Los creyentes religiosos con frecuencia han acudido a la frase "dios no juega a los dados", atribuida al físico Albert Einstein, para sustentar de algún modo que dicho brillante personaje creía en la existencia de un dios.
Por supuesto, que Einstein creyera o no en un dios, fuera éste Yahvé o Zeus, Quietzalcóatl o Changó, no significaría nada, porque su libre creencia religiosa no tendría nada que ver con la brillante mente científica que desarrolló la teoría de la relatividad.
Pero a algunos les gusta la idea que el hombre que explicó el universo tuviera la debilidad religiosa.
Ya era conocida la carta de 1954 de Einstein a un ateo donde el genio afirma: "Era, por supuesto, mentira lo que se lee sobre mis convicciones religiosas, una mentira que se está repitiendo sistemáticamente. No creo en un Dios personal y nunca he negado esto, sino que lo he expresado claramente, Si hay algo en mí que pueda llamarse religioso es la ilimitada admiración de la estructura del del mundo en la medida en que la puede revelar nuestra ciencia".
La carta al filósofo Eric Gutkind, del 3 de enero de ese mismo año, recientemente subastada, deja al parecer las cosas más claras, de ser posible, y aunque sólo sirva para animar el debate, conviene conocerla. Dice Einstein: "La palabra dios para mí no es más que la expresión y producto de las debilidades humanas, la Biblia, una colección de honorables pero aún primitivas leyendas que sin embargo son bastante infantiles. Ninguna interpretación, sin importar cuán sutil sea, puede (para mí) cambiar esto..."
Ya entrados en ello, y no olvidando al sector en plena indigencia neuronal que obtiene cierto placer perverso en señalar que Einstein era "judío" como si tal significara algo más que un accidente de nacimiento, harían bien en recordar algo más que señala el hombre que nos explicó nuestro espacio y tiempo: "Para mí, la religión judía, como todas las demás, es una encarnación de las supersticiones más infantiles. Y el pueblo judío al cual pertenezco con gusto y con cuya mentalidad tengo una profunda afinidad no tiene ninguna cualidad distinta para mí que todos los demás pueblos. En la medida de mi experiencia, no son mejores que otros grupos humanos, aunque están protegidos de los peores cánceres por una falta de poder. Por lo demás, no puedo ver nada 'elegido' en ellos."
Ése es el Einstein que se definía como agnóstico y humano antes que ninguna otra cosa. Al que deberíamos recordar antes que tratar de usarlo para justificar nuestras pequeñas perversiones filosóficas. Digo yo, pues.