marzo 30, 2004

El mono viene del mono

Un lector con el seudónimo "Torres de nombre José" propone la pregunta de que por qué decimos que el hombre "no desciende del mono", como afirmábamos en nuestro artículo sobre el "Foro de la Sociedad Española blablá", y la pregunta es válida siempre que se ponga en contexto.

Hoy en día, los paranormalólogos y los creacionistas (estos más peligrosos que los primeros, porque los mueve la certeza religiosa, como a Bin Laden) se encuentran muchas veces opinando lo mismo en cuanto al origen del hombre. Para los paranormalólogos, los seres humanos fuimos traídos por los etés (los extraterrestres, pues) para un experimento o algo así, mientras que los creacionistas aseveran que su deidad nos creó a partir de la nada hace unos seis mil años.

Ambos ignoran olímpicamente los conocimientos de los que disponemos, recopilados, estructurados, comprobados y analizados por verdaderos científicos de acuerdo a procedimientos rigurosos y, sobre todo, replicables.

Problemas con la afirmación de que "el hombre desciende del mono" hay varios, pero toquemos sólo los fundamentales.

"El mono" no existe, no es una especie definida, sino una categorización populachera y no taxonómica. Así lo recoge la propia RAE en su tamalote: "Nombre genérico con que se designa a cualquiera de los animales del suborden de los Simios." (¿Le preguntamos a la academia por qué pone "Simios" con mayúscula? Mejor no.)

El orden de los primates incluye, en sus muchas familias, a muchos animales a los que llamamos "monos" pero que no son en realidad simios antropoides. Sin embargo, dentro de la familia Hominidae de los primates que sí son simios antropoides (es decir, monos), hay cuatro genus: Gorilla, Homo, Pan y Pongo. Pan es el genus de los chimpancés, Pongo el de los orangutanes, Gorilla es obviamente el de los gorilas y Homo son las especies humanas (sí, ha habido varias), incluida la nuestra.

O sea, para decirlo con menos palabras: nosotros no descendemos del mono, porque nosotros somos monos, o simios antropoides, homínidos.

Esto horripila a los supersticiosos cavernícolas que piensan que el hombre es especial porque es muy inteligente. No se ponen a considerar que si no fueran homo sapiens sino Illacme plenipes se mirarían no el cerebro, sino las patas, y contándose 375 pares se creerían muy superiores al resto de los animales, pues nadie tiene tantas patas como ellos.

Veamos históricamente de dónde sale la idea de que "el hombre desciende del mono".

Cuando Charles Darwin sugirió en El origen de las especies que el hombre descendía de los monos del viejo mundo, los religiosos y chupahuesos del momento lo acusaron de decir que nosotros éramos hijos de los monos que se pueden ver en los circos y en los zoológicos, y así lo representaron en muchísimos grabados y caricaturas de la época. El clímax del escándalo público en Inglaterra sobre las afirmaciones de Darwin fue el famoso debate entre el naturalista inglés Henry Huxley y el obispo de la iglesia anglicana Samuel Wilberforce, donde el primero machacó al segundo cuando éste terminó su alocución burlona preguntándole a Huxley si: "era por parte de abuelo o abuela como pretendía descender del mono".

La respuesta de Henry Huxley es histórica, y vale la pena reproducirla para que usted, persona pensante, la use a placer contra los charlatanazos que se pueda encontrar, y a los que Huxley caracteriza bastante bien:

"Si por tanto se me hace la pregunta de sí desease tener más bien a un miserable mono como abuelo que a un hombre generosamente dotado por la naturaleza y poseedor de grandes medios de influencia, y que, sin embargo, emplea esas facultades e influencias con el mero fin de introducir el ridículo en una grave discusión científica, indudablemente afirmó mi preferencia por el mono'."

Pero la ciencia ha avanzado desde Darwin. La biología, la taxonomía, el conocimiento del registro fósil, los esfuerzos de la paleoantropología científica (a la que ningún mamarracho seudocientífico ha aportado ni un grano de arena), la biología molecular y la secuenciación de cadenas de ADN han abierto nuevos caminos a la comprensión (y, de paso, hacen aún más asombroso que la brillante capacidad de Darwin pudiera avanzar tanto sobre la base de los datos que tenía, muy limitados desde la perspectiva actual).

Esa comprensión nos permite saber que el hombre es un mono, cosa que si Darwin sospechaba se la calló para no menear más el cotarro. Sí, el ser humano es un mono de hábitos notables, pero es apenas distinto de un chimpancé desde el punto de vista genético. Según el Dr. Derek Wildman, en la revista especializada Proceedings of the national Academy of Sciences (que seguro no conoce ninguno de los "expertos" que medran en las Sociedades Internacionales de Nombres Pomposos, Engreídos, Prepotentes, Soberbios y Aparatosos), compartimos el 99.4% de nuestro ADN con los chimpancés.

Una variabilidad tan pequeña puede justificar dividir a los hombres de los demás miembros de la familia Hominidae, pero no puede justificar que nos separemos de los monos en general, entendidos como simios antropoides. Somos monos.

Para quienes gustan de revolcarse en las supersticiones más variadas, como que los extraterrestres trajeron nuestra preciosa semilla de otra galaxia (sin explicar entonces por qué nuestro ADN se corresponde al de chimpancés, antropoides, mamíferos, vertebrados, animales y seres vivos en general, demostrando la cadena evolutiva sin lugar a dudas) o que nos han diseñado "como el Macrocosmos", esto es inaceptable. Renuentes a aceptar las evidencias del conocimiento certero, inventan pamplinas y, por supuesto, rebuznan a tono con los arzobispos ingleses del siglo XIX dudando si "el hombre desciende del mono".