Alguna vez hemos mencionado ya en este blog a Matthias Rath, un médico alemán que expende vitaminas a un elevado precio en Sudáfrica, asegurando (sin más pruebas que sus afirmaciones) que estos complementos vitamínicos adornados con su cara curan el SIDA, ni más ni menos.
La desesperación que existe en Árica es tal que los políticos son capaces de aceptar cualquier salida. La ministra de salud Manto Tshabalala Msimang ha sido cómplice de Rath y asegura igualmente que la remolacha y el ajo curan el SIDA. ¿Cómo lo sabe? La buena señora no lo sabe. Punto.
Un ejemplo que sí han mencionado los medios es el de Yahya Jammeh, presidente de Gambia, que afirma que cura el SIDA a base de hierbas, y al que no le guste, como ocurrió con la doctora Fadzai Gwaradzimba, que criticó como se merece la barbaridad de Jammeh, le dan 48 horas para salir del país y no volver. Jammeh dice que con el Corán y siete hojas, cura el Sida los jueves.
De Rath se habla menos quizá porque a) es blanco y occidental, b) se finge salvador de la humanidad y ha llegado a poner querellas contra la ONU y c) tiene muchísima más plata que el presidente de Gambia, pues lleva años vendiendo vitaminas (insistimos: por encima de su precio comercial habitual) para "curar el SIDA" en África, con una nómina de muertos que no parece importarle mucho a occidente.
Pero sí a los sidóticos africanos, que han visto a numerosas personas morir en las garras de este personaje.
Como informa brevemente (y algo tardíamente) El País y más a fondo (pero en inglés) PlusNews, sitio de activismo contra el VIH/SIDA, el pasado 13 de junio se consiguió que la Suprema Corte de Sudáfrica declarara ilegales las "pruebas clínicas" de las multivitaminas de Rath, y prohibió que continuaran. Tales "pruebas clínicas" implicaban, claro, quitarle los antirretrovirales que permitían sobrevivir a las víctimas de Rath y darles las vitaminas que supuestamente los "curarían".
El grupo Campaña de Acción para el Tratamiento (Treatment Action Campaign, TAC) ha registrado entre 5 y 12 muertes ocasionadas por los salvajes "estudios" con los que Rath pretendía legitimar su sucio negocio. Claro, Rath es practicante de la "medicina alternativa" que adoran los occidentales más bobos, y sus víctimas eran negros y pobres a los que les daba 75 euros al mes y algo de comida para convencerlos de no tratarse con métodos probados... por eso, quizá, los "grandes investigadores del misterio" y los "conspirólogos" más conspicuos han callado ante estas muertes. Quizá si los muertos hubieran sido chimpancés u orangutanes habrían concitado algo más de compasión y solidaridad en los círculos del "holismo" interesado. Y, si una farmacéutica de verdad, sujeta a las leyes de distintos países y sometida a la vigilancia continua de amigos y enemigos fuera responsable de la muerte de entre cinco y doce europeos o estadounidenses, es de esperarse que una colección interminable de ONG newageras hicieran coloridas manifestaciones exigiendo la cabeza de los responsables.
Da qué pensar, realmente.
Por eso, merece compartirse la alegría (subrayada por la sombra de la tristeza ante las vidas irrecuperables) con la que Zackie Achmat, fundador de la TAC gritó al salir del Tribunal Supremo de Ciudad del Cabo: "¡Camaradas, ganamos!"
El Supremo, además de prohibir que continuara la carnicería de Rath, prohibe que el negociante del dolor ajeno publique más anuncios afirmando que su producto cura el SIDA, al menos hasta ser sometido a una cuidadosa revisión por parte del Consejo de Conrtol Mëdico sudafricano. Rath ha empapelado África con sus anuncios, ganando en el proceso una cuantiosa fortuna, según se informa. No deja de ser llamativo que los antirretrovirales sean gratuitos en Sudáfrica, y que este "paladín de la medicina alternativa" promueva que mejor le den dinero a él.
El juez Dumisani Zoni ordenó además a la Ministra de Salud, la "señora remolacha", Manto Tshabalala-Msimang que tomen "medidas razonables" para evitar que Rath participe en tales actividades, y ordenó también una investigación a fondo de las "pruebas clínicas" de las vitaminas de Rath.
Nathan Geffen, portavoz de la TAC, dijo que la sentencia era "una victoria para el estado de derecho y la gobernanza científica de la medicina", y siguió afirmando que durante la última década, ese estado de derecho había sido puesto en tela de juicio por la ministra Tshabalala-Msimang, creando una "cultura de la impunidad tal que charlatanes como Matthias Rath se pueden salir con la suya engañando a personas vulnerables".
Que eso pase en el África herida por el SIDA que han promovido además organizaciones tan potentes como el Vaticano y su lucha contra el preservativo (en la que participó intensamente Teresa de Calcuta, reputada "buena persona") mientras que en occidente se debate sobre darle aceptación legal sin necesidad de ofrecer pruebas científicas a la homeopatía, la acupuntura y otras formas de brujería irracional es inquietante. Porque los muertos mueren igual en todas partes. Como señaló el propio Nathan Geffen al hablar del testimonio de dos familias con parientes que habían fallecido a manos del farsante alemán: "Aunque ésta es una gran victoria, no olvidemos que se perdieron vidas humanas reales como consecuencia de las acciones de Matthias Rath y, más importante, por la omisión de Tshabalala-Msimang y el presidente (Mbeki) de detener este tipo de curanderismo".
Las muertes, según Geffen, se deben a que la ministra de salud ha "creado la ilusión de que la gente con VIH tiene una elección razonable entre los antirretrovirales contra remedios alternativos".
Es la misma ilusión que se promueve hoy, en Europa, sobre "elecciones" entre la insulina y hierbas inútiles, entre la quimioterapia y diversas pócimas, entre la medicina y la mentira.
A continuación, la TAC irá contra otros charlatanes del SIDA, como Zeblon Gwala, supuesto inventor del "Ubhejane" y Tine van der Maas, una enfermera (que lo fue sólo nueve meses) y que produce un potingue con remolachas (y el apoyo de la ministra Manto Tshabalala-Msimang, por supuesto) que tampoco cura el SIDA.
Además del SIDA, el vendedor de milagros Matthias Rath afirma que sus multivitaminas curan las enfermedades cardiacas, el cáncer, la diabetes, la gripe aviar y muchas otras afecciones. Y ante las críticas, no sale del más absurdo argumento de todos los defensores de la brujería: que todos los que se le oponen están pagados por "la industria farmacéutica".
Claro que tampoco puede probar esa acusación populista y boba, pero suena bien y lo pone a él en calidad de "héroe" de ésos a los que les chupan las suelas de los zapatos en las redacciones de revistas y programas misteriológicos y en las ONG del buenismo baratón, donde tienen amplio cartel afirmaciones como la siguiente, que suelta Matthias Rath con toda desvergüenza en relación con su libro de 2007 End AIDS!, cuyo tema, dice, es "el colonialismo farmacéutico y sus consecuencias genocidas para la gente del mundo en desarrollo".
Sin duda impresionará a más de uno. Eso entristece.
(Gracias a Yamato por ponerme en la pista de esta noticia.)