febrero 28, 2005

Pero, ¿qué es eso del grial y de dónde sale?

La novela de Dan Brown El código Da Vinci ha vuelto a darle alas a los esoteristas más diversos para que pontifiquen tremendamente sobre la leyenda del grial o, como les gusta decir a ellos, el "Santo Grial".

Si usted es de los que han perdido su tiempo leyendo a personajes como Enrique de Vicente, sabrá perfectamente que el grial es la copa que usó Jesucristo en la última cena... o que es una copa en la que José de Arimatea recogió la sangre de Jesucristo durante la crucifixión... o que es las dos cosas, da igual, lo importante es que la tal reliquia tiene potentísimos poderes mágicos y el que la encuentre va que arrea camino de dominar el mundo.

Eso dicen los ocultistas, pues.

Lástima, verdaderamente, que a los evangelistas bíblicos se les haya pasado anotar el detalle ése de José de Arimatea, recogiendo la sangre de Jesucristo en una copa, escena sin duda hollywoodesca y sabrosa.

También les gusta añadir a algunos que la misteriosona palabra "grial" es una especie de contracción absurda de "sangue royale", que en francés moderno es "sangre real". Esto puede tener que ver con la copa que contuvo la sangre de Cristo o con la línea "de sangre" de los hijos y nietos de Cristo hasta nuestros días, en los que, según algún ínclito tarado de la televisión, viene resultando que Francisco Franco era descendiente directo del nazareno (las cosas que tiene que oír uno cuando ve televisión misteriológica).

Y, eso sí todos, gozan sugiriendo que al parecer los Templarios, o más bien los Pobres Caballeros del Templo de Jerusalén, una de tantas órdenes monástico-militares surgidas en tiempos de las cruzadas, encontraron el grial y lo traían de allá para acá. Otros, que evidentemente se dejan impresionar por la parafernalia nazi y que son capaces de creer que un dictador sanguinario es descendiente de Jesucristo, llegan a decir que las SS nazis también encontraron el grial y por ahí lo dejaron guardadito.

Lo que se les olvida decir es que si tal fue el caso la magia del grial vale para puras vergüenzas, porque ni a los templarios ni a los SS nazis les fue nada bien con tal tesoro.

Los templarios, a partir de su fundación como "pobres caballeros" en 1096, en la primera cruzada, pasaron a convertirse en poco tiempo en una organización que disponía de enorme riqueza y el favor del Papa. Tal riqueza y poder provocaron envidias crecientes, hasta que en 1307 el rey Felipe IV de Francia arrestó a todos, les aplicó horrendas torturas y los hizo confesar todo tipo de atrocidades heréticas. Felipe IV no se andaba con chiquitas, considerando que acusó también de horrendas herejías al Papa Bonifacio VIII. El caso es que después del arresto masivo de templarios en Francia, El Papa Clemente V, que al principio defendió a los templarios, se vio convencido por las confesiones y procedió a eliminar la orden entre 1308 y 1311. La riqueza de los templarios se la dividieron encantadas de la vida otras órdenes monástico-militares como los Hospitalarios y hasta allí quedó la cosa hasta que los ocultistas empezaron a tejer fantasías sobre el tema ya bien entrado el siglo XIX.

De los SS ni hablamos. Creer que tal tropa de salvajes comandados por un orate como Himmler estaban bajo la protección de la magia hematológica de Jesucristo es verdaderamente idiota y sólo habla de la vena fascista de no pocos esoteristas y grialólogos.

¿Y el grial?


Bueno, el grial en sí es un invento de un escritor de bestsellers.

No, no de Dan Brown, claro, sino de Chrétien de Troyes, un brillante francés del siglo XII, contador de historias de caballería que en gran medida puso las bases de las leyendas arturianas. Es autor de cuatro libros completos, entre ellos El caballero del león y El caballero de la carreta. En estos romances en verso, pone en el papel las historias de caballeros como Yvain (Gawain) o Lancelot (Lanzarote) que luego tendrían protagonismo en la leyenda arturiana. Hacia el final de su vida, alrededor de 1175, escribe Le Roman de Perceval ou le Conte du Graal (El romance de Perceval o el cuento del grial). La obra quedó inconclusa pues Chrétien falleció cuando llevaba 9000 líneas y cuatro autores trataron de terminarla (la edición de la Biblioteca Medieval Siruela El Cuento del grial de Chrétien de Troyes y sus Continuaciones incluye las cuatro, y es buenísimo). Por supuesto, el libro de Chrétien fue el que usó Wolfram von Eschenbach años después para componer su Parzival.

La historia de Chrétien tiene su origen, al parecer, en el relato celta de Peredur, el hijo de Evrawc. Las similitudes entre las historias son notables, pero no nos vamos a meter en los detalles de la historia, que es la de un joven que decide hacerse caballero y vive aventuras varias, sino solamente en el capítulo donde Chrétien inventa el grial.

En una de sus correrías, Perceval llega a la corte del Rey Pescador. Mientras cena, ve que pasa un paje con una lanza blanca con una gota de sangre que baja de la punta hasta la mano del paje, y luego dos pajes con dos candelabros de al menos diez brazos cada uno y, por supuesto (copio de la edición de Siruela arriba indicada):

Una doncella, hermosa, gentil y bien ataviada, que venía con los pajes, sostenía entre las dos manos un grial. Cuando allí hubo entrado con el grial que llevaba, se hizo una claridad tan grande, que las candelas perdieron su brillo, como les ocurre a las estrellas cuando sale el sol, o la luna. Después de ésta vino otra que llevaba un plato de plata. El grial, que iba delante, era de fino oro puro, en el grial había piedras preciosas de diferentes clases, de las más ricas y de las más caras que haya en mar y tierra; las del grial, sin duda superaban a todas las demás piedras.

Punto. Finis. Nada más.

El grial pasa un par de veces más ante Perceval sin que Chrétien considere oportuno darnos más datos sobre él, sobre todo porque el verdadero problema (lo que le traerá toda suerte de contratiempos al joven e ingenuo caballero en las páginas subsiguientes) no es el grial en sí, sino el no haber preguntado a quién se sirve con el grial. No sabe (ni tiene por qué saber, por cierto) que debe preguntar a quién se servía con el grial, y lógicamente no pregunta para no parecer zafio e ingenuo, lo cual resulta una involuntaria metida de pata monumental.

¿Existía una escena parecida en la historia de Peredur? Sí, pero en ella no hay grial. Durante la cena pasan dos jóvenes con una lanza gigantesca con tres regatos de sangre que caen de la punta al suelo, y luego dos doncellas con una gran bandeja entre ellas, en la cual había la cabeza de un hombre, rodeada de gran profusión de sangre. Si bien esto podría ser reminiscente de la historia de Juan Bautista y Salomé, no tiene nada que ver con el grial de Chrétien. El grial que usa Von Eschenbach, por su parte, es una piedra que alimenta.

O sea, que el inventor del grial como tal es Chrétien de Troyes. Y la descripción sinceramente no parece la de una copa, porque suena raro que la doncella la lleve con las dos manos, además de que en una copa no caben tantas piedras preciosas ni se ven con tanta claridad como para justificar el asombro de Perceval. Lo que hace que la mayoría de los estudiosos serios consideren que el "graal" de Chrétien es un "gradale" romano, una bandeja grande (y lo de la "sangue royale" viene quedando en el reino de la etimología ficción a contentillo del buhonero de misterios).

Ni copa ni cosa parecida, pues.

Al menos hasta que apareció Robert de Boron.

Paréntesis medieval


No es fácil imaginar la visión religiosa de la cristiandad del medioevo. La religión lo era todo, todo el tiempo, todo el día, todos los días, en todos los actos públicos y privados. Este hecho, esta presencia religiosa que todo lo impregna, se daba en un ambiente de superstición sin límites. ¿Qué tanto fanatismo se necesita para organizar una cruzada con entre 15 mil y 30 mil niños, todos menores de 12 años, para recuperar Jerusalén?

El medievo era el paraíso de los charlatanes, un lugar donde cualquiera de los "investigadores" que hoy pululan en los medios habrían florecido como hongos después de la lluvia, porque los productos más exitosos del medievo eran, precisamente, las reliquias, es decir, objetos o trozos de personas que, por su estrecha asociación con algún personaje de la cristiandad, se consideraban plenos de poderes mágicos, capaces de obrar milagros.

Las reliquias que rodaban por la Europa medieval eran verdaderamente un desafío a la capacidad de creer en lo que sea. En distintos templos, y llegadas por los caminos más raros, frecuentemente de la mano de algún antecesor de los paranormalólogos del siglo XXI, se podían contemplar unas gotas de leche de la virgen María, dientes de Cristo, pelo de Cristo, sangre de Cristo, astillas de la cruz (tantas, según algunos historiadores, que daban para fabricar varias cruces), trozos de los pañales de Cristo... ¡uf! Los monjes de Charrox incluso exhibían orgullosísimos el prepucio de Cristo. Lo más interesante es que la iglesia de Joannes Lateranensis en Roma también tenía el prepucio de Cristo. Y en el siglo XI había al menos tres cabezas de Juan Bautista rodando por ahí.

(Esto me recuerda una historia que no viene al caso, pero va: es sabido que la tumba del revolucionario mexicano Pancho Villa fue profanada y su cabeza robada, sin que haya aparecido a la fecha, aunque se sospecha que el profanador fue el coronel Francisco Durazo. El caso es que hubo vivos que vendieron varias veces la cabeza de Pancho Villa. Se cuenta que una vez uno de estos santos patrones de los investigadores de lo paranormal fue a ofrecerle la cabeza de Villa a un personaje político, y éste le respondió muy ofendido: "¡Qué me va a vender usted la cabeza de Villa, si yo la tengo, la compré el año pasado". A lo cual, el timador respondió usando esa agilidad mental que distingue al verdadero embustero: "Sï, jefe, pero ésta es de cuando Villa era niño".)

Vuelvo al medievo dejándole un saludo a mi general Villa.

Obviamente, la acumulación de reliquias por sí misma no servía para nada. Pero la posesión de una reliquia "interesante" por parte de un templo o monasterio, especialmente una reliquia que "hiciera milagros", era ante todo (y como hasta hoy) un negociazo. La llegada de fieles prestos a dar limosna hacían que una iglesia sin reliquia estuviera condenada a medrar en la pobreza mientras veía cómo sus vecinos se hacían ricos y famosos con una falange de San Judas Tadeo, una pluma del ala izquierda del arcángel Gabriel o la cabeza de Santa Anna, máxime si por las buenas o por las malas habían convencido a un par de aldeanos para que dijeran que la reliquia les había curado una pústula o cosa similar.

No por nada, en ese siglo XI las capillas privadas del Papa en Roma tenían el cordón umbilical y, ya dijimos, el prepucio de Cristo, un trozo de la cruz, las cabezas de San Pedro y San Pablo, el Arca de la alianza, las Tablas de Moisés, el cayado de Aarón, una urna de oro llena de maná, la túnica de la Virgen, varios elementos del fondo de armario de Juan Bautista, las cinco hogazas y los dos peces que multiplicó Cristo para alimentar a cinco mil el día del Sermón de la Montaña y la mesa usada en la última cena.

Ahora, entiéndase que no habiendo médicos, ni una comprensión siquiera de las dimensiones del tiempo que separaba a la gente del siglo XI de los tiempos bíblicos, no habiendo derecho a dudar o preguntar (so pena de ser considerado hereje, muy mala cosa, como descubrieron los Templarios), no habiendo libre debate, comunicaciones ni nada que no fuera sobarse el lomo de sol a sol y a misa los domingos, el ciudadano común y corriente (o, para ser precisos, el siervo feudal común y corriente) no tenía de otra que ponerse en las manos de los monjes y sus reliquias.

Y, por cierto... ¿no es curioso que, precisamente, los esotéricos de hoy sigan vendiéndonos el cuento de dos reliquias medievales que gozan de tanta credibilidad como las tres cabezas de Juan Bautista, a saber, la Sábana de Turín y el grial?

En ese mundo de misterios y temor, la diferencia entre lo real y lo imaginario tampoco era tan clara.

Robert de Boron


En la última década del siglo XII o la primera del XIII, Robert de Boron escribió el romance Joseph d'Arimathie, otra historia imaginaria de caballerías basada en el Perceval de Chrétien (ya hablamos aquí de cómo los mercachifles de lo esotérico confunden la fantasía con la realidad, precisamente al hablar del libro de Dan Brown y los que se subiern al tren para cobrar).

La aportación de Boron a la narración de Perceval fue, precisamente, imaginar que el grial era la copa de la última cena, llevada por José de Arimatea de Tierra Santa a Gran Bretaña. Era otra vuelta de tuerca como la que había dado Von Eschenbach, en el proceso de apropiarse de la historia de Perceval.

Hasta ese punto de la historia, mil y tantos años después del inicio de la era cristiana, no existía ni un solo dato, ni una sola referencia histórica, ni una prueba siquiera de que el grial fuera otra cosa que una metáfora que se convirtió en mito para insertarse en el mundo mágico de la edad media. Todo lo cual es extraordinariamente interesante, pero en modo alguno es testimonio de hechos reales. Psicología, sociología, historia de la literatura, visión del mundo de una época y una región del mundo, todo eso es el grial.

Las ganas de hacer real el cuento vinieron mucho después... y de todos modos no cuentan con ningún dato, ni una sola referencia histórica, ni una prueba de la existencia real del grial.

Lo que ciertamente no es es algo como lo que se describe en el siguiente trozo de oratez: ... el Grial fue el recipiente utilizado por Cristo durante la Última Cena, tallado, tal como lo refiere la tradición griálica, sobre una esmeralda que se desprendió de la corona que portaba Lucifer sobre la frente y que se desprendió en el momento de su caída a los Infiernos, al ser derrotado por el arcángel Miguel. Resulta significativo que antes de su caída, según la Kabala, Lucifer era el ángel de Kether, la corona, la primera de la séfiras, cuyo nombre hebreo sería Ha-Kathriel y su valor numérico 666.

Vaya, mayor colección de majaderías en tan breve espacio sólo puede encontrarse en las páginas de publicaciones como Más allá (de la razón) de donde extrajimos este parrafillo.

Otro ejemplo de los caminos de la tontería de alto octanaje lo encontramos en la siguiente consideración de Ángel Almazán de Gracia, uno de tantos que ordeñan el grial: Es uno de los grandes símbolos centrales de la Tradición Primordial, de ahí que esté presente en muchísimas tradiciones secundarias y religiones. Ya en los Vedas, que son los textos más antiguos que se conservan de los pueblos indoeuropeos, aparece como "bebida de la inmortalidad" que sirve para trascender el estado humano y aproximarse al de los dioses.

Note el lector cómo ahora no sólo existe una "Tradición Primordial" (de la que al parecer sólo tiene noticias este personaje), sino que va y encuentra al grial del medievo cristiano en los Vedas de la India, pero ya no como piedra, plato de oro o copa hecha de la esmeralda de la corona de Lucifer (es que hay que rejoderse), sino ¡como bebida!

Y con el grial pasa como con la Atlántida: cada autor tiene una teoría distinta de las de los demás autores (si se pusieran de acuerdo, el negocio se les iba pal carajo), cada quién interpreta al grial como le viene en gana, cada quién lo asocia con lo que se le dé la gana siguiendo el método del delirio motivado por las ganas de notoriedad y platita. Todo es cosa de escribir cualquier sarta de pendejadas, que si el grial es linterna, brocha de pintar casas, fuego o antibiótico, o ligarlo a fuerzas con los mayas, los incas, los atlantes, Lemuria, la sabiduría tibetana, las flores de Bach o las psicofonías... y decir que está en tal o cual monasterio, castillo, capilla, cueva, caverna, tumba o tumbadora en el Reino Unido, Francia, Alemania, España, Italia o Burundi. Total, da igual mientas se pueda escribir el infaltable libro...

Y dará igual mientras usted no se entere, claro, de que el grial es una creación literaria. Y buena, por cierto. Y de que vale la pena mil veces leerse antes a Chrétien de Troyes que a cualquier ocultista vivillo que se ocupa de vender, a estas alturas del siglo XXI, frasquitos conteniendo un genuino suspiro del Espíritu Santo.

febrero 23, 2005

Merolicos para anormales

Últimamente, en la lista sin censura Charlatanes hemos estado sometidos a la inmensa tontería de tres supuestos astrólogos que han aparecido supuestamente para "defender" su disciplina y que no han hecho otra cosa que exhibir su ignorancia, presentar excusas y pretextos por no poder demostrar que la astrología es algo más que una basta superstición, y, sobre todo, su incapacidad de razonar y de entender los métodos del conocimiento.

Uno de ellos en particular, el demencial Javier Reinoso, comerciante en software supuestamente astrológico, en menos de un mes (desde el 28 de enero) ha escrito la potente cantidad de... ¡más de cuatrocientos mensajes! dedicados a prometer una demostración astrológica que sigue sin dar y a insultar a todos los que hablan con él, repitiendo una y otra vez las mismas palabras en mensajes sucesivos.

(Un resumen puntual del historial de este mailbomber de la charlatanería videncial en la lista nos lo ofrece, por cierto, Ford Prefect en este mensaje a la lista, con enlaces a los mensajes puntuales en los que Reinoso se cierra estrepitosamente la puerta contra los dedos.)

La vacuidad de esta exhibición de spam zodiacal me recuerda a unos personajes que existen en México y que desempeñan un oficio de nombre singular: los merolicos.

Los merolicos


Un merolico es alguien que puede hablar durante larguísimo tiempo soltando un rollo asombroso, interesante, incluso apasionante... y absolutamente vacío (el parecido con los seudoinvestigadores ocultistas se reduce al rollo y a lo vacío, porque los expertos para anormales raras veces son asombrosos e interesantes, y casi nunca apasionantes).

El merolico hace promesas de maravillas sin fin que verá la gente en unos minutos, captura el interés de los peatones, habla de todo lo humano y lo divino, actúa cómplice de la multitud, pontifica a toda velocidad y con ello reúne a un respetable grupo de gente en plena calle que desea ver las maravillas prometidas... que al final no llegan. Pero en el intermedio entre nada y nada, el merolico ofrece en venta algo (la crema de concha nácar era un antiguo favorito del mundo de los merolicos mexicas, no sé si siga siéndolo, al igual que desparasitadores para las lombrices intestinales, o curas para la memoria como el Fosfovitacal y mejunjes similares) o incluso captura la atención de su público con fines más directos, como me tocó atestiguar una vez en México, D.F.

Al merolico en cuestión lo encontré en la Avenida de los Misterios, arteria cuyo nombre se debe a que conduce precisamente hasta la Basílica de Guadalupe, en lo profundo de la ciudad. La capacidad de hablar de manera apasionada de este merolico dejaba en mal sitio a cualquier cronista deportivo narrando un golazo de su jugador favorito de su equipo favorito en la final del campeonato. Sin embargo, este merolico no ponía mucho empeño en la venta de su crema de concha nácar, lo cual no dejaba de ser extraño. Me tardé un par de "actuaciones" en pescar el truco.

El tipo ponía en el suelo ante sí un saco con varias víboras de agua inofensivas y pintaba la proverbial raya de gis (o tiza) para demarcar su espacio escénico, indicándole al público igualmente su sitio designado en la representación y decía, más o menos, a una gran velocidad sostenida:

Usted va a ver, usted va a mirar, usted va a observar, usted va a contemplar cómo esta víbora... o esta otra, la que usted guste, quiera o desee, se va a poner rígida, totalmente tiesa, recta y derechita como una varita de nardo. Nomás le pido que se quede detrás de la raya, que estoy trabajando. Porque estoy trabajando, sí señores, trabajando honradamente, con honestidad y dignidad aquí ante ustedes y su buena voluntad, para ganarme el pan para mis hijos, no como otros que nomás se aprovechan de la gente para robarles sus objetos invaluables de valor sentimental o emocional o económico. Por eso, señor, señora, señorita, antes de que esta víbora se quede pasmada ante los ojos de todos ustedes, recta y firme como una varita de nardo, cosa que nunca han visto antes, quiero pedirles, quiero solicitarles, quiero suplicarles atentamente que cuiden sus valores para no les vaya a pasar una desgracia porque yo vengo aquí solamente con el propósito de traerles a ustedes el más revolucionario descubrimiento de la ciencia y luego es cuando vienen y dicen que uno tiene la culpa de que sufran un percance y vienen los ayes de amargura y las indirectas dolorosas. Y no, señores, porque yo soy honrado y digno y estoy ante ustedes para demostrarles cómo la víbora que usted elija, señorita, que usted seleccione, señor, que a usted le guste, señora, se va a poner tiesa y firme como una varita de nardo, algo que ustedes nunca han visto en este mundo...

El truco era el siguiente: al momento de hacer su considerada recomendación a los transeúntes para que cuidaran sus objetos de valor, varios de ellos se llevaban la mano al lugar donde guardaban la cartera o el monedero. Otro personaje, situado detrás del público y del que quizá sólo por malpensado deduje que era cómplice del merolico, pasaba la vista sobre el grupo y seleccionaba a las presas más fáciles. Tres minutos después, el público ("la bola", como le llaman los merolicos) babeaba fascinado por la verba del merolico y ya todos se habían olvidado de la cartera o el monedero, lo que aprovechaba el presunto cómplice para pasar ágilmente, como pizcando algodón, zumbándose las carteras de los dos o tres que la tenían más a mano (si el encargado de zumbárselas era, claro, un maestro del carterismo, disciplina que en los bajos fondos de México se conoce con el nombre del "dos de bastos", ya que para su ejecución se emplean los dedos índice y cordial, formando una pinza para la remoción quirúrgica de carteras con habilidad de prestidigitador).

Para cuando el merolico acababa su rollo, si alguien se daba cuenta de que tenía más ligero el bolsillo, el merolico siempre podía aducir:

"Si yo se lo dije, jovenazo, hay mucho conejo suelto, por eso hay que andarse con cuidado. Yo nomás vendo la conchanácar, ¿usted no va a querer una latita?"

("Conejos", obviamente, son "rateros" en esa ciudad de mis desvelos.)

Los merolicos forman un clan impresionante en México, con redes de comunicación asombrosamente eficaces, de modo que si uno (como el que conocimos en la primera convención mexicana de ciencia ficción que organizamos en la hermosa ciudad de Puebla allá por 1991) decide viajar desde Villahermosa, Tabasco, a Puebla, sabe perfectamente a quién tiene que dirigirse (el que mandaba en Puebla era "El Colorado", según recuerdo), y él le diría cuantas "bolas" de gente podría hacer al día, le indicaría los lugares donde debería ponerse a meroliquear y se encargaría de recoger sus "aportaciones", que sumaba a las de los demás comerciantes del parque para entregarle oportunamente a los policías allí destacados la cantidad que aseguraba que los dejarían trabajar sin causarles problemas.

De Meraulyock al merolico


En la segunda mitad del siglo XIX llegaba a México un tal señor Meroil Yock, Meraulyock o van Merlyck, según señala el brillante Diccionario de mexicanismos, de Guido Gómez de Silva, y su apellido dio nacimiento a la palabra.

La doctora Claudia Agostoni, investigadora histórica, relata en la revista Estudios de historia moderna que en 1864 o 1865 llegó al puerto de Veracruz, en un barco con bandera francesa, un hombre polaco “de extraña y agitada melena rubia, largos mostachos y espesa barba que le caía sobre el pecho” y que afirmaba ser un ilustre médico, un diestro dentista y poseer fármacos infalibles para todas las enfermedades conocidas y por conocer. Usaba, como buen charlatanazo, un disfraz, una túnica de aspecto oriental. El producto que vendía era el "famoso" aceite de San Jacobo, un elixir infalible para todo. Se trataba, claro, de Rafael J. de Meraulyock.

Pronto, munido con los dineros producto de su argüende (sigo resumiendo el estudio de la Dra. Agostoni), Meraulyock se fue a Puebla, precisamente, y de allí a triunfar a la capital, a la Ciudad de México. En el proceso, su apellido de tan difícil pronunciación fue convertido popularmente en "Merolico", pero respetándole el título que afirmaba tener (y que nunca vio nadie, por si eso le recuerda a usted a alguien más). Así, el Doctor Merolico recorría las calles en una carroza estrafalaria, acompañado de una banda de música y un grupo de ayudantes, para atraer al público al que le vendía sus remedios, le practicaba "operaciones" con el abandono propio de un embusterazo y le sacaba muelas y plata, procedimiento que tenía su elemento de show-business porque, en el momento en que Meraulyock ejecutaba la extracción, uno de los ayudantes disparaba una pistola para, suponemos, sorprender al paciente y disminuir su dolor, o al menos su resistencia, que ésos eran tiempos en los que la anestesia no existía y no faltaba el que se arrepentía al primer tirón.

El "Doctor" Merolico, que de médico tenía lo que tienen de "investigadores" los modernos ocultistas, no pasaba de sacamuelas con pirotecnia, pues, y sus remedios, como los que nos ofrecen hoy los miembros de ese grupo mundial de desvergonzados que se podrían llamar "Merolicos sin fronteras", no pasaron a la historia como sí lo hizo su desfachatez.

El "infalible" aceite de San Jacobo de este personaje era tan bueno como sus equivalentes modernos: el reiki, la acupuntura, la homeopatía, la quiropráctica, los CD autohipnotizadores curativos y otras supersticiones que llenan los bolsillos de más de un curandero, además de los delirios que venden otros: caras duras, platillos volantes formados con nubes, fantasmas de cartón, grabaciones del máspallá y otros misterios sin más misterio, y que valen tanto como un litro de aceite de San Jacobo (o bálsamo de Fierabrás, para el caso).

Pero la clave de todo el asunto, para que se vea, se note y se observe, que diría un merolico, que las cosas no han cambiado en el mundo del charlatanaje, nos la ofrece Claudia Agostoni en la siguiente cita de Maximino Río de la Loza, notable bioquímico mexicano de la época, hijo de otro químico notable (Leopoldo Río de la Loza), y en su momento encargado de la Sección de Química Analítica del Instituto Médico Nacional a principios del siglo XX, que nos dice sobre los charlatanes del viejo México:

[...] los hemos visto antes como el que curaba con saliva, y los vemos hoy: ahí está un apóstol que pretende imitar a Jesucristo y curar por su propia voluntad, ó un profeta que dice adivina las dolencias del paciente, y otros, por el estilo, y para darnos la razón, hay quien hable del hipnotismo para hacernos creer en la veracidad de su curación.

Imagínese usted, pues, que las prácticas brujeriles de los sacamuelas del siglo XXI ya estaban totalmente desprestigiadas hace cien años.

El truco, claro, es que usted no lo sepa, y le venga algún cuentacuentos de cuarta categoría a soltarle un rollo mareador sobre las "milenarias tradiciones" que nunca sirvieron para un carajo, sobre los "nuevos descubrimientos" que siempre son "rechazados por la ciencia", fundamentalmente debido a que se trata de pendejadas que ya se demostró tiempo atrás que tampoco sirven para un carajo o que se ha demostrado que son mentiras descaradas de la manada rascahuele, cuando no prácticas repelentes o peligrosas como el consumo de la orina propia (o la de otros, aunque usted no lo crea).

Lo que sí es de notarse es que haya en estos tiempos, por un lado, periodistas (reales o fingidos), ingenieros informáticos (reales o fingidos), hipnotizadores encabronados (fingidos hipnotizadores realmente encabronados), coprolálicos astrólogos con conocimientos de informática (fingido todo menos la coprolalia) y otros personajes que están mejor preparados para ganarse el pan honradamente que los merolicos pobres y luchones que realmente se enfrentan a diario con la realidad para ganarse el derecho al pan porque no tienen, casi nunca, escuela, salario, seguridad social ni otra cosa que el ingenio, y que todos usen exactamente los mismos procedimientos, esa verba vacua, esa rimbombancia telenovelera, esa falsa indignación cuando son atrapados mintiendo, ese hablar y hablar sin decir nada pero haciendo que parezca que algo se dijo.

Yo me quedo con los merolicos originales, los de la calle, que al menos tienen una justificación que no tienen los sacamuelas del ocultismo de corbatita, y que al menos tienen un lugar en la picardía popular al que nunca podrán aspirar los farsantes de la misteriología pretenciosa.

Los antecesores de los ocultistas que hoy se arrastran por los suelos para conseguir la atención de los medios, no son, como ellos quisieran hacerle creer a usted, Galileo, Servet o Newton, sino vivales del estilo de don Rafael de J. Meroil Yock, Meraulyock o van Merlyck y su fantástico aceite de San Jacobo.

febrero 12, 2005

Fantasía y realidad

Los niños muy pequeños y los esquizofrénicos no reconocen la diferencia entre la realidad y la fantasía. Se supone que un signo de madurez y cordura es, precisamente, diferenciar lo imaginario de lo real. En nuestra sociedad sigloveintiunera, la tarea de aportar madurez y cordura es emprendida fundamentalmente por los sistemas educativos.

Como contrapeso a ellos, tenemos la promoción del infantilismo y el delirio de los paranormalólogos, profesionales o amateurs, que se desviven por convencer a la gente de la realidad de diversas fantasías, para obtener a cambio atención, admiración, dinero y demás bienes.

El arte ha sido, involuntariamente, inspiración de las más diversas locuras: fantasmas, exorcismos, extraterrestres y otros delirios. Desde que Kenneth Arnold inauguró el plativolismo y los “contactos extraterrestres” inspirado en las novelas de ciencia ficción de la época, los contactados y platillófilos suelen ser sorprendidos contando como espeluznantes experiencias propias los guiones de películas diversas y las líneas argumentales de novelas y cuentos.

Un reciente ejemplo de esta esquizofrenia voluntaria fue la que los ocultistas lanzaron al mundo con motivo de la novela de Dan Brown El código Da Vinci. Es una novela, una historia imaginaria, escrita de manera apenas aseada, llena de paja pero que incluye como parte de su argumento a los cátaros, algunos asuntos de debate en la iglesia católica (en particular el matrimonio de Cristo con María Magdalena y los argumentos del viejo libro Jesús vivió y murió en Cachemira) y algunas realidades (explicadas en exasperante detalle, como para lectores imbéciles) como la historia del Opus Dei.

Nada raro, pues. Los escritores suelen (solemos) documentarnos en la realidad para darle verosimilitud a las narraciones de ficción. Claro, cuando Paco Ignacio Taibo II habla de un código de Da Vinci en el que se descubre que el genial renacentista inventó la bicicleta, todos suponen que es un artilugio literario y ningún tarado sale con un libro que pretenda argumentar lo mismo en serio. Pero al meter en su novela tradiciones gnósticas, Brown consiguió abrir una veta en la que hoy pica piedra cualquier cantidad de arribistas y aprovechados que escriben libros para “interpretar correctamente” la novela y para defender que la imaginación no es tal, sino que es reflejo de una realidad misteriosa que, por supuesto, los ocultistas conocen bien (porque lo dicen ellos) y a cambio de un dinerillo nos ofrecen esos conocimientos que, vaya usted a saber por qué, guardaron ocultos hasta ahora que el tema es comercializable. (Por cierto, mientras escribo esto, se confirma a TNT, de TeleCinco de España como el programa de televisión misteriológico que les faltaba a los soplapitos, y precisamente están hablando del libro en cuestión expertos en todología fingitoria como el inocente Miguel Blanco, el viejo lobo del cuento Enrique De Vicente y algunos de sus cachorros de la tontería, como el conspiranoico profesional Santiago Camacho y la periodista Almudena García Páramo, periodista que simuló ser historiadora en su único libro publicado, una biografía de Jesucristo. El tono sensacionalista revuelve el estómago y la sensación de ofensa a la inteligencia no alcanza a verse compensada la presencia de un sacerdote bastante serio y de Pepe Rodríguez como única voz de la razón en tal margallate. La actitud de los reportajillos y del presentador es tal que parecería que se están verdaderamente develando los más grandes misterios del mundo y no se están esparciendo fantasías interesadas.)

En realidad, lo que hacen los autores de los libros que "explican" la novela es refritear viejos rollos, desde El misterio de las catedrales de Fulcanelli, repitiendo como verdades delirios, suposiciones y creencias ya publicados en el pasado. No que ello les vaya a quitar el sueño, sobre todo cuando los arrullan en su seno Santa Regalía y Nuestra Señora del Perpetuo embuste.

Y deje usted eso, Dan Brown acaba de publicar otra novela en la que mete a los Illuminati, secta cuya sola mención hace que se estremezcan de emoción las cuentas bancarias de más de un embustero profesional. Ya vendrán los libros que nos expliquen cómo leer la novela, y los rollos de radio y televisión ocultista.

Ahora, me imagino, los pillines que medran en el mundo peculiar de las psicofonías, ese fenómeno casi desconocido en América Latina hasta hoy, estarán también aullando felices como macacos en carnaval porque Hollywood, que tiene mucha más potencia que cualquier editorial, está lanzando al mundo White noise película en la que Michael Keaton interpreta a un historiador dedicado a Hitler (obsesión peculiar de todos los paranormalólogos, curiosamente, al parecer porque creen en las mismas supercherías iniciáticas en las que creía Hitler y eso les hace imaginarse importantes de algún modo enfermizo) y obsesionado con las psicofonías, que vive una situación familiar lamentable como corresponde.

Es una película. Ficción. Obra de la imaginación. Una historia de Niall Johnson llevada al cine por el director Geoffrey Sax. Desgraciadamente, algunas personas emprenderán un esfuerzo interesado por borrar la línea la fantasía y la realidad, y harán su agosto, entre ellos nefastos personajes como Pedro Amorós cuyo libraco Psicofonías, ¿quién hay ahí? está siendo diseccionado por Lola Cárdenas en su blog Uno por uno, uno; uno por uno, dos; uno por uno....

Quienes se dedican a fomentar el infantilismo y la esquizofrenia sociales, siempre es útil señalarlo, sirven, queriéndolo o no, a todos los estamentos del poder fáctico que desean tener, ante todo, una población no demasiado crítica, no cuestionadora, no muy racional y ciertamente capaz de creerse las pamplinas que nos ofertan los neoliberales, los "filósofos posmodernistas" servidores del gran capital, las iglesias y los partidos políticos. Todo hay que decirlo.

Algunos de estos auspiciadores de la ignorancia ajena, por cierto, suelen soltar la soberana estupidez de que quienes no comulgamos con las ruedas de molino que expenden somos negados a la fantasía, o queremos aplicarle el método científico a las novelas de Philip K. Dick o al Concierto para violín de Beethoven.

Con tal afirmación, demuestran una vez más (por si hiciera falta) su carencia total de la más remota idea acerca de lo que es pensar racionalmente, y de paso tratan de indoctrinar a sus huestes para que supongan que todo hereje o incrédulo es una especie de robot. La deshumanización del adversario es una técnica propagandística bien conocida, y la usan al máximo.

Estupideces, pendejadas, boludeces, gilipolleces, huevadas, macanas... lo de siempre.

El pensamiento racional se aplica para diferenciar la fantasía de la realidad, para identificar claramente ambos terrenos, pero no para matar la fantasía, para constreñir la imaginación o para limitar la experiencia vital. Es decir, cuando yo escribo historias de fantasmas, de vampiros, de extraterrestres o de futuros posibles (que es uno de mis oficios), lo hago a sabiendas de que se trata de juegos de la imaginación, y como tales los ofrezco a los lectores.

Disfruto muchísimo de El señor de los anillos, de la música de Corelli y de los dibujos animados de la Warner, así como un montón más de obras de la imaginación... pero yo sé que no son reales, cosa que está mucho más allá de las capacidades (e intereses) de los ocultistas.

No por nada ese genio de la imaginación (aunque no gran estilista literario) Isaac Asimov, fue uno de los fundadores de la organización "escéptica" más importante de los Estados Unidos, CSICOP (Comité para la investigación científica de las afirmaciones sobre lo paranormal). Y, en realidad, la mayoría de los autores de ciencia ficción no son precisamente crédulos del ocultismo, ovnis incluidos.

En cambio, los paranormalólogos no sólo son capaces de creerse cualquier cosa, sino que, habiendo aplacado sus neuronas a palos, se lanzan por el mundo a vender cositas y a convencer a los demás de que también se las crean, por ridículas que parezcan. (Y algunos no se las creen, pero las promueven igual por los beneficios que les rinden.)

Cuando encuentran pretexto para promover sus patrañas gracias a algún juego de la imaginación de Hollywood, ronronean, se presentan a soltar peroratas inanes en los medios que monopolizan, tratando como enloquecidos de convencer a la gente de que lo que retrata la pantalla es real.

Los medios informativos o de entretenimiento, como lo han hecho notar estudiosos diversos, pueden impactar al público de tal manera que le otorgue a lo que aparece en ellos una credibilidad especial. "Lo leí en el periódico", "lo dice en Internet", "salió en la película", “viene en un libro” son argumentos frecuentes y que revelan que el sistema educativo falla y que los charlatanes van ganando la partida. Hay gente que cree realmente que la posesión demoniaca existe porque lo dijo una película, o tarados que han acabado convencidos de que el mundo es realmente como lo propone la serie (cada vez menos interesante) de películas de Matrix.

Y ante eso, los buitrazos del ocultismo saltan sobre sus presas.

En este caso en particular, es de esperarse que quienes medran en el mundo de las psicofonías nuevamente se dejarán caer sobre los medios para hablar de "la verdad" que hay detrás de la película (que, si nos atenemos a las primeras críticas, es un buen filme de horror, por cierto). Y venderán libros, y revistas, y aparatos para psicofonear.

Y, en el proceso, se olvidarán de los frentes de batalla que tienen abiertos antes, como ciertos misteriosos análisis de ciertos misteriosos laboratorios sobre ciertas nada misteriosas caras de cierto pueblo llamado Bélmez. Confían en el olvido del público y en el poder de la novedad.

La fantasía es una herramienta maravillosa y la imaginación es el motor de todos los avances humanos. Pero eso no tiene nada que ver con la promoción de supersticiones absurdas.

Por si se encuentra usted con algún psicofonero profesional en las semanas de promoción de la película, dejo acá algunas preguntillas con las que puede medir hasta dónde están desapegados de la realidad los pillastres que venden este cuento:

¿Por qué no aparecen voces misteriosonas ("inclusiones", les llaman) en las decenas o cientos de miles de estudios de grabación profesionales en los que diariamente se trabaja con locutores, actores, músicos, etc.? (Ojo, los más delirantes de estos soplapitos aseguran que consiguen que les hablen las voces misteriosonas incluso si el equipo está rodeado de una "jaula de Faraday", que es precisamente lo que se usa en los estudios de grabación para aislarlos de radiaciones electromagnéticas parásitas que puedan afectar el preciso registro de los berridos del cantantillo de moda.)

¿Las "psicofonías" más o menos claras tienen alguna relación con el incremento en el mundo de aparatos emisores inalámbricos (teléfonos móviles o celulares, redes wifi, conectividad inalámbrica para aparatos de mano y portátiles)? ¿Han estudiado esta posibilidad? ¿Cómo manejan la medición del entorno electromagnético alrededor de sus mágicos aparatos que captan lo que no captan los equipos altamente profesionales?

¿Cómo definen "voz"? Es decir, la psicología nos explica que nuestro aparato de percepción busca patrones en el mundo, y al escuchar ruido blanco suele percibir cosas que no están allí igual que en las nubes se pueden ver desde barcos corsarios hasta a Alyssa Milano, todo es ponerse. En el caso de los psicofoneros, ¿tienen una definición operativa de "voz" en términos de longitud de onda, frecuencia, amplitud y armónicos que permita que un aparato detecte la "voz" o todo es según lo que cree percibir un loquito al cabo de unas cuatro horas de escuchar ruido blanco en su sótano?

¿Por qué siempre tienen que explicarnos lo que vamos a oir antes de que lo oigamos? ¿No están así condicionando la percepción, ayudando a provocar la ilusión auditiva (pareidolia o apofenia) que ellos consideran una verdad patente?

¿Han hecho experimentos controlados de psicofonería en algún laboratorio de verdad, con científicos serios? En caso de que la respuesta sea negativa, ¿por qué no? En caso de que sea positiva, ¿cuándo y en qué journal científico se publicaron los resultados?

Claro, a usted se le ocurrirán mejores preguntas. Lo que es importante es hacerlas, de preferencia públicamente. Y preparar otras preguntas para cuando Sony Pictures lance su versión cinematográfica de El código Da Vinci. Como primer pregunta se me ocurre: ¿de qué hablan estos ocultistas al mencionar al Santo Grial, si de dicho objeto no hay referencia histórica alguna, sino que es un invento de Chrétien de Troyes en su inconcluso romance El cuento del grial, escrito entre 1178 y 1181, terminado por al menos tres autores y considerado el inicio de la novela moderna (además del origen de la leyenda arturiana)?

Por cierto, Chrétien era brillante y son muy recomendables las obras de este autor francés publicadas por Siruela, pero sólo para quienes conocen la diferencia entre la fantasía y la realidad, se entiende.
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febrero 07, 2005

Paleontología, Fórmula 1 y soplapitos

Yo disfruto de la paleontología tanto como disfruto de las carreras de Fórmula 1, vicio que me acompaña desde que a los 7 años fui al II Gran Premio de México.

Me explico: la paleontología, como ninguna otra ciencia actual, depende de los descubrimientos que se van haciendo poco a poco, de hipótesis diversas y de argumentaciones fuertes. Nuestra visión de los dinosaurios ha cambiado radicalmente en pocas décadas, y todo parece indicar que seguirá cambiando porque el registro fósil sigue siendo muy incompleto y casi cada semana hay un descubrimiento interesante que obliga a replantear nuestra visión del pasado.

Mi favorito en el debate paleontológico (mi Michael Schumacher o Alain Prost del mundo de los dinosaurios, pues) es Bob Bakker, o, más precisamente, el doctor Robert T. Bakker, del Museo Geológico de Tate en Wyoming. El tipo no sólo me cae bien por su aspecto de viejo hippie (o de gambusino en desgracia), sino por su capacidad de pensar de nuevo las viejas ideas. En 1968, fue el primero en decir que, considerando la velocidad que alcanzaban según las mediciones de las huellas de dinosaurios que se han encontrado, estos bichos no podían ser de sangre fría, sino que eran homeotérmicos o de sangre caliente. A partir de esta bien sustentada hipótesis, de observaciones anatómicas y descubriendo con curiosidad que al parecer los dinosaurios tenían buche en el que colocaban piedras que tragaban, para moler sus alimentos (a la manera que lo hacen las aves), llegó a la conclusión de que muy probablemente los dinosaurios tenían más que ver con las aves de sangre caliente que con los reptiles de sangre fría, y, finalmente, propuso que las aves se incluyeran en la clasificación taxonómica como dinosaurios.

Bob Bakker ha sido un revolucionario de la paleontología. Su hipótesis de la homeotermia de los dinosaurios está ahora ampliamente aceptada luego de que se obtuvieron multitud de pruebas. Pero la idea de las aves como dinosaurios está a debate aunque el mismo parece tender a aceptarla. Hay críticas (nada triviales) a sus hipótesis, como por ejemplo la de que el registro fósil sugiere que las aves existen antes de los dinosaurios que según Bakker les dieron origen, o problemas con la identificación de los dedos que forman las alas de las aves y los dedos de algunos fósiles de dinosaurio. Pero también hay otros muchos datos que sustentan su hipótesis, como el reciente descubrimiento de que, genéticamente, las aves no pueden haber procedido directamente de los reptiles por las vastas diferencias en su ADN.

Entiéndase, yo quiero que Bakker tenga razón. La idea de escuchar a los dinosaurios cantando al amanecer, o de comerme unas pechugas de dinosaurio empanizadas (o empanadas), o de disfrutar del colorido plumaje de los dinosaurios me resulta sumamente seductora. Pero sé perfectamente (y Bakker lo sabe mejor que yo) que los descubrimientos futuros pueden darle o quitarle la razón sin posibilidad de defensa, así como otro piloto puede ganar la carrera sin discusión por mucho que prefiriéramos a Schumacher o a Prost (o a Alonso, por supuesto, y no por nacionalismos raros sino porque es un fenómeno de las pistas). Me alientan los descubrimientos que le dan la razón y me desalientan los que lo ponen en duda, y llevo al menos 20 años siguiendo esta historia con el mismo interés que dedico a la temporada de la Fórmula 1.

Bakker fue uno de los asesores científicos de Parque Jurásico, la película de Spielberg, junto con Jack Horner. Horner me cae mal, no sé por qué exactamente, pero me resulta tan poco agradable como Juan Pablo Montoya (otro que no tiene la culpa de caerme mal). Horner ha propuesto, con base en sus estudios, datos y análisis, la hipótesis de que el tiranosaurio rex no era un feroz depredador que cazaba sin piedad a otros dinosaurios, como rey del jurásico, sino que era un carroñero que se aprovechaba de las presas de otros y de las muertes naturales. En pocas palabras, Horner degrada al tiranosaurio de fiero león a repugnante hiena o desgarbado buitre.

Lo malo es que la hipótesis de Horner no se puede desechar fácilmente, por mal que nos caiga. Los datos y pruebas que aporta (y sigue aportando, ya que todos los veranos va a los yacimientos de fósiles a buscar esqueletos de tiranosaurio más completos) son sólidos y no tienen nada que ver con la antipatía que a mí me despierta gratuitamente. Como en el caso de la hipótesis pajarraquera de Bakker, en cualquier momento puede haber un descubrimiento que le dé la razón a Horner o se la quite.

La ciencia se reescribe diariamente, cambian las hipótesis, aparecen nuevas teorías (sustentadas en pruebas, no en ocurrencias) y de cuando en cuando hay un descubrimiento tan estremecedor que provoca un reacomodo en todo nuestro cuerpo de conocimientos (el ejemplo clásico es la Teoría de la relatividad de Einstein). Y todo eso ocurre sin dolor.

Tanto Bakker como Horner pueden tener razón o no, las investigaciones siguen. Y lo que prevalecerá es la verdad, según la vieja sentencia de que "La verdad es la verdad, dígala Ulises o su porquero Eumeo" (o Agamenón, si quiere usted ignorar la historia de la Odisea).

La simpatía de uno u otro, lo "convincente" o "educado" que sea tienen poca importancia a la hora de los hechos.

En el mundo del conocimiento (y en el mundo de los principios y de la ética) no cabe el principio de autoridad, que es, finalmente, una falacia. Algo no es más verdadero porque lo diga alguien que sea un "experto" ni es más falso porque lo diga cualquier mindundi en la calle.

Todo esto viene a cuento porque es un ejemplo muy esclarecedor de la diferencia entre la ciencia, que cambia porque aprende cosas nuevas constantemenet, y la pseudociencia o anticiencia de los ocultistas que venden libros, revistas y consultillas sin haber hecho absolutamente nada por incrementar el conocimiento del que disponemos.

Y viene a cuento también porque, el 12 de enero, la revista Nature anunció un descubrimiento que, de ser cierto, nos hará reevaluar muchas teorías sobre nuestros propios orígenes más lejanos.

Hasta donde sabíamos antes de este descubrimiento, durante la era de los dinosaurios los mamíferos eran pequeños roedores similares a ratones, que vivían escurriéndose entre la maleza y condenados a ser desayuno, almuerzo o cena de cualquier dinosaurio que anduviera por ahí. Fue, se supone, la extinción de los dinosaurios, la que dejó vacantes multitud de nichos ecológicos que los mamíferos ocuparon poco a poco: el de depredador, el de arborícola, el de rumiante de las llanuras, etc., etc.

Pero el 12 de enero, científicos del Museo de Historia Natural de Nueva York anunciaron el hallazgo de un fósil de mamífero de 130 millones de años (es decir, del mesozoico), que contenía en su interior los pequeños huesos de un bebé dinosaurio. Y al parecer era un depredador (no "predador", por favor, no pateemos más al idioma, que para eso ya está la RAE), no un simple carroñero: nos lo dicen sus dientes y el tamaño de la presa.

Antes que tener el tamaño de una musaraña o ratón, el bicho, llamado por sus descubridores Repenomamus robustus, era del tamaño de un gato y su aspecto era el de una zarigüeya malencarada con enormes dientes. Y los descubridores tienen además otro mamífero, éste del tamaño de un perro, llamado Repenomamus giganticus. Noventa centímetros del hocico a la punta de la cola.

Si se confirma el descubrimiento, con las dataciones del caso y, sobre todo, con el hallazo de nuevos fósiles, la historia natural de los mamíferos, y por ende de nosotros, deberá reescribirse para darle a los mamíferos de tamaño más grande un espacio en el mundo mesozoico, y para establecer que además de ser el plato principal de la cena, también eran comensales al menos en algunos casos.

¿Es que estaba mal todo el conocimiento anterior? No. Estaba incompleto. En ciencia, los conocimientos nuevos raramente desplazan a los anteriores, los enriquecen y los complementan. Ahora tenemos una imagen más completa del mesozoico y un montón de nuevas preguntas que no estaban allí el 11 de enero. ¿Ahora sí ya sabemos cómo era el mesozoico? No, faltan muchos nuevos descubrimientos, muchísimos, y todos ellos deberán pasar la prueba de la comprobación independeiente para poder ser considerados, efectivamente, parte del conocimiento y no parte de una fantasía.

Todo el sistema que rechaza el ocultismo o parapsicología y que lo hace tan emocionante como ver una carrera entre dos piedras movidas por telequinesis. Como ellas, la parapsicología no avanza absolutamente nada.

Y yo, francamente, me quedo con la emoción de la ciencia y de la Fórmula Uno, disciplina en la que hay grandes deportistas y en la que el diseño de nuevos automóviles como el R-25 que pronto estrenará Alonso se realiza sin echar mano de telépatas, astrólogos, sicofoneros, hipnotizadores, y demás inútiles cuya relación con la realidad es más bien tenue.

Aunque gane Horner y pierda Bakker, ganamos todos.