Los niños muy pequeños y los esquizofrénicos no reconocen la diferencia entre la realidad y la fantasía. Se supone que un signo de madurez y cordura es, precisamente, diferenciar lo imaginario de lo real. En nuestra sociedad sigloveintiunera, la tarea de aportar madurez y cordura es emprendida fundamentalmente por los sistemas educativos.
Como contrapeso a ellos, tenemos la promoción del infantilismo y el delirio de los paranormalólogos, profesionales o amateurs, que se desviven por convencer a la gente de la realidad de diversas fantasías, para obtener a cambio atención, admiración, dinero y demás bienes.
El arte ha sido, involuntariamente, inspiración de las más diversas locuras: fantasmas, exorcismos, extraterrestres y otros delirios. Desde que Kenneth Arnold inauguró el plativolismo y los “contactos extraterrestres” inspirado en las novelas de ciencia ficción de la época, los contactados y platillófilos suelen ser sorprendidos contando como espeluznantes experiencias propias los guiones de películas diversas y las líneas argumentales de novelas y cuentos.
Un reciente ejemplo de esta esquizofrenia voluntaria fue la que los ocultistas lanzaron al mundo con motivo de la novela de Dan Brown El código Da Vinci. Es una novela, una historia imaginaria, escrita de manera apenas aseada, llena de paja pero que incluye como parte de su argumento a los cátaros, algunos asuntos de debate en la iglesia católica (en particular el matrimonio de Cristo con María Magdalena y los argumentos del viejo libro Jesús vivió y murió en Cachemira) y algunas realidades (explicadas en exasperante detalle, como para lectores imbéciles) como la historia del Opus Dei.
Nada raro, pues. Los escritores suelen (solemos) documentarnos en la realidad para darle verosimilitud a las narraciones de ficción. Claro, cuando Paco Ignacio Taibo II habla de un código de Da Vinci en el que se descubre que el genial renacentista inventó la bicicleta, todos suponen que es un artilugio literario y ningún tarado sale con un libro que pretenda argumentar lo mismo en serio. Pero al meter en su novela tradiciones gnósticas, Brown consiguió abrir una veta en la que hoy pica piedra cualquier cantidad de arribistas y aprovechados que escriben libros para “interpretar correctamente” la novela y para defender que la imaginación no es tal, sino que es reflejo de una realidad misteriosa que, por supuesto, los ocultistas conocen bien (porque lo dicen ellos) y a cambio de un dinerillo nos ofrecen esos conocimientos que, vaya usted a saber por qué, guardaron ocultos hasta ahora que el tema es comercializable. (Por cierto, mientras escribo esto, se confirma a TNT, de TeleCinco de España como el programa de televisión misteriológico que les faltaba a los soplapitos, y precisamente están hablando del libro en cuestión expertos en todología fingitoria como el inocente Miguel Blanco, el viejo lobo del cuento Enrique De Vicente y algunos de sus cachorros de la tontería, como el conspiranoico profesional Santiago Camacho y la periodista Almudena García Páramo, periodista que simuló ser historiadora en su único libro publicado, una biografía de Jesucristo. El tono sensacionalista revuelve el estómago y la sensación de ofensa a la inteligencia no alcanza a verse compensada la presencia de un sacerdote bastante serio y de Pepe Rodríguez como única voz de la razón en tal margallate. La actitud de los reportajillos y del presentador es tal que parecería que se están verdaderamente develando los más grandes misterios del mundo y no se están esparciendo fantasías interesadas.)
En realidad, lo que hacen los autores de los libros que "explican" la novela es refritear viejos rollos, desde El misterio de las catedrales de Fulcanelli, repitiendo como verdades delirios, suposiciones y creencias ya publicados en el pasado. No que ello les vaya a quitar el sueño, sobre todo cuando los arrullan en su seno Santa Regalía y Nuestra Señora del Perpetuo embuste.
Y deje usted eso, Dan Brown acaba de publicar otra novela en la que mete a los Illuminati, secta cuya sola mención hace que se estremezcan de emoción las cuentas bancarias de más de un embustero profesional. Ya vendrán los libros que nos expliquen cómo leer la novela, y los rollos de radio y televisión ocultista.
Ahora, me imagino, los pillines que medran en el mundo peculiar de las psicofonías, ese fenómeno casi desconocido en América Latina hasta hoy, estarán también aullando felices como macacos en carnaval porque Hollywood, que tiene mucha más potencia que cualquier editorial, está lanzando al mundo White noise película en la que Michael Keaton interpreta a un historiador dedicado a Hitler (obsesión peculiar de todos los paranormalólogos, curiosamente, al parecer porque creen en las mismas supercherías iniciáticas en las que creía Hitler y eso les hace imaginarse importantes de algún modo enfermizo) y obsesionado con las psicofonías, que vive una situación familiar lamentable como corresponde.
Es una película. Ficción. Obra de la imaginación. Una historia de Niall Johnson llevada al cine por el director Geoffrey Sax. Desgraciadamente, algunas personas emprenderán un esfuerzo interesado por borrar la línea la fantasía y la realidad, y harán su agosto, entre ellos nefastos personajes como Pedro Amorós cuyo libraco Psicofonías, ¿quién hay ahí? está siendo diseccionado por Lola Cárdenas en su blog Uno por uno, uno; uno por uno, dos; uno por uno....
Quienes se dedican a fomentar el infantilismo y la esquizofrenia sociales, siempre es útil señalarlo, sirven, queriéndolo o no, a todos los estamentos del poder fáctico que desean tener, ante todo, una población no demasiado crítica, no cuestionadora, no muy racional y ciertamente capaz de creerse las pamplinas que nos ofertan los neoliberales, los "filósofos posmodernistas" servidores del gran capital, las iglesias y los partidos políticos. Todo hay que decirlo.
Algunos de estos auspiciadores de la ignorancia ajena, por cierto, suelen soltar la soberana estupidez de que quienes no comulgamos con las ruedas de molino que expenden somos negados a la fantasía, o queremos aplicarle el método científico a las novelas de Philip K. Dick o al Concierto para violín de Beethoven.
Con tal afirmación, demuestran una vez más (por si hiciera falta) su carencia total de la más remota idea acerca de lo que es pensar racionalmente, y de paso tratan de indoctrinar a sus huestes para que supongan que todo hereje o incrédulo es una especie de robot. La deshumanización del adversario es una técnica propagandística bien conocida, y la usan al máximo.
Estupideces, pendejadas, boludeces, gilipolleces, huevadas, macanas... lo de siempre.
El pensamiento racional se aplica para diferenciar la fantasía de la realidad, para identificar claramente ambos terrenos, pero no para matar la fantasía, para constreñir la imaginación o para limitar la experiencia vital. Es decir, cuando yo escribo historias de fantasmas, de vampiros, de extraterrestres o de futuros posibles (que es uno de mis oficios), lo hago a sabiendas de que se trata de juegos de la imaginación, y como tales los ofrezco a los lectores.
Disfruto muchísimo de El señor de los anillos, de la música de Corelli y de los dibujos animados de la Warner, así como un montón más de obras de la imaginación... pero yo sé que no son reales, cosa que está mucho más allá de las capacidades (e intereses) de los ocultistas.
No por nada ese genio de la imaginación (aunque no gran estilista literario) Isaac Asimov, fue uno de los fundadores de la organización "escéptica" más importante de los Estados Unidos, CSICOP (Comité para la investigación científica de las afirmaciones sobre lo paranormal). Y, en realidad, la mayoría de los autores de ciencia ficción no son precisamente crédulos del ocultismo, ovnis incluidos.
En cambio, los paranormalólogos no sólo son capaces de creerse cualquier cosa, sino que, habiendo aplacado sus neuronas a palos, se lanzan por el mundo a vender cositas y a convencer a los demás de que también se las crean, por ridículas que parezcan. (Y algunos no se las creen, pero las promueven igual por los beneficios que les rinden.)
Cuando encuentran pretexto para promover sus patrañas gracias a algún juego de la imaginación de Hollywood, ronronean, se presentan a soltar peroratas inanes en los medios que monopolizan, tratando como enloquecidos de convencer a la gente de que lo que retrata la pantalla es real.
Los medios informativos o de entretenimiento, como lo han hecho notar estudiosos diversos, pueden impactar al público de tal manera que le otorgue a lo que aparece en ellos una credibilidad especial. "Lo leí en el periódico", "lo dice en Internet", "salió en la película", “viene en un libro” son argumentos frecuentes y que revelan que el sistema educativo falla y que los charlatanes van ganando la partida. Hay gente que cree realmente que la posesión demoniaca existe porque lo dijo una película, o tarados que han acabado convencidos de que el mundo es realmente como lo propone la serie (cada vez menos interesante) de películas de Matrix.
Y ante eso, los buitrazos del ocultismo saltan sobre sus presas.
En este caso en particular, es de esperarse que quienes medran en el mundo de las psicofonías nuevamente se dejarán caer sobre los medios para hablar de "la verdad" que hay detrás de la película (que, si nos atenemos a las primeras críticas, es un buen filme de horror, por cierto). Y venderán libros, y revistas, y aparatos para psicofonear.
Y, en el proceso, se olvidarán de los frentes de batalla que tienen abiertos antes, como ciertos misteriosos análisis de ciertos misteriosos laboratorios sobre ciertas nada misteriosas caras de cierto pueblo llamado Bélmez. Confían en el olvido del público y en el poder de la novedad.
La fantasía es una herramienta maravillosa y la imaginación es el motor de todos los avances humanos. Pero eso no tiene nada que ver con la promoción de supersticiones absurdas.
Por si se encuentra usted con algún psicofonero profesional en las semanas de promoción de la película, dejo acá algunas preguntillas con las que puede medir hasta dónde están desapegados de la realidad los pillastres que venden este cuento:
¿Por qué no aparecen voces misteriosonas ("inclusiones", les llaman) en las decenas o cientos de miles de estudios de grabación profesionales en los que diariamente se trabaja con locutores, actores, músicos, etc.? (Ojo, los más delirantes de estos soplapitos aseguran que consiguen que les hablen las voces misteriosonas incluso si el equipo está rodeado de una "jaula de Faraday", que es precisamente lo que se usa en los estudios de grabación para aislarlos de radiaciones electromagnéticas parásitas que puedan afectar el preciso registro de los berridos del cantantillo de moda.)
¿Las "psicofonías" más o menos claras tienen alguna relación con el incremento en el mundo de aparatos emisores inalámbricos (teléfonos móviles o celulares, redes wifi, conectividad inalámbrica para aparatos de mano y portátiles)? ¿Han estudiado esta posibilidad? ¿Cómo manejan la medición del entorno electromagnético alrededor de sus mágicos aparatos que captan lo que no captan los equipos altamente profesionales?
¿Cómo definen "voz"? Es decir, la psicología nos explica que nuestro aparato de percepción busca patrones en el mundo, y al escuchar ruido blanco suele percibir cosas que no están allí igual que en las nubes se pueden ver desde barcos corsarios hasta a Alyssa Milano, todo es ponerse. En el caso de los psicofoneros, ¿tienen una definición operativa de "voz" en términos de longitud de onda, frecuencia, amplitud y armónicos que permita que un aparato detecte la "voz" o todo es según lo que cree percibir un loquito al cabo de unas cuatro horas de escuchar ruido blanco en su sótano?
¿Por qué siempre tienen que explicarnos lo que vamos a oir antes de que lo oigamos? ¿No están así condicionando la percepción, ayudando a provocar la ilusión auditiva (pareidolia o apofenia) que ellos consideran una verdad patente?
¿Han hecho experimentos controlados de psicofonería en algún laboratorio de verdad, con científicos serios? En caso de que la respuesta sea negativa, ¿por qué no? En caso de que sea positiva, ¿cuándo y en qué journal científico se publicaron los resultados?
Claro, a usted se le ocurrirán mejores preguntas. Lo que es importante es hacerlas, de preferencia públicamente. Y preparar otras preguntas para cuando Sony Pictures lance su versión cinematográfica de El código Da Vinci. Como primer pregunta se me ocurre: ¿de qué hablan estos ocultistas al mencionar al Santo Grial, si de dicho objeto no hay referencia histórica alguna, sino que es un invento de Chrétien de Troyes en su inconcluso romance El cuento del grial, escrito entre 1178 y 1181, terminado por al menos tres autores y considerado el inicio de la novela moderna (además del origen de la leyenda arturiana)?
Por cierto, Chrétien era brillante y son muy recomendables las obras de este autor francés publicadas por Siruela, pero sólo para quienes conocen la diferencia entre la fantasía y la realidad, se entiende.
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