El caso es que el recién estrenado College of Medicine es algo rarito, cuando su primer seminario público sobre cuidado del cáncer se ocupa de los supuestos daños ocultos y misteriosos que las exploraciones de tomografía computarizada (CT) tienen sobre los pacientes, y que tal seminario sea impartido por una curandera que se dice capaz de curar el cáncer sin haber mostrado nunca a pacientes curados de ésos que nos dejarían impresionadísimos, una tal Jane Plant, de profesión geoquímica, cosa que suena a la composición química de nuestro planeta, porque tal es esa especialidad, pero que no tiene nada que ver con la curación del cáncer, el estrés, la advertencia de los riesgos de los escaneos CT (que son los de los rayos X, porque en la CT se usan rayos X, bastante bien estudiados durante más de cien años) ni cosa similar.
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El anterior intento del príncipe fue la Fundación para la Salud Integrada donde Carlos descaradamente hizo enormes esfuerzos aprovechando su influencia política para lograr que el Servicio Nacional de Salud de Gran Bretaña aceptara (y financiara, claro) la medicina vudú como si fuera medicina de verdad. En el proceso, escribió cartas a la agencia regulatoria de medicamentos y productos de salud, lo cual al parecer ayudó a que se relajaran las reglas respecto del etiquetado de productos como los que vende Carlos.
Dichas cartas, por cierto, se mantienen en secreto como las demás misivas, no pocas, que ha enviado Carlos de Inglaterra a los ministros ingleses para influir en sus decisiones.
La fundación de Carlos cerró en 2010 entre acusaciones de fraude, lavado de dinero y el arresto de uno de sus antiguos directivos, no sin antes sacarle 300 mil libras al Departamento de Salud británico. Carlos, siempre atento, cerró la fundación y esperó unos meses antes de relanzarla como el tal College of Medicine.
El heredero del trono de Inglaterra (y la sobrecogedora fortuna de su madre) no sólo ha promovido la medicina vudú en su país, sino que ha llegado a solicitar a la Asamblea Mundial de la Salud que integre las medicinas que no han demostrado su eficiencia con la medicina real, como si fueran sólo otro sabor y no una falsificación.
Esto no es sólo una chifladura de un personaje sin méritos para ser famoso, ni siquiera conocido. Cierto que Carlos de Inglaterra es un creyente en el new age, la "kábala" según la practican personajes como Madonna y demás enseñanzas de Laurens Van der Post, místico jungiano que llegó a ser considerado "el gurú de Carlos de Inglaterra" y le enseñó cosas tan importantes como a "hablar con sus plantas", actividad que seguramente ocupa bastante del tiempo libre de Carlos de Inglaterra. Aunque le deja tiempo para promover supuestas "técnicas" de diagnóstico basadas en la interpretación mágica de la lengua, el iris y el pulso, tan demostradas como la existencia de los duendes irlandeses y los dragones.
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Claro que una práctica terapéutica debería ser aceptada o rechazada con base en las evidencias que pueda aportar sobre su seguridad, eficiencia, mecanismos y, claro, riesgos y efectos secundarios, porque no hay nada que no tenga efectos secundarios, diga lo que diga la publicidad de las pseudomedicinas. No sobre la base de las creencias irracionales de personas famosas... y menos de sus negocios.
Pero para los vendedores de humo empeñados en la ikerjimenización del mundo, es más rentable ocuparse de embaucar a famosos que los publicitan entusiastas (como Shaquille O'Neal y la fraudulenta pulsera PowerBalance), las absurdas dietas desintoxicantes en que cree Naomi Campbell, la histeria antivacunas de Jenny McCarthy basada en un estudio fraudulento o los parches de titanio del Príncipe Felipe en España) que de demostrar que sus delirios sirven para algo más que para reducir la cuenta bancaria de gente bienintencionada que cree que porque alguien es famoso (atleta, modelo, actor, supuesto noble) merece alguna credibilidad médica.