enero 07, 2011

Vida después de la muerte

"El fantasma de Barbara
Radziwill, de Wojciech Gerson
via Wikimedia Commons 
Las religiones y muchos sistemas de creencias incluyen entre sus dogmas la idea de que, de alguna forma más o menos mágica, la personalidad de los seres humanos sigue existiendo después de su muerte. Las variedades de esta creencia son numerosas.

Algunos creen que esa personalidad o espíritu mantiene la forma que tuvo el cuerpo antes de la muerte, e incluso cuenta con una indumentaria de ropa fantasma, accesorios fantasmas (cadenas, anillos, brazaletes), calzado fantasma y otros artículos que igualmente sobreviven a la muerte de sus dueños.

Otros, más místicos, simplemente consideran que el espíritu es algo mágico y sobrenatural que puede viajar al cielo para mirar a dios y quedar embelesado por toda la eternidad (y sin aburrirse, que suena más impresionante aún), o bien puede entrar en el cuerpo de otras personas o animales, reencarnando (no explican qué pasa con el "espíritu" que originalmente iba a tener el cuerpo usurpado). Supuestamente, en el budismo, el alma finalmente alcanza la perfección (identificada con la ausencia total de deseos, furia y otros estados conflictivos, de modo que tiene que darle exactamente lo mismo cualquier injusticia de cualquier tipo para poder obtener una entrada al Nirvana).

Pero, si uno muere, digamos, presa de un terrible Alzheimer... ¿su fantasma recuperará sus recuerdos o será un espíritu errante, sin idea ni de cómo se llama, incapaz de memoria y de realizar las tareas más sencillas? ¿El espíritu de un ciego es ciego? Y si no lo es, ¿cómo adquiere de pronto toda la información necesaria para interpretar el mundo visual? Sabemos que los ciegos a los que la ciencia les ha dado la vista después de ser ciegos casi toda su vida tienen graves problemas de adaptación y no pueden entender intuitivamente ni la percepción de la profundidad ni las expresiones emocionales, porque su ceguera ha afectado el desarrollo de su corteza cerebral, como en el caso del esquiador Mike May.

Autorretrato de
Vincent Van Gogh
via Wikimedia Commons
Seguramente los teólogos, excelentes para toda sofistería que se necesite, dirán que el alma, siendo perfecta, puede perfectamente arruinarle la vida a muchas personas, pero ya muerta recupera todos los más perfectos sentidos: memoria, vista, oído... Vale, pero... ¿es entonces la misma persona de la que estamos hablando? Hellen Keller consiguió comprender y conmover al mundo como sordociega... ¿un espíritu sin esas limitaciones es la misma mujer cuyo ejemplo mantenemos presente? No sólo somos nuestras "perfecciones", sino también somos nuestras imperfecciones, Van Gogh sin sus ansiedades y su angustia, sus obsesiones y su pasión artística, sin sus amores delirantes y sus peleas ebrias con Gaugin, convertido en una especie de San Francisco apacible, sonriente, tranquilito y con la oreja de vuelta en su sitio... ¿es realmente Van Gogh o es una simulación lamentable, muy distinto del hombre que nos legó esa maravilla conmovedora llamada "Los comedores de patatas"?

Nuestra personalidad es un continuo cambiante. Cuando nacemos no somos "nosotros" realmente. Tenemos algunos comportamientos innatos de duración limitada (como la búsqueda del pezón por el tacto y el olor o la capacidad de nadar), otros instintos que nos duran toda la vida y algunas predisposiciones genéticas que no dependen del "alma" sino de los cromosomas que nos han dado nuestros padres sin magia de por medio. Pero no son "nosotros" en concreto porque son, precisamente, patrimonio de toda la humanidad. El "yo" se va construyendo sobre esas bases al paso del tiempo. Y parte de esa reconstrucción implica la destrucción de la personalidad anterior. Esto lo evidencian todas las historias que todos podemos contar sobre "de niño yo era de tal forma y ahora no lo soy", "cuando era más joven me gustaba tal o pensaba cuál y ahora me gustan otras cosas y pienso otras cosas", "antes de cumplir 89 años no se comportaba así"...

Antonio López de
Santa Anna
via Wikimedia Commons
¿De quién es el fantasma o espíritu que sobrevive según las creencias más diversas? ¿El que era la persona a cierta edad o el que era al final de su vida? Un transexual, digamos, ¿vuelve con el aspecto con el que nació o vuelve como es en realidad, como corresponde a sus sensaciones y percepciones, con el sexo para el que se adaptó quirúrgicamente? ¿Los espíritus de los amputados tienen la pierna perdida o ésta tiene fantasma por su cuenta? El asunto no es trivial cuando uno recuerda casos de comedia de horrores como el del farsantesco presidente mexicano López de Santa Anna, que perdió una pierna en la no menos absurda Guerra de los pasteles contra Francia, e hizo que se realizara toda una ceremonia funeraria para su miembro amputado. Años después, cuando el dictador que perdió la mitad del territorio mexicano en la guerra con Estados Unidos finalmente huyó del país, la turba desenterró la momia de la pierna del también llamado "Quince uñas" y la arrastró por las calles de la Ciudad de México.

Más aún, si en el transcurso de su vida alguien pierde parte de su personalidad por un accidente o una enfermedad, ¿esa parte vive independientemente a partir de ese momento? Por ejemplo, en diciembre se conoció el caso de una mujer que, debido a una proteinosis lipoide perdió en su adolescencia las amígdalas cerebrales y desde entonces es incapaz de sentir miedo. ¿Su miedo reencarnó en otra persona que ahora tiene miedo doble? ¿Existe el fantasma de su miedo? Vamos a ver, que nuestros miedos son parte clave de quiénes somos y de cómo somos. Si podemos perder una parte así sin que ésta siga sobreviviendo en el cielo, o recorra casas abandonadas diciendo "soy el miedo de Fulanita", o reencarne en un león miedoso, ¿no es más lógico pensar que podemos perder toda nuestra personalidad al morir?

Nadie se pregunta a dónde va nuestra digestión cuando morimos. O si el ciclo de Krebs (serie de reacciones químicas parte de la respiración celular) de nuestras células reencarnó en algún lama tibetano (o en Steven Seagal, que según el Dalai Lama es la reencarnación de un sacerdote budista llamado Chungdrag Dorje). O si el amor que sentimos por nuestra primera ilusión romántica adolescente está en el banquete de Odín o aburriéndose como una ostra en el Hades, bien vigilado por Cerbero.

Nuestra personalidad, emociones y sentimientos son funciones de nuestro sistema nervioso. Un daño al sistema nervioso puede cambiar, mutilar, redefinir o destruir nuestra personalidad en parte o en su totalidad. Esto debería bastar para entender que la personalidad se extingue con la muerte como se extingue el pulso, la capacidad de tocar la flauta o el gusto por los asados de cordero.

Si existen los fantasmas, como suele decir el amigo Manolo Elmas, son según se usa la palabra en España: personas vanas y presuntuosas, bocones, bravucones, echadores, fanfarrones, fantoches, jactanciosos, matasietes y bloferos. O "investigadores de los paranormal" y "teólogos", si usted prefiere.