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abril 07, 2015

La batalla del libre pensamiento

Un ejercicio mínimo, minoritario y geográficamente muy localizado, de la libertad de pensar, de cuestionar, de abordar la realidad con una visión rigurosa y verificable es responsable de todo el avance del conocimiento, la sociedad, la moral y el arte en los últimos 400 años, más o menos.

Fotografía del campo ultraprofundo del telescopio espacial Hubble, mostrando miles de
galaxias casi en el borde del universo en el que vivimos y del que somos parte. 

La desaparición de la viruela, las telecomunicaciones, la electricidad, las imágenes del Hubble, el aumento en la calidad y cantidad de nuestras vidas, la comprensión de los materiales, el conocimiento de la herencia genética, la química, la cosmología, el conocimiento del mundo de lo más pequeño, la descripción del funcionamiento de la célula, de los animales y plantas, la capacidad de volar, la medicina, la democracia, las libertades, los derechos humanos inalienables... todo lo que es resultado de la Revolución Científica y de la Ilustración es producto de la libertad de pensar y de cuestionarlo todo.

Todo.

Cuestionar a los dioses, a las supersticiones, al dogma, a los monarcas, a los sacerdotes, a las creencias, a las costumbres, a las tradiciones, a las convicciones más profundas, a la forma de adquirir conocimiento... pensar libremente respecto de esto y más ha cambiado la vida de los seres humanos de modo profundo y, se puede argumentar de modo contundente, en general para mejor.

En sólo 400 años el conocimiento de la realidad del que disponemos ha avanzado más que en toda la historia anterior de nuestra especie.

Y al mismo tiempo ha avanzado nuestra moral. Acciones que en el pasado nos parecían perfectamente naturales, como el juicio por ordalía, hoy nos parecen injustas, bárbaras e insostenibles, y en muchas sociedades creamos leyes que pretenden ser más justas que las del pasado. Vemos con rechazo prácticas que no hace mucho (y hoy todavía en muchos lugares) eran consideradas normales, como la persecución de quienes tienen una sexualidad diversa o el sometimiento de la mujer. Al menos en gran medida.

Caroline Herschel, la primera científica
profesional de la historia, hermana
del más conocido astrónomo
William Herschel.
Pero esto no ha significado que todos los integrantes de nuestras sociedades, ni siquiera la mayoría, hayan practicado el libre pensamiento, el cuestionamiento, el pensamiento crítico. Han abrazado y adoptado los avances sociales, políticos, tecnológicos y científicos porque son claramente beneficiosos, pero ello no ha significado que se adopte la forma de pensar que llevó a ellos, que se abandonen dogmas, prejuicios, supersticiones y creencias irracionales viejas y nuevas. Esta "doble vida" trae consigo contradicciones profundas que nuestras sociedades y sus individuos deben resolver. El derecho a creer en religiones no implica, en algunas sociedades, el derecho a hacerle daño a otros en nombre de una religión. La creencia profesada en libros sagrados debe convivir con conocimientos que ponen en duda las palabras de esos mismos libros. El rechazo a prácticas como la vacunación debe eludir la abrumadora cantidad de evidencias que demuestra su eficacia y su inocuidad. El respeto a tradiciones como las referidas a la libertad de elección de la pareja o del matrimonio mismo, choca con frecuencia con una sociedad para la cual no están diseñadas.

El hecho mismo de que el libre pensamiento pudiera dar frutos es resultado de una historia de enfrentamientos y colisiones donde la peor parte la llevaron quienes trataban de pensar libremente, gente como Giordano Bruno o Galileo, Darwin, Oldenburg, los reformadores sociales, las mujeres que deseaban estudiar e investigar... una batalla donde la violencia generalmente la ejercieron contra sus adversarios únicamente las creencias irracionales.

Y esa batalla no ha terminado.

La superstición antitransgénicos ha llevado a la destrucción
de campos de estudio del arroz dorado, un cultivo destinado
a combatir, distribuido gratuitamente, la deficiencia de
vitamina A entre los niños asiáticos.
En la mayor parte del mundo, entre la mayoría de los más o menos 7 mil millones de seres humanos que habitan el planeta hoy, la libertad de creencias y de pensamiento no existe. La persecución religiosa existe igual en China contra los Falun Gong que en el Estado Islámico contra todos los no sunnis. Las supersticiones antiguas campan a sus anchas en África y América Latina, se redactan nuevas constituciones que le dan derechos a dioses antiguos como la Pachamama, las nuevas supersticiones se difunden aceleradamente por todo el mundo con ayuda de las redes sociales e Internet. Se crean nuevos tabús que no se diferencian en nada de los que uno puede encontrar en cualquier texto o tradición religiosa: incuestionables, intocables. Si romperlos no comporta en algunas sociedades castigos corporales es casi una excepción.


Una buena parte de las supersticiones actuales se orientan contra la ciencia, contra el conocimiento, contra precisamente la actividad humana, y sus resultados, que han mejorado la vida de quienes la rechazan. El ejemplo más acabado de la contradicción son quienes, en Internet, afirman que la ciencia sólo es una opinión que puede cambiar en cualquier momento y no es distinta de cualquier otra creencia... sin darse cuenta de que usan las ecuaciones de Maxwell y las de la física cuántica en sus máquinas, en la codificación de sus mensajes que se transmiten por fibra óptica y pueden retransmitirse por varios satélites hasta llegar a los servidores con los cuales se conectan otras personas por medios similares para recibir el mensaje: "la ciencia es sólo una opinión"... cuando la existencia misma del mensaje demuestra que no es así.

Preámbulo de la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, documento revolucionario que dio origen a las
libertades y derechos de los que disfrutamos algunos en una
parte del planeta.
Para algunas personas, la Ilustración es un asunto de los libros de historia. Sus efectos sociales al derribar los sistemas monárquicos parecen asunto superado y hoy hay una intensa actividad en la postilustración, dedicada a derribar los sistemas surgidos después de la Revolución Francesa para alcanzar una sociedad mejor. Lo cual es sin duda una aspiración totalmente legítima. Pero esto no anula el hecho de que parte de esta posición implica el rechazo a todo el conocimiento y métodos de la razón... y sobre todo que a un lado de la desigualdad económica y social que debemos enfrentar y que exige soluciones sigue habiendo una desigualdad, un desfase profundo por el cual miles de millones de seres humanos aún no han siquiera alcanzado los ideales más básicos de la Ilustración, las libertades más elementales, los derechos más fundamentales... y en muchos casos ni siquiera están informados de estas ideas para poder juzgarlas independiente y libremente.

Para otras personas, la Ilustración es sólo asunto de la Europa y los Estados Unidos donde se desarrolló. Como si la brújula fuera asunto sólo de los chinos, el blues debiera ser exclusivo de los descendientes de esclavos en EE.UU., la pintura de Miguel Ángel no pudiera ser legítimamente disfrutada por no italianos, los números "arábigos" fueran patrimonio exclusivo de sus creadores de la India (no de los árabes que los tomaron como un avance para todos) o la poesía de Vallejo se debiera circunscribir a los peruanos. La cultura humana es universal, los avances de la sociedad y el pensamiento en un grupo no son patrimonio de ese grupo, y para creerlo uno debería tener las más terribles ideas nacionalistas excluyentes, racistas y misantrópicas. Los valores esenciales de la Ilustración tienen el mismo valor universal que toda otra obra del pensamiento y el rigor humanos. Y son el pensar libremente y el decir libremente lo que se piensa.

Cuando la libertad de pensar no está acompañada de la libertad de decir lo que se piensa, cuando las ideas quedan aisladas dentro de las estructuras nerviosas de quien las desarrolla, encarceladas en su cráneo, a efectos de la sociedad no existen. Son como un libro cuyo manuscrito se destruye sin haber tenido jamás un lector, igual que si nunca hubiera sido escrito. Las ideas que cambian la realidad son inevitablemente sociales. El flujo libre de las ideas, aún de las más peligrosas, la expresión libre de las opiniones y pensamientos, incluso los más repugnantes, es parte indispensable del proceso de resolver problemas, de diseñar opciones. La libertad individual es la condición esencial para conseguir la libertad social, política y económica.

Por ello, la Ilustración y la batalla por sus principios centrales sigue siendo, a todas luces, una batalla que estamos librando hoy, día tras día. A veces no nos damos cuenta, pero la educación, los medios de comunicación, las conversaciones mismas que tenemos virtualmente o en la realidad física, implican el enfrentamiento entre creencias y conocimientos, donde muchas veces las creencias se presentan a sí mismas como formas del conocimiento, con argumentos falaces y con sobresimplificaciones peligrosas. Son esfuerzos en favor de la Ilustración y contra el oscurantismo y todo lo que implica: sometimiento, miedo, ignorancia, opresión y resignación.

Pero también por su promesa. Si unas pocas personas ejerciendo el pensamiento libre lograron reorientar tan radicalmente toda la historia humana, queda por imaginar las enormes posibilidades que se abrirían ante nosotros si más gente, muchos más, la mayoría o la gran mayoría de los seres humanos tuvieran esa libertad de pensamiento y ese rigor que proporciona el pensamiento crítico y racional... Cualquier especulación al respecto, por conservadora que sea, es abrumadora.

Es responsabilidad de cada persona que adquiere un conocimiento el compartirlo con otros. Es responsabilidad de quien tiene soluciones ponerlas al alcance de toda su sociedad. Y por ello es responsabilidad de todos quienes están conscientes de que su vida, su bienestar y su libertad proceden de las ideas renovadoras de la Ilustración, del libre cuestionamiento y la aplicación de métodos rigurosos en el análisis y la investigación sobre los hechos, seguir luchando la batalla de la libertad de pensar. La alternativa, por supuesto, es el regreso a una barbarie que no necesitamos siquiera imaginarnos, porque nos golpea con frecuencia en las portadas de los diarios, en las publicaciones en línea, en las cabeceras de los informativos, incluso de los más tendenciosos e irracionales.

Nada de lo que se ha logrado en estos 400 años es inamovible, ni está garantizado para mañana. Su destrucción es posible, realmente posible con los medios que la irracionalidad tiene hoy a su alcance. Y estar conscientes de la fragilidad de estos logros es el primer paso para su defensa. No sólo por el conocimiento en sí por su valor intrínseco, sino por lo que hacemos, y lo que todavía podemos hacer, con ese conocimiento.

Porque lo que podemos hacer con la ignorancia y la esclavitud ya lo conocemos... y no es bueno.

marzo 16, 2013

Neofobia y telefonía móvil

La librería en cuestión.
El otro día me enviaron un correo electrónico vagamente referido a mi Carta al defensor del lector del diario El País (cuya respuesta seguimos esperando, por cierto). No defendía lo indefendible sobre  las ondas empleadas por la telefonía móvil, el wifi y otras frecuencias electromagnéticas no ionizantes menos potentes que la luz visible (los supuestos daños que algunos negociantes afirman, sin pruebas, que causan), pero entraba en otro terreno que me parece igualmente alarmante: la neofobia.

El ser humano es un animal que provoca el cambio, un revolucionario. Citando a Jacob Bronowski (cuya monumental serie "El ascenso del hombre" fue la inspiradora de Carl Sagan para su "Cosmos"): "Todos los animales dejan rastros de lo que fueron; sólo el hombre deja rastros de lo que creó". Y lo que crea evoluciona con el tiempo, como evoluciona su conocimiento, su refinamiento artístico, su habilidad técnica, su visión del universo.

Memento vixi
(fotografía © Mauricio-José
Schwarz, del libro De tiempo y lugar)
Pero junto a ello el ser humano encierra una contradicción: es también un animal conservador, reaccionario, temeroso del cambio. Hay cosas que al cambiar desafían nuestro sentido de la seguridad.

Hoy mismo, caminando por una calle que recorro con frecuencia, descubrí que se había cerrado una librería de viejo que era una de las marcas de referencia de la ciudad. Una librería en la que, por cierto, tomé una de mis fotografías preferidas.

Es verdad que una componente importante de la inquietud que me provocó ver cerrada la librería de Tino, el del traje impecable y los anticuados bigotes alacranados, fue pensar que era una víctima más de la crisis agudizada por un gobierno sin sensibilidad humana alguna. Pero ello iba junto a la idea de que ya nunca vería sus cuidados arreglos de escaparate, sus joyas bibliográficas, que alguna compré en estos años.

Los que adoptan el cambio y los que se oponen al cambio están presentes en toda la historia humana... y si uno la analiza con cierto rigor, no hay un solo caso en el que a la larga hayan ganado los reaccionarios, que hayan detenido el cambio, la evolución, lo nuevo.

Pero en el proceso, los amargados que se oponen al cambio han generado una enorme cantidad de dolor, tristeza e injusticias. Desde la inquisición que persiguió al pensamiento diverso y original en la persona de herejes, científicos y filósofos, con profusión de libros prohibidos en el infame Index Librorum Prohibitorum hasta los amargados que se ocupan de insultar, humillar y denigrar a quienes marcan el cambio.

Están los que anunciaron que el rock era la música del diablo y la perdición de los jóvenes. Los que dijeron que el cine nos volvería imbéciles. Los que advirtieron que el tendido eléctrico en las ciudades provocaría la muerte de millones de personas de enfermedades diversas y atroces. Los que se opusieron a la hibridación de cultivos de Norman Borlaug que salvó al mundo de una hambruna. Los que dijeron que la televisión nos haría tontos y además nos manipularía tan eficazmente que en pocos años nadie se atrevería a cuestionar la autoridad (como vemos, si echamos una ojeada al descontento popular en medio mundo, no hubo tal). Los que se oponen a los transgénicos sin atender a ninguna razón ni evidencia y sin importarles cuántos mueran por no tenerlos. Los que anunciaron que los videojuegos matarían todas las neuronas de los jugadores. Los que se oponen a las vacunas. Los ecologistas luditas y anticientíficos. Los ascetas disfrazados de izquierda. Los que dicen que la tecnología nos deshumaniza (cuando en realidad nos ha ido humanizando). Los que ahora hablan como mi corresponsal.

Y no dejan de asombrarme los que usan Internet para quejarse de la tecnología, los que se benefician de todo lo que llamamos "progreso", desde comida barata hasta adminículos electrónicos, libros, reproductores MP3 y libertades formales producto de la ilustración... para negarle exactamente esos beneficios a otros seres humanos, especialmente en el tercer mundo. Son niveles de esquizofrenia que pueden ser cómicos, pero también enormemente trágicos, así lo podemos ver en el caso de terroristas neofóbicos como el Unabomber, los animalistas violentos o los promotores de la autoextinción humana.

Piénselo la próxima vez que sienta la tentación de gritar, ante algo que es diferente a aquéllo a lo que usted está acostumbrado, estupideces del tipo "En mis tiempos no pasaban estas cosas", lanzarse enfurecido contra "los jóvenes de hoy en día" o gritar: "¡Esto es el acabóse!" Recuerde la respuesta que Quino puso en boca de Mafalda "No exagere, sólo es el continuóse del empezóse de ustedes".

Éste fue el intercambio de emails:
On 3/4/13 XXXX wrote: 
(...) soy de los que dejo el móvil fuera de mi cuarto cuando me voy a dormir. ¿Qué puede tener de malo prescindir de ese aparatejo esclavizante por unas horas? Aparte del cuento de las radiaciones y los efectos sobre la salud, rollo en el que no me meto pues lo desconozco, sí es evidente que los móviles y otros artefactos similares están produciendo efectos adversos en la gente. Los muchachos casi no duermen, ocupados en el chateo, los trinos y el "me gusta esto". Se están embobando. Las personas van por la calle riendo y hablando solas desconectadas del mundo mediante unos audífonos. Otros tropiezan o se salvan por centímetros de ser arrollados por los automóviles, ocupados en el envío o lectura de mensajes igualmente tontos. Ya no se lee, ya no se mira el paisaje desde un tren o un autobus, los ojos y los dedos índice y pulgar están siempre puestos sobre el celu o la tableta. ¿Cómo evolucionarán nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos? ¿Cuál será el tamaño de sus pulgares en el futuro? ¿Serán inteligentes o serán unos tarados e ignorantes, presa fácil de todos los vendedores de religiones, dioses y supercherías que siempre van a estar ahí, estafando incautos? Puede sonar exagerado pero siento que en este caso, la tecnología nos puede llevar de narices al pasado; así que apartar los móviles todo cuanto sea posible mientras descansamos es más bien un consejo
Mi respuesta:
Gracias por escribir.
Lo siento, pero no estoy de acuerdo. En nada.
Cuando la gente iba en los buses y el metro sin hablar con nadie, sin distraerse en nada, mirando por las ventanas con cara aburrida, los amargados se llenaban la boca diciendo que estaban "enajenados", la tristeza gris de la vida urbana.
Ese aparato "esclavizante" es una herramienta de libertad como pocas se han desarrollado en la historia humana. Nos permite cambiar de sitio sin temer perder la comunicación con los nuestros (antes se hablaba a un lugar, no a una persona, con el teléfono fijo). Nos permite comunicarnos con gente al otro lado del mundo; yo tengo clientes en Estados Unidos a los que les resuelvo problemas mientras tomo fotos en el estudio... sin el móvil tendría que estar en casa, a su servicio, por si sonaba el teléfono.
Quienes van con el teléfono no van "con el teléfono" por sí mismo, no. Van escuchando música, conversando con gente, haciendo vida social, interactuando a la distancia, leyendo libros (sí, yo leo libros en el iPhone cuando voy en el autobús), navegando en Internet... y ahora cambiamos y decimos que eso es malo y sería mejor estar solitarios y aislados y ver el paisaje (esa misma calle por la que todos los días pasa el mismo bus, aburridísima)... y además suponiendo lo peor cuando alguien pone los ojos en la pantalla del teléfono que es su ventana a la humanidad entera.
Pregunta: ¿si esa gente fuera con un amigo en el asiento de junto y conversaran, o si el libro fuera de papel, nos parecería más aceptable? Pues van con un amigo. Gracias al móvil. La distancia ya no es sinónimo de soledad, de aislamiento, de desprotección.
La gente no está "hablando sola", no se está relacionando con el móvil, está usando una herramienta para hablar con otras personas. Están hablando con seres humanos que significan algo en sus vidas: amigos, familiares, novios... Y... ¿los mensajes que intercambian son tontos? ¿Y quién tiene derecho a decir eso? ¿El mismo profesor amargado que hacía escarnio de los mismos mensajes cuando los mismos muchachos se los pasaban en papelitos en el salón de clases? Pues era un pesado entonces y ahora. Para cada uno de nosotros nuestros mensajes son importantes, y no tienen que serlo para el ceñofruncido de junto que nos quiere juzgar.
¿Es horrible que los dedos estén puestos sobre el celular o la tableta? ¿Acaso es más ergonómico y aceptable que estén puestos sobre un bolígrafo haciendo palotes y escribiendo cansinamente lo que el profesor repite todos los años? ¿De qué tamaño se le hicieron a usted el índice, el medio y el pulgar luego de tantos años de boli en la escuela? ¿Cómo evolucionó? ¿Se volvió un monstruo irracional y tonto? No creo.
Odiar lo nuevo sin entenderlo es un gran error. Pretender detenerlo en lugar de usarlo para bien es una irresponsabilidad y una futilidad. Usted me escribe en un ordenador, yo le contesto en otro. Si hubiera estado en un autobús o en un café, le habría respondido desde la tablet. Habríamos intercambiado opiniones y sensaciones. ¿Y a mí que me importa si un grinch en la mesa de junto crea que estoy embobándome con la tablet cuando en realidad estoy conversando con Gerardo? ¿Y si al mismo tiempo escucho música y al terminar sigo con el libro que también tengo en la tablet ahora mismo? ¿Me va a decir que no leo? ¿Que no oigo música? Me estaría pidiendo a gritos que me burlara de él.
Enseñemos a los jóvenes a aprovechar la tecnología en lugar de llevarnos las manos a la cabeza. Llenemos de contenido Internet, y promovamos la libertad. Ya se dijo que el cine, la televisión, los videojuegos y demás iban a acabar con la humanidad y crear generaciones de imbéciles. Ya falló la profecía, no la repitamos, por favor. Esto no es el acabóse.
Y si alguien quiere llamarme por una emergencia o simplemente decirme que me tiene cariño, espero tener el móvil junto cuando lo haga, porque si rechazo al medio de comunicación, estaré rechazando al que quiere comunicarse conmigo. Y eso es de tontos.
Saludos cordiales,
Mauricio