Todo mundo conoce la historia: se supone que una vez, en quién sabe dónde, quién sabe quién hizo un experimento en quién sabe qué cine en el que, de cuando en cuando, se introdujo un cuadro en medio de quién sabe qué película diciéndole a la gente que tomara cocacola, o que tenía sed, o que comprara refrescos y palomitas; como resultado, los cinéfilos salieron supuestamente como enloquecidos en el intermedio a beber como camellos y a comer como náufragos.
A eso se le llamó "mensaje subliminal" porque el mensaje estaba por debajo del umbral (limen) de percepción de la gente. Dicho de otro modo, la gente no lo percibía conscientemente, pero tenía sus efectos porque supuestamente entraba en ese cerebro fantasma que se supone que tenemos y que es el "subconsciente", mangonéandolo a placer.
(Siempre me ha admirado que en ninguna lesión cerebral se afecte solamente el "subconsciente" de la víctima. Es decir, se supone que el "subconsciente" está allí, en el cerebro, pero es invulnerable como Supermán. Hay lesiones que afectan la vista, que también está allí, o la audición, o la capacidad de lenguaje, o la capacidad cognitiva, etc. Pero cuando alguien sufre un problema cerebral, nunca se lesiona únicamente el "subconsciente". Bueno, para el caso las lesiones cerebrales son siempre muy misteriosas. Por ejemplo, se repite constantemente en distintos medios y de manera acefálica la afirmación imaginaria de que sólo usamos el 10% de nuestra capacidad cerebral, pero nunca ha ocurrido que a alguien le den un tiro en la cabeza y el médico declare feliz: "Por suerte la bala sólo dañó el 90% del cerebro que no usa el paciente". Lo mismo pasa con el "inconsciente colectivo", por cierto, otro fantasmón, pero basta de paréntesis.)
Como tantas cosas maravillosas, asombrosas, misteriosas y ciertamente amenazantes de las que vive tanto artista del desfalco ajeno, ésta es una mentira.
James Vicary: mentir por dinero
Fue James Vicary, un asesor publicitario con ganas de tener más clientes y más billetes, y cuyo negocio andaba haciendo agua de fea manera por entonces, quien afirmó que en Ft. Lee, Nueva Jersey, en el verano de 1957, puso una máquina para disparar cada cinco segundos, durante la película Picnic, dos mensajes que sólo estaban en pantalla 1/3000 de segundo. Las dos frases eran "Tome Coca-Cola" y "¿Tiene hambre? Coma palomitas de maíz". Según Vicary, el resultado en seis semanas de experimento fue un aumento de 18.1% en las ventas de Coca-Cola y de un asombroso 57.8% en las de palomitas de maíz.
Resultados que hicieron que publicistas y psicólogos levantaran la ceja y fueran a ver qué había allí.
James Vicary inventó la frase "publicidad subliminal" y se puso a ganar dinero como "investigador" (al estilo de "investigadores" de polendas como Pedro Amorós, Juanjo Benítez, Danielito Muñoz y otros cabezas de chorlito). La "publicidad subliminal" causó un profundo miedo en los Estados Unidos. Algunos publicistas la usaron "por si pegaba" y pegara o no fue considerada inadecuada y prohibida.
Por entonces, Vance Packard escribió The hidden persuaders (Los persuasores ocultos), libro en el que advertía de los peligros de la publicidad y el cual la prensa relacionó con el cuento de Vicary. El libro de Packard tenía su miga y fue estudiado en numerosas universidades. La leyenda despegaba.
Al paso de los años, un investigador de verdad (de ésos que sacan de sus casillas a los fingidores mencionados en el paréntesis anterior), el doctor Henry Link, retó a Vicary a replicar el experimento (los experimentos científicos tienen esa característica: si no se pueden repetir, no sirven), a lo cual Vicary se vio más bien obligado. A regañadientes se repitió el experimento bajo controles y resultó (¡oh, sorpresa!) que no hubo ningún cambio en las ventas de refrescos ni de palomitas de maíz en el cine. Vicary confesó que, en realidad, se había inventado los resultados porque sonaban interesantes, mientras que la gente más inteligente cree que Vicary ni siquiera hizo el experimento, sencillamente lo inventó todo, quizá ayudado de un poco de mariguana y un litro de bourbon de dudosa calidad.
Otros varios experimentos conducidos, por ejemplo, por la televisión canadiense, demostraron lo mismo: la afirmación de Vicary era un cuento, un bulo, un invento, una patraña.
Por supuesto, los medios de comunicación que dedicaron largos artículos a la "publicidad subliminal" y los "expertazos" que disertaron largo y tendido sobre la "publicidad subliminal" no le dieron importancia a estas demostraciones ni a la confesión de Vicary, como los editores de panfletoides ovnilátricos que un día llamaron al caso del ovni de Puebla "el caso perfecto" y que no se han dignado mencionar a sus lectores que, bueno, en realidad ya se identificó el ovni y era la tercera etapa de un cohete soviético.
Así, la mayoría ni siquiera ha tenido oportunidad de enterarse de que todo es un cuento. La leyenda de la "publicidad subliminal" sigue así viva entre nosotros, y a punto de cumplir medio siglo gozando de buena salud.
Las obsesiones sexuales de Key
En 1973, un tal doctor Wilson Bryan Key fue aún más allá. Al parecer presa de una obsesión sexual propia de un adolescente con las manos eternamente amarradas a la espalda, empezó a ver sugerencias sexuales en los lugares más raros, del mismo modo en que los pretenciosos especialistas en "psicoimágenes" ven caras en cualquier patrón aleatorio. Los hielos de un anuncio de un licor, según la afiebrada imaginación de Key, decían la palabra "sex" allá escondida hasta abajo, cerca del fondo del vaso. La pata delantera del camello que se usaba antes en los cigarrillos Camel era un tipo con el pito parado. Los agujeritos de las galletas Ritz decían "sex", y en el plato de almejas de un anuncio de un menú de la cadena Howard Johnson's, el calenturiento Key logró discernir toda una orgía.
Ni Freud, que para eso era todo un hacha.
Como algún crítico señalaba, en las pruebas sicólogicas de manchas amorfas Wilson B. Key sólo veía sexo y más sexo.
La teoría de Key era más jalada de los pelos que la de Vicary. Decía que los espectadores podían percibir esos "mensajes" ocultos (que sólo estaban en la cabecita puritana de Key), que dichos espectadores sin usar la razón enlazarían el sexo con tales productos y que, como robots de cuento malo (muy malo), comprarían tales productos en cantidades navegables.
Mientras se ocupaba de tan sesudas cuanto hiperhormonales disquisiciones, Wilson no alcanzó a darse cuenta de que el 100% de los anunciantes prefieren relacionar el sexo con sus productos de la manera más directa y supraliminal, incluso lindando en el mal gusto y en el ridículo. Si no, no habría tantas muchachas guapas, ligeras de indumentaria y sugerentes anunciando tantas cosas que no tienen nada que ver con el sexo. El profesor distraído no era tan tarado como Key, pues, que por ver orgías en platos de almejas no veía los anuncios pletóricos de rorras.
Los publicistas pronto descubrieron que la "publicidad subliminal" no servía y los psicólogos hicieron estudios en cantidad y de calidad suficiente como para determinar a ciencia cierta que, por un lado, era poco lo que la gente percibía realmente de los mensajes subliminales (o sea, el subconsciente no hacía acto de presencia) y, en segundo lugar, que dichos mensajes no tenían ningún efecto en la conducta, mucho menos el efecto mágico de atacar a don subconsciente y hacer de las personas títeres sin voluntad, que era la más pesada de las afirmaciones de estos papanatas.
Es decir, que hay alguna "percepción subliminal", pero lo que no existe es la "persuasión subliminal", es decir, la mágica capacidad de "ir directamente al subconsciente", como afirman los vendedores de este milagrito, y menos es verdad que tales mensajes impacten brutalmente al individuo cambiándole las ideas y la conducta, suponiendo estos fantasiosos que el "subconsciente", aunque sea indestructible, es bobo del todo pero manda sobre la razón.
Toda esa teoría ha sido sacada de la confiabilísima fuente que es la manga de estos zotes.
Pero el cuento era sabroso y los industriales del embuste cayeron sobre él como una parvada de buitres (o sea, como lo que son). Empezaron a producir grandes cantidades de cintas de audio con mensajes subliminales en los que, supuestamente, "detrás" de la música o el "ruido blanco" había sugerencias "subliminales" que le servirían a la gente para ser más felices, mejores personas, mejores profesionales, mejores padres, aprender corte y confección, física de partículas, esquí de alto riesgo, budismo y enemil tonterías más, además de transmitirle paz interior, tranquilidad, seguridad en sí mismo y todas esas cosas que son la columna vertebral de los cuentos de autoayuda. Estas cintas fueron toda una moda en el mundo del niuéich (o New Age, si usted prefiere).
Los hipnotizadores al trasquilaje
Otros negociantes decidieron (también como pura ocurrencia, sin base en nada más que sus fantasías) que los mensajes entrarían mejor al misterioso y huidizo "subconsciente" cuando estamos dormidos, e inundaron el mercado con cintas para "aprender mientras duerme". ¿Aprender qué? Sobre todo idiomas, como lo puede usted ver, si el hígado le da para tanto, en este sitio de "Hipnólogos asociados" que cordialmente lo despeluca en dólares a cargo de un supuesto "doctor" llamado Miguel Ángel Garay, un caradura de cuidado. Porque, claro, eso de ir "directamente al subconsciente" se supone que es parecido al supuesto trabajo de los supuestos hipnotistas, mesmeristas y chapucistas, de modo que estos artesanos de la falacia se agenciaron la "comunicación subliminal" y la agregaron a su arsenal desplumatorio de ilusos.
Lo que ofrecen, claro, es darle a usted algo a cambio de nada o de muy poco. Es decir, que aprenda sin realizar el esfuerzo real de aprender. Magia pura. Por supuesto que nadie en el mundo ha aprendido nunca ni dos palabras de otro idioma con tales cintas hipnóticas "subliminales" mientras plancha oreja y babea almohada.
Pero en Estados Unidos el negocio baila al son de 50 millones de dólares al año, algo que no se va a parar simplemente porque se basa en una mentira.
El integrismo endemoniado y las canciones al revés
Los fanáticos religiosos, en particular los estadounidenses, que se empeñan en ser especialmente folclóricos, se agarraron del cuento "subliminal", de su odio por el rock y de una práctica surgida en tiempos de Los Beatles, cuando a alguien se le ocurrió reproducir un disco en sentido contrario (hazaña que se podía hacer con los antiguos discos de vinilo, prácticamente imposible en los CD de hoy) para encontrar datos que confirmaran o negaran que Paul McCartney había muerto (leyenda urbana de lo más divertida).
Los fanaticazos gringos (y sus entenados latinoamericanos, como veremos) se imaginaron que el cerebro humano podía mágicamente entender lo que decían los discos al revés e interpretarlo correctamente procediendo entonces a obedecerlo sin chistar, convirtiendo así a los jóvenes esclavos mentales de AC-DC, Metallica, Ozzy Osbourne, los Rolling Stones o Ricky Martin (en vez de ser buenos esclavos mentales de George Bush, suponemos). En las propias palabras de una de estas agrupaciones integristas, los mensajes subliminales son "una especie de hipnotismo o lavado cerebral que penetra sin permiso en nuestras mentes, infiltra datos en ellas y puede ser factor de cambio en la conducta de los receptores". ¿Cómo lo saben? No lo dicen. ¿Pueden probarlo? Por supuesto que no. Pero sirve para asustar a los fieles. Y de eso se trata.
Los cónclaves de religionistas primitivos se llenaron de gente escuchando de atrás para adelante los discos que oían sus hijos e imaginándose frases del mismo modo en que los infradotados de las psicofonías escuchan palabras donde la gente normal no escucha nada. Ahora usan sistemas informáticos para piratearse las grabaciones e invertirlas, buscando jadeantes los mensajes que les robarán a sus hijos y se los entregarán al demonio para sus aviesos y generalmente sexuales fines. (Obviamente, los fanáticos religiosos suelen tener obsesiones sexuales tan agobiantes como las que motivaban al loquito Key.)
Arriba dije Ricky Martin. Sí. No estamos aquí para defender la música-papilla que éste chaval y sus múltiples clones le asestan a este valle de lágrimas, pero otra cosa muy distinta es que un sitio como éste de la Fundación Misericordia Divina sita en Berazátegui, Argentina tenga tipos dedicados a escuchar "La vida loca" al revés para alucinar que dice repetidamente "sexo.. con María" y luego creer que el público concluirá algo horroroso por tener tan dañado el cerebro como ellos. Vaya, hasta la más feroz crítica musical tiene sus límites.
Busque usted "subliminales" en Google y la mayoría de los sitios que encontrará serán de talibanes occidentales, integristas cristianos que repiten como guacamayas toda la teoría de esta leyenda, dando por ciertos, verdaderos y sagrados estos mitos y las mentiras y delirios que les dieron origen.
"El" SEIP y otras babas colgantes
Por supuesto, nuestro cónclave de deschavetados favorito de 2004, "el" Sociedad Española de Investigaciones Parapsicológicas, también está subido-subida en el cuento de los "mensajes subliminales", como lo demuestra este artículo de una tal "BM" que pomposamente asegura desde su cómodo anonimato que es "Investigadora en Publicidad Subliminal", y que, con el espíritu profundamente ignorante y militantemente acrítico y acefálico de los miembros de esta tropa, da por verdadero el experimento de Vicary y lo explica sin enterarse de que el propio Vicary confesó. Como investigadora es un desastre monumental, vaya. (Por supuestísimamente, el otro chiringuito en Internet registrado también a nombre de Pedro Amorós Sogorb, Inexplicado también tiene su sección dedicada a este embuste.)
Lo interesante en este caso es que podemos ver muy claramente cómo una afirmación con apariencia lógica y basada en una mentira (la de VIcary) se desarrolla como monstruo mutante de película B, extiende sus tentáculos y se abraza con la irracionalidad en extremos como que nuestro cerebro puede "entender" mensajes grabados al revés y pasarse a jugar al equipo de Lucifer sin pensárselo dos veces (mamada que, por supuesto, no es sino una coartada para padres incapaces que mejor harían en darle a sus hijos cariño y guía en lugar de amenazas infernales, y que deberían dedicarle a sus retoños el tiempo que emplean en sus ridículas investigaciones, en la redacción de sus sermones tronantes y en sus coloquios con otros cerebros de lombriz para intercambiar paparruchas).
Ahora el experimento más interesante es que usted le pregunte a las personas que conoce si creen o no en los "mensajes subliminales", y así constatará la permanencia de la leyenda y la fuerza de la mentira.
Que es la fuerza de los charlatanes. La única, de hecho.