octubre 31, 2004

La crítica como inesperado revés del destino cruel

__________________________________________

Primero: el hipnotizador babeante


Hace algo menos de diez años, el presentador de la televisión mexicana Nino Canún solía invitar a varios críticos de la paranormalología a un programa anual especial de año nuevo en el que una colección impresionante de desvergonzados hacía las predicciones de rigor ("morirá un personaje de gran relevancia internacional", "habrá un terremoto con muchos muertos probablemente en el oriente", "habrá un escándalo político de corrupción en México", "accidente aéreo sin sobrevivientes" y obviedades por el estilo). Ante la presión que metíamos quienes hacíamos horrendas preguntas incómodas (¿quién va a morir?, ¿cuántos muertos, qué día y cuántos grados Richter?, ¿por cuántos millones nos van a esquilmar esta vez nuestros desvergonzados gobernantes?, ¿de casualidad tienen la fecha y número del vuelo?), algunos se atrevían a ser más específicos. Para su desgracia.

En el segundo o tercer programa anual de "Las predicciones", los niños que veíamos al emperador desnudo y estábamos dispuestos a decirlo, gritarlo, publicarlo y anunciarlo, llegamos munidos con las predicciones del año anterior. Conforme el programa avanzaba, se levantaba una astróloga con abrigo de visón (lo juro) y recitaba sus tonterías, nosotros sacábamos las notas del año anterior y la confrontábamos con el hecho de que no se había cumplido ni una de sus profecías. Los adivinadodos pasaban del rojo cólera al verde furia y llegaban al blanco "te voy a partir la cara".

De repente, mientras yo puntualizaba las barbajanadas que había dicho un año atrás cierto personajo (su sistema de predicción era "hipnotizar" a su esposa, amante, concubina o lo que fuera, y ella se tiraba a hacer vaticinios mafufos en "trance"), el tal sujeto se puso de pie furioso, empuñó las manos y dio dos pasos cruzando el set (o plató) hacia mí, ante las cámaras de televisión y en red nacional. Alguna neurona que le quedaba sin freír del todo despertó y le dio la alarma de que estaba a punto de cometer un delito de agresión ante ocho o nueve millones de personas. El tipejo masculló un insulto y volvió a su sillita mientras a mí me ganaba la risa.

Tolerancia a la crítica de los "místicos esotéricos en estrecha comunión con las fuerzas elementales del universo inmanente y la bondad esencial de las energías cósmicas": cero.

Segundo: me atiza mi compadre


A pocos periodistas he apreciado como a Raúl Prieto Riodelaloza (o "Nikito Nipongo", crítico infatigable de la Real Academia Española y de sus sucursales o "correspondientes", pescador de perlas o gazapos en los periódicos (con lo que hacía su columna "Perlas japonesas", que apareció en prácticamente todos los periódicos nacionales de México). Nik, como le decíamos, era un decidido expositor de las pendejadas o gilipolleces de los políticos, un hombre de izquierda cabal y honesta, un baluarte de la intransigencia con la injusticia y hombre poco dado a contemporizar con imbéciles, cantamañanas e ignorantes voluntarios ya fuera en ciencia, lingüística, política o cultura.

Tuve una buena amistad con Nik (que nos dejó el año pasado, por cierto, junto con otros grandes amigos como Pedro Brull, Pancho Liguori y Carlos Laguna, nombres que los lectores mexicanos probablemente conozcan) y ocasionalmente colaboraba con su columna enviándole perlas pescadas en distintos puntos de la República Mexicana, por lo cual Nik me bautizó como "el corresponsal viajero Juicio Amores (horrendo anagrama de mis nombres)" y, para remate, compartíamos casa editorial, ambos en el periódico Excélsior (cuando conservaba un mínimo de respetabilidad).

En cierta ocasión, en los 80, en mi longeva columna "Circuito impreso", escribí un artículo sobre "La navaja de Occam" (tema que sería utilísimo que supieran de él los paranormalólogos y sus babuinos danzarines antes de inventarse "explicaciones" descabelladas, y del que pueden hallar datos aquí) y metí la pata con decisión diciendo que el brillante filósofo inglés Guillermo de Occam (u Ockham) era jesuita, cuando en realidad era franciscano (y de los militantes, tipo William de Baskerville, el de El nombre de la rosa de Umberto Eco, y no estoy tan seguro que no tenga en su genética literaria algo de Ockham).

Evidentemente, si me hubiera dado un respiro para pensarlo en vez de escribir a vuelatecla en mi vieja máquina Olimpia, habría visto que eso era un disparate de grandes alcances, considerando que Ockham vivió del siglo XIII al XIV y los jesuitas fueron un invento del XVI. Pero el gazapo se me escapó escurridizo, pasó inadvertido bajo las narices del jefe de sección, se le escabulló al puntilloso corrector (eran tiempos en que el periódico se hacía con enormes linotipos Mergenthaler, que la mayoría de los periodistas jóvenes nunca vieron en persona) y apareció todo feliz en las páginas de Excélsior.

Como mi suerte tenía que ser muy mala y no sólo mala, Nikito Nipongo puso los ojitos sobre mi columna y luego puso los deditos sobre la máquina de escribir y me puso verde. La ristra de adjetivos que me recetó fue generosa: desprolijo, ignorante de la filosofía y de la cronología histórica, irresponsable, falto de respeto al lector, incultazo... Mi amigo Nikito me puso a caer de un burro, como lazo de cochino, como jaula de perico, como Cristo de Ixtapalapa.

Me quedé pensando que si eso hacía con un amigo, no querría pensar en qué habría dicho si el dueño del gazapo fuera un desconocido.

Pero también pensé en que Nik, como yo, creía en la máxima de "Amicus Plato, sed magis amica veritas" (Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad).

No me quedó de otra que, en mi siguiente columna, darle la razón a Nikito y aprovechar para contar más de Ockham, de los franciscanos del medievo tardío y de todo el tema de la fe y la razón que era, al fin y al cabo, lo que me interesaba (y me interesa). Y conservé la amistad, que es de las cosas que sí valen.

Y me tuve que tragar la crítica porque Nik, pese a sus modotes, tenía toda la razón.

Tercero: la piel delicada de los seguidores de protosectas


En los últimos días ha sido comentado en la blogosfera española el megaberrinche colectivo de los miembros de las protosectas que capitanean Pedro Amorós Sogorb e Íker Jiménez porque en sus sagrados foros "públicos" dedicados a los halagos mutuos y a cantar la perfección inmarcesible de sus caudillos, se han metido algunos dubitativos que han hecho preguntas incómodas (preguntas que, por supuesto, ni los caciques ni sus lugartenientes ni sus credulazos de infantería han respondido) y señalado hechos reales aún más incómodos, incluyendo el desnudamiento puntual que hemos hecho aquí de la ristra de mentiras autocomplacientes que Pedro Amorós alimenta a sus adeptos para que crean que es algo más que un agente de seguros común y corriente.

La reacción ha sido propia de un genuino control protosectario: se han borrado los mensajes ofensivos y con ellos los enlaces a sitios peligrosos, se ha acusado a los dubitativos de herejes (y de intolerantes, hay que joderse), se han sugerido bajunas mendacidades respecto a quienes no pertenecen a la protosecta y se ha hecho corrillo alrededor del faraute en cuestión para decirle que sigue siendo inteligente y guapo.

Lo mismo ha ocurrido en México en el "foro" del impresentabilísimo "cazafantasmas" y ahora psicofonista colega de Pedro Amorós, Carlos Trejo, que borra y borra mensajes dedicados a exhibir su desvergüenza, su ignorancia y su desmedida ambición. Sin embargo, gracias al ingenio de algunas de sus víctimas arrepentidas, todavía tiene por allí metido un gol de parte de la crítica.

El hecho real es que los creyentes suelen ser aún más atrabiliarios que sus capitanes, aunque hay sus excepciones (como el tal cabecilla Carlos Trejo).

Los césares son los sastres del cuento del traje nuevo del emperador, pues (el emperador engañado es su rebaño, por ende). Ellos saben que los hilos de oro de su ocultismo no existen, que los telares de la paranormalidad no están tejiendo nada y saben que no hay traje nuevo del emperador, que todo es aire, ilusión y cuento. ¿Alguien puede creer que realmente Pedro Amorós Sogorb crea o haya creído sinceramente que es "miembro" del SETI Institute y que tal organización de intachable seriedad lo "apoyó" con partes de una batería de cocina para pasearse como gallo gordo en una "alerta ovni" mamona? Evidentemente no. Sabe que miente, que adorna su currículum para adobar su maltrecho ego. Pero sus ovejitas lanudas balan encantadas creyendo que este campeonazo de los tornillos flojos dice la verdad sin fallar una.

Y es que los emperadores para los que tejen sus telas invisibles estos cinicazos, es decir, los seguidores que les creen cualquier ocurrencia, están convencidos más allá de toda razón de que sus caciques no pueden mentir porque los tratan bien (es la lógica del pavo que se siente encantado de lo bien que le dan de comer algunas semanas antes de Navidad), de que los malos son "los otros", "ellos", "el enemigo", los malvados herejes.

Enredados en una madeja de patrañas, en un mundo imaginario en el que nada es real, para estas víctimas (más o menos voluntarias, pero víctimas), el escepticismo ajeno, las críticas y los cuestionamientos no son algo siquiera aceptable. En nombre de la tolerancia que exigen, aplauden la intolerancia de sus califas de oropel cuando aplican la censura para impedir que alguno de los fieles creyentes pudiera empezar a dudar si visita los sitios Web malditos donde se dicen palabras peligrosas.

El siguiente paso, claro, es la quema de libros. Internet les ha puesto la tarea un poquito más jodida, pero por ganas no quedará.

Los berrinches de los credulísimos en el forete de "el" SEIP por la publicación en ABC de una carta de Fernando L. Frías criticando el desaseo informativo sobre las caras duras de Bélmez han sido también absolutamente furibundos y babeantes, como iracundos y biliosérrimos han sido los bombardeos de docenas de comentarios de odio en algunos blogs que se han "atrevido" a criticar a los pintacaritas de Bélmez y los desfiguros de las universidades que han permitido que Cadena SER les enchufe el programejo de Íker Jiménez (mamarrachazo sinvergüenza que es capaz de escribir sobre el caso "espiritista" de las hermanas Fox ocultando la confesión de Margaret Fox, con una falta de ética periodística sólo explicable por la más desnuda ambición).

La lista de correos de este último, por cierto, acaba de anunciar censura dura y pura a cargo de Frau Carmen Porter, segunda de a bordo de Jiménez en su programa y personaja capaz de creerse cualquier tontería, como puede verse en los artículos que escribe en el sitio de Jiménez y donde se demuestra que aún no se entera que los "círculos en las cosechas" son obra humana. Doña Carmen, como buena administradora de campo de concentración mental, ha advertido que borrará, impedirá, prohibirá y censurará a todos los que no sigan la línea del Führer.

Ésos son los personajes que se atreven a tachar a la ciencia de dogmática, para que usted les dé una probadita.

Prohibido pensar distinto.

Toda crítica es muestra de traición (mira tú, la misma lógica de George Bush).

Dado que este modesto blog de charlatanología fue mencionado en el foro de "el" SEIP, algún aventurero chavalillo que quiere quedar bien con su Duce Amorós (según dicen las malas lenguas, muy ocupado en escribir el libro nuevo que editará para rentabilizar las nuevas caras duras de la nueva casa de Bélmez) vino corriendo y dejó algo de grafitti coprolálico en tres de las entradas que le hemos dedicado al autoelecto presidente del SEIP (mira tú, igual que George Bush). Por supuesto, el grafitti no lo vamos a quitar ni censurar, y además pinta de cuerpo entero a los adeptos a estos protogurús.

Un ejemplo de adepto con cerebro de chicle sobre el que me llamaron la atención fue el del seudónimo "Hurdano", de la protosecta de Amorós Sogorb, habiendo escuchado rumores sobre una segunda casa con muchísimas caras "misteriosas" en Bélmez, expresó en el foro de "el" SEIP serias dudas sobre la credibilidad del caso, incluso sugiriendo que allí había cuestiones de dinero involucradas (¡vidente!)... pero en cuanto se hizo público que la casa existía, que el investiganancioso era el soberano de sus neuronas (pocas) y que las caras las certificaba su protosecta "oficialmente", ¡cambió de opinión a toda prisa, abandonó las dudas y cantó aleluyas a su gurú tururú!

(Véanse los libros de Pepe Rodríguez sobre el sectarismo).

El aterrador mundo arcano del ocultismo simulador


Cuando se vive en el mundo real, la crítica puede ser o una forma de darnos cuenta de que hemos metido la pata, o un pretexto para profundizar y fortalecer nuestros argumentos al enfrentarla y responderla, o una molestia menor cuando se expresa en la forma de insultos impotentes sin fondo argumental.

Pero cuando se vive en un mundo fantasmal, rodeado de voces de los muertos, caras de ultratumba, cedés curativos, celebración de la ignorancia médica, vidas pasadas, extraterrestres en cada esquina, seres de dos metros que causan el pánico en tierras lejanas, posesiones diabólicas por medio de tableritos ouija, la amenaza de volverse teas humanas mediante "combustión espontánea", la convicción de que somos juguetes del zodíaco y de que hay rituales satánicos que funcionan y nos ponen en peligro, del riesgo de ser abducidos a una nave para ser sujetos de atroces experimentos o abusos sexuales, de crueles conspiraciones formadas por todos los científicos y todos los médicos del planeta, de profecías aterradoras, de una paranoia cuidadosamente vigilada y una sensación de ser un valeroso comando de iluminados solo contra un mundo malévolo que "no nos entiende" (algo así como los "Neos" de Matrix) la vida parece tan temible e incierta que invita a cobijarse tras las faldas de algún dictadorzuelo de opereta que no sólo dice tener la respuesta a los misterios, sino que inventa sus propios misterios y parece controlarlos, y que es cuidadosamente magnánimo, simpaticón, bonachón y amabilísimo, de la misma forma en que los timadores son la mar de buenas personas con sus víctimas mientras las despojan. Como dijo Groucho Marx: El secreto de la vida es la honestidad y el trato justo... si puedes fingir eso, ya la hiciste.

Para estos simpaticones con intenciones ocultas, fingirlo es un arte cuidadosamente practicado.

Por ello, para los discípulos de tales oligarcas de la fantochada la crítica suena a sacrilegio, sabe a ofensa, se toma como ataque personal y jamás se reconocen siquiera sus argumentos, mucho menos se responden con la razón o con otros argumentos, datos, cifras, fechas y fuentes sólidas. Todos esos elementos son ajenos al esquema mental instaurado en la percepción del adepto a la protosecta, por mucho que se ponga un chaleco que lo transmute en "investigador" por ciencia infusa. El acólito adora más la "buena persona" que es su titiritero que las "buenas ideas" o "argumentos sólidos" que pudiera ofrecer.

Los devotos fanáticos de la bonachonería estudiada de sus prebostes encuentran la crítica inaceptable e injustificable. La consideran una inmerecida bofetada de la mala suerte, un producto de la maldad del crítico, cuya buena fe resulta inimaginable para los creyentes.

Les parece una herejía.

La crítica, obviamente, no es producto de la malevolencia que la paranoia de las protosectas neomágicas adjudica al crítico. Por el contrario, la crítica es lo único que nos permite no caer en la complacencia, porque la complacencia es, precisamente, el pilar esencial del conformismo de los seguidores de muchos protogurús.

Para la gente normal, la crítica es parte de nuestra vida. Los simples mortales nos equivocamos y más vale que lo reconozcamos, y hasta se agradece que nos lo señalen.

Pero los mandamases iluminaditos de las pandillas de "investigación" son percibidos como perfectos, de modo que toda crítica es repugnante, y los seguidores acaban apostándole a esa percepción un compromiso emocional tan intenso que romper con el pez gordo implica reconocer que su vida ha sido una pérdida de tiempo y además se han comportado como unos sublimes babosos.

Pocos pueden hacer tal cosa una vez fanatizados. Hace falta valor y una objetividad que precisamente las protosectas supersticiosas se apresuran en eliminar entre sus huestes.

Sirva esto para explicar por qué creemos que los militantes integristas de las protosectas ocultistas, los "investigadores" en polvo, los creyentes comprometidos, los seguidores que expresan adoración acrítica, no son recuperables para el diálogo argumental racional. Es imposible convencerlos siquiera de discutir abiertamente de nada que cuestione el misal de fantasías descabelladas que ellos mismos han asumido como La Verdad en capitulares medievales con reborde de oro y, como todo fanático, reaccionan con violencia (no siempre sólo verbal) ante "el enemigo".

Sus jefazos tampoco son rescatables para el pensamiento crítico. Si creen sinceramente, porque son más fanáticos que sus súbditos. Si engañan conscientemente, por razones obvias, tienen mucho que perder en lo económico, en lo emocional y en lo afectivo.

Desnudarlos públicamente cuando se pasan de listos a modo de ejemplo didáctico y dejar constancia pública de sus ideas descabelladas y del ridículo en el que ellos mismos se ponen no es para "convencerlos", sino para ponerlos en perspectiva. Ellos nunca admitirán sus patrañas. (Y sus protosectarios no les creerían su confesión, como lo han demostrado varios ejemplos terribles.)

Si me he ocupado (y me sigo ocupando) de Pedro Amorós, es por su increíble desvergüenza personal al meterse conmigo con una grave acusación absolutamente imbécil, y para que otros aljafifes de la patraña se lo piensen dos veces antes de venir a joder con fanfarronadas vacuas.

Quienes realmente son importantes en todo este debate son quienes todavía no han tomado partido, los que dudan, los que son presuntas víctimas pero aún no le han apostado sus emociones a los mitos del ocultismo en sus numerosas vertientes, los jóvenes que, como lo hice yo y como lo han hecho y hacen muchísimos más, hacen experimentos de telepatía, juegan con la ouija, buscan "algo más" y leen sobre diversos "misterios" pero sin dejarse chupar las neuronas por cualquier deschavetado del montón.

Y los otros que son fundamentales son los medios de comunicación, las organizaciones que invitan a estos fantoches a rebuznar ante públicos desprevenidos, las universidades que se dejan fascinar por las sirenas de los grandes medios de comunicación, las escuelas y las instituciones que manejan dineros públicos que con no poca frecuencia depositan en las cuentas bancarias de estos impostores. Hacerlos conscientes de una crítica sólida, seria y sin concesiones a las supersticiones más diversas es una forma de invitarlos a cumplir con su obligación de promover el pensamiento crítico y de poner en tela de juicio el pensamiento mágico.

En gran medida para ellos se ha creado "El retorno de los charlatanes: el grupo", lista de correos sin censura ni moderación donde se puede discutir libremente todo asunto relacionado con las "paraciencias", el esoterismo, el ocultismo, el misticismo, la "parapsicología", la paranormalidad y temas afines.

Porque siempre tenemos el peligro de que los protogurús se conviertan en gurús y que las protosectas devengan sectas. A nadie que no tenga muy bien amueblada la cabeza le pueden decir tan seguido que es hipersupermegafenomenal sin que se lo empiece a creer. Y los protogurús, esto es claro, tienen todavía por amueblar el ventoso ático de su cráneo. Y es entonces cuando la sociedad paga los delirios de estos comatosos ambulantes en muy distintas formas, algunas de las cuales pueden llegar hasta los extremos que nos permitió ver "La puerta del cielo", ese grupo aparentemente inocuo y muy, muy, muy simpático de creyentes en los ovnis que acabaron suicidándose simpáticamente en equipo.