octubre 24, 2007

Hipnosis, la frontera de lo creíble (1 de 2)

Un querido amigo, un genio por derecho propio, médico, escritor, pintor, fotógrafo, lingüista aficionado y luchador contra la irracionalidad, me sorprendió hace muchos años afirmando que consideraba que la hipnosis era un fenómeno real, lo que nos llevó a una discusión larga (de años, en realidad) y muy tensa. Con el tiempo, he descubierto que incluso personas que aparentemente ejercitan el pensamiento crítico de modo coherente, dejan al hipnotismo en un sitio medianamente aparte, como si fuera algo que en ciertas circunstancias es real y en otras no, pero sin ejercitar ningún criterio estricto para diferenciar ambos estados.

El problema es que ni siquiera hay un criterio para decir si una persona está hipnotizada o no. O por ponerlo en buen romance: nadie sabe qué es realmente eso a lo que llaman hipnosis o hipnotismo. Como "lo paranormal", no tiene una definición que nos permita proponer hipótesis y diseñar experimentos. Además, se pueden hacer con una persona "no hipnotizada" todo lo que supuestamente se hace con una persona debidamente "hipnotizada" (cosas como tranquilizarla, provocarle analgesia, o implantarle falsos recuerdos que luego se presentan como "regresiones" y burradas similares), de modo que tampoco por sus efectos se puede hacer una distinción entre un "hipnotizador" y alguien convincente o de autoridad.

La hipnosis parece un cuento, pues, tanto su lado supuesta o aparentemente "serio" como sus facetas y aplicaciones más celebradas por el munduco paranormalero.

Y en ese sentido, la breve cuanto intensa vida de este blog ha estado marcada, sin embargo, por fanómenos relacionados con la hipnosis. El primer fenómeno (de la naturaleza, diría alguien con muy mala uva) fue Manuel Capella, un personaje que depreda (o depredaba) a sus congéneres fingiéndose "hipnotista clínico" (con el consultorio cobrante que le recordaba Pedro Amorós muy airado al calor del divorcio que protagonizaron), y al que le disgustó enormemente que yo tuviera la osadía de burlarme porque el antiguo grupo de discusión original de la colmena de cocohuecos llamada SEIP se ufanaba de tener en el club a "los mejores parapsicólogos del mundo" (casi ná) y acabó despeñándose en el robo de propiedad intelectual (el porcino sujeto se robó una foto mía para insultarme con ella). Después, mi señalamiento de las extravagantes fabulaciones de Pedro Amorós Sogorb sobre un CD "de autohipnosis" inútil y mentiroso que le vendía a incautos desató una avalancha que aún no termina con el mismo grupo de obnubilados, el SEIP, que comanda este elemento. Finalmente, me gané el cariño y respeto de Javier Sierra cuando comenté su inaudita cara dura al llevar al plató del finado programoide de teleshit Crónicas marcianas a un soplagaitas que aseguraba que podía hacer crecer el pene y los pechos "mediante la hipnosis", aunque por supuesto no hizo tal cosa (hubiera sido de Premio Nobel, pero bien sabía Javiercito que era un cuentote). De poco ayudó que alguien por allí empezara a llamarle al flamante bestseller y súbito ufólogo vergonzante "Javier el Crecepitos".

La hipnosis está presente en toda nuestra cultura. O quizá deba decir en toda nuestra incultura cuidadosamente cultivada por gobiernos, escuelas, iglesias, medios y negociantes sin escrúpulos.

Por desgracia, los datos indican que la hipnosis no existe más que como una fantasía que se agarra de distintas cosas que no tienen relación entre sí. Pero hasta el día de hoy no hay una medición, prueba, confirmación, dato, evidencia o demostración que pueda separar con toda claridad a una persona "normal" de una persona "hipnotizada". Para aclararnos, hay muchísimas mediciones para saber si alguien está despierto o dormido, pero para saber que alguien está hipnotizado no tenemos más que la afirmación del propio hipnotizador. Y como el hipnotizador sería la persona más perjudicada si resultara que la hipnosis no es sino un cuento, pues no es el instrumento de medición más fiable.

¿Entonces?

Empecemos por el principio, y en el principio fue Mesmer.

Mesmer, Faria, Braid


Franz Anton Mesmer (1734-1815) estudió medicina en Viena y acabó creyendo, por pura y celestial ocurrencia, que es el método de himbestigación favorito de los charlatanes, que las mareas afectaban a las personas y determinaban su salud. Al dejar la universidad se casó con una rica viuda (lo que técnicamente se conoce como "dar el braguetazo") y empezó a vivir como rico en Viena, gastándose el dinero de su esposa, entre otras cosas, apoyando a artistas como Mozart (lo que explica la presencia del "magnetismo animal" en la ópera mozartiana Cosi fan tutte). Pero, en 1774, tuvo la salvaje ocurrencia, sin haber siquiera probado alguna hipótesis sobre sus mareas imaginarias, de producir una "marea artificial" en una paciente dándole a beber una solución con hierro y luego aplicándole imanes en distintas partes del cuerpo, sin explicar cómo eso sería una "marea artificial", por supuesto. Al menos, Mesmer sabía que los imanes no afectan a las personas a menos que las llene uno de hierro, dato que aún no manejan los delicados estafadores que venden como oro la baratija de la "magnetoterapia". Mesmer era convincente, y la paciente dijo "sentir" un fluido misterioso corriendo por su cuerpo y mejoró durante unas horas (lo que los vendedores de cuentas de vidrio llaman "un milagro" y la ciencia "efecto placebo"). Luego Mesmer concluyó que el curandero Johann Joseph Gassner tenía "mucho magnetismo animal" y así curaba. Claro, Mesmer no había visto ningún "magnetismo animal", había hecho una experiencia incontrolada con el magnetismo de toda la vida. Pero nadie puede negar que "magnetismo animal" es una frase afortunada, un "slogan con mucho gancho", que diría un publicista. Era pegadizo y pegó.

Mesmer fracasó en su magnéticamente animal intento de curar la cerguera de la niña prodigio de la música Maria Theresa von Paradis, y se vio requerido a huir de Viena y probar fortuna a París, donde ya muchos estaban convencidos que Anton era más mecha que petardo, más pan que jamón, un charlatán, pues. Decidido a darles la razón, Mesmer se inventó un "tratamiento" descabellado en el que pasaba la mano sobre los pacientes y los sometía a rituales en los que participaban imanes y barras de hierro, con lo que "movía el fluido magnético" de los pacientes y los curaba... con el único problema de que no los curaba y con la innegable ventaja de que le pagaban. En 1784, Luis XVI nombró a un grupo de 14 científicos ("científicos de verdad" como dice Íker Jiménez "El Asombrao", para diferenciarlos de los "expertos de milonga" y "científicos de jijijí" como serían, por poner un ejemplo, el Marylin Manson de mandilón blanco que sale en su programa, Carmen Porter y los demás profesionales de los misterios a la carta de la televisión paranormal) a ver si Mesmer realmente había descubierto un nuevo fluído. Personajes como Antoine Lavoisier, Joseph-Ignace Guillotin (sí, ése) y Benjamín Franklin, primer embajador de Estados Unidos en Francia que por entonces cataba los finos vinos, las novedosas ideas y las sabrosas damas de la Francia prerrevolucionaria, hicieron experimentos y concluyeron que Mesmer no había descubierto nada y que los beneficios del tratamiento se debían "a la imaginación", que es como se llamaba antes al "efecto placebo".

Los franceses, inteligentemente, le hicieron caso a Lavoisier, Guillotin, Franklin y compañía y dejaron de engordarle la piara a Mesmer, quien dejó París y vivió sus últimos veinte años en el anonimato, disfrutando la herencia de su mujer.

¿Y qué tiene esto que ver con la hipnosis? Así, de primeras, las chaladuras de Mesmer parecen una forma distinta del desplumamiento de incautos mediante curanderismos huecos, pero...

Bueno, nadie esperaría que el mundo de los vagos viera a Mesmer llenarse los bolsillos y no querer apuntarse al negocio. Para cuando la Real Comisión llegó a sus conclusiones, ya había multitud de "mesmerizadores" recorriendo Europa y forrándose a cuenta de los ingenuos, y las afirmaciones de Mesmer rodaban sin ir acompañadas del informe de los experimentos que las contradecían.

Así encontró el mesmerismo un personaje tremendamente pintoresco, el Abbé Faria, o sea, el abad indostano-portugués José Custodio de Faria cuando llegó a París huyendo de su fracaso en una conspiración política en 1788, y luego participó en la revolución francesa, donde conoció a un discípulo de Mesmer. En 1813, ya olvidados los científicos latosos y los malvados escépticos, Faria decidió que no había "magnetismo animal", sino la fuerza de la sugestión y la autosugestión, que le evocó fenómenos similares en las religiones indostanas de su origen. Acusado de charlatanería, se retiró y murió en la oscuridad. En 1841, un mesmerista viajero fue visto por el médico inglés James Braid, quien al ver a los clientes del mesmerista decidió que estaban en un estado psicofisiológicamente distinto al de la vigilia y el sueño, para el cual inventó el término hipnosis en una publicación de 1842. Curiosamente, Braid quería dejar atrás ideas bobas como que el mesmerista tenía "un poder irresistible" sobre sus sujetos" o que la hipnosis permitía que aparecieran fenómenos paranormales como la clarividencia (más adelante se ligaría con el espiritismo, que se inventaría seis años después). En las propias palabras de Braid, declaró sin lugar a dudas que el hipnotismo no afirmaba producir ningún fenómeno que no fuera "totalmente reconciliable con los principios fisiológicos y psicológicos claramente establecidos".

El tiro le salió por la bienintencionada culata. El mundo de las maravillas pasando primero por taquilla sigue afirmando todo tipo de locuras sobre el tema, simplemente se apropió la nueva palabra de Braid y chau.

Que la realidad no interfiera con la venta


¿Qué se dice hoy sobre la hipnosis en el mundo del delirio paranormal y también, por desgracia, en el mundo de la práctica médica? Burradas como para parar un tren: aquí se revuelve con la persuasión subliminal (y le venden cosas), aunque sabemos que la persuasión subliminal es un mito; aquí van con el cuento de las regresiones (y le venden cosas) pese a que nadie ha demostrado que nadie regrese ni en su vida ni mucho menos a vidas pasadas, y todo parece ser una mezcla de imaginación y memorias artificiales, con frecuencia inducidas por el propio "hipnoterapeuta"; la revista de la charlatanería holística, Discovery DSalud afirma (sin demostrarlo) ¡que la hipnosis cura el cáncer! (aclaremos que esa revista es dirigida por José Antonio Campoy, antiguo director de la revista Mäs allá (de la ciencia), entrevistador de extraterrestres, creyente en espíritus y promotor del delincuente Geerd Ryke Hamer y del presunto genocida Matthias Raath (al que se le siguen muriendo sus pacientes sidóticos) sin que de ello dé noticias la revistucha de Pepe Toño, a quien yo no le confiaría la salud de una col medio seca, ya no digamos de seres humanos; pero aquí lo convierten a usted en hipnotista clínico sin que haya tenido que pasar antes por la escuela (el formulario no habla de requisitos académicos), usted paga 1640 euros, recibe por correo treintaytantas horas de clase y ya puede poner su diploma, su consulta y una caja fuerte para la platuca; el presidente de una de muchas sociedades españolas de hipnosis clínica muy astutamente le ofrece todo menos hipnosis "clínica", sabiendo, supongo yo, que fingir tratar a un paciente lo puede a uno volver inquilino de alguna correccional, pero este alumno de dicha sociedad (donde hizo un "doctorado", ¿será?) no tiene empacho en lanzarse al ruedo ofreciendo: "un protocolo realmente sencillo de aprender y aplicar, con resultados sorprendentemente rápidos, basada en la Psicología Bioenergética, aplicada con dígito puntura, y relacionada con la física cuántica" (tenía que aparecer la física cuántica y la falsísima "bioenergética", ¿cuándo empezaron a enseñar física cuántica en las facultades de psicología, que cuando yo anduve por allí no lo vi en el plan de estudios?);

La pregunta entonces es: ¿existe realmente un estado psicofisiológico distinto de la vigilia y el sueño que podamos llamar "estado hipnótico", "hipnosis" o, como diría el vengador hipnótico Manuel Capella Torres "trance hipnótico" (le recomiendo que compare la "historia de la hipnosis" que nos ofrece el redondo charlatán en el enlace con ésta, porque, claro, él es un profesional con "consultorio" y todo, y quien esto escribe es sólo un barrendero sin título que, eso sí, nunca le ha robado nada a nadie).

Pues la respuesta es que nadie lo sabe. O lo que es lo mismo, todos los que hablan de la hipnosis lo hacen sin un referente real sobre el cual basar sus experiencias, sus "tratamientos" y sus ocurrencias, lo que los pone exactamente a la misma altura de Anton Mesmer dándole un batido de ferretería a una pobre "paciente".

En la próxima entrega, vamos a la hipnosis de hoy en día y a los que viven de ella, las teorías al respecto y por qué no se le puede considerar un fenómeno real, pasando a visitar a los paranormaleros que consideran que el reino de la hipnosis es de su mundo peculiar, los "hipnoterapeutas" de los cuales le hemos pedido datos al ministerio pertinente del gobiernio español y a otros personajoides con la cara dura y la mano presta a cobrar mintiendo.

Para acabar de demoler de una buena vez esta frontera de lo creíble, pues.