He visto por fin, admito que tardíamente, la película "El Orfanato" y por esta vez me permitiré hablar también como narrador y, en particular, narrador de cuentos de terror (especialmente de vampiros) y ávido lector del género, a más de espectador de buena parte del cine de terror y sus aledaños, como el gore y el terror psicológico.
En primer lugar el que una película de tan buena factura sea la opera prima de J.A. Bayona no hace sino aumentar el asombro del espectador por lo fino que hila la historia, por sus audacias con la cámara y por su excelente dirección de una actriz como Belén Rueda, que suscribe una actuación absolutamente ejemplar y memorable.
Antes de continuar, quiero advertir a quienes aún no han visto la película que, aunque pretendo emplear un lenguaje cauto, esta entrada contiene spoilers, es decir, datos que le pueden echar a perder la película porque el director no quiere que usted los tenga antes de acomodarse en la butaca. De modo que si usted no ha visto esta joya del terror hispano, le recomiendo vivamente que deje de leer ahora mismo, y vuelva cuando haya disfrutado los escalofríos que le han preparado en "El Orfanato" Juan Antonio Bayona, el excelente guión de Sergio G. Sánchez, y la brillante Belén Rueda.
Dicho lo cual...
El cine de terror, de un tiempo a esta parte, o para ser precisos, de "El Exorcista" a esta parte, igual que algunas obras de la literatura, han sido víctimas de los extravagantes comemocos de la paranormalología y eso lo resiente un poco (nada grave) la película en cuestión. Verá usted, desde tiempos de la novela gótica, es frecuente que el personaje que ve al fantasma, al muerto, al diablo, al súcubo o íncubo, al monstruo o al oscuro objeto del miedo de que se trate, se vea enfrentado a la incredulidad de su entorno, lo cual permite que el autor profundice la sensación de soledad, aislamiento y desamparo de su personaje, haciendo mucho más temible, para el lector, cualquier acto audaz que pueda poner en peligro al susodicho personaje. Es uno de los clichés del género, pues, y el cine lo retomó con alegría. El problema, desde "El Exorcista" es que los mercaderes de misterios falsos han incidido en la conciencia popular tanto que se han vuelto otro cliché aunque bastante menos elegante. En un momento crítico de la narración o película, aparece un médium, un "parapsicólogo" o algún otro insigne papafrita que es acusado violentamente de fraude por el entorno del protagonista, mientras que el prota logra salvar el pellejo o alcanzar sus fines haciéndole caso al personal paranormal y entonces llega a un aislamiento no total, a una desprotección no tan ominosa, porque tiene a sus amigos de los aparatos, que pueden volver en cualquier momento. Vaya, el seudoparapsicólogo seudocientífico seudoserio es una justificación innecesaria de los temores del protagonista y de la incredulidad de quienes le rodean, y contamina la historia sacándola del espacio de la magia y lo preternatural. Imagínese a los tres fantasmas de "Un cuento de Navidad" de Charles Dickens haciéndose un electrocardiograma antes de echar a volar, pues. El seudocientífico con aparatos inservibles no es necesario narrativamente, y en algunos casos mete una piedra pequeña en la maquinaria de la narración que va, sin duda y desde el principio, por los caminos de la fantasía.
Aclaro: hacer relatos de terror, hacer ficción sobre misterios diversos, sobre la muerte y la permanencia, no es para nada lo mismo que vender misterios falsos, como quisieran hacer creer las personas que le endilgan a programas como "Cuarto Milenio" la categoría de "programa de entretenimiento". No, los niños que sufren tragedias en "El Orfanato", como los dos hermanitos de La vuelta de tuerca de Henry James (que por alguna causa que no entiendo tuve muy presente durante toda la proyección, pero que no tiene nada que ver con esta historia) son niños ficticios, inventados por un profesional de la ficción, del uso de la fábula como herramienta creativa. Me refiero, claro, a escritores respetables como Edgar Allan Poe, Howard Philips Lovecraft, Rod Serling o Clive Barker. En cambio, lo que hace "Cuarto Milenio" al depredar historias de tragedias que le han acontecido a niños reales, de carne y hueso, con familias de verdad no es ni respetable ni aceptable. Las tragedias infantiles en las que se ceban Íker Jiménez y su equipo semana sí y semana también (y en fotos falsificadas y otras barbaridades del baúl del embuste) son probablemente lo más asqueroso de la televisión española actual. Y lo digo pensando en la "recreación" que hicieron este domingo de una madre real que añoraba a un hijo real que murió verdaderamente, con todo lo que eso significa, y con un sentido del morbo, el amarillismo y el recurso de manipular los sentimientos más elementales que ofende, y mucho. Una "recreación" abusiva muy lejos, claro, de la representación ficticia que hace Belén Rueda de una madre que lucha por su hijo. ¿Queda claro? "El Orfanato" es una brillante ficción de terror que se puede disfrutar sin necesidad de creer que eso es "cierto" (del mismo modo en que se puede disfrutar, digo yo, El señor de los anillos o, más para acá, La brújula dorada sin pensar que "es cierto"; esta última, por cierto, inexplicablemente bajo ataque de los fanáticos cristianos estadounidenses, cuando es una belleza de película).
Bien, en el caso de "El Orfanato", el actor mexicano Edgar Vivar (recordado por los fans del patético y derechista acérrimo Chespirito como "El señor Barriga" y "El Botija", ya sabe usted, humor sutil, de altos vuelos) hace el papel del parapsicólogo "serio", llevando de adláteres a Geraldine Chaplin como médium y a un actor secundario que viene haciéndola de "paratécnico paracientífico con muchos aparatos". Para hacerlo creíble, se valen de muchas cámaras que no ven lo esencial, de tres (¡tres!) grabadoras de carrete (una de ellas de tiempos del papá de Geraldine Chaplin) y de un osciloscopio inexplicable. Los actores se ajustan a las rutinas inútiles que los parapsicólogos acostumbran sin conseguir nada, hasta el momento en que la ficción, amablemente, se vuelve a adueñar del film y entonces las voces de los fantasmas se oyen con prístina claridad, se graban y se registran en el osciloscopio sin que sea necesario que Pedro Amorós o Carmen Porter nos digan qué tenemos que oír. Vaya, psicofonías mejores, sólo las falsificadas. La película (como tantas otras antes, desde la misma "El Exorcista", pasando por la enana acojonantísima de "Poltergeist" hasta llegar aquí) ofrece al público (y a los supuestos escépticos de la trama, como la psicóloga policial o el marido de la protagonista) precisamente las pruebas, las evidencias, el tipo de fenómeno repetible y real que nunca ha podido dar ninguno de los que viven de esto, y que de existir ya me habrían convencido a mí y a todo el mundo de la existencia de los fantasmas, los videntes y los pitufos.
Bueno, el parapsicologuillo es un recurso narrativo, toma poco tiempo y la parte del "trance hipnótico" de la Chaplin está bastante bien narrada y actuada como para que el espectador en general pase de todo esto, de modo que ése no es el problema. El problema viene al final, y, repito, esto es un spoiler, si no ha visto la película, no lo lea: cuando la protagonista Laura recuerda que puede pedir un deseo, el público tiene que volver de pronto de un mundo "paranormal" o "parapsicológico" condicionado por la aparición de los de las grabadoras para reinsertarse rápidamente en el mundo de la magia ficticia 100%, en la que los fantasmas más crueles se ven obligados (por leyes que nunca se han escrito, pero que funcionan en la imaginación) a cumplir deseos, como duendes irlandeses, velitas de cumpleaños y otros cumplidores de deseos que no están en el reino de la pseudociencia bobalicona, sino en el decente y maravilloso reino de la fantasía. En mi personal y cuestionabilísima opinión, el choque del regreso súbito a la magia en la que finalmente se desarrolla toda la película, le quita un poco, sólo un poco, de fuerza a lo que sigue, las palabras del niño, Simón, que deciden la historia.
Y es una pena. Sólo recuerdo una película en la que los "parapsicólogos" fueran esenciales, The Legend of Hell House, por supuesto escrita por un maestro del terror, Richard Matheson, en la que el tema era precisamente el enfrentamiento de dos "sensitivos" y un físico a una entidad preternatural, el fantasma de un millonario cruel. Excelente y memorable film donde hasta Roddy McDowall (como uno de los psíquicos) hace un gran papel. Pero de ahí en fuera... La película podría vivir sin la pseudoexplicación y los aparatos como viven, pienso, las películas de la pesadilla en la calle Elm o las historias de Drácula. La suspensión de la incredulidad no merece esta intrusión tan narrativamente inútil.
Así que aprovecho esta joya del nuevo cine español para reivindicar la literatura de terror, el cine de terror, las ficciones sobre el misterio y lo insondable (porque no son sino viajes a los rincones oscuros de nosotros mismos) y espero que se libere artísticamente muy pronto de las garras de los vendedores ambulantes de mentiras. Será bueno para el público, seguro.