Bueno, pero... ¿qué tiene de malo que haya quien crea en la astrología, en la telepatía, en las caras de Bélmez, en los platillos voladores y en todas las demás afirmaciones paranormales, seudocientíficas, esotéricas, ocultistas, parapsicológicas y charlatanescas en general?
Y, claro, ¿qué tiene de malo que los gurús de los creyentes se presenten en los medios como el absolutamente bufonesco tipo que estuvo hace un par de días en la televisión española, en el programa "La Noche", hablando de cuando vio un demonio en Haití?
Vamos a dejar de lado por lo pronto lo obvio, que la principal ocupación de todo gurú es la depredación, en ocasiones sólo buscando aplausos, en ocasiones buscando sexo, pero generalmente buscando dinero: cobro de consultas, de cartas astrológicas, de pociones supuestamente medicinales, de programas de radio y televisión, de venta de revistas y libros (sobre todo libros, no hay ningún supuesto parapsicólogo, ningún charlatanazo, que no tenga al menos un libro publicado con sus fantasías), de venta de inscripciones en asociaciones de nombres rimbombantes, de venta de discos compactos de todo tipo, de venta de aparatos estrafalarios, etc.
La primera reacción, obviamente, es decir que cada quién es libre de creer en lo que quiera y que nadie tendría por qué meterse en sus creencias. Y eso es cierto, pero no en el sentido que interesadamente se le quiere dar. La pregunta es si la gente quiere libremente creer en algo o si bien se le ha dirigido hacia la creencia negándole su derecho a conocer libremente sus opciones.
Telepatía y unipartidismo
Supongamos que alguien lee o ve en la televisión una serie de argumentos que lo llevan a "creer en la telepatía". Digamos, por ejemplo, que se dice: "¿No te ha pasado que estás pensando en alguien y de repente suena el teléfono y es esa persona? Pues ahí está, en ese momento han conectado telepáticamente."
Hum, el hecho es real, la explicación ofrecida es una supuesta conexión de dos cerebros. Se puede creer en tal conexión.
¿Puede creer "libremente" esa persona en la "telepatía" si no escucha en la televisión, en el mismo programa, en condiciones semejantes, argumento alguno en contrario? ¿Y puede hacerlo si, como parte de sus argumentos, el vendedor de la "telepatía" tiene minutos de aire o antena para vomitar algunas falsedades sobre la ciencia "dogmática, cerrada, elitista, fascista" que no acepta verdades tan sencillas como la que según él acaba de demostrar?
¿Qué tanta libertad tiene realmente quien decide en ese momento creer en la telepatía?
Para ejercer la libertad de elección se debe tener libre información sobre las opciones a elegir. Cuando sólo se pone a disposición de la gente una opción, y las otras en todo caso sólo se mencionan para denigrarlas, lo que hay es dictadura.
Es la dictadura que en los medios tienen los charlatanes. Y es la dictadura que les molesta que se desafíe desde los espacios del pensamiento crítico.
La víctima de la hipotética emisión televisual de referencia, nunca ha estado expuesta (y no lo estará en el actual esquema mediático) a un argumento en contrario que podría decir: "Calcula a cuántas personas conoces bien y verás que no son muchos, cien, quizá. Luego calcula cuántas veces piensas en una u otra persona a lo largo del día, todos los días de tu vida. Y ten en cuenta más o menos cuántas personas te llaman por teléfono al día. Pensando en esos términos, ¿es muy improbable que una o dos veces se dé la coincidencia de que pienses en uno poco antes de que te llame? Evidentemente, como el suceso es notable, nos acordamos de él y no nos acordamos de los miles y miles de veces en que pensamos en alguien y no nos llama, o que nos llama alguien en quien no estamos pensando. Por tanto, quizá lo que ocurra sea una coincidencia y no es un suceso tal que amerite creer en un poder mental misteriosísimo que nadie ha podido demostrar".
El charlatán no tiene oposición, predica sin que nadie lo ponga en duda, se le da, por ende, valor de verdad indiscutible a lo que dice en los medios.
Si esto no ocurriera en el terreno del conocimiento científico, sino en el de la política, lo más curioso es que los mismos medios de comunicación pondrían el grito en el cielo.
Suponga usted que en todos los medios (prensa, radio y televisión) sólo se permite la publicidad del Partido A, que sólo los miembros y candidatos del Partido A pudieran aparecer en ellos, ser entrevistados en ellos y hablar en ellos, y que el Partido B, la oposición, sólo fuera mencionado para calificarlo de "dogmático, cerrado, elitista y fascista". ¿Qué tanta libertad tendrían los electores? ¿Qué tan válida podría considerar la "libre elección" de los votantes un observador imparcial a la hora de las votaciones?
Vaya, hasta en el mundo de los temas "del corazón" hay la oportunidad de que hablen quienes se dedican a denostar a un personaje y quienes lo defienden. En el fútbol y otros deportes, no se diga, la pluralidad de opiniones y visiones es enorme. En política, el debate es animado, siempre, en todos los países democráticos. Hay debate libre y opiniones encontradas referentes al cine y a la moda de primavera-verano.
Pero cuando se trata de paranormalidad, ocultismo, esoterismo, etc., no hay tal pluralidad.
A cambio, lo único que tiene el público es la tersura de una única opinión consagrada por los medios, que se repite en prensa, radio y televisión sin que se permita a nadie confrontarla, criticarla, defender otras explicaciones o señalar los errores y falacias de las explicaciones oficiales de Más allá, Año cero, Milenio 3, Tercer milenio (no, no son lo mismo, el primero es el programa de radio de Herr Íker Jiménez y el segundo el programa de televisión del estólido Jaime Maussán) y, lo peor, de Antena 3, Telecinco, Televisión Española, Televisa, TV Azteca, Cadena Ser, Onda Cero, la XEW, etc. (perdonarán que sólo hable de mi experiencia, limitada a México y España, seguramente si usted es de otro país encontrará sin problemas a sus equivalentes).
Lo que hay se llama, claro, dictadura informativa. Y les encanta.
La primera pregunta, entonces, es si la gente, creyente o no, no tiene derecho alguno a conocer otros puntos de vista y si al negársele ese derecho realmente está creyendo libremente en las afirmaciones que se le ofrecen.
Es evidente que el público tiene derecho a saber, y ése es el principal motor de una actividad periodística honesta. Si se le niega ese derecho a la gente, es perfectamente natural que se proteste y se exija no la censura de la charlatanería en los medios (la censura la practican los charlatanes en sus grupúsculos de iniciados), sino igualdad de acceso, derecho de réplica y confirmación del derecho de la gente a tener información amplia sobre los distintos puntos de vista que existen sobre un suceso, cualquiera que éste sea.
Los charlatanes se especializan en la censura, y sin duda alguna están despojando a la gente de un derecho real cosa que ciertamente es grave.
Pero vamos a la persona que creyó en la telepatía. Víctima del monopolio mediático del charlatanaje sin oposición, es lógico y natural que se acerque a quienes hablan de la telepatía, porque el ser humano es de natural curioso, y más cuando se trata de cosas que pueden mejorar su vida.
Y nadie vende "solamente" telepatía.
La megacorporación del embuste u holocharlatanería
Si existe la telepatía, será una energía, al morir esa energía provoca fantasmas, los fantasmas hacen sicofonías y teleplastias, y mueven la ouija y nos pueden poseer; la energía de los vivos la tienen los chakras, los chakras desalineados causan enfermedades, las enfermedades las curan la medicina ayurvédica, la homeopatía, la naturopatía, la acupuntura, el drenaje linfático, la hipnosis o cualquier conocimiento milenario; los conocimientos milenarios son espirituales, por eso los rechaza la ciencia (cerrada, dogmática, fascista, etc.), lo espiritual milenario permitió que aparecieran las pirámides, que las construyeron los extraterrestres, los extraterrestres nos visitan y hasta nos secuestran...
Una verdadera historia interminable.
La holocharlatanería (charlatanería integral) o megacorporación del embuste es incapaz de negar a ninguna de las ramas que la componen. Nunca ha sido descubierto un mentiroso en el interior del templo. Los supuestos psicofonistas acaban buscando ovnis e hipnotizando a distancia. Los supuestos ovnílogos acaban haciendo sectas para adorar a los hermanos mayores y organizando tours a las pirámides. Los promotores de la meditación venden seudomedicinas. Todos son uno.
A lo largo de los últimos 20 años, más o menos, se ha engarzado una sucesión de eslabones que llevan de cualquier creencia indemostrada a cualquiera otra pasando por numerosas afirmaciones igualmente sin demostrar. Vaya usted a cualquier sitio Web de la credulidad organizada y verá cómo a todos los gurús les interesan todos los aspectos de la charlatanería, y todos tienen algo qué vender en varias áreas. Nada es dudoso, nada es falso, todo es cierto, todo cuesta... y el camino puede seguir fácilmente hasta la pertenencia a sectas como la Raeliana o la "Puerta del cielo" y su suicidio colectivo.
Pero esos extremos evidentemente son poco frecuentes (la mayoría de los sectarios prefieren mantener vivas a sus ovejas para seguirlas trasquilando, los seguidores muertos no son muy buen negocio).
Sin embargo, creer en una sola de estas propuestas abre las puertas a la creciente necesidad de creer en muchas de ellas, cuando no en todas (aunque se contradigan entre sí).
El universo ordenado, explicable y entendible por medio de la razón va quedando desplazado por misterios, fenómenos inexplicables, situaciones terroríficas, "iniciaciones" e "iluminaciones". Cada avance que hace alguna persona en su creencia en los delirios comerciales del ocultismo destierra de su mente algún conocimiento certero y la sume en el oscurantismo y la superstición.
El conocimiento de que la neurología, la psiquiatría y la etología estudian la conducta y los procesos mentales se ve desplazado por la superstición de que la conducta y los procesos mentales dependen de la telepatía, del aura, de la hipnosis.
El conocimiento de que el universo es un sitio donde hay estrellas y planetas que podemos conocer y estudiar se ve desalojado por la superstición de que el universo es un lugar donde hay estrellas que influyen hasta en los aspectos más nimios de nuestra vida en formas que sólo pueden desentrañar los astrólogos y que está lleno de seres que vienen a enseñarnos o a secuestrarnos.
El conocimiento arqueológico que nos permite conocer, entender y recuperar las culturas antiguas se ve expulsada por la idea de que son los astroarqueólogos los que realmente explican esas culturas antiguas mediante extraterrestres y poderes místicos.
El conocimiento de la medicina con bases en la química, la fisiología y la biología molecular para mejorar nuestra calidad y cantidad de vida se ve dislocado por la superstición de que ciertas personas con conocimientos secretos y mágicos sobre el "aura" y los "meridianos" del cuerpo son el verdadero rumbo a la salud.
Y todo ello sin que ninguna de las ideas que han degradado a las otras en la mente del creyente tenga forma alguna de probar que realmente es una explicación válida, completa y aceptable porque se le impide el acceso al público en los medios.
En esas condiciones, ¿cómo sabe el verdadero creyente que una u otra parte de la holocharlatanería es efectiva?
Sólo tiene la palabra del gurú.
La palabra del gurú: la verdad, única, inmortal e incriticable
Quien rinde su credibilidad, por falta de información las más de las veces, a un charlatán profesional (puede ser un seudoinvestigador, un contactado, un astrólogo, un adivinador, un curandero o cualquiera de estos brujos), suspende su razonamiento y entrega su capacidad de aceptar o rechazar la realidad al gurú.
Al gurú no se le puede criticar ni se le puede poner en duda.
Si uno visita las listas de correos en las que se reúnen los cónclaves de fieles creyentes, o si puede asistir a sus ceremonias mágicas (o "de investigación"), puede ver cómo cualquier voz discordante es de inmediato suprimida. Los demás creyentes proceden a descalificar al dubitativo sin argumentos, acusándolo de "querer manchar al gurú" o de "venir a meter ruido", exigiendo que "si no es creyente no debe estar aquí", mientras que el gurú o alguno de sus archimandritas procede al borrado de los mensajes discordantes y a la prohibición del dubitativo a seguir participando en la lista.
El diálogo alrededor del gurú no existe. Sólo existe la adoración, la confianza ciega, la defensa a ultranza, la ausencia de argumentos, sustituidos por la fe.
Evidentemente, en su vida cotidiana, los fieles creyentes, de manera totalmente contradictoria (pero sin darse cuenta de la contradicción), siguen usando el pensamiento crítico. Por una parte, no comprarían un automóvil usado sin verlo, no comprarían una joya sin que un joyero o gemólogo certificara su autenticidad y no comprarían una casa sin cerciorarse de que la construcción está en buenas condiciones y que el vendedor es el genuino propietario y tiene derecho a vender.
Ninguna de esas exigencias de demostrabilidad y palpabilidad se la imponen a las afirmaciones de su gurú. El gurú puede, cuando el grupo está debidamente maduro, decir prácticamente cualquier cosa que se le ocurra: que le ha tomado una foto a Jesucristo (hay al menos dos sujetos que afirman eso en distintos países en medio de la adoración de sus incondicionales), que viaja en naves extragalácticas, que viaja en el tiempo, que habla con Dios... incluso, cuando el grupo realmente está preparado, el gurú puede afirmar que es Dios.
Y muchos fieles le creerán.
¿Se le han conculcado o no derechos a esos fieles, entre ellos el derecho a saber?
¿Creen libremente estos creyentes o son sujetos de un lento y cuidadoso proceso de adoctrinamiento irracional que acude a sus emociones más básicas para obligarlos a suspender su capacidad de razonamiento ante afirmaciones que, cuando menos, deberían moverlos a buscar una corroboración?
Desde el punto de vista de los más elementales derechos humanos, como el derecho a la información y a la educación, el monopolio de la charlatanería, su proclividad a la censura y la paranoia que inspira en la guerra "nosotros" contra "ellos" impiden el ejercicio pleno de esos derechos.
Por supuesto, si se consigue el acceso equivalente a los medios que se pide, que se ha pedido y que se debe seguir pidiendo y exigiendo a todos los niveles (desde el periodista individual hasta las autoridades encargadas de vigilar la aplicación de las leyes sobre libre expresión y derecho a la información), habrá personas que crean de todos modos en sus gurús.
En tal caso, al menos, hay dos cosas certeras: ejercerán su creencia con más libertad y, sin duda alguna el número de nuevos creyentes descenderá.
A esto, claro, es a lo que temen los gurús.
A un nivel más profundamente humano, más allá de las consideraciones legales, hay sin embargo un elemento mucho más cruel en la promoción de la irracionalidad: el robo del sentido de lo maravilloso.
El sentido de lo maravilloso
Evidentemente nuestro universo está pletórico de situaciones maravillosas que desafían nuestra capacidad de comprensión.
Vivimos en un trozo de roca y lodo flotando en la nada, en el que la vida surgió lentamente por medio de misteriosos procesos químicos, sostenida por la energía de una estrella cercana, y evolucionó hasta llegar a un ser capaz de disfrutar el Concierto para violín y orquesta de Beethoven y crear "El jardín de las delicias" de El Bosco.
Las luces del cielo que asombraban a nuestros ancestros son estrellas como la nuestra, las hay mucho más grandes y mucho más pequeñas, más jóvenes y más viejas. Probablemente en algunas hay vida y estamos buscándola. Y cuando la encontremos será maravilloso.
Si tomamos dos células determinadas y las juntamos, podemos obtener un ser humano completo, lleno de capacidades para sentir, pensar, disfrutar o descubrir (aunque también para odiar, matar, torturar y creer en supersticiones peligrosas, ésa es nuestra responsabilidad colectiva).
Estamos formados por átomos que tienen leyes asombrosamente distintas a las leyes que rigen el mundo que nosotros vemos, donde la gravedad no cuenta, donde las partículas están y no están al mismo tiempo.
Es posible encontrar, en la naturaleza o de forma artificial, moléculas que curan enfermedades que durante toda la historia humana causaron un flujo incesante de millones de víctimas y que hoy están prácticamente olvidadas.
Aprendimos a volar, a hacer túneles, a hacer puentes, a crear música, a viajar al espacio, a comunicarnos instantáneamente a cualquier lugar del planeta con un pequeño aparato de mano (a ver cuándo la telepatía se acerca a la telefonía móvil).
Todo a nuestro alrededor puede estar lleno de asombro si sabemos verlo.
Y tenemos derecho a saber verlo.
También estamos rodeados de una gran cantidad de misterios.
¿Cómo se transmite la gravedad? ¿Dónde está la materia oscura del universo? ¿En qué momento de nuestra evolución apareció el arte? ¿Qué privilegiadas mentes tenían los mayas para descubrir el cero y los egipcios para construir las pirámides? ¿Cuántos conocimientos de los ingenieros romanos hemos perdido? ¿Cómo evitar el cáncer? ¿Son las aves las descendientes de los dinosaurios? ¿Cómo se transmite exactamente la conducta de origen genético? ¿Cuáles son las causas precisas de muchas enfermedades y cómo podemos vencerlas?
Misterios en enormes cantidades que sin duda alguna evocan también nuestro sentido de lo maravilloso.
Siempre y cuando los charlatanes no lleguen con una miríada de misterios falsos, de afirmaciones sin comprobación, de historias que no permiten que nadie estudie de cerca si no es de la secta, de suposiciones y conclusiones apresuradas y con ellas nos impidan ver las maravillas y misterios reales de nuestro universo.
¿Qué tiene de malo que alguien crea en supersticiones, pues?
Que generalmente cree sin libertad.
Que es víctima de una dictadura mediática.
Que se humilla su dignidad sometiéndolo a los dictados de un gurú.
Que se le alimentan mentiras y se les lleva a la irracionalidad supersticiosa.
Y, sobre todo, que se le roba el sentido de lo maravilloso y se le sustituye por misterios falsos, maravillas de latón y engaños convenientes para gloria de unos pocos desvergonzados.
Si no es lo bastante claro, volvemos a explicarlo de otro modo.