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La charlatanería se mueve en los terrenos de la fe, que se define como la creencia más allá de la razón. Cuando la razón aparece, la fe mengua y se marchita como un político sin puesto.
Por eso, los soplagaitas que promueven las más diversas gansadas para anormales se esfuerzan en lo posible por desacreditar a quienes tienen la osadía de decir que ellos, emperadores de la memez, no llevan un fino traje tejido con sabidurías ancestrales ni zapatos astrales ni pantalones extraterrestres ni capa videncial ni una corona con la que escuchan psicofonías (palabra que proviene de "psicosis", que es "enfermedad mental caracterizada por delirios o alucinaciones, como la esquizofrenia o la paranoia" y "fonías", del griego "fonos", sonido), sino que andan en traje de rana, como dios los echó al mundo, en bolas, en pelota picada, en traje de nacer, desnudos, pues.
Pero es razonable que la gente ve esperpentos como los diez alcornoques encerrados en "El castillo de las mentes prodigiosas", quien ve al Divino Otelmo vestido de mamarracho con su capa dorada, la punta de un misil intercontinental encajada en la cabeza a modo de mitra, anillos de dedo completo robados a una armadura medieval y pedrería suficiente para surtir de bisutería a toda la cadena de El Corte Inglés, se pregunte cómo puede evitar que un resbalón conceptual, una pérdida de equilibrio racional, un descuido informativo, lo lleve a adorar a tan grotesco esperpento o a alguno de sus cófrades.
En realidad no es necesario conocer los intrínguilis de la física cuántica y la cosmología para vacunarse contra estos tipos. Pensar científicamente no exige un doctorado en el MIT.
En realidad, es mucho más fácil que todo eso.
Se trata de ver lo que pregonan estos adefesios como un automóvil usado.
Así de fácil.
Digamos que llega con la lectora o el lector un agradable y bien vestido personaje a venderle un auto usado. El personaje, evidentemente, se ha leído todas las obras de Og Mandino sobre El vendedor más grande del mundo, es fino y educadísimo, habla grandilocuentemente y nos cubre de zalamerías.
Ante personajes así, la reacción inteligente es llevarse la mano a la cartera y aferrarse a ella con todas sus fuerzas. La mayoría de nosotros (incluso quienes le dejan su honradamente ganado dinero a potentados del embuste como Juanjo Benítez), escucharía sonar en su cerebro varias alarmas.
El tipo procede a ofrecernos un automóvil usado que es una maravilla. Sólo tiene mil kilómetros. Su dueña, una viejecita de aldea que nunca iba a más de 30 kilómetros por hora, lo guardaba en un garaje con humedad controlada, aire acondicionado y funda de seda. Las ruedas están como nuevas. La pintura parece recién salida del horno de la fábrica. Las vestiduras son de finísima piel de gacela salvaje. El motor ha sido probado por Renault y la empresa ha dicho que es casi igual al que usa el asturiano Alonso para perseguir a Schumacher. Es el coche que menos gasolina gasta en el mundo, con un frasquito de perfume lleno de combustible, usted puede ir de Madrid a San Petersburgo. En fin, el coche de sus sueños.
El único punto es que usted tiene que pagar antes de ver tal joya de la industria automovilística.
La pregunta es obvia: ¿usted pagaría?
La gran mayoría de las personas no le soltaría al proponente de tal collar de imbecilidades ni lo suficiente para tomarse un café.
Nadie compra un auto sin verlo. Y verlo no basta. Uno quiere probarlo, sentir cómo responde, tocar las vestiduras, quizá llevarlo a un taller de confianza donde un mecánico avezado y sabio en sus menesteres hará una evaluación seria para recomendarle si la compra es razonable o estaría usted adquiriendo una colección de problemas. La revisión comprendería todos los aspectos clave del vehículo: los frenos, la bomba de combustible, el embrague, la dirección, el sistema eléctrico, la transmisión, la compresión de los cilindros. Y se revisarían, por supuestísimo, los papeles que certifican la propiedad del auto.
Sólo si usted tiene una opinión favorable después de haber experimentado la conducción del vehículo y a ella suma la opinión favorable del mecánico, haría la entrega del dinero correspondiente.
Lo que ha hecho usted es actuar racionalmente, hacer uso del pensamiento crítico que es su mejor arma y, sobre todo, hacer uso del método científico de comprobación, ensayo, prueba y comprobación de la hipótesis que se le presentó en la forma de un auto usado.
Actuar así es parte de la naturaleza humana. Lo otro, la irracionalidad, se tiene que cultivar cuidadosamente, y los farsantes lo hacen con minuciosidad, al fin que no tienen otra cosa que hacer.
Si lo que ha hecho con el auto es lo razonable, ¿por qué no hacer lo mismo con las birrias que ofertan los autoproclamados expertos en fenómenos para anormales?
Si le llegan a usted con el cuento de que hay extraterrestres, fantasmas, telekinesis o cualquier otro delirio esquizofrénico y le piden que se comprometa con ellos, ¿es razonable hacerlo sin que siquiera den una prueba de la veracidad de sus aventuradas afirmaciones? Algunos le piden dinero (a cambio de libros, cursos, cursillos, aditamentos esenciales para ser vidente, consultas o donaciones para "investigaciones" mamonas), otros sólo quieren su adoración y lealtad. Algunos son creyentes sinceros con alma de evangelizadores, pero los más son embaucadores que depredan a otras personas para satisfacer sus necesidades (de dinero, de poder, de sexo, de admiración). En todo caso, le están pidiendo algo real, algo valioso que usted tiene, a cambio de promesas sin sustento.
¿Es razonable que usted les crea y les dé su tiempo y atención, su dinero o su admiración, sin haber siquiera constatado que la fantasía que le ofrendan es más real que el auto descrito unos párrafos arriba?
¿No es lógico pedirles pruebas más contundentes que las que se le pedirían al vendedor de autos usados, considerando que lo que ellos venden es aun más improbable que el coche fantástico? ¿No viene al caso que usted consulte con expertos que pueden señalarle todos los defectos, golpes, problemas de funcionamiento e inutilidad plena de lo que le están vendiendo estos desahogados?
Pues si usted hace eso, estará actuando como cualquier científico actúa al enfrentarse a los grandes misterios (verdaderos) del universo. Estará haciendo uso de su pensamiento crítico, sabrá dudar de las afirmaciones extravagantes, porque cuando algo suena demasiado bueno para ser cierto, generalmente es demasiado bueno para ser cierto.
Es fácil ver, entonces, que si la gente se acerca a ellos con preguntas soeces del tenor de "¿Y cómo sabe eso?" o "¿Puede probarlo?", el negocio se les iría a pique más rápido que el Titanic.
El pensamiento crítico es un arma de la supervivencia, es un motor del avance personal y del progreso de la humanidad y es, sobre todo, el antídoto perfecto para que no le quiten el tiempo, la atención y el dinero con cuentos mariguanos que, hasta el día de hoy, no han podido probar. Las pruebas las sustituyen con más cuentos y mendacidades groseras ("atino el 80% de las veces", "hay un señor al que le curé el cáncer", "esto lo sabe todo el mundo", "los científicos me persiguen porque soy más inteligente que ellos" y sandeces de similar calibre) que siguen siendo afirmaciones sin sustento.
Del mismo modo en que usted comprobaría la potencia del auto, debería comprobar la solidez de las afirmaciones de estos tipos. Del mismo modo en que acude a un mecánico que no sea amigo del vendedor de autos, seguramente debería acudir a ingenieros de sonido, egiptólogos, astrofísicos, paleoantropólogos y otros especialistas independientes que pueden determinar la veracidad de lo que estos tipos le dicen. (Dicho de otro modo, el tener a "sus propios expertos" no es prueba de nada, tampoco, son mecánicos amigos del vendedor.)
¿Hay energías? ¿Cómo se miden? ¿Qué frecuencia, amplitud, y potencia tienen? ¿Las ha podido medir alguien que no sea del club de crédulos? ¿Los extraterrestres nos han aportado algún conocimiento más allá de mensajitos espiritualoides blandengues? ¿Quiénes son las personas que este médico brujo ha curado, dónde están, qué médicos independientes han certificado las curaciones? ¿Quién hizo el estudio que dice que atinan tal porcentaje de veces? ¿El procedimiento usado para determinar que el estudio es válido es el mismo que se usa para determinar la validez de otros estudios o se lo inventaron a conveniencia? ¿Puede el adivino darnos una sola predicción concreta y específica para demostrar que ve el futuro? ¿Tienen alguna prueba además de afirmaciones desproporcionadas, alguna foto dudosa, alguna grabación realizada sin ningún control científico, algún testimonio de alguna persona seria que se pueda cotejar independientemente?
Preguntas y preguntas. Las mismas preguntas que se le hacen a un vendedor de autos usados, pues.
Eso, y no otra cosa, es pensar críticamente. Y vale contra los charlatanes de todo el zoológico, contra los falsarios políticos, contra los embaucadores comerciales, contra las sectas destructivas, contra el tendero engañoso y contra los videntes, paranormalólogos y demás fauna empeñada en vender autos usados que parecería imposible que existan y que, efectivamente, no existen.
Pero mantienen haraganes.