Bajo el título "Ciencia demente", Juan Manuel (que evidentemente confunde "demencia" con "locura", igual que otros intelectuales de la talla de María Patiño) nos regala un bonito ramillete de barbaridades que pretende hacer pasar por intensas cogitaciones con las que nos deslumbrará como pretendió hacerlo en su ataque a la teoría de la evolución por medio de la selección de la variación natural el domingo pasado, y que reseñamos oportunamente.
Esta segunda parte de la cruzada cienciofóbica de De Prada empieza diciendo que según unos científicos (no dice quiénes) "los incendios forestales, en contra de lo que parece dictar el sentido común, pueden paliar los efectos del cambio climático". El razonamiento de los científicos es que las nubes de humo reducen la incidencia de rayos del sol en la superficie, y por tanto el calentamiento que pueden causar en tierrs. Esto no deja de ser una observación interesante, pero la conclusión que extrae de tal presunto estudio Juan Manuel de Prada es fenomenal pues, dice, leer ese estudio le "ha producido una sensación mixta de estupor e hilaridad no menor a la que me hubiese provocado leer que los médicos aconsejan a sus pacientes castrarse, para prevenir el cáncer de testículo".
Por supuesto, nada del estudio mal citado del escritor vizcaíno indica que los científicos sugieran la patochada de provocar incendios forestales para paliar el cambio climático, lo cual sería realmente de locos. Pero como Juan Manuel de Prada no entendió lo que leyó. concluye una tontería supina y luego nos la presenta como si la tontería fuera de los otros.
Recuerdo una frase, y por desgracia no a su autor, que explica lo que ha pasado aquí: "El informe de un hombre tonto acerca de lo que ha dicho un hombre inteligente nunca puede ser confiable, porque el tonto inconscientemente traduce lo que escucha en algo que pueda entender".
Eso lo suelen hacer los luditas, anticientíficos y antiinteligencia en general: en su afán por retratar el conocimiento como algo incierto, indeseable o sospechoso, arrancan de sus enrevesadas lecturas y sus descabelladas interpretaciones algunas patéticas conclusiones que hablan más de ellos y de su lamentable nivel que de lo que leyeron en realidad.
De Prada pretende burlarse de que el conocimiento científico a veces apunte en una dirección y luego cambie a otra, y de nuevo no sólo fracasa, sino que queda como medievalista inculto, oscurantista e indocto, para usar sus propias palabras. Claro que en la ciencia, que es un cuerpo de conocimientos que se autocorrige y está en permanente evolución, esto no sólo pasa con frecuencia, sino que debe pasar y no es síntoma de debilidad sino, por el contrario, la gran fortaleza de este método para conocer la realidad, que hace a sus practicantes humildes ante los hechos, menos proclives a aferrarse a ideas insostenibles y, además, les hace ser muy cautos en sus afirmaciones. Si antes se creía (según afirma Juan Manuel, como no da fuentes hay que creerle, o al menos fingimos creerle para efectos de este análisis) que el aceite de girasol era bueno, seguramente fue de acuerdo con el conocimiento del momento, mientras que la conclusión posterior de que el aceite de oliva es más sano que el de girasol se debe a que la ciencia, avanzando a pesar de las sotanas, ha recogido datos que obligan a los hombres que hacen ciencia a cambiar de opinión y nos dan mejores datos para decidir qué aceite ponerle a nuestra ensalada.
Ojalá las religiones cambiaran de opinión ante las evidencias con la misma entereza con la que la hacen los científicos cuando se demuestra que estaban equivocados. ¿Qué valor tiene afirmarse tontamente en una idea errónea? De Prada no lo explica.
Una frase de este desprolijo escritor que cobra por hablar de lo que ignora confirma nuestro pequeño aforismo sobre el hombre tonto y el hombre inteligente: "La ciencia parece dispuesta a demostrar esto y lo otro, siendo lo otro lo contrario; y mañana podrá sin empacho alguno desdecirse y demostrar que lo opuesto a lo contrario es lo cierto, en un tirabuzón enloquecido y sin fin".
Hay que explicarle al pobrecillo de Juan Manuel, aunque pueda resultarle una sorpresa dolorosa y hasta riesgosa para su miocardio, que "la ciencia" no está dispuesta a nada porque "la ciencia" no es una persona, es un método de conocimiento y es, también, el conjunto de conocimientos entrelazados que se obtienen por dicho método. No tiene volición, no dice ni se desdice, ni quiere ni no quiere. Entendido eso, quizá lo que quiso decir fue más bien lo siguiente, que además es cierto: "los científicos parecen estar dispuestos a aceptar que algunas de sus evidencias lleven a conclusiones distintas de las conclusiones a las que llevaban las evidencias más insuficientes previas, y pueden reconocer hoy que es más cercano a la verdad algo que resulta opuesto a lo que ayer se consideraba confiable, en un proceso ordenado y continuo de mejora y avance que lleva hacia un conocimiento certero siempre contingente, pero cada vez más confiable".
Para que lo entiendan los sufridos lectores de Juan Manuel: si en un cajón vemos tres tomates, decimos que hay tres tomates, pero si mañana descubrimos que el cajón tiene un doble fondo donde hay otros cuatro tomates, diremos que tiene siete tomates, y esto no representa una "contradicción" con nuestra afirmación anterior, como supondría el "agudo analista de la realidad" De Prada. No es como el caso de la religión, pues, que se mantiene en sus trece y afirma que la Tierra está inmóvil y el universo gira a su alrededor contra viento y evidencias, y hasta quema gente para sostener su dogma bobo durante unos siglos más.
Al final de su filípica contra la ciencia y quienes la hacen, Juan Manuel de Prada suelta lo siguiente, que cito in extenso porque parecería que lo escribió con la intención de ejemplificar claramente la profunda estulticia e irresponsabilidad de los medios que denunciaba este blog en su anterior entrada: Los Ig Nobel no son las MOPAs, donde explicábamos: "Los Ig Nobel son una aproximación divertida, jocosa y amable a investigaciones de aspecto extraño, improbable, desusado o insólito, pero no son un chiste, ni los 'anti-Nobel' ni ninguna bobada similar". De Prada escribe:
Cada año se conceden los premios IgNobel, a semejanza paródica de los Nobel, que distinguen las investigaciones más desquiciadas o inútiles, más descacharrantes o absurdas. No se trata de investigaciones perpetradas por discípulos descarriados de aquel doctor Franz de Copenhague que ilustraba las páginas del TBO, sino por científicos adscritos a universidades de rancio abolengo. Más allá de su intención jocosa, tales premios nos revelan que la ciencia, encumbrada en los altares del Progreso, empieza a parecerse peligrosamente a una sucursal de la locura. Y, ciertamente, si repasamos el elenco de investigaciones galardonadas con el IgNobel, podemos llegar a la conclusión de que la ciencia se está convirtiendo a velocidad de vértigo en un concurrido manicomio; pero si hacemos un seguimiento de la prensa de cada día y de las noticias de índole científica que acoge, nuestra impresión no es muy diferente.
Es decir, evidentemente y como señalaba yo en la anterior entrada, Juan Manuel de Prada se negó a pensar en el significado de los galardonados de este año. Ni desquiciadas, ni inútiles ni descacharrantes, las investigaciones le provocan risa a Juan Manuel de Prada porque no se entera de qué van, se queda en lo episódico de la Coca-Cola como espermicida y carece de las luces (y de las ganas) necesarias para ir un poco más allá.
El ejemplo que ha dado este escritor español los últimos dos domingos es preocupante porque suele ser demasiado frecuente entre "los de letras" que consideran que no basta que se desentiendan de la ciencia (muy en su derecho) sino que además consideran que la denigración del método y sus conocimientos afianzan su lugar en el Olimpo de los héroes de la literatura pura. Pero el problema, el motivo por el cual lo escrito por Juan Manuel de Prada no sólo merece análisis sino que llama a invitarlo a que se limite a hacer literatura y deje de ser "firma" soltando opiniones que lo ponen en ridículo, es la profunda hipocresía de éste y otros personajes que se hacen de algunos ahorros hablando mal de lo que no entienden.
Le invito a que visite de nuevo el artículo en cuestión y mire la fotografía del autor, del señor Juan Manuel "no tengo idea" de Prada... ¿nota algo peculiar? ¿Algún elemento de su súbita fisonomía le hace sonar las alarmas? A mí sí. Observe atentamente: Juan Manuel de Prada lleva gafas. No parece muy preocupado porque mañana la ciencia descubra que las lentes no difractan o refractan la luz de modo distinto al que actualmente lo hacen, según las precisas leyes de la óptica que le permiten ver (y a mí, ojo, que soy cuatrojos de abolengo). ¿De verdad Juan Manuel teme que mañana le digan que en realidad no ve, que lleva veinte años ciego? Pues no. Igualmente, podría apostar que sus "profundas cavilaciones" a tanto la línea las plasma para la posteridad (pobre posteridad) en un ordenador, y además tengo la plena certeza de que cuando se le invita a recorrer la geografía nacional o internacional, Juan Manuel de Prada alegremente se transporta en auto, ferrocarril, avión o barco, y no a caballo, como debería hacerlo si realmente considerara que la malévola señora que él cree que es "La Ciencia" (como La Yesi y La Vane) mañana le demostrará que el principio de Bernoulli o el principio de Arquímedes no funcionan en realidad, sino que son lo opuesto.
Personajes así, que además, para desgracia de la sociedad, tienen acceso a los medios para decir literalmente cualquier burrada, Jiménez Losantos mediante y como santo patrono, mantienen una desagradable pose de pureza ideológica de saldo tras la cual se yergue la enorme hipocresía que implica beneficiarse de algo y al mismo tiempo denostarlo por dinero y para parecer inteligente.
En lo personal, no espero que Juan Manuel de Prada entienda nunca lo que realmente hacen los científicos, la importancia de la ciencia y lo trascendente de su método. Hablando por su móvil, que creerá mágico, conduciendo su auto de energía espiritual y atendiéndose con médicos que imagina chamánicos para seguir prosperando, y cada vez que toque aspectos de la ciencia que desconoce seguirá siendo ejemplo de que "el informe de un hombre tonto acerca de lo que ha dicho un hombre inteligente nunca puede ser confiable, porque el tonto inconscientemente traduce lo que escucha en algo que pueda entender".