enero 29, 2004

El charlatán-esperpento

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Hay una variedad especialmente llamativa de videntes, síquicos, astrólogos, brujos y otro tipo de farsantes que se caracteriza no por la calidad o cantidad de sus trabajitos para anormales, sino por optar por un estilo estrafalario, extravagante, excesivo, caricaturesco y, en resumen, esperpéntico.

En México es famoso (y cobra en la televisión, que de cobrar se trata) Walter Mercado, supuesto astrólogo puertorriqueño que ha optado por un look que se ubica entre una cruel caricatura de una drag-queen vista por un furibundo homófobo y un remake tardío de María Félix en sus momentos más lamentables.

Como profeta, Mercado es un fracaso (cosa que no debería sorprendernos), pero su imagen es inolvidable: el pelo en crepé (o cardado) y teñido de un rubio anaranjado tipo Yosemite Sam, anillos y collares de oro a tutiplén, largos mantos de brocado en colores delicados (rojo Ferrari, morado "atardecer en el Caribe", dorado tipo reloj imitación de Rolex) que gusta de lucir desde una especie de trono de película mala de los años 60 y una cantidad de maquillaje que igual puede haber inspirado a Michael Jackson que a Marilyn Manson.

Añade a esta imagen sobrecogedora un tono al hablar cansino y seudoprofundo, tan afectado que a veces parece que está cantando cantos gregorianos con sabor a trópico salado, plagado de referencias que nada tienen que ver una con otra y que salpica diciendo "amor" más o menos cada 14 o 16 palabras.

Mercado es ejemplo ideal del charlatán-esperpento, cuyo antecedente inmediato fue Esteban Mayo, mexicano que a sus dotes de astrólogo añadía las de modisto de novias y vendedor de pollos fritos. Pero Esteban Mayo era un modelo de sencillez y buen gusto al lado de los charlatanes-esperpento de hoy en día.

España tiene también interesantes ejemplos de charlatanes-esperpento. Está el "brujo" Rappel, un desvergonzado que ha tomado de Walter Mercado las túnicas, pero adaptándolas a su cuerpo más bien rollizo y añadiéndoles más lentejuelas que si bailara en el Folies Bergere, cabello igualmente teñido aunque escaso, gafas engastadas en pedrería y, claro, joyas por kilo. Rappel también es comentarista de "asuntos del corazón", que son lo que domina la televisión española. Es famoso igualmente por haber atentado contra el buen gusto exhibiéndose en las pantallas caseras con un diminuto tanga, escena que con frecuencia repite la televisión española sin siquiera disculparse.

Del lado femenino hay algo llamado la "bruja" Aramís Fuster, mujer entrada en años y en carnes caracterizada por largos postizos en el cabello anaranjado furibundo, maquillaje desbordante aplicado con cuchara de albañil, escotes francamente omitibles y, por supuesto, gordos anillos de oro y otras joyas ostentosas. Esta mujer se dedica también a falsificar escandalitos ("montajes", que les llaman) relacionados con su vida amorosa para engordar la chequera en la prensa rosa. Y, claro, también ha exhibido sus adiposidades en televisión previo pago para shock de los inocentes espectadores.

El primo pobre de estos charlatanes-esperpento es un sujeto de pequeña estatura (no sólo moral, también es chaparro) llamado Paco Porras, que entre sus ocurrencias tiene la de adivinar el futuro viendo verduras y frutas que corta en pedazos en presencia de los incautos. Durante mucho tiempo se paseó por las emisiones televisuales con un ramito de perejil en una oreja. Suele reaparecer de cuando en cuando con peinados y cortes de pelo extravagantes.

Estas imágenes, pensaría uno que es ingenuo, no pueden ser tomadas en serio por nadie. Se prestan a la burla, al pitorreo, al cachondeo, a la befa, la mofa, el choteo y el escarnio, pero nada más.

Y sin embargo, no es así. Por el contrario, tienen más clientes de los que pueden atender, por lo que todos ellos, sin excepción, se han tecnologizado. No sólo esquilman ingenuos en sus "consultorios", particulares, sino que venden patrañas mediante sitios Web de cobro y números telefónicos de alto costo atendidos por operadores igualmente desvergonzados (o profundamente necesitados), sin contar con que cobran cada vez que asoman sus galas en la televisión para decir memeces.

Lo esperpéntico de estos personajes parece ejercer un influjo hipnótico en sus "clientes". Es decir, tiene su algo de mercadotecnia (o marketing), su algo de show-business, su algo de reclamo publicitario, su algo de circo que invita a participar.

En la intimidad de sus "consultorios", como lo han revelado algunos programas de cámara oculta, no se diferencian en nada de todos los demás charlatanes: dicen vaguedades disfrazadas de profecías, ofrecen curaciones milagrosas que atentan contra la inteligencia, hacen trabajos contra el mal de ojo y realizan rituales inútiles por los que cobran sin excepción.

Pero, en la vida pública, el charlatán-esperpento destaca porque ha superado completamente el miedo al ridículo que una persona normal siente si se ocupa de decir estupideces sin cesar en público, de divulgar mentiras evidentes y de sacarle dinero a personas de buena voluntad con engañifas y amenazas místicas.

El charlatán-esperpento. al parecer, ha descubierto que la opulencia caricaturesca de su vestido lo hace parecer más "extraterreno" y, consecuentemente, más místico y con mejores posibilidades de estar en contacto con "energías" extrañas que hacen que valga la pena darle dinero, admiración y atención. Y quizá algo más.