mayo 26, 2010

Punset y los problemas de la divulgación


Mi anterior post sobre una de las barbaridades que suele ofrecer a su público Eduard Punset ha disparado un debate interesante, el de lo flexibles y comprensivos que debemos ser al tratar con un "divulgador científico" si cuenta trolas, porque de otra parte, se dice, realiza una labor útil.

Eduard/Eduardo Punset (foto
de Grupo Punset Producciones, licencia
CC-BY-SA-3.0, vía Wikimedia Commons
(También ha reavivado otros debates de una memez océanica, que si efectivamente Uri Geller tiene "poderes", que si todas las personas que dicen que no hay pruebas de que las prácticas "alternativas" curen estamos a sueldo de las farmacéuticas, que si todos los médicos, enfermeras, bioquímicos, divulgadores serios, etc. forman una megaconspiración para impedir que el mundo se cure con agujitas, y que si quien critica a San Eduard Punset es un envidioso o solamente un malvado, entre otras demostraciones de lo que pueden hacer los vendedores de humo en la percepción de ingenuos y conspiranoicos, pero en ellas no entraremos.)

El rigor exigible

El argumento fundamental que se ha presentado es que, aunque Punset en ocasiones entreviste a verdaderos charlatanes (como Rupert Sheldrake, Deepak Chopra, Masaru Emoto, Uri Geller, Nguyen Van Nghi, Mariano Bueno, Marysol González Sterling, etc.) y abunden sus devaneos de autoayuda, autopromoción, autobombo, interpretaciones fantasiosas de los datos de la ciencia, afirmaciones sin base en la realidad científica actual, etc. debe perdonarse, pasarse por alto o relativizarse porque hace una admirable labor cuando entrevista a científicos de gran relevancia a los que nadie más en España tiene interés, tiempo ni dinero para entrevistar, además de tocar temas poco habituales. Tras este argumento hay cierto reproche al autor de este blog por ser demasiado estricto con Eduard Punset, cuando uno podía tener un poquito más de complicidad.

Utilicemos un ejemplo en otra área del periodismo. Porque por más que actúe como gurú new age y poseedor del "secreto de la felicidad", lo que Punset está haciendo es periodismo, periodismo científico, y por lo tanto no debe ser ajeno a los principios esenciales de la ética periodística.

Deepak Chopra, comerciante de pseudomedicina
ayurvédica/cuántica
(vía Wikimedia Commons)
Imaginemos a un periodista deportivo que de cuando en cuando soltara cosas como que Johann Cruyf fue campeón de curling a la cabeza de la selección de Etiopía, o que asegurara a su rendido público que Geert Jan Jansen fue defensa central de la selección belga en el mundial de 1966, que afirmara que en realidad el ciclismo se practica con triciclos pero la tercera rueda es invisible porque la ciencia aún no la ha podido explicar, y que dijera con absoluta convicción que en realidad Maradonna no metió el gol de 1986 contra Inglaterra usando la mano, y que hoy eso es "cabezazo, y cabezazo puro".

¿Acaso sería razonable defender a ese periodista acudiendo a los casos en los que sí dijo con precisión que Pelé llevaba el número 10 o que Olga Korbut era gimnasta? ¿Se diría que este individuo hace un gran bien al deporte debido a que tiene una gran capacidad de comunicar, es simpático, bonachón, sonríe hasta cuando está masticando, y tiene muchos fans? ¿Se defendería que su promedio de aciertos es muy elevado?

Tal periodista no tendría defensa, y sería raro que alguien saliera a defenderlo. El periodismo es de una parte una vocación por averiguar cosas y contarlas, y de otra parte un compromiso indeclinable de atender el derecho de la gente a saber. Cuando el periodismo atiende a motivaciones económicas, de autoexaltación del periodista, de intereses políticos, de deseos de utilizar los medios para obtener poder, dinero o sexo, se convierte en charlatanería.

La credibilidad de un periodista no está en un alto promedio de aciertos, sino en ocuparse de buscar la verdad y presentarla después de contrastar fuentes, cotejar, buscar y redactar con honradez. Si se equivoca, su obligación es reconocer el error, tan públicamente como cuando lo cometió, para atender el derecho de la gente a saber y ofreciendo disculpas. Los periodistas se equivocan, por supuesto, pero hay errores honestos y errores que se cometen por desidia, indolencia, desprecio al público y conveniencia propia que ya  no son precisamente errores, son faltas a la ética.

Si el periodista no es riguroso siempre, no es fiable nunca.

¿Qué quiere decir esto y por qué el rigor no es prescindible?

El desconcierto del público

Descubrir que algo anda mal en algunos los ejemplos anteriores no es muy difícil porque nuestro conocimiento del mundo de los deportes es muy amplio. Pero uno de los ejemplos podría desconcertar a todos menos los más expertos, el de Geert Jan Jansen. Casi nadie tiene forma de saber que antes que futbolista belga, este personaje es un conocido falsificador de pinturas nacido en Francia.

El público no puede saber que situarlo en un equipo nacional de fútbol es tan falso como decir que la tierra es plana. Muchos quedarán perfectamente engañados, e incluso admirados ante la erudición del cronista que sabe datos tan oscuros sobre el fútbol. Seguramente es una lumbrera del periodismo deportivo.

Uri Geller in Russia2
Uri Geller, prestidigitador que afirma tener
superpoderes y declarado "ciencia pura" por
Eduard Punset (foto de Dmitry Rozhkov,
CC-BY-SA-3.0, vía Wikimedia Commons)
Ése es el problema con la divulgación científica de Punset (y de algunos otros en todo el mundo, me centro en este personaje porque es el tema de la anterior entrada, porque difunde sus embustes con dinero público y porque es especialmente famoso en España, con cierto reconocimiento en América Latina, y por tanto su capacidad de hacer daño es especialmente potente). El público general no tiene forma de saber que Richard Dawkins es un biólogo evolutivo de verdad y un divulgador fiable en temas de evolución, pero Uri Geller no es más que un prestidigitador sin vergüenza y autoglorificado. Y al presentarse ambos bajo el manto de respetabilidad e infalibilidad de que se ha rodeado Punset (con ayuda de sus cabestros, claro, y apoyado en sus relaciones como político), el público no avisado empieza a creer que Geller es "ciencia, ciencia pura" y se abre a creer cualquier otra tontería y, por supuesto, a dejar el dinero en manos de acupunturistas, santeros, homeópatas, naturópatas, holísticos y otros tipos igual de peligrosos.

¿De quién es la responsabilidad de averiguar que Geert Jan Jansen es un falsificador y no un futbolista, o que ni Masaru Emoto ni Uri Geller tienen nada que ver con la ciencia? Obviamente no del público. Es una de las primerísimas obligaciones del periodista o del comunicador (y por "periodista" entiendo al que ejerce el periodismo, no al dueño de un título que diga que es periodista, ojo). El periodismo implica poner a disposición del público información que no tenía antes, para satisfacer su derecho a saber y darle herramientas para tomar decisiones o formarse opiniones, entregándole poder, porque sí, la información es poder. Escamotearle información o ignorarla es error del periodista.

Si el periodista no hace su trabajo, es un mal periodista. Puede ser el mal periodista más simpático, entrañable y santurrón del universo (y de varios universos paralelos), pero sigue siendo un mal periodista que no atiende los intereses del lector

La humildad del periodista

La actitud de control absoluto de la verdad de Eduard Punset ha llevado a que se le considere una autoridad en ciencia (sin que él haga nada por moderarlo o matizarlo) y se hable de él como prototipo del "científico".

Pero Punset no es científico, como no lo es quien esto escribe. El periodista científico no tiene que ser un científico académico, del mismo modo en que el cronista deportivo no tiene por qué ser un deportista profesional, y los críticos de cine o teatro no tienen que ser directores, autores o actores.

Y precisamente por eso, el periodista científico debe ser extremadamente riguroso, tratar siempre de constatar sus afirmaciones, acudir a fuentes fiables, sean journals científicos, revistas de divulgación con buenos antecedentes de fiabilidad, entrevistas, otros divulgadores fiables, científicos que se esfuerzan por explicar la ciencia a nivel popular, etc. Y también fuentes diversas que ponen en cuestión muchas afirmaciones, como hacen las asociaciones racionalistas y escépticas en todo el mundo, así como los investigadores sobre las afirmaciones de lo paranormal. Porque los científicos muchas veces no están alerta a la posibilidad de fraude por parte de sus sujetos, y es necesario promover una posición cuestionadora.

Por ello mismo, un viejo adagio del periodismo es que cuando el periodista se vuelve más importante que la noticia, algo se está haciendo mal. Cuando Punset no se prestigia por entrevistar científicos relevantes (y amos de la superchería ultramillonarios) sino que los medios consideran que "ser entrevistado por Punset" es uan especie de "sello de garantía", tenemos un problema. Y ese problema es la "falacia de autoridad", es decir, que se acepta algo porque lo dice cierta persona con cierta fama y no por las virtudes o defectos propios de la afirmación.

Obviamente, cuando un cosmólogo dice algo sobre física y es parte del consenso científico del momento, podemos determinar que es bastante fiable. Pero si el mismo cosmólogo habla de quién ganará el mundial de fútbol o cómo podrían ser los extraterrestres (como hizo en un comentario a la ligera Stephen Hawking, alborotando a todo el gallinero de la rarología), tiene la misma credibilidad que cualquier persona tomada al azar en la calle. El conocimiento en cosmología no le ofrece bases para hacer análisis más propios de la biología, la etología, la antropología y la sociología. Es mucho más creíble un experto en sociobiología o, incluso, un escritor de ciencia ficción que se haya especializado en la creación de criaturas y sociedades extraterrestres imaginarias pero plausibles, basado en datos de varias ciencias.

Cuando algo se vuelve cierto "porque lo dice fulanito" y además quien lo critica llega a ser atacado de modo despiadado y como un hereje al que hay que quemar en la hoguera, lo que no hay es divulgación de la ciencia. Ni ciencia, ni periodismo.

Otro argumento repetido es que el "éxito" de Eduard Punset es lo bastante admirable como para "perdonarle" sus frecuentes desbarranques en el esoterismo. Este argumento es de los menos sólidos, pero de los más repetidos, y compañero frecuente de la bobada de que a quien esto escribe le mueve la envidia porque le gustaría engañar a la gente, fingirse gurú y tener el dinero y el éxito de Eduard Punset. Evidentemente, si quisiera engañar al público, mi historia periodística sería otra, pero ese argumento es poco atendible.

¿El éxito de Eduard Punset, la adoración de sus adeptos, su fama y la cantidad ingente de premios que se le han arrojado encima son de alguna forma un buen argumento para no exigirle el rigor periodístico que le exigimos a cualquier otro periodista? Es claro que no, que en todo caso todo su éxito convierte en algo mucho más preocupante sus desbarres, sus interpretaciones delirantes y sus viajes para entrevistar a amos del embuste y promotores de la pseudociencia y la anticiencia.

Y es que, si el periodista científico no tiene por qué ser científico por estudios, sí debe tener una actitud, una visión, científica del mundo. Esto equivale a decir escéptica, racional, naturalista y siempre abierta a cambiar si hay pruebas razonables que indiquen que uno estaba equivocado. El pensamiento científico, racional, no es provincia exclusiva de quienes han estudiado carreras científicas, sino por el contrario puede y debe ser patrimonio de todos como forma de enfrentar los desafíos del mundo real. De hecho, uno de los objetivos de la divulgación científica es promover el pensamiento racional a contrapelo del pensamiento mágico.

Y debe actuar como periodista ético. Lo cual implica no traicionar a la verdad, y menos aún cuando el trabajo de comunicación se hace con cargo al erario, pues no debemos olvidar que la producción del programa y el salario de Eduard Punset se sufragan con dinero del tesoro público de Radiotelevisión Española. Es decir, que además de un compromiso con la ciencia y la comunicación honesta, existe el compromiso de no dilapidar el dinero público... o debería existir.

Qué pensar o cómo pensar

Un tema que encuentro especialmente preocupante en el universo punsetiano y que es lo contrario de la buena divulgación científica es su pasión por convencer, por ser admirado. Antes que buscar la verdad aún a costa del rechazo de cierta parte del público, como hace cualquier periodista, la actitud es más cercana a la de la estrella mediática, el cantante, el actor, el tertuliano de televisión, para el cual todo es sacrificable en aras del aplauso y cuya obligación es tratar de quedar bien con todo el público, gustar a toda costa.

Y en esa búsqueda por ser admirado, existe un hilo en su accionar público que sugiere que su contacto con la ciencia y con los científicos le ha aportado una sabiduría trascendental que lo distingue y le faculta para decirle a los demás qué deben hacer, qué deben pensar, no para tener mejores datos, sino para ser felices, para alcanzar la satisfacción personal, con un lenguaje propio de los libros más lamentables, obvios y bobalicones de la autoayuda.

Esto sería grave si Eduard Punset presentara su labor como su búsqueda espiritual personal, su camino a Damasco, su empresa por la iluminación... pero él se hace llamar "divulgador científico", y por tanto se entiende que se le analice en esos términos y no en otros. Un gurú busca decirle a la gente qué pensar, qué creer... la divulgación de la ciencia, al promover un pensamiento racional, enseña precisamente lo contrario, a dudar, a pedir datos, a utilizar criterios de verdad fiables, pretende en todo caso enseñar cómo pensar.

Que lo haga el becario

Tanto la admiración excesiva hacia la figura del expolítico catalán como la defensa que se hace de él e incluso la desprolijidad que muestra y sus tendencias claramente místicas son hijas de un problema que tiene el manejo de la información científica en los medios de comunicación.

Como hemos señalado en las críticas a La Sexta Noticias que hemos hecho en este mismo blog (aquí y aquí, además de las críticas que he hecho en Twitter y que han llevado a que el encargado de la cuenta @sextaNoticias oscile entre insultarnos e ignorarnos, nunca en hacernos un poco de caso), la desidia y el desprecio a la información científica parecen ser la norma. Para hablar de política, suele acudirse a periodistas con experiencia en el análisis político y politólogos fiables. Para hablar de deportes, se exige a los cronistas un conocimiento bastante completo de los deportes y más de su especialidad, cuando se trata de cosas tan populares como el fútbol, el baloncesto y la Fórmula 1. Para hablar de economía se toman los servicios de periodistas versados en el tema o economistas que puedan hacer periodismo. Y así.

Cuando se trata de ciencia, no hay ni exigencias, ni requisitos ni preocupación por los errores. Parece que se le asigna al becario que no sirve ni para traer cafés, se redacta con los pies, sin entender siquiera la información original, sin un ápice de espíritu crítico, mucho menos autocrítico. Es relleno, asunto que no tiene por qué cuidarse como se cuida la política, los sucesos y otras secciones.

Cuando los medios aprendan que presentar a Uri Geller como científico es tan inaceptable como presentar a Leonel Messi como director teatral, a Flipy como portavoz de la oposición en el congreso o a Plácido Domingo como laureado economista, podemos quizá aspirar a tener una divulgación científica mejor que la papilla espiritualoide que Punset alimenta a su público para glorificarse y poder viajar a cuenta de nuestro dinero, sin ningún compromiso con la verdad, la ciencia o la deontología periodística más elemental

Repitiendo lo que decía ayer: lamentable