febrero 10, 2004

El síndrome de la vida perdida

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Vengo a enterarme por estos días de que en el verano de 2003 un experto español en el tema de las sectas destructivas hizo un comentario sobre el tal Javier Sierra, director del más amplio circo de fenómenos para anormales de España.

El experto decía que Javier Sierra es bastante buena persona y que, aunque parece un caradura que desvergonzadamente promueve barbaridades que atentan contra el sentido común, es en realidad una persona que cree genuinamente en todas las insanías que promueve en su lucrativa revista, sus lucrativos libros y sus no menos lucrativas presentaciones en los medios de comunicación.

Es decir, Javier Sierra es un bobo que parece engañabobos. Fea combinación, si las hay.

Es difícil de creer, en realidad, que sea un convencido, pero lo usaremos como hipótesis a reserva de otras entradas de este blog.

Esto viene a cuento porque acaba de aparecer en una revista "del corazón" española otra entrevista con Javier Sierra, quien parece decidido a ocupar un espacio absolutamente injustificado en los medios (lo cual no es poco decir en estos tiempos, cuando cualquier subnormal sin talento alguno se puede convertir en famoso en cosa de 15 segundos si tiene la cara lo bastante dura).

En la entrevista, promueve sus libracos y, sobre todo, la fantasía de que es periodista de investigación. Tanto en sus libros como en la entrevista, el personaje en cuestión asegura creer en cosas que ni los más expertos y adinerados charlatanazos profesionales se atreven a creer, como que realmente pasó algo en Roswell en 1947. Lo que no explica es por qué la única foto real del csao es de lo que siempre se dijo que era: un globo aerostático plateado como el que usó en México Rafael Fernández Flores para poner en el más absoluto de los ridículos al equivalente mexicano de Javier Sierra, el tal Jaime Maussán, campeón nacional de falta de credibilidad.

Curiosamente, Javiercito admite que la autopsia del "extraterrestre de Roswell" fue un fraude. Pero convenientemente olvida que todos los ufólogos y mafufólogos (del mexicano "mafufo", persona empeñada en el consumo de mariguana, hierba santa, verde, mota, cannabis) lo saludaron como la mayor verdad desde el teorema de Pitágoras y le dieron al defraudador Ray Santilli suficiente dinero como para retirarse y alejarse de los reflectores desde 1997.

Ahora afirman que el fraude de la autopsia no fue de uno de sus correligionarios, sino que la hicieron "ellos" para distraer la atención de "algo". Wow... o guau...

Si lee en inglés, le recomendamos este sitio con los datos sobre la engañifa del extraterrestre .

Y sobre el incidente de Roswell tamién está prácticamente todo escrito y resumido por el diccionario escéptico y en la revista de CSICOP, por desgracia todo en inglés, a ver cuándo se puede traducir para joderles el negocio a éstos.

Por cierto, Javiersuco vive la fantasía de que la Segunda Guerra Mundial acabó en 1949, ya que afirma tan campante: "Eso sucedió en 1947, dos años antes de acabar la Segunda Guerra Mundial".

Eso es precisión en los datos... ¿cómo no creerle las demas pamplinas que oferta a modo de "investigación"?

Por ejemplo, desconociendo los avances de la paleoantropología, sigue creyendo en la paparrucha decimonónica del "eslabón perdido", inventado por los opositores a Darwin cuando aún no se había siquiera empezado a recuperar el registro fósil que va desde el Australopithecus afarensis hasta el Homo sapiens o algo menos sapiens en casos como el que nos ocupa.

Es decir, que contra los datos aportados por gente mucho más preparada que él, Javier Sierra aporta su opinión y espera que sea considerada más valiosa que los datos, lo cual es una reacción habitual en los fanáticos.

Javier Sierra también cree, por supuesto, en que los círculos de Wiltshire son realmente resultado del aterrizaje de naves extraterrestres.

Mientras estos ingenuos se tragan todo tipo de majaderías, en Internet se pueden encontrar sitios de los creadores de los círculos y hasta una guía para hacer círculos místicos para sorprender a personas que no gustan de molestar a sus neuronas.

Para mantener esa creencia, este personajillo debe negarse a admitir la evidencia de que son producto de la acción humana. Por ello es de suponerse que por mucho que le guste darse brillo llamándose "periodista" e "investigador", Javiercín es incapaz de la mínima objetividad necesaria para corregir estilo en un periódico serio, ya no digamos para hacer "investigaciones", dado que salta a conclusiones inadmisibles a partir de premisas más que dudosas, demostrando así que lo ignora todo acerca del método científico de investigación. Y del periodístico, por supuesto.

Citemos algunas de las declaraciones más alarmantes del domador de místicos Javier Sierra:

"Muchos mitos de muchas culturas y religiones se basan en observaciones celestes, que quizá no fueron bien entendidas en su día y acabaron creando esos mitos de seres blancos que bajaron del cielo y nos regalaron la sabiduría."

La cantidad de barbaridades contenidas en este párrafo es sublime. Va desde apoyar la teoría racista de Von Däniken que dice que los pueblos de piel oscura no pueden haber realizado los avances que los distinguieron hasta afirmar, después de un "quizá" engañoso, que los mitos no pueden haber procedido ni siquiera de la imaginación de los pueblos "inferiores".

Vaya usted y pregúntele a Javier Sierra en qué realidad se basa la historia de la caperucita roja, a ver si le dice que está "basada en observaciones". Porque los mitos no son menos imaginarios que el cuento de la caperucita, claro.

El figurón del cuento nos relata entonces cómo fue a ver ovnis (apariciones programadas) y ¿qué cree usted? ¡Los vio! Y no sólo los vió... ¡los fotografió!

Fantástico, increíble, maravilloso... ¿y las fotos?

Ah, pues no me lo va a creer usted, pero resulta que los carretes o rollos de las tres-cámaras-tres que llevaban "se velaron" y esta maravilla sólo la vieron él y sus acompañantes.

¿Casualidad? ¿O tendrá algo que ver con lo que mencionábamos en el artículo "Platos voladores y meteoritos" de este blog el febrero 4, 2004?

Y si de decir se trata, sin prueba alguna, sugiere que el proyecto estadounidense en el que se hundieron millones tratando de hacer espías síquicos sin ningún resultado, realmente tuvo resultados. Sin saber la biología más elemental, asegura que las sondas marcianas han "contaminado" Marte con vida, que la vida en la Tierra viene del espacio, que el hombre es producto de una manipulación genética extraterrestre "hace 30 mil años" (a saber de dónde saca esta fecha) y mil barbaridades más que el entrevistador traga fascinado, quizá impotente ante su incapacidad de poner a prueba las afirmaciones del joven sofista que pierde el pelo ante sus ojos.

Si realmente cree en tales extravagancias, lo más probable es que este crédulo businessman sea una víctima del llamado "síndrome de la vida perdida", una reacción humana que permite que los fanáticos persistan en las creencias más extravagantes sin importar la cantidad de pruebas, datos, hechos y demostraciones que se le puedan hacer.

Cuando alguien cree firmemente en algo, es inamovible.

Basta recordar que los creyentes en el espiritismo, a principios del siglo XX, se rehusaron a creer en la confesión de una de las hermanas que iniciaron la locura de la mediumnidad y el negocio de las telecomunicaciones con el otro mundo: Margaret Fox.

Y es que, admitámoslo, los seres humanos no decimos con la frecuencia que merecen las palabras "me equivoqué".

Si alguien ha apostado su formación, su profesión, su vida social, su imagen pública y su compromiso individual con alguna creencia, por extravagante que sea, será muy difícil que llegue a aceptar que ha estado perdiendo el tiempo durante toda su vida anterior, que se ha entregado con intensidad sublime a una paparrucha, que ha adorado como deidad a un gurú primitivo y abusivo, que ha sido un ingenuo, un bobo, un incauto, un crédulo.

Es el tipo de vergüenza que impide que la mayoría de quienes caen en las garras de estafadores profesionales se presente a denunciarlos ante la policía. La denuncia implica aceptar que uno es un imbécil total o un inocente inmaduro capaz de creer alguna locura cuidadosamente urdida por un delincuente vivaracho.

Casi nadie está dispuesto a renunciar a sus creencias del pasado y asumir con humilidad los hechos que los contradicen.

Por eso mismo, la labor de la promoción del pensamiento crítico no tiene en realidad por objeto a estos personajes. El defraudador que sabe que vende pamplinas es distinto del verdadero creyente, aunque actúen de manera parecida. Pero ninguno de ellos cambiará de opinión.

Quienes sí pueden cambiar de opinión, por supuesto, son quienes aún no se convierten en fanáticos de las falacias más diversas, generalmente jóvenes inquietos (cosa más que legítima) que buscan lsa sorpresas que les reserva el mundo y que son, por tanto, el público meta de gran parte del esfuerzo de los embusteros profesionales y de quienes, por no padecer el síndrome de la vida perdida, están dispuestos a aceptar cualquier ficción como dogma de fe.

El pensamiento crítico empieza simplemente preguntando: "¿Cómo lo sabe?" y "¿Puede probarlo?" Con esas dos preguntas tiene uno para hacerle la vida muy difícil a los embaucadores.

Lo triste es que hasta ahora nadie parece haberle preguntado eso a Javier Sierra, el omnipresente de la charlatanería española.