Campesinos peruanos trillando quinua a mano cerca de Puno (Foto C.C. de Michael Hermann y Crops for the Future, vía Wikimedia Commons) |
Los aficionados a la comida vegetariana y vegana adoptaron rápidamente la quinua como adoptan distintas modas alimenticias y supuestamente curativas, con una enorme pasión y un enorme poder adquisitivo, puesto que se trata principalmente de opulentos habitantes del Primer Mundo acostumbrados a (y felices de) pagar más por alimentos con menos controles sanitarios pero que cumplan los requisitos para obtener la certificación de "orgánicos" o "ecológicos".
Evo ha dicho que podría ayudar a paliar el hambre en el mundo, y quizás tenga razón en alguna medida, independientemente de los vuelos líricos que en ocasiones han dado al traste con la credibilidad del presidente boliviano. Integrada a la producción (aunque su cultivo en otras latitudes ha sido problemático) y sometida a estudios que permitan obtener variedades de gran rendimiento, poco uso de agua y formas de aumentar la productividad reduciendo el uso de pesticidas, podría ser un arma importante en la lucha contra el hambre.
Por ello, en este tema la ONU y la FAO le dieron la razón a Evo Morales y declararon a 2013 el año de la quinua, en una ceremonia hace unos pocos días a la que asistió el propio mandatario andino.
Todo muy bien, pensaría uno que considera a Norman Borlaug uno de los grandes benefactores de la humanidad, cuya Revolución Verde que evitó el desastre alimentario de la década de 1970 que se aleteaba sobre buena parte de la humanidad (y del que no se informa a los jóvenes en las escuelas, por cierto).
Pero no. Según informa la periodista especializada en alimentación Joanna Blythman en el diario británico The Guardian, el éxito que ha alcanzado la quinua desde 2006 entre los vegetarianos y otros militantes del New Age en su vertiente ecológica y bucólica ha tenido un efecto por otra parte esperable pero que no casa con los ideales generalmente propuestos por estos potenciales consumidores de quinua en grandes cantidades: el precio de este cultivo, debido a la demanda, se ha elevado tanto que ya no lo pueden comprar los peruanos más pobres.
"El apetito por este grano de países como el nuestro", dice Joanna hablando del Reino Unido, claro, "ha disparado los precios en tal medida que los más pobres de Perú y Bolivia, para quienes fue alguna vez un alimento básico nutritivo, ya no pueden permitirse comerlo. La comida basura importada es más barata. En Lima, la quinua ahora cuesta más que el pollo."
El precio original de la quinua, de hecho, se triplicó entre 2008 y 2010, pasando de 1.100 dólares la tonelada a 3.000. La inasequibilidad de la quinua no es un delirio de alguna periodista británica probablemente pagada por algún cartel de malvados de ésos que se invocan para evitar cualquier argumento más o menos razonable y basado en hechos. Por estos mismos días, han levantado la voz de alarma diarios como La República, mientras que asociaciones peruanas de pequeños empresarios como Pymex han acentuado que los largos y costosos procesos de certificación "ecológica" u "orgánica" ayudan a inflar los precios del grano que en 2006 era la forma más barata de comer en Los Andes.
En Bolivia, el precio por quintal (algo más de 46 kg) subió de 280 a 800 bolivianos, es decir, de 29 a 84 euros. Esto se traduce en 1,82€ o 2,42 dólares el kilo, un precio inalcanzable para el 26% de los bolivianos que viven con menos de 1 dólar al día.
Otro aspecto en el que el éxito de la quinua ha resultado indeseable es que los campesinos se ven animados a abandonar sus cultivos variados y dedicarse a esta planta como monocultivo para saciar a occidente, al menos mientras dure la temporada de la quinua (que tuvo como predecesora notable, curiosamente, a otra planta de su misma familia, el amaranto, que era el alimento milagro de los años 90).
Este mecanismo no es nuevo por desgracia en los países más desfavorecidos. Grandes extensiones de tierra se emplean en África para producir alimentos "orgánicos" de alto precio de venta en Europa, dejando de lado las posibilidades de tener alguna seguridad alimentaria para millones de africanos, que se ven reducidos a una agricultura miseria de subsistencia, sin ninguna herramienta tecnológica que les permita mejorar sus rendimientos, algo que han denunciado en varias ocasiones expertos en biotecnología como J.M. Mulet.
Quizá si los entusiastas antitecnológicos que se pueden permitir el lujo de pagar por sus alimentos cantidades inimaginables para los 2.800 millones de seres humanos que viven con menos de dos dólares al día se tomaran el tiempo necesario para cotejar sus creencias con la realidad, si se ocuparan de leer algo de biología, ciencia agrícola, genética, hibridización, química y geología, podrían encontrar mejores formas de vivir su estilo de vida con base en las evidencias del conocimiento.
Vamos, una forma larga de decir "soñar es gratis" (pero despertar suele ser costoso).