Decíamos el 29 de octubre en la entrada Homo floresiensis y Homo pazguatensis de este blog acerca de los que se dedican a la supuesta "criptozoología":
En breve los escuchará usted llegar a la brillante conclusión de que unos esqueletos de hace 18 mil años en Indonesia de alguna manera "prueban" que existen determinados mitos modernos en lugares que no tienen nada que ver con Indonesia.
Decíamos también: Pero los Homo pazguatensis explotarán al pobre Homo floresiensis, oh hermanitos, vaya si lo explotarán..
No se tardaron.
En su número de noviembre, en la revista Año Cero, Javier G. Blanco y Oscar Herradón coordinan que se diga que: "el hallazgo es de gran importancia para la criptozoología".
Su lógica es que los habitantes de la Isla de Flores cuentan relatos de "gente de pequeña estatura" llamados ebu gogo.
Vale, supongamos que los hombres de Flores, desaparecidos según se calcula hace unos 13 mil años, no desaparecieron en realidad, sino que están escondidos en un paraíso turístico, rodeados de dragones de Komodo, sin que nunca se hayan encontrado sus herramientas actuales, restos de sus almuerzos, difuntos ni cosa similar. Es improbable pero no imposible. ¿Qué tiene que ver eso con "la criptozoología" y por qué sería "de gran importancia" este descubrimiento para las creencias en el yeti, el bigfoot, el plesiosaurio japonés, el monstruo del Lago Ness, el hombre mofeta (o zorrillo), el hombre polilla, el chupacabras y demás fantasías del mundo criptozoológico?
Pues nada.
Pero esperan que sus lectores no se fijen.
(Recordemos cómo reseñaba a la criptozoología actual en este blog, como autor invitado, Aldo Tomi en la entrada ¿Ha muerto la criptozoología? el pasado mes de mayo.)
Sin que un solo criptozoólogo se haya ocupado de ninguna investigación paleoantropológica seria, ahora se cuelgan la medalla de este descubrimiento. Esta vez la ciencia no es "cerrada, dogmática, fascista y conspiradora", como suelen decir los ocultistas. Curioso, ¿no?
Se lleva la palma floresiensis la revista Más Allá de la Ciencia, en un articulillo de Miguel Seguí. Este personaje, que asegura ser biólogo, es autor de un libro sobre criptozoología en el que habla de dinosaurios vivos en Alaska, Sudamérica y África (el infaltable brontosaurio Mokele-mbembe, que tan bien se esconde) y, según Javier Sierra, ha viajado por distintos países buscando monstruos: en Túnez buscó serpientes gigantes del desierto, en el sureste mexicano buscó una especie de bigfoot llamado sisemite o liticayo, en Rusia buscó hombres salvajes, en Kenia buscó hombres salvajes y osos nandi. En ningún lugar encontró serpientes, sisemites, liticayos, hombres salvajes ni osos nandi ni cosa similar.
Con ese impresionante currículum, Seguí nos obsequia un título objetivo y bien fundamentado: Minihombres de ayer, ¿yetis de hoy?. En él, procede a narrar con toques de amarillismo el descubrimiento del Homo floresiensis y trae a colación no sólo al ebu gogo, sino a otras leyendas de Sumatra, Borneo y Sri Lanka, a las que considera "vecinas" de Isla de Flores (y asegura que la leyenda es la misma, sobre los mismos seres, sólo que con distinto nombre).
Momento.
Borneo está a mil kilómetros.
Para llegar desde Flores a Sumatra hay que pasar por encima de Komodo Lombok y Bali, sin contar la isla de Java a lo largo, que mide también más de mil kilómetros.
Y Sri Lanka está a unos ¡cinco mil kilómetros! de la Isla de Flores (corregimos cálculos con el World distance calculator; introduzca las coordenadas aproximadas de Isla de Flores [8:6 Sur y 124 Este] y las de Colombo, capital de Sri Lanka [7:3 Norte - 81:2 Este]).
Con esa lógica, Madrid es "vecino cercano" de Moscú, estando "sólo" a tres mil quinientos kilómetros.
O sea, la afirmación es más falsa que un euro con la cara de J.J. Benítez, pero suena bonita y parece establecer un enlace entre Isla de Flores, cerca de Australia, junto a Timor Oriental, y Sri Lanka, pegadita a la India. La mayoría de los lectores no comprobarán esto y le creerán a Miguel Seguí.
Cero en geografía.
Dice también, asegurándolo, que los hombres de Flores "eran capaces de fabricar herramientas relativamente complejas".
Otra vez, momento.
No es justo es que Miguel Seguí quiera suplantar a la doctora Carol Lentfer, miembro del equipo de Mike Wormwood que descubrió al Homo floresiensis, de quien se informaba apenas el 8 de noviembre que había llevado a su laboratorio: "cientos de muestras de herramientas de piedra y muestras de sedimentos tomados de puntos dentro y fuera de la cueva. Ahora tiene el trabajo de determinar en qué tipo de entorno vivió el Homo floresiensis, si hizo las herramientas y para qué las usaba". (Sí, sorpresa, sorpresa, la ciencia puede averiguar esas cosas.)
Otros expertos, como Colin Groves, de la Universidad Nacional Australiana, dicen que las herramientas son de "tamaño normal", que uno esperaría que gente pequeña hiciera herramientas pequeñas por lo que es probable que las herramientas pertenezcan a los Homo sapiens de la isla.
O sea, no se sabe. No hay por qué acelerarse.
Pero, ¿y los yetis dónde andan en este artículo?
En ningún lado. Únicamente en el encabezado y en la frase del principio, la subcabeza, que dice que esta especie recién descubierta "podría ser la prueba de la existencia de pequeños yetis en Indonesia".
¿Perdón?
¿Está sugiriendo que los yetis de los Himalayas son grandes especímenes de Homo floresiensis?
¿En qué se basa para ello?
En nada, no lo explica, no dice por qué de pronto se le ocurre llamar a esta especie "pequeños yetis". No vuelve a mencionarlo, lo olvida. La palabra cumplió su función publicitaria estableciendo un nexo imaginario entre un ser cuya existencia ha descubierto la ciencia, una leyenda no comprobada de hombre pequeños en Indonesia y otra leyenda tampoco comprobada pero muy conocida de hombres gigantes que supuestamente viven entre China y Nepal. Conseguido eso, ¿para qué demostrar nada?
Suena misteriosón, interesante, asombrosoide y paranormalísimo. ¿Qué importa que sea una fantasía?
Y no, no soy adivino ni califica como profecía mi aviso de que los criptozoólogos u Homo pazguatensis saltarían enloquecidos sobre el Homo floresiensis para promover la venta de sus productos ocultistas.
Simplemente es cosa de saber cómo piensan y cuáles son sus trucos mercadotécnicos.
Por eso el siguiente libro sobre criptozoología que se escriba incluirá, sin duda alguna, al Homo floresiensis. No desperdiciarán el filón.