diciembre 20, 2011

Pues otra vez: las "terapias alternativas" no curan

La ocurrencia política de buscar la forma de oficializar las supuestas "medicinas alternativas" (es decir, prácticas que afirman curar sin probarlo y desafiando todo el conocimiento certero que la humanidad ha reunido) para quedar bien con algunos votantes ha dado como resultado varias barbaridades que ya hemos relatado en este blog.

Ahora, el diario El País informa que se tiró el dinero en un estudio de la friolera de 139 terapias alternativas (y hay miles más) y al final se determinó lo mismo que en todos los estudios realizados una y otra vez a instancias de los creyentes, los negociantes y los alternativistas en general: no funcionan.

Los que promueven y venden terapias maravillosas y mágicas siempre hablan de resultados fenomenales, sobre todo curas del cáncer, aunque a la hora de la verdad, la única práctica que está curando el cáncer es la medicina basada en evidencias, es decir, la medicina de verdad, con todos sus defectos y problemas, sus errores humanos, su lado comercial y cuantas críticas más merezca (o reciba inmerecidamente) toda la gente que se dedica a la salud humana y que ha duplicado la expectativa de vida de los seres humanos en los lugares donde está disponible.

Es especialmente lamentable la aproximación al tema del diario El País, a través de Reyes Rincón, con lo que parece miedo a quedar mal. El titular en sí advierte del tono del artículo: "Sanidad concluye que el principal efecto de la homeopatía es placebo". ¿El principal efecto? ¿Y cuáles son los otros? ¿Y por qué no señala el artículo cuáles son esos otros efectos secundarios maravillosos? Porque no los señala, simplemente deja en el aire la impresión de que hay "otros efectos".

Y así todo el artículo. Sobre la acupuntura, por ejemplo, afirma que "puede resultar efectiva para controlar las náuseas y vómitos postoperatorios y los provocados por la quimioterapia". ¿Puede resultar? También puede que no. Y el estudio en cuestión se hizo precisamente para determinar si podía o no podía. Y resulta que no puede. Como lo señala el propio estudio, los pacientes dijeron sentirse mejor (es decir, dieron testimonio de un mayor bienestar, nada más) cuando les hicieron "acupuntura de verdad" (en los puntos mágicos que la superstición dice que corre la energía del "chi" cuya existencia nadie ha demostrado) como cuando les hicieron "acupuntura falsa", es decir, no atendiendo a las patrañas milenarias de esta práctica. Algo que, por cierto, se ha demostrado una y otra vez. Incluso, las cuatro definiciones que el diario ofrece al final del artículo sobre homeopatía, acupuntura, osteopatía y quiropraxia son absolutamente equívocas en los términos en los que sus propios practicantes las definen.

Ahora los promotores de la pseudomedicina dirán que "hacen falta más estudios". ¿Cuántos? Todos los que sean necesarios hasta que alguno les sea favorable. ¿Y si los estudios siguen indicando que no, las terapias alternativas no curan nada de lo que dicen curar (y aquí hablamos de curación en sentido clínico, mediante pruebas objetivas y no sólo dependiendo de que el paciente diga "me siento mejor" porque le complace que lo atiendan, que "placebo" significa precisamente "complaceré" en latín)? Pues dirán que hay un complot de la medicina basada en evidencias, la industria farmacéutica, la ciencia malvada o todas las personas que se niegan a aceptar sus afirmaciones sin pruebas.

Porque lo que esperan las pseudomedicinas, que no son alternativa a nada es lo mismo que esperan los brujos, los magos y las religiones: que usted acepte sus verdades porque suenan bien, sin exigirles evidencias. Y esto no deja de ser curioso en sociedades que luchan, razonablemente, por exigir evidencias amplísimas de seguridad y efectividad para cualquier otro producto, sea un medicamento obtenido mediante investigación científica, un alimento, un juguete infantil o un automóvil.

¿No cree usted que para darles a los practicantes de la pseudomedicina nuestro dinero, nuestra confianza y nuestro presupuesto en sanidad deberíamos exigirles lo mismo que, digamos, a un fabricante de biberones?