Uno de los más distinguidos primatólogos del mundo, Marc Van Roosmalen, nombrado "héroe del planeta" por la revista Time en el año 2000 por su trabajo de defensa de la selva amazónica, que dejó su natal Holanda para vivir en Brasil desde hace más de 20 años y asumir la ciudadanía brasileña con objeto de estudiar a los primates del Amazonas, donde ha descubierto varias especies y un nuevo genus de primates, ha sido procesado en Brasil (como extranjero, sin que se le reconozca su ciudadanía), y condenado a casi 16 años de prisión (el máximo posible según la ley) por cargos diversos, entre ellos el de "biopiratería".
Marc Van Roosmalen no ha cometido ningún acto de "biopiratería", pero al parecer la burocracia carioca lo quiere convertir en "un ejemplo", sea o no culpable. De momento, está libre bajo fianza mientras recurre o apela la sentencia, si pierde el recurso o apelación, deberá volver a prisión. A los 60 años de edad, una condena de 15 años y 9 meses equivale a una sentencia a muerte, máxime en un sistema carcelario como el brasileño.
No hay nada peor que una ley en manos de un burócrata incompetente y malintencionado. Peor si es una ley hecha para un gobierno autoritario, en un esquema donde el ciudadano está desprovisto de recursos ante un estado aplanadora, como es el lamentable caso de nuestra América Latina.
Recuerdo que, en México, existe, en el Código Penal Federal, el delito de "ataques a las vías de comunicación", diseñado para penar hasta con 20 años a los autores de actos terroristas, levantamientos y motines graves que interrumpan las comunicaciones en el país. Pero resulta que, según el burócrata en cuestión, quien haga una manifestación bloqueando una calle que obligue a un autobús a ir por una ruta distinta, está cometiendo ese mismo delito y recibe la misma pena interpretando con mala leche el artículo 170 de dicho código. Así, cuando el autoritarismo mexicano quería dañar a un opositor, manifestante, líder sindical independiente, dirigente de un grupo no comprable o estudiante revoltoso, le arrojaba encima doce o quince acusaciones de delitos graves, entre las que nunca faltaba el ataque a las vías de comunicación, para el que el fiscal pedía siempre los veinte años redonditos, ni un minuto menos.
Así, las leyes malhechotas para servir a un esquema autoritario pueden ser objeto de la tontería incluso de burócratas pertenecientes a un gobierno que pretende acabar con el autoritarismo histórico de su país, como está ocurriendo hoy en el Brasil de Lula, para vergüenza del partido en el poder y del presidente en el que tantas esperanzas siguen depositadas.
Brasil ha sido víctima de la rapiña y ferocidad del "primer mundo" desde que desembarcó por allí Pedro Álvares Cabral en el 1500. El caso más sonado, sin duda, fue la piratería de Sir Henry Wickham, que sacó de contrabando semillas del árbol del hule, acabando con los beneficios que esta planta daba a Brasil. No es el único caso. En la década de 1970, la farmacéutica Squibb usó el veneno de una serpiente amazónica para crear un medicamento contra la hipertensión y los fallos por congestión cardiaca, sin jamás darle a Brasil ninguna parte de los beneficios, cuando en justicia le pertenecerían por tratarse de su riqueza biológica.
Ello llevó a la creación de una muy razonable ley contra la biopiratería que se ha estado utilizando mal, limitando investigaciones científicas que no tienen los propósitos prácticos y crematísticos de Sir Henry o de las farmacéuticas, atemorizando a los científicos, en especial los extranjeros y dando un lamentable espectáculo mientras la burocracia brasileña se le oculta a los periodistas y se rehúsa a explicar nada, como no sea a través de boletines que repiten que están "defendiendo la soberanía" basados en las "leyes promulgadas por el congreso", cosa que en los países latinoamericanos básicamente se arguye para cualquier ocurrencia del supremo gobierno, y silencio ranas que va a predicar el sapo.
Los "delitos" de Van Roosmalen parecen tener que ver con el carácter más bien independiente del científico. Ya tuvo problemas cuando trabajaba en el Instituto Nacional para la Investigación del Amazonas, por tener la osadía de enviar heces fecales de un mono para su análisis en un laboratorio extranjero. Cuando la revista Time le dio el nombramiento de "héroe del planeta", las envidias llevaron a su despido del órgano burocrático. Como investigador independiente, se le ocurrió la triste idea de pedir donaciones para seguir trabajando, ofreciendo usar el nombre de los benefactores para dar nombre a las especies que descubriera (práctica común en la biología, las notas de prensa hablan de que reyes y duques financiaban expediciones científicas a cambio de la inmortalidad en el sistema taxonómico). Resulta que esta vez, el gobierno brasileño sintió que tal oferta era una violación de su soberanía y utilizó el asunto como una de las principales acusaciones contra el científico. La otra era que tenía monos en su casa, acusación que no tiene en cuenta que en su casa Van Roosmalen tenía un hospital para sus monos, no los tenía de mascotas. Finalmente, algunos conocidos de Van Roosmalen aseguran que su lucha contra los taladores hizo que se movieran resortes, palancas y relaciones de los poderosos comercializadores de la madera amazónica, algunos de los cuales son "políticos" según asegura el Taipei Times que dijo John Chalmers, empresario británico cercano al trabajo del reconocido biólogo.
Muchos científicos están molestos por la situación. En un congreso en México en julio, 287 científicos de 30 países firmaron una petición de libertad para Van Roosmalen y expresaron su alarma ante el ánimo persecutorio de las autoridades brasileñas implicadas.
En palabras de un amigo de Van Roosmalen, Wim Veen, quien ha iniciado un fondo y movimiento para su defensa, "Si alguien en Brasil está defendiendo el Amazonas, es Marc, lo que hace que resulte especialmente cínico que lo conviertan en víctima de una legislación no pensada para él, sino para quienes desean extraer las riquezas de la pluviselva tropical para su propio beneficio económico".