Actualización al 19 de octubre: A James Watson le están dando hasta por debajo de la lengua por sus comentarios racistas. Un enlace excepcional del diario argentino La Nación nos llega por cortesía de Alejandro Agostinelli que recuerda que a) la idea de "razas" no es aplicable a los seres humanos (crean lo que crean los esoterinazis) y que b) no hay definición objetiva y aceptada de "inteligencia". Entretanto, el laboratorio Cold Spring Harbor quitó a Watson sus responsabilidades administrativas, quizá pensando que a Watson le puede la edad, no que sea el racista que, dicen quienes lo conocen, es sin más. Menos amables, los miembros de la Federación de Científicos de EE.UU. (FAS), que reúne a 68 Premios Nobel de varias disciplinas, dicen sin más que Watson "ha perdido la razón al decir tamañá barbaridad sin una sola prueba.
El brillantísimo biólogo James Watson, que junto con Francis Crick desentrañó la estructura del ADN en 1953, dijo al Sunday Times de Londres que temía por el futuro de África porque "todas nuestras políticas sociales se basan en el hecho de que su inteligencia es la misma que la nuestra, mientras que todas las pruebas dicen que realmente no", y abundó diciendo que él esperaba que todas las personas fueran iguales, pero "la gente que ha tenido que tratar con empleados negros descubren que esto no es cierto".
Ante esto, claro, encontraremos todo tipo de reacciones, desde el rechazo (aplaudible) a tamaña barrabasada hasta las explicaciones sobre los métodos de "medición de la inteligencia" (que son cuando menos cuestionables) y hasta las rasgaduras de vestiduras (que no vienen al caso). Pero en lo que ocupa a este blog, lo interesante pueden ser las reacciones por parte del mundete del misterio y la anticiencia. Las que un servidor espera (por la experiencia que da el pasar tres décadas escuchando las necedades del paranormalerío) son: a) "esto demuestra que la ciencia es racista" (o sea, de repente, James Watson quedará nombrado por la asociación parapsicopatología como el verdadero y único vocero de toda "la ciencia") o bien b) esto demuestra que la ciencia no sirve para nada (como si las afirmaciones de Watson fueran realizadas en su carácter de científico y no en plan de gringo racista común y corriente, es el tipo de lógica de sacamocos tipo "como Oscar Wilde era homosexual, todos los escritores son homosexuales"), o incluso c) "ahora vamos a ver si los que creen en la ciencia" (como si fuera asunto de creencias) "también defienden a Watson", que es una variante de la anterior.
En realidad, las afirmaciones de James Watson, como las de J.J. Benítez, Íker Jiménez , B.B. King, Isaac Asimov, la bruja Lola o mi tía Eufrosina deben analizarse del mismo modo. Por un lado, ciertamente la experiencia tiene un peso que no podemos descontar (pero que tampoco podemos convertir en argumento de autoridad para obnubilarnos). Es decir, si Íker Jiménez habla de cómo hacer negocio con lo falsamente misterioso, si B.B. King habla de la interpretación del blues en guitarra o si mi tía Eufrosina pronuncia una conferencia sobre las mejores recetas de lomo al horno, uno presta más atención porque hablan de lo que saben. En cambio, si mi tía Eufrosina hablara sobre la Revolución Francesa, si B.B. King hablara sobre las corrientes pictóricas del medievo o si Íker Jiménez hablara sobre astronomía, paleoantropología, criminalística, historia del arte o parapsicología, seríamos más cautos, pues resulta aparente que estas personas están entrando en terremos de los cuales no tienen tanta información.
Pero ahora pensemos que el hobby del gran maestro B.B. King fuera, efectivamente, la pintura del medievo. A poco que lo escucháramos, sabríamos que sí tiene datos sobre el tema, mientras que en el caso de mi tía Eufrosina, podríamos llevarnos una sorpresa gorda por no saber que ella, en su no muy lejana juventud, fue parte de grupos de estudios, organizó la ayuda a la legítima república española contra los milicos golpistas y se ha leído todo lo que pudo sobre los movimientos revolucionarios del siglo XVIII.
Todo esto significa que hay que echar fuera los prejuicios. Nadie es sabio por ciencia infusa, y los argumentos de "es que es físico", "es que tiene un doctorado", o "es que se sopló ochenta mil kilómetros detrás de un ovni que resultó ser la mancha de una mantis religiosa que chocó contra el parabrisas de su Lamborghini Miura" no sirven para nada.
Bien, Watson sabe de genética, fundó la disciplina. Es asesor de un centro que investiga la expresión de 20 mil genes en el cerebro del ratón adulto, y encabeza el Laboratorio Cold Spring Harbor, pero los propios directivos de ese laboratorio de estudios sobre cáncer y genética se apresuraron a declarar "Cold Spring Harbor Laboratory no se ocupa de ninguna investigación que pudiera siquiera usarse como base para las declaraciones que se le atribuyen al dr. Watson".
Entonces, le hacemos al doctor James Watson, premio nobel de medicina y fisiología, maestro de generaciones y hombre respetado que acaba de publicar sus memorias como científico, lo mismo que le preguntamos a un barrendero sin título, a un cocinero o a un empleadete de la televisión que vive con los pelos de punta: "¿cómo lo sabe?" y "¿puede probarlo?"
Los lectores atentos sabrán que éstas son las dos preguntas con las que este bloguero de ínfima categoría, y muchos de más altos vuelos, numerosos racionalistas, escépticos y enemigos del embuste organizado han hecho enfurecer a todo género de médiums, vendedores de cuentecillos, "expertos" autonombrados, seudoperiodistas sin ética, esoterinazis de cuarta, negociantes del dolor humano y muchos más miembros de la fabulosa tribu del uyuyuyante asombro ante el misterio de ocasión.
A don James lo tratamos ni más ni menos que como tratamos a un pavo como Bruno Cardeñosa: queremos saber cómo sabe lo que dice que sabe. Durante cuatro días, hasta el laboratorio que encabeza se ha desmarcado de sus absolutamente imbéciles afirmaciones racistas, pero lo único que ha ofrecido Watson como "prueba" es su creencia (irracional, sin sustento alguno) de que en unos "diez años" se descubrirán los genes de la inteligencia y le darán la razón, y se ha callado ante los miles y miles de periodistas que quieren preguntarle de dónde sacó tamaña burrada racista.
O sea, lo que podemos concluir de momento no lo sabe y no puede probarlo.
Por tanto, la afirmación de Watson sólo puede ser calificada igual que calificamos a las niñas fantasmas de Íker, los estudios de Bruno sobre la historia de la mesoamérica prehispánica y las caras de cemento de Pedro Amorós: basura intelectual emitida para llevar agua a su molino, producto de una creencia irracional perniciosa y una muestra de falta de ética que lo pone a la altura de los vendedores de piedras de Ica y dinosaurios guanajuatenses. Y se aplaude que diversas universidade y museos británicos hayan cancelado las conferencias que tenía que dar Watson en los próximos días para promover su libro de memorias. Ojo, no estamos a favor de la censura en modo alguno, y yo personalmente estoy dispuesto a defender el derecho de James Watson a decir lo que piensa, sin importar que yo opine que sus ideas son repugnantes, pero no estoy de acuerdo que se le permita usar tribunas que no están diseñadas para eso, del mismo modo que los paraninfos universitarios y los observatorios y planetarios no están para que un vivillo haga alertas ovni en ellas. La libre expresión, uno de los principales derechos humanos, no significa que uno tenga derecho de tomar al abordaje todas las tribunas para que sólo suene nuestra voz. Así que James Watson puede hablar en los medios, donde cabe cualquier cosa, y en las reuniones del Poder Blanco, del KKK y de Stormfront, pero no en las universidades y museos.
¿Dónde deja eso a los demás descubrimientos y trabajos de Watson? Exactamente donde estaban. Lo que ha probado está probado sin importar que fuera él quien lo probó, y sus estupideces son estupideces sin importar que él sea famoso.
La lección es tan sencilla que seguro nuestros amigos los vendemotos y rarólogos otra vez no la van a entender.