febrero 06, 2006

Trasplante de cara

Hace dos años, más o menos, se empezó a transmitir en las televisiones de documentales una pieza sobre el "trasplante de rostro" que, en el mejor estilo de los "misteriodistas", buscaba sensacionalismo, amarillismo, debates éticos y problemas gravísimos donde no los había (y obviando los que sí hay, claro).

Hoy se presentó ante los medios (medios ávidos de truculencia, medios que revelan su ignorancia y en gran medida se enorgullecen de ella porque les permite el tono de escándalo que genera audiencia) la primera mujer a la que se le ha practicado un "trasplante de cara".

Resulta absolutamente digno de Malaprensa escuchar a Hilario Pino leer lo escrito por algún redactor de frondosa ignorancia y un colmillo amarillista largo y retorcido, para señalar que la paciente recibió el rostro "de un cadáver".

Rebusco en la memoria cuándo oí decir en los medios (en español o inglés) que alguien recibió el trasplante del riñón "de un cadáver", o el corazón "de un cadáver", o el hígado "de un cadáver".

No lo recuerdo, pero sí noto que la dicción de Pino acentúa la palabra cadáver para convertir a la afortunada mujer en un ejercicio impúdico de lo macabro para consumo masivo.

Una visita a Google me muestra para remate que la donante no fue un cadáver, sino una persona de Lille con muerte cerebral, como en tantos otros casos de trasplantes.

(¿Mentimos para hacer rating o simplemente escribimos a lo tarugo sin informarnos? Da igual, nadie se va a dar cuenta.)

A la presentación de la mujer (aderezada con la crónica de su labio inferior paralizado, de su dificultad para sonreír, vaya, periodismo que haría las delicias de William Randolph Hearst), sigue un reportaje que retoma la gran preocupación del documental que recuerdo: ¿podrá la víctima del trasplante sobreponerse al horror de verse al espejo y encontrarse con un rostro que no es el suyo?

¡Vaya pendejada ciclópea, olímpica, homérica y monumental!

Es evidente que el redactor (y quienes le echan de comer en su jaula), y el periodista sin la más vaga idea que entrevista a un médico español, se deben haber matado estudiando periodismo, o al menos mataron a muchas de sus sufridas y escasas neuronas. O el "misteriodismo á la Jiménez" ya es política informativa oficial: charlatanería, mentira sin mover una ceja, descaro abundante y motivo, total ya qué, de mandarle otra cartita a Tele5 sobre el tema.

(Quizá algún día alguien en TeleCinco nos provoque un tamafat dignándose responder a alguna misiva que disienta de su forma de abordar la información. Y eso que el resto de los informativos españoles no son mejores, ni mucho menos.)

Tres cosillas.

Primera: Los trasplantes de tejidos no implican transferencia de personalidades

El hombre al que le trasplantan la mano de un asesino y acaba matando es un buen cuento de terror (a ver si alguien se acuerda de quién es). Recuerdo otro en el que a un hombre le trasplantan los brazos de un gorila y se horroriza y angustia temiendo volverse una bestia indomable y sanguinaria (a diferencia de los gorilas) hasta que alguien le explica que se está sugestionando demasiado.

Eso son cuentos. Literatura, ficción, creación, relatos, historias, imaginación, fábulas, invención, narrativa. En la realidad eso no pasa, aunque no lo crean los irresponsables del informativo.

Segunda: El rostro está en el cráneo, no en la piel.

Quienes perpetraron la truculenta pieza nunca en su seguramente corta y poco informada vida han estado en contacto con algunos datos clave que, supone uno tontamente, deberían conocer como periodistas, al menos para plantear preguntas menos idiotas.

Con el cráneo de una persona se puede reconstruir con gran fidelidad su rostro. Esto lo hacen continuamente expertos anatómicos forenses que saben con gran precisión cómo son los tejidos que recubren nuestra calavera y los pueden reproducir, permitiendo en los últimos años la identificación de muchas víctimas de desastres o asesinatos de las que sólo quedaba la osamenta.

No se enteran de que esto se ha estado haciendo también para conocer el rostro de nuestros antepasados, igual sobre los cráneos de Atapuerca que sobre el de Tutankamón o el de una alta dignataria maya del segundo imperio y de cada vez más personajes.

Así, trasplantar la piel del rostro no significa trasplantar "el rostro", porque éste depende de la constitución de nuestro cráneo. Es más probable que la persona beneficiaria de un trasplante de piel del rostro vea su propia cara que la del donante. ¿Le preguntaron esto a algún médico? Pues no.

Tercera: ¿Dónde queda el horror de quien queda atrozmente desfigurado?

En la búsqueda de lo tenebroso, lo horripilante y lo desagradable, resulta en última instancia de una imbecilidad extrema destacar lo que puede pasar si uno se ve en el espejo con una cara que no es exactamente la suya. La opción de la víctima, no se les ocurre a estas lumbreras del teclado, es vivir con un rostro destrozado y socialmente repelente y verlo en el espejo sin esperanza para siempre.

Las muchas historias de personas gravemente desfiguradas por quemaduras, accidentes, cáncer, agresiones, etc., nos recuerdan las profundidades de la miseria humana, que se horroriza cuando ve a alguien que es "demasiado distinto". Los niños se asustan (recuerdo a una víctima de quemaduras que optó por usar máscara), la gente mira con los ojos muy abiertos, hace muecas de asco, juzga y concluye, genera el vacío social alrededor del desfigurado, aplica la palabra "monstruo" con facilidad.

Eso, a juicio de los micos ignorantes que fomentan el alboroto, es "menos horror" que mirarse con una cara normal, algo distinta de la que era la propia, pero humana, como la de quienes rodean al afortunado beneficiario del trasplante.

De cambiar nuestro rostro ya se encarga también la edad, y aunque a veces incomode ver que ya no podemos "volver a los diecisiete" que diría Violeta Parra, tampoco solemos horrorizarnos de modo insoportable al descubrir la arruga que antes no estaba allí.

Obra cotidiana de la charlatanería donde las suposiciones, las ideas a medias, la estulticia cuidadosamente cultivada, la ignorancia y el escándalo fácil sustituyen a lo que debe ser la esencia del periodismo: la información, la valoración sensata, los datos, los hechos, la investigación inteligente.

Y, sobre todo, sustituyen a la opinión de quienes resultan beneficiados por esta hazaña quirúrgica.

Porque sí, a Isabel Dinoire le dejaron decir que "ahora tenía un rostro como toda la gente" (que le arrancó, de la nariz para abajo, su propio perro)... pero la pequeña voz de la francesa quedó ahogada por las oleadas de baba televisual secretada por misteriodistas a los que bien les vendría un trasplante de cara para ponerles una algo menos dura.

(Para los angloparlantes, compárese el desaguisado telecinquero con el manejo que hace el Sunday Times de Australia, que, además, les ganó la nota por ocho días.)

(Nota para mexicanos ya no tan jóvenes: ¡Uta!, lo del trasplante de brazos de gorila es de un episodio de Yanko, el guardián de la selva, magnífica creación de los hermanos Vigil que después harían a Chanoc, nada más. Yanko era "la mitad de atrás" de "Los Supersabios" de Germán Butze, que sólo podía escribir y dibujar con su genialidad reconocida media revista a la semana, que se completaba con Yanko, gran historieta antirracista, conservacionista, ecológica y feminista ¡a principios de los 60!, de grata memoria e injustísimamente olvidada.)