El surgimiento de un movimiento ateo más militante, más presente que nunca en el debate de la sociedad, como consecuencia obvia del creciente número de personas sin creencias religiosas o teístas en las sociedades occidentales, hace necesario definir las metas y límites que puede tener, en todo caso, la promoción de estas visiones en nuestra sociedad. Y ahora que se acerca julio, cuando escribo menos que nunca y los tarados profesionales empiezan a soñar con que me callaré de una buena vez, quiero dejar esta reflexión en el blog.
Estaba viendo el documental Atheists del programa australiano Compass del 29 de marzo cuando vi que algunos de los participantes suponían que la labor del ateo militante es, de alguna extraña manera, "desconvencer" al creyente e incluso, se utilizó la palabra literalmente, "convertirlos".
El diccionario de la RAE, generalmente lamentable, afirma que convertir es "Ganar a alguien para que profese una religión o la practique". Es decir, el paso de la infidelidad a la religión o el salto de una religión a otra es una conversión, pero difícilmente se puede comparar eso con dejar de lado la fe y optar por el pensamiento crítico y racional.
Ciertamente, los teístas y religionistas suelen afirmar que el ateísmo es una forma de fe o de religión. Eso equivale a decir que ser abstemio es "una forma de alcoholismo" o que usar guantes para manipular objetos calientes es "una forma de quemarse". Si la fe es creer sin necesidad de la razón, negarse a creer a menos que haya razones no es fe, es, precisamente, lo opuesto.
Por dejar claros los términos, al decir "ateo" no quiero decir alguien que "no cree en dios", o que "no cree en ninguno de los miles y miles de dioses soñados por los hombres" o que "afirma que no existen deidades". No. Lo que quiero decir es que ateo es alguien que no acepta ninguna proposición sin evidencias que la sustenten. Para el ateo, los dioses están en la misma categoría que el ratoncito Pérez, los pitufos y los monstruos de la mitología griega, y no percibe diferencia entre Zeus, Quetzalcóatl, Mithra, Wakantanka y el dios islamojudeocristiano.
El ateo tampoco es quien le dice a los creyentes "eres tonto por creer en esto", como incluso algunos ateos creen. El debate no se da a nivel de creyentes, que en todo caso podrían ser vistos más como víctimas o consecuencia del poder terrenal de las religiones que como sus causantes. El debate, cuando lo hay, es con las jerarquías religiosas (en general renuentes al diálogo) y con creyentes más o menos fanatizados que se ocupan de la lucha contra los ateos, aunque casi siempre con escasas armas argumentales e invariablemente sin evidencias que sustenten la creencia en ninguna deidad.
La militancia atea, por lo mismo, no es una práctica de fe que pueda ser sujeta del evangelismo al estilo de los Testigos de Jehová, aunque el cineasta John Saffran , harto de que los mormones le llamaran a la puerta con su rollo, optó por viajar al centro del mormonismo, a Utah, para ir de puerta en puerta tratando de convencer a los mormones sobre el ateísmo y arriesgarse a tragar dientes en varios momentos. Como broma es buena, pero no tiene referente en la realidad. Y tampoco es persecución religiosa, aunque los jerarcas poderosos suelan hacerse las víctimas con gran habilidad interpretativa, cuando hay medios de comunicación en los alrededores.
Los blogs y páginas del ateísmo (y por consecuencia de buena parte del escepticismo) militante tienen generalmente objetivos bastante claros que nada tienen que ver con "convencer a los fieles", que por otra parte merecen todo el respeto (a diferencia de los promotores de la fe y los defensores de la barbarie religionista, que creen que son atacados "por sus creencias religiosas" cuando, en todo caso, se les critica por otras situaciones, como asesinar infieles en actos terroristas, violar a niños, cercar con muros a sus enemigos, humillar a los diferentes y ser insolidarios y exclusivistas, todo ello relacionado con la fe, pero que no es en sí la creencia o no en un dios).
El primer objetivo sin duda alguna es romper el tabú del ateísmo, de su existencia como factor en nuestras sociedades. Hasta ahora, todas las religiones, sus jerarquías y sus fanáticos, han predicado alegremente contra el ateísmo. El mismo papa católico que celebra el "ecumenismo" que implica reunirse con rabinos judíos, imames musulmanes, popes ortodoxos, pastores protestantes y lamas budistas se ceba con los ateos y los acusa, como en su momento a los judíos, de todos los males del planeta. Y, hasta ahora, los ateos han callado y guardado su lugar subordinado en la sociedad. No creer ha implicado en gran medida no hablar del tema, so pena de "ofender" a los creyentes en una u otra religión al tiempo que se toleran todo tipo de calumnias, ofensas y mentiras.
Esto es inaceptable en una sociedad civilizada. Una sociedad tolerante y plural con todas las creencias religiosas debe ser igualmente tolerante y plural con quienes no tienen creencias religiosas. Salir a la calle y decir, como lo han hecho los buses ateos lanzados por todo el mundo: "probablemente dios no existe", "no se necesita a dios para ser bueno", o "si no crees en dios no estás solo", es considerado inaceptable por los mismos que intentan avanzar el poder religioso sobre la sociedad civil. Esa reacción virulenta es una expresión clarísima de intolerancia contra la expresión de ideas no religionistas, síntoma de un problema social creciente de exclusión inadmisible.
Un segundo objetivo claramente identificado con el primero es precisamente decir a quienes no tienen creencias religiosas que son parte de un sector social tan respetable como cualquier otro, con una visión del mundo que comparten numerosos científicos, creadores artísticos, filósofos e intelectuales en todo el mundo.
Recuerdo cuando proclamé, a los 16 años, que en realidad nunca había creído y que, además, el dios católico me parecía una imposibilidad lógica por sus contradicciones internas. El cura que me había dado la primera comunión casi sufrió una apoplejía y me echó de la iglesia; por suerte la sotana (que todavía se usaba) le impidió darme alcance y propinarme una patada, que la intención la tenía, porque de haberlo logrado allí se arma la gorda. Mi familia entró en shock (rancia familia de la clase media católica, reaccionaria y asustadiza), mis amigos (tanto católicos como protestantes y judíos) me empezaron a mirar con desconfianza y, en general, mi base social se vio bastante debilitada. Encontrar en ese momento la filosofía de Bertrand Russell, y darme cuenta de que lo que yo pensaba ya lo había pensado antes, y con más rigor, un personaje admirable en otros muchos sentidos (como pacifista, como promotor de la libertad, como socialista parlamentario, como profundo matemático y lógico) fue muy bienvenido. Los jóvenes ateos deben saber de esto.
Los ateos estamos en la sociedad. Y no vamos a desaparecer, por el contrario, ya lo decía, nuestro número va en aumento. Y no vamos a tolerar que se nos llame inmorales, se nos acuse de atrocidades o se reinvente la historia para ocultar la barbarie religionista endosándonosla. En ese sentido, la militancia es un "Basta ya".
El tercer objetivo que me parece claro de la militancia atea o escéptica es también individual: darle a quienes no han decidido creer ciegamente en ninguna religión, datos sobre esta otra cosmovisión que debe tener en cuenta. Vivimos un mundo en el que se habla de "libertad de creencias" mientras a los niños se les impone brutalmente una religión desde su nacimiento mismo, se les somete a indoctrinación acrítica, se les habla mal de quienes tienen otras creencias, se les escamotean datos sobre las miles de religiones que hay en el mundo y sobre la vida sin religión, y luego se les lanza, en varios casos fanatizados, al mundo. Eso no tiene ningún parecido con el concepto de "libertad" al que se acogen los indoctrinadores.
Presentar un caso no es intentar convencer, por supuesto. Mientras el cura del catecismo, el rabino de la yeshiva o el shaykh de la madrassa tienen por objeto convencer al alumno, domarlo, atemorizarlo, limitarlo y evangelizarlo para "tenerlo para siempre" como decían los jesuistas, el ateo militante busca el objetivo mucho más complicado de motivarlo a pensar por sí mismo y cuestionar cuanto le rodea, incluido el ateísmo, por supuesto.
El pensamiento libre es anatema para todas las religiones, que históricamente han acudido a la eliminación física de quienes promueven el pensamiento libre, piensan con libertad o actúan libres de las religiones. Esto es lo que se conoce con la frase, jesuítica, me parece, de "confundir la libertad con el libertinaje", es decir, ser tan libre que uno no esté atado a la iglesia, lo cual es un exceso de libertad inaceptable para la religión.
El cuarto objetivo del ateísmo militante ya no es individual, sino social, e implica dos frentes distintos, el educativo y el legislativo. En el primero, está la defensa de la educación ante la injerencia de las iglesias (todas) y las creencias irracionales (todas) en la formación de los niños y jóvenes. La escuela no es, ni debe ser, un lugar de culto religioso ni de difusión de las creencias de una sola religión, como las iglesias no son escuelas (a despecho de los intentos de Pancho Villa). En todo caso, los alumnos se podrían beneficiar mucho de un curso de religiones comparadas, mismo que evidentemente ninguna jerarquía religiosa aceptaría. Los intentos religionistas de intervenir en la educación por medio de argucias diversam, como el "diseño inteligente", son simplemente una forma de coartar la natural curiosidad científica de los más jóvenes.
La contraparte de esta lucha contra el abordaje religioso de la educación está en la promoción continua e incesante de una mejor y más amplia formación científica para alumnos de todas las edades y todas las orientaciones profesionales, el ejercicio del pensamiento crítico, la comprensión de la lógica, el conocimiento de la historia y los métodos de estudio de la realidad (experimentación, documentación, uso multidisciplinario de técnicas diversas) estimulando la curiosidad, la capacidad de cuestionamiento, la inquietud intelectual y las diferencias personales de los alumnos. Enseñar cómo buscar el conocimiento ejercitando el pensamiento riguroso antes que dar indoctrinación y limitar la enseñanza a la simple memorización de datos.
En el segundo frente están tanto la creación de las leyes como su aplicación efectiva. Día a día, las religiones dominantes en distintas sociedades pretenden controlar la vida de todos los habitantes de dichas sociedades (creyentes o no en dicha religión mayoritaria) por medio de leyes que imponen, de facto, una teocracia que desplaza al gobierno civil, democrático y flexible. Los fanáticos judíos en Israel, los fanáticos islamistas en Egipto, los fanáticos cristianos en Estados Unidos o los fanáticos católicos en España, por poner sólo unos ejemplos, son declarados enemigos del poder civil, de la democracia y de todo concepto surgido ya no de las filosofías del siglo XIX-XX, sino de la propia Ilustración, del enciclopedismo y de la revolución francesa.
El ateísmo militante tiene la misión de proponer y apoyar la legislación que se base en conocimientos reales, en evidencias científicas y en un consenso laico antes que en creencias irracionales, religiosas o no, al tiempo que luche contra toda ley que implique la disminución de las libertades y derechos individuales y favorezca el control moral, económico y político de cualquier religión.
Pero al mismo tiempo, y por curioso que parezca, esto implica defender a los practicantes de otras religiones que pueden verse (como ha ocurrido históricamente) convertidos en blanco de odios y en chivos expiatorios o cabezas de turco de uso común para los religionistas. La pluralidad religiosa en un estado civil debe contemplar y tratar igualmente a los creyentes o jerarcas de todas las religiones, y a quienes no tienen creencias. Esto no sólo implica respetar sus prácticas, sino llevarlos por igual ante la ley cuando dichas prácticas contravengan las leyes, sin otorgar esa impunidad que suelen disfrutar los jerarcas de las religiones dominantes.
Si parte de la militancia atea es política, se debe a la cercanía que siempre ha tenido la religión con el poder político, que en España conserva, como ejemplo, rasgos ya superados en otras democracias, incluido un generosísimo financiamiento con fondos públicos a actividades que tienen, todas, un fin evangelizador incompatible con úna sociedad civil donde la religión es asunto de cada persona, sin imposiciones.
Evidentemente, este breve resumen de algunas ideas no impedirá la calumnia, la mentira, la agresión y las ofensas contra el ateísmo militante y quienes nos definimos como ateos militantes, ni menos aún que existan malentendidos respecto de los objetivos que buscan quienes somos ateos de modo abierto y claro, pero al menos queda como referencia para no tener que explicarlo incesantemente en el futuro.
Buen veranito.