octubre 26, 2004

Los falsos escépticos

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En los últimos años ha surgido un nuevo tipo de charlatán que se podría llamar "el falso escéptico", el "bufonazo de la ciencia" o, en una línea más política, "el quintacolumnista de la memez".

Juntos, estos personajes forman el "Movimiento de Falsos Escépticos y Soterrados Engañabobos", el "MOFESE".

Se trata de tipos que, en su búsqueda por obtener alguno de los grandes satisfactores del charlatán, o los tres (admiración, sexo y dinero), se dan cuenta de que el mundo del esoterismo, las paraciencias, el misticismo, la parapsicología y la parafernalia de estas paratonterías cuentan en sus filas con ejemplares capaces de desacreditar hasta a Nelson Mandela si se toman una foto con él.

Esta aguda percepción puede tener varias formas: "Paco Porras es un tanto fantochesco", podría ser uno de sus agudos razonamientos, o a guisa de madura percepción: "eso de tomarle una foto a Jesucristo con dos de sus apóstoles resulta ligeramente dudoso". O bien: "hombre, quizá ya se ha demostrado suficientes veces que no se puede encontrar agua con un palito" o en un esfuerzo neuronal verdaderamente olímpico, perciben que "se me hace que el mal de ojo no existe".

Si no, siempre les queda hablar mal de las sectas, sabiendo que la alarma social ante el fenómeno sectario es tal que eso les gana puntos, siempre y cuando el público no se dé cuenta de que lo que viene después es, en realidad, altamente protosectario y ciertamente fenicio. Las sectas causan mucho miedo, y éstos aprovechan que ellos todavía no causan tanto miedo, aunque sean pocas cosas las que los diferencian de las sectas más peligrosas.

Como sea, su instinto mercadotécnico los llama a hacer lo que en publicidad se llama "diferenciación", para así "posicionarse" en la mente del público en una dimensión distinta de los más colosales palurdos de su tribu. La "diferenciación", por ejemplo, es lo que hace que los fabricantes de detergente inventen nombres esquizoides para los más sencillos ingredientes, haciéndole creer al inocente comprador que sólo ellos tienen "cloritrax sulfamida, para cortar la grasa", "espumol polifrutado para que no se le corte la espuma", o bien se agrega algún ingrediente sumamente idiota, como la sávila "para cuidar sus manos" (claro que, si el detergente es bueno, le lavará de las manos completamente la sávila que él mismo contiene, con lo cual usted paga por un ingrediente que esencialmente sólo sirve para tirarlo por el caño).

"Diferenciarse" es ser distinto, sí, pero también "mejor" a ojos de las chusmas. Una consecuencia de la diferenciación es el "posicionamiento" que da "valor agregado" a los productos (todo esto son grandes secretos de la publicidad y la mercadotecnia o márketing).

Por ejemplo, es difícil de creer que hacer un Ferrari Enzo cueste seiscientos mil euros, es decir, cuarenta veces más que los quince mil euros de un Renault decentito. En realidad no cuesta tanto, ni mucho menos, por más que esté hecho a mano con el último alarido de la tecnología. Pero el caso es que Ferrari no sólo vende las materias primas, la mano de obra y la tecnología, nonono, vende "status", vende "imagen", está posicionado como lo máximo en automovilismo, al grado de que la propia Ferrari decide a quién le vende sus coches y a quién no. Un pelagatos con dinero que no pertenezca a la Jet Set tendrá que buscarse su Ferrari de segunda mano, porque la fábrica en Milán lo mandará, si le da la gana, a meterse sus seiscientos mil euros por donde no les dé el aire. Y entonces ese "posicionamiento" genera la percepción de "valor agregado" y no faltan (al contrario, sobran) los que desean pagar los seiscientos mil euros para poseer un Enzo o un Testarosa.

Bueno, entre los charlatanes también hay "diferenciación" y "posicionamiento". Después de todo, el negocio que tienen es pura mercadotecnia.

Ante la ristra de zarandajas indefendibles que abundan en el mundo de lo esotérico junto a constructos levemente menos orates, los falsos escépticos de estos tiempos adoban el terreno donde van a construir sus engaños posteriores con la crítica a las estupideces más notorias de lo para anormal. Las sectas les gustan mucho porque los daños que producen estas formas de charlatanería destilada son bastante obvios y porque han generado una alarma social que no parecen producir, salvo en contadas ocasiones, otros buitres carroñeros del zoológico de la irracionalidad.

A partir de allí, el falso escéptico se "gana un nombre" metiéndose con lo más indefenso de entre sus congéneres de la fauna para anormal, y se presenta así, ante el público, como "defensor de la verdad" y "genuino crítico" de la charlatanería. Lo hace, sí, con mejor instinto mediático que los habituales críticos de lo paranormal, y además no tiene empacho en usar armas poco éticas (como aprovecharse de las víctimas de las sectas para darse lustre).

El falso escéptico construye una crítica sólida (nomás faltaba que no fuera sólida, sobre todo porque para ello depreda el trabajo de quienes realmente luchan en favor del pensamiento crítico) contra las taradeces más obvias y peligrosas. Llegado el momento, cuando ha conseguido que el público tenga la impresión de que está del lado de "la razón, el conocimiento y el pensamiento crítico", procede a soltar su bomba personal: "Ah, pero yo, como investigador serio, cosa que ustedes me reconocen, sí he encontrado uno o más casos genuinamente fantásticos, maravillosos y probadamente paranormales, y como ustedes saben, yo no me dejo engañar con cualquier burrada".

Luego proceden a vender su burrada.

No es infrecuente que, para ello, organicen alguna "sociedad nacional", "organización mundial", "frente galáctico" o "federación universal" de cualquier cosa relacionada con la parapsicología y que tenga por ahí embutida la palabra "investigación", y pueden así agenciarse como clientes a personas más avispadas y probablemente más forradas de billetes que las víctimas de las astrólogas de televisión o los curanderos más fantochescos. Con eso ya les da para conseguir un programilla en radio o TV locales y diseminar mariguanadas sin fin.

El fenómeno está presente, al menos, en España y México. Obviamente sería interesante saber si lo hay en otros países.

En México, hace muchos años, cuando fundamos la Sociedad Mexicana para la Investigación Escéptica (SOMIE), se apareció en los alrededores un sujeto más misterioso que un policía chino, siempre impecablemente vestido con trajes que se salían de su presupuesto, la pelambrera engominada y, lo más sospechoso de todo, bigote de línea (todo el mundo sabe que el bigote de línea denota insinceridad a menos que usted viva en los años 40).

El tal tipejo respondía al nombre de Juan Chía, (hasta el día de hoy no sabemos si es su verdadero nombre), y se movía como el mero a medias aguas, fingiéndose parte de SOMIE mientras armaba una especie de delirium tremens de "escepticismo del escepticismo", lo cual no es en sí malo (al contrario) salvo cuando se ejercita de modo deshonesto, vil y con la oreja parada para ver dónde suenan monedas y tirarse al suelo a pescar las que se puedan.

Los demás miembros de SOMIE, que son ante todo mis amigos, me acusaron de paranoico. Juan no era mala persona, decían. Es peor, decía yo. Para no discutir, parábamos allí.

El peor momento que recuerdo fue cuando nuestro amigo, "El místico Abadaba", mago bufo y en la vida real físico nuclear, hizo una "cirugía síquica" (o "cirugía psíquica") en la Universidad Obrera de México. Chía miraba las hábiles manipulaciones del mago, veía cómo parecía que la manota del físico entraba en el vientre del voluntario, la sangre manaba, surgían fragmentos de aspecto orgánico. Claro que luego Abadaba procedió a explicar y demostrar que todo era un trucazo como el inventado por Tony Agpaoa en Filipinas y hasta hoy explotado por sus legatarios en este país y en Brasil (sobre todo), pero parecía que a Juan Chía se le hacía agua la boca al ver cómo el público, que sabía que esto no era de verdad, empezaba a creer que Abadaba sí estaba abriéndole el vientre al voluntario, sin que faltara quien abandonara la sala con mareos y arcadas.

No, no me daba buena espina el tipo.

Por desgracia, yo tuve razón, "Juan Chía" resultó ser un soplapitos como un fuelle de órgano de catedral que a la menor oportunidad se agenció un programa de televisión en el que promovía las mamadas más impresentables, compitiendo contra adversarios de la (nimia) talla de Jaime Maussán, se apareció en revistas de delirios de todo tipo y se olvidó de SOMIE y de los más elementales principios de la honestidad, la ética y la vergüenza, aunque no sin usar el nombre de la organización para sus fines durante un buen rato.

"Juan Chía" sigue medrando por allí, cobre que te cobre, pero no llega a los niveles de dos personajes muy parecidos en cuanto a su facilidad para acusar a la gente de las acciones más extravagantes (narcotráfico, delincuencia variadita, quemas de libros) sin demasiado miedo a que la justicia actúe en su contra gracias a su uso eficaz de los medios, a sus excelentes relaciones con el poder y a su manejo del miedo: el mexicano Carlos Trejo (que modestísimamente se hace llamar "el mejor cazafantasmas del mundo") y el gallego Manuel Carballal (que aún más modestísimamente promueve una autobiografía fantástica que lo presenta como un injerto de Sherlock Holmes, Rambo, Jesucristo y Paco Porras).

Los dos alborotan como gallinas espantadas acusando de "charlatanes" a los blancos más fáciles de su mundillo, y luego ofreciendo acusaciones similares contra quienes promueven el pensamiento racional y crítico. Algunas de las acusaciones son verdaderamente de delirio, pero eso les tiene sin cuidado. Trejo, según varios informes, no duda en amenazar a sus detractores con "partirles la madre", simpática manera mexicana de anunciar una paliza. Carballal siempre avisa que dispara mejor que Wyatt Earp, es más hombre para los golpes que Bruce Lee y es más valiente que un zorro metido en un gallinero.

No está por demás anotar que la existencia de los miembros del MOFESE indica que, al menos en una pequeña medida, la crítica a la irracionalidad ha alcanzado cierta respetabilidad y fuerza en el mundo de la paranormalología. Pero también deja perfectamente claro que los espacios mediáticos que la crítica a lo irracional no sepa, no pueda o no quiera explotar, serán ocupados rápidamente por los militantes del MOFESE, que usarán la crítica a lo irracional para alcanzar sus fines.

Carlos Trejo sigue tan campante, como se denuncia constantemente en la lista de correos Carlos Trejo y el fraude jocoso, así como la sección dedicada a Carlos Trejo en Tumbaburros (véase el enlace en la barra derecha). Cobra y cobra (y ¡cómo cobra!, cursos de un día a mil pesos [unos 80 euros], conferencias a tutiplén con entrada cobrada, libros, camisetas, gorras) sin preocupaciones.

Manuel Carballal sigue siendo miembro de casi todos los consejos editoriales de las revistas ocultistoides españolas y de casi todas las asociaciones, sociedades, grupos, clubes y pandillas ocultistas (incluido "el" SEIP), aunque últimamente anda muy ocupado vendiendo supuestas investigaciones bajo su seudónimo de Antonio Salas y, si el negocio le funciona, probablemente tenga más futuro en la telebasura que en la paranormalobasura.

En algún lugar de este mundo, o en varios, se están cocinando los nuevos miembros de MOFESE.

Lo cual demuestra lo ya sabido: para éstos personajes no hay límites. Cuidado con ellos.