Igor Stravinsky, seguida del Concierto para violín Nº 1 de Henryk Wieniawski.

Si yo utilizara a uno de esos dos científicos para argumentar que "el mejor compositor de la historia" es Mozart, o Stravinsky, sería bastante claro que estoy tomando un tema de la subjetividad, del mundo de la apreciación y las creencias, y lo estoy tratando de trasladar tramposamente al mundo de lo objetivo, de lo "verdadero" y lo "falso", de lo real y constatable.

Y muy probablemente, como me gustan Mozart y Bach, mientras que Stravinsky me horroriza y la verdad es que no tengo idea de la obra de Wieniawsky, citaré a Einstein y me olvidaré de Hawking.

Lo mismo ocurriría si un científico famoso o respetado creyera que el fútbol soccer es mejor que el béisbol, si pensara que el azul es más bonito que el rojo, si creyera que los seres humanos son esencialmente malvados, etc.

Es exactamente lo que ocurre con el hecho de que Newton creía en la alquimia y la astrología, o si Einstein creía o no en un dios (que finalmente todo creyente quiere asimilar a su visión de la deidad), que Max Planck creyera en un dios.

Cuando un científico habla de lo que sabe, suele acertar. Pero cuando habla de cosas de las que no sabe, o que son subjetivas, que son creencias o que son opiniones u especulaciones fuera de su terreno de especialidad, raras veces tiene más validez que cualquier ciudadano no versado en la ciencia. Yo tuve un amigo físico que era ferviente aficionado del club Atlante, mientras que yo soy del Guadalajara de toda la vida. Imagínese lo absurdo que hubiera sido que mi amigo utilizara sus asombrosos conocimientos acerca de la física subatómica para aseverar que el Atlante es mejor equipo de fútbol y más merecedor de mi apoyo. Y el broncazo que hubiéramos tenido habría sido considerable.

Personajes peculiares de la manipulación informativa mediática como Íker Jiménez se apoyan con creciente frecuencia (al parecer impulsados por los productores, que no llevaban con mucha paciencia su antigua denigración continua de la ciencia) en científicos a los que llevan para hablar de cosas de las que no saben nada. ¿De qué sirve llevar al encargado del seguimiento de la NASA en España a un programa sobre la conspiranoia de que los viajes a la Luna no existieron, si tal científico, es clarísimo al verlo, no conoce ninguno de los delirantes argumentos que promueven Jiménez, Camacho y su tropa?

Ejemplos como ése abundan. O los científicos en cuestión son ingenuos, o tienen muchas ganas de salir en televisión, o necesitan la pasta (aunque... ¿ya les pagas a tus invitados, Íker, que hasta hace un tiempo no eras dado a compartir con ellos?) o realmente creen de buena voluntad que están hablando de "ciencia" porque, ahora Íker Jiménez anda diciendo que para sus ristras de filfas se ha inspirado no en los programas Más allá, En busca del misterio y La puerta del misterio, del inefable Jiménez del Oso y, el segundo, perpetrado en complicidad con J.J. Benítez, ¡sino en Cosmos de Carl Sagan! (Esta ocurrencia le ganó un MOPA el pasado 28 de diciembre, por cierto).

Ya con el científico asándose a fuego lento en el plató de Cuarto Milenio, adobado con las artificiales zalamerías de Jiménez (qué gusto tenerte aquí, amigo, amigo, amigo..), éste y su banda  recuerdan con frecuencia que Newton dedicó grandes esfuerzos a la alquimia (cuidándose de no señalar nunca que los logros de Newton en la alquimia no existieron porque la alquimia es una superstición, a diferencia del impresionante legado del británico cuando se ocupó de la ciencia), o a rebuznar que Deepak Chopra es médico (cosa que es cierta, pero irrelevante, porque el también galardonado con un MOPA Deepak Chopra hace cualquier cosa menos medicina).

No, Mozart no es mejor que Stravinsky, ni mejor que Roger Waters o Gabriel Yacoub nada más porque lo haya dicho Einstein. Cualquier intento por utilizar las opiniones subjetivas de los científicos para validar hechos objetivos es, simplemente, propaganda de los mistificadores habituales para su tarea más importante, asegurarse de seguir teniendo clientes sumidos en la ignorancia y el asombro para que sigan soltando los dineros que permiten a los misteriólogos vivir del cuento.