Una iniciativa de ésas donde la política y la superchería seudoecologista se encuentran con el new age y una ignorancia supina ha recibido el apoyo de la Comisión de Medio Ambiente, Agricultura y Pesca del Congreso de los Diputados. Esencialmente, han votado en favor de una proposición no de ley que condena a muerte a los niños que padezcan enfermedades cuyas curas dependan de estudios con los más cercanos parientes genéticos del hombre, como el chimpancé, el bonobo y otros grandes simios.
No, no exagero. Sin la investigación en chimpancés (que son la única especie además de la humana que se contagia del virus de la hepatitis B), no existiría hoy en día la vacuna contra la hepatitis B, que no sólo previene esta enfermedad, sino una de sus más temibles consecuencias: el cáncer de hígado. La hepatitis B mata a casi un millón de personas al año, casi todas (no es sorprendente) en países del tercer mundo, donde esta afección es endémica, especialmente el África subsahariana y el sudeste asiático. La hepatitis C, por cierto, se descubrió también gracias a los chimpancés. Si los promotores de la prohibición rotunda de investigar con grandes simios hubieran llegado a tiempo, según su visión peculiar, esta vacuna no existiría, los niños tercermundistas seguirían sin vacuna, morirían en silencio (a lo que están muy acostumbrados, claro) y los ecologistas de asfalto se sentirían héroes merecedores de monumentos.
Mejor debíamos hacer un monumento a los chimpancés que ayudaron en esa investigación, pensaría uno, y garantizarle una vida feliz a los que ya no se usan por haber terminado los estudios. Por cierto que hace tiempo tengo deseos de proponer al ayuntamiento de Gijón un Monumento al ratón de laboratorio, que bien lo merece, pero ése es otro tema.
Usted probablemente no sabe qué es la elastasa neutrófila, y muy probablemente los que llevaron la propuesta al Congreso (y los que la redactaron) tampoco. La elastasa neutrófila es una enzima cuya presencia incontrolada colabora en procesos patológicos como la fibrosis quística, el asma y el enfisema pulmonar, tres afecciones sumamente angustiosas que añaden al daño físico de sus víctimas una fuerte carga emocional. Gracias a la investigación con chimpancés, y a su parentesco genético con nosotros se han podido desarrollar inhibidores de la elastasa de los neutrófilos mejorando la calidad y cantidad de vida de las víctimas de estas y otras afecciones.
Si la policía hubiera tirado las puertas de los laboratorios gritando "Achtung! Verbotten!" y hubiera roto el equipamiento científico a palos, haciendo felices a algunos personajes, y no habría inhibodores de la elastasa neutrófila.
Hay muchos casos más de investigaciones que sólo podrían hacerse con grandes simios, al menos por ahora, que se han hecho y han salvado vidas de verdad de gente que hubiera muerto de verdad si esta propuesta se hubiera hecho efectiva antes. Los chimpancés en los Estados Unidos (unos 1.200 actualmente) se usan para investigar en hepatitis, VIH/SIDA, estudios cognitivos y conductuales, terapia genética, virus respiratorios, desarrollo de vacunas y pruebas de medicamentos. Campos todos donde se puede dejar morir a mucha gente, hay que decirlo.
Grandes momentos del noísmo y el prohibidismo
Si los promotores de la declaración del "Proyecto Gran Simio" quisieran que "se justifique la investigación con razonamientos sólidos", o que "se investigue tratando de la mejor manera posible a los animales", o al menos propusieran un esquema ético al que deban conformarse los protocolos experimentales, serían dignos de apoyo. Pero tales acciones, requieren trabajo, dedicación y más sudor que reflectores y podios desde los cuales evangelizar y salir en tele. Así, se pone el tema en manos de un policía grande, armado con un garrote y, en su caso, gases lacrimógenos y botas con punta de acero, y se procede a la siguiente cosa que hay que prohibir.
Sería mucho mejor luchar por que España financie un trabajo decidido en clonación, células madre, citología y cultivo de tejidos que hiciera innecesaria gran parte de la investigación en animales (no sólo grandes simios) empleando tejidos reproducidos en laboratorio en vez de seres completos, lo cual además sería fuente de ingresos y premios científicos a montones para el país. ¿Por qué no mejorar o sustituir por algo mejor lo existente con propuestas positivas en lugar de noísmo prohibicionista?
Ojalá estuviéramos exagerando, pero no es así. Acciones como esta propuesta no de ley presentada por Esquerra Republicana e Izquierda Unida-Iniciativa per Catalunya Verds (ICV) y aprobada hoy responden no estrictamente a datos científicos, médicos, de investigación, de bioética y de hechos sólidos, sino a una percepción filosófico-religiosa, un mesianismo misántropo que en el fondo desprecia a la ciencia. Su objetivo es que no se utilice a los grandes simios en ninguna investigación, al menos si no se tiene su consentimiento, igual que se requiere el consentimiento de los seres humanos para que participen en estudios científicos. Simple, sin duda. Vaya, como si los científicos eligieran a los primates para la investigación sólo por crueldad, ocurrencia o ganas de molestar. Pero la selección de una especie animal u otra para la investigación depende de factores extremadamente complejos, desde las costumbres sociales, los componentes genéticos, su actividad fisiológica, su conducta, la resistencia a enfermedades, la longevidad de los individuos, etc.
La investigación científica tiene, por supuesto, todos los defectos humanos porque es una de las actividades más humanas que hay, y por tanto se puede y debe mejorar continuamente, vigilar y someter a exigencias firmes, pero ése no parece ser el tema.
¿Ciencia? ¿Qué es eso y con qué se cocina?
Esta propuesta peligrosa de fundamentos más religiosos que científicos ha sido aprobada, decíamos, por la Comisión de Medio Ambiente, Agricultura y Pesca. A día de hoy, está presidida por María Antonia Trujillo Rincón, PSOE, doctora en derecho y profesora de derecho; la vicepreside José Madero Jarabo, PP, ingeniero agrónomo y funcionario; el segundo vicepresidente es Francisco Reyes Martínez, diplomado en educación infantil y del PSOE; la secretaria primera es Mª Luisa Lizárraga Gisbert, PSOE, profesora de EGB; el secretario segundo, del PP, es Arsenio Pacheco Atienza, licenciado en farmacia. Entre los diez portavoces de todo el espectro político español tenemos a un filólogo de lengua vasca, un veterninario, economistas, licenciados en derecho, ingenieros agrónomos, profesores de EGB, una enfermera y, finalmente, un biólogo (¡UNO!), Joaquín María García Díez, diputado por Lugo del Partido Popular, pero que no ha ejercido como investigador.
Es como si un complejo problema de derecho internacional se le encargara a un grupo de especialistas en mecánica cuántica... Buena fe pueden tener a puñados, pero ello no los faculta para tomar la mejor decisión.
¿Con qué bases han votado estas damas y caballeros, sin duda impulsados por una vocación buenrrollista admirable y desencaminada? Pues han votado sobre la propaganda que les ha alimentado otro grupo en el cual TAMPOCO hay especialistas en el tema. No es buena idea tratándose de vidas humanas.
Más y mejor investigación y menos policía. Aunque los seudoecologistas se enojen.